DESERTORES

Juan Antonio López Cordero.

 (en Crónica de la Cena Jocosa 2006, Asociación de Amigos de San Antón, Jaén, 2007, p. 67-75)

El servicio militar ha sido tradicionalmente una contribución de sangre, de la que sólo podían librarse aquellos mozos que por suerte, limitaciones físicas o condiciones sociales y económicas podían hacerlo. A finales del siglo XVII los famosos tercios españoles fueron sustituidos por los regimientos, unidades de soldados con armas de fuego, pero no afectó a la situación de los soldados, pues las continuas guerras continuaban provocando levas numerosas y la consiguiente angustia y dolor en la población.

            Hasta el siglo XVIII, el sistema de reclutamiento en España se realizaba  por reclutamiento pagado y levas de vagos, mendigos y marginados en general. En 1704, la dinastía borbónica, copiando el modelo francés, introdujo el sistema de reclutamiento basado en las quintas. Se reclutaba a una quinta parte de los mozos en edad militar mediante sorteo. El sistema de quintas fue utilizado de forma irregular a lo largo del siglo XVIII, no regularizándose hasta la Ordenanza de 1800.

            El inicio del siglo XVIII, con la Guerra de Sucesión, supone la continuación de una sangría humana que ya era perenne en la población giennennse. Tras la victoria de las tropas borbónicas en Almansa, en 1707, el soldado Juan Ruiz del lugar de Carchelejo, que por sorteo se incorporó al Ejército tres años antes, desertó. Ello suponía que su pueblo debía enviar a su regimiento otro mozo que lo sustituyese. El miedo a la incorporación a filas estimuló la búsqueda del fugado por parte de los vecinos del lugar, encontrándolo en la limítrofe población de Cárchel, siendo enviado de nuevo a su regimiento con la custodia de dos guardas.[1]

            La desesperación por evitar el servicio llevaba a otros reclutas a buscar amparo en lugar sagrado, aprovechando así la diferente jurisdicción que correspondía a estos lugares e intentando provocar un posible conflicto estamental. Iglesias, conventos y ermitas se convirtieron en lugares temporales de refugio. Por regla general se permitía la entrada a la Justicia; pero, a veces, la Iglesia facilitaba la fuga de los refugiados, antes que permitir la violación de sus privilegios. Este es el caso de dos desertores que se refugiaron en la Catedral de Jaén en 1717, a los que el Cabildo Eclesiástico, tras desarmarlos, les dio unas limosnas para que pudiesen comprar ropa de paisano y huir de la ciudad, debido al riesgo de perder la vida si eran aprehendidos por sus oficiales.[2]

            Las deserciones del ejército durante la guerra de Sucesión fueron abundantes. En Úbeda hubo numerosos desertores en este período y los repartimientos de soldados provocaron confictos durante estos años.[3] Los reclutamientos se hacían a menudo con violencia en exceso, prisión y extorsiones, por lo que desde las altas esferas de poder se instaba en 1703 a las autoridades locales a suavizar los métodos. El cupo de quintos correspondiente a cada población se extraía de un padrón de mozos elaborado por las autoridades locales, que no siempre se ajustaba a lo preceptuado. l pánico a la leva, que conducía a la huida de los afectados, se generalizaba a las familias de éstos, pues las autoridades apremiaban su regreso embargando la hacienda o presionando de cualquier otro modo a los padres.

            Las deserciones llegaron a ser tantas que hubo un momento en el cual los que desertaban eran más que quienes tomaban las armas. Se pagaba hasta 100 reales a quienes delatasen la presencia de un desertor.[4]

            En plena guerra de sucesión austriaca, Felipe V dictó la Real Ordenanza de fecha 5 de diciembre de 1741 para una leva de 7.919 hombres, correspondiendo 180 a la provincia y 20 a la ciudad de Jaén. Conociendo el rechazo a las levas por parte de la población, la ordenanza apercibía de las medidas que utilizan muchos mozos para evadirse, ausentándose de sus poblaciones y buscando las ciudades, por lo que se ordenaba a los corregidores y justicias hacer pesquisas de estos mozos y los prendieran.

            El porcentaje de mozos que correspondía a cada pueblo se hacía atendiendo a su población, de ahí que se falsease con frecuencia su número para que el cupo fuese menor, así como disminuir la cuantía de los impuestos. La duración del servicio de quintas era de tres años. Para asegurar la presencia de los mozos en el sorteo, el corregidor de Jaén ordenó prender a aquellos de los que debían salir los 20 soldados pedidos a la ciudad. En total eran 153, incluido el listado de milicias. Se consiguieron con gran trabajo 30 mozos, "sacando a unos de sus camas, y a otros que se encontraban en la calle". De ellos, sólo encontraron 10 aptos físicamente, de lo que se deduce una población crónicamente subalimentada, propensa a toda clase de enfermedades.

            Para encontrar al resto de los mozos huidos de la leva se hizo necesaria su busca por los cortijos y heredades del término, recogiéndose a 28 hombres, en gran parte también incapacitados físicamente para el servicio. Finalmente sólo se hallaron 13 mozos aptos para el sorteo. También se buscó a los huidos en las iglesias y conventos de la ciudad, sin encontrar ninguno. Finalmente, hubo de incluirse en el sorteo también a los mozos que servían en milicias, cuyo número era de 36; once de los cuales completaron el cupo junto a cuatro presos que incluyó el corregidor y el resto fue capturado, haciendo así el total de los 20 mozos que correspondían a Jaén en la leva de 1741.[5]

            Estos hechos suelen ser comunes a todas las poblaciones, y frecuentes las referencias a ellos. Así, al pueblo de Carchelejo le correspondió un mozo en la leva de 1741 y, aunque sólo era uno, había quien huía para evitar el sorteo. Es el caso de Juan Morenillas que buscó refugio en el limítrofe monasterio de Cazalla; o el de Francisco de Vilches, también vecino de Carchelejo, en el leva de 1845, perseguido por la Real Justicia por el mismo caso.[6]

Una importante reforma en el ejército tuvo lugar en tiempos de Fernando VI, a mediados del siglo XVIII, que importó el modelo de ejército prusiano e intentó un servicio militar obligatorio que no pudo llevarse a cabo. Se crearon las academias militares de Avila y Segovia y se promulgaron en 1768 unas ordenanzas militares; también de esta época datan la bandera (1785) y el himno (1770). Los cupos de quintos solían repartirse entre las poblaciones de acuerdo con el censo de vecinos. Los sorteos de quintas se realizaban habitualmente cada dos años y el tiempo que el mozo debía servir en el Real Servicio era de ocho años en un principio, posteriormente se reduciría. En principio eran llamados a quintas todos los mozos solteros de una población que estuvieran comprendidos entre los 17 y 36 años. Había frecuentes exenciones, los gremios en muchas ocasiones lo conseguían basando en la importancia de su trabajo para la riqueza del país. También estaban exceptuados del servicio los hijos de viudas, de ancianos (de padre sexagenario), de campesinos con pares de mulas propios y los hidalgos. Otra forma de engrosar las filas del ejército fue la leva forzosa de aquellos que el utilitarismo ilustrado no consideraba económica y socialmente rentable para el progreso del país como eran los vagos y malentretenidos.

La deserción continuó siendo bastante corriente pese a los castigos que el hecho conllevaba. Hay algunos casos de desertores que son realmente explícitos para darnos a conocer la mentalidad y condiciones de vida que lleva al quinto a abandonar el servicio de las armas y regresar a su casa. Uno de ellos fue Juan Marín, un giennense que fue destinado al depósito de quintos ubicado en Cádiz para los cuerpos fijos de América. Temiendo el embarque, decidió desertar y regresar a su tierra aprovechando la estancia de su regimiento en Cartagena. Desde el reino de Murcia, atravesó el Norte del de Granada hacia Jaén cuando fue detenido por el justicia mayor del lugar ante su apariencia de “vago o desertor” el 28 de enero de 1792, a las tres de la tarde, en el lugar de la Texera, término de Cúllar de Baza. Cuando fue apresado carecía de pasaporte, tenía 28 años de edad y dijo ser vecino de un pueblo cercano y que se dirigía a ver un hermano carpintero en Cúllar, lo que fácilmente el justicia averiguó que era falso por no conocer a tal persona en esa villa. Bajo la ropa de paisano se le hallaron algunas prendas que confirmaban su condición de desertor: “unos calzones azules, una chupa así mismo de paño, del propio color con mangas, y debajo del brazo se le halló unos zapatos con evillas doradas, un par de calcetas recias y en un bolsillo una cuchara de palo, un botón dorado, un bolsa de badana con diez o doce cuartos, un añadido para el pelo…”

La situación de Juan Marín en la cárcel de Cúllar era deplorable. Todos los presos compartían la misma celda, estaba casi desnudo y temía por su vida cuando ya llevaba cuatro meses encarcelado. Aunque que no sabía escribir, un compañero de cárcel redactó una carta a su nombre que fue enviada a la Reina.

 

“Cullar de Baza 18 de Abril de 1702

Ynforme.

Serenisima      Dios prospere su inportante vida con el exito que desea

Serenisima Señora

Juan Marin, vecino de Jaen, desertor, del fijo de la [Haba]Bana

puesto A Sus Pies. de vuestra Magestad dise que pasan

do por esta villa de [Cullar] lo prendio el cavallero go

vernador quitandole toda su ropa y de resul

tas de mi priçion dieron parte a la bandera questa

en Cadiz. Contestaron que haçian dejaçion de mi

y el cavallero Gobernador no ha eçho caso

de lo que me balgo de la Notoria Caridad y be

nigno Corazon de su Magestad para que determine de mi

lo que fuere de su Agrado pues estoy pasando muçhas

Calamidades y travajos sin tener mas anparo

que el del Cielo ni tener quien me socorra con

una libra de pan llevando de priçion tres me

ses, pues si su Magestad no se apiada de mi me morire

de necesidad favor que espero del Noble Co-

razon de su Majestad interin pido A[l] todo poderoso pro[s]

pere su inportante vida muchos años para que sea

Amparo de pobres desvalidos. Su humilde cri

ado que sus pies besa. Juan Marin”

[carta dirigida  a la Reina]”

 

La Reina se apiadó del desertor y a través del Conde del Campo de Alange,[7] ordenó realizar investigaciones sobre su petición, poniéndose en marcha toda la pirámide de mando militar. Así éste ordenó al Marqués de Valle Hermoso[8] información. El 12 de mayo de ese año el Marqués de Valle Hermoso pidió a su vez información al Marqués de Trujillos, comandante de armas de Guadix, coronel de artillería y del regimiento provincial de aquella plaza, que la requirió al auditor de guerra de la capitanía general Manuel Arnandi Montenegro (5-junio-1792),  y éste al Gobernador de Baza, que contestó que según sus investigaciones eran ciertas las quejas sobre su desamparo. Como solución proponía que SM expidiese una orden dirigida al gobernador de Cádiz obligando al comandante de la Bandera de dicho cuerpo a conducir al desertor a aquella plaza, donde se hallaba.

La situación de Juan Marín se debía a la ausencia de un dispositivo de traslado a su regimiento, pues desde Cádiz, con fecha de 7 de febrero de 1792, contestó Manuel Remón, encargado de la bandera de reclutas para los regimientos fijos de América, que no podía mandar partida para traerlo, pues solo disponía de dos sargentos y dos cabos para el manejo y cuidado de más de 200 sentenciados. Fueron también infructuosos los intentos realizados en el mes de marzo para que la partida de Dragones de Numancia que pasaba por Cúllar hacia el Campo de Gibraltar llevando a cierto número de reclutas se llevase al desertor. Francisco Artola, sargento de la Partida, dijo que no se dirigía al Campo de Gibraltar sino a Ronda.

Las investigaciones ordenadas por la Reina motivaron que la situación de Juan Marín se aliviara, pues le fue entregada la ropa que le quitaron: chupa, calzones, zapatos, hebillas y calcetas. Mientras que el Teniente Coronel del Regimiento Provisional de Guadix, Julián de Navarrete, intentó cambiar la imagen de la prisión del desertor mediante un expediente en el que se afirmaba que al preso no le había faltado de nada, en el que el mismo Juan Marín afirmaba que recibía diariamente doce cuartos y que la queja dirigida a la Reina la hizo un día que se tardaron una hora en dárselos y fue inducido por otro presidiario que le escribió la carta y del que no sabía su nombre. El 18-junio-1792 se ordenó conducir el desertor a otro lugar, probablemente a su regimiento de Cádiz, camino de América.[9]

En el siglo XIX, aunque hay importantes reformas, no cambia sustancialmente el concepto de servicio militar. En las Cortes de Cádiz, en 1812, se estable el principio de obligatoriedad del servicio militar para todos los varones españoles sin discriminaciones, reiterándose en 1821, 1837 y 1856. En 1837 se abolieron las exenciones gratuitas y totales de que habían gozado con anterioridad las órdenes privilegiadas, las profesiones liberales, parte del campesinado establecido y la menestralía, sustituyéndose por redenciones y sustituciones del servicio militar, lo que favorecía a los ricos. Hasta 1876, con la nueva Constitución, el servicio no se generalizó para toda España: "todo español está obligado a defender su patria con las armas cuando es llamado por la ley" (art. III).

Entre las varias formas de librarse de este servicio, la más utilizada continuaba siendo la deserción, con lo que el quinto era declarado prófugo y consecuentemente perseguido, como fueron los casos de Juan Manuel Yeguas Herrera (sustituto de un quinto de Jaén) que en 1882 no quiso presentarse al embarque para Cuba;[10] otra forma de librarse del servicio era el pago de dinero; o mediante la sustitución. De hecho, la mayoría de los reos prófugos en 1847 -14 en total-, cuyos procesos radicaban en el Juzgado de Primera Instancia de Jaén, lo eran por falsificación de documentos para sustitutos de quintos, por encima de los casos de robo -13 casos-, muerte y otros.[11]

            En el caso de la sustituciones se realizaba un contrato por el que un padre se comprometía a mandar a su hijo a cambio de una remuneración, a ello no era ajena la situación de penuria de la familia del sustituto o incluso la presión del pudiente sobre el necesitado. En el caso de José Luna, quinto sustituido por José Romero, en 1841, se estableció un contrato por el que el sustituido se comprometía a pagar 2.500 reales al padre del sustituto en diversos plazos y el sustituto a realizar los seis años de servicio, que en este caso terminó en juicio por incumplimiento del pagador.[12]

            Otro tipo de sustitución en las primeras décadas de siglo era el apresamiento de un desertor y su convalidación por el quinto. Existen referencias a personas que se dedicaban a apresar desertores con este fin. Es el caso de Francisco Lario, vecino de Mengíbar, que para librar a su sobrino del servicio aprehendió primeramente a un prófugo, no valiéndole para conmutación por falta de talla. Un segundo apresamiento, en un prófugo de Villargordo, tuvo mejor resultado, quedando libre del servicio militar su sobrino.[13]  

            Indudablemente, los prófugos continuaban siendo abundantes. Ante la proximidad de la quinta, muchos de los mozos a sortear abandonaban los pueblos e iban a trabajar a distantes cortijos, no presentándose al alistamiento. Otros, cuya talla rozaba el límite de extensión establecido buscaban otros medios de exención, como el emborracharse la noche anterior a la medición, porque decían que el cuerpo se encogía en estado de embriaguez.

            Ante esta temible contribución humana, también los mismos ayuntamientos intentaban exonerar a sus mozos. El caso de Carchelejo en el reemplazo de quintos de 1896 es evidente al respecto, tanto es así que tuvo que intervenir la misma comisión provincial de alistamiento para que se presentasen ante ella los mozos que no lo habían hecho. Sin duda, la Guerra de Cuba, iniciada en 1895, era la clave ello; pues en Carchelejo eran muy pocos los que podían librarse del servicio a cambio de las 2.000 pesetas que se exigían.

            El Ayuntamiento intentó la libranza del servicio a través del capítulo de alegaciones y, en concreto, a lo que al tallaje se refiere. El reemplazo de 1896 lo constituían los mozos nacidos en 1877, con 19 años de edad. Tras el tallaje realizado por una comisión municipal, nueve de los veinte examinados no alcanzaban la altura requerida (1,500 m.), siendo declarados como excluidos totales por parte de esta comisión municipal. Todos los mozos presentaron algún tipo de alegación; aparte de la talla, hacían referencia a dolencias o enfermedades, o que estaban a cargo de sus padres pobres y ancianos. Por lo que, a resultas de la medición y alegaciones, no se declaró útil en primera instancia a ninguno de los mozos, "quedando uno en depósito, cuatro pendientes de reconocimiento, cinco excluidos parciales y diez excluidos totales".[14]

            De una u otra forma las quintas, como contribuciones dolorosas para el pueblo giennense, estuvieron continuamente presentes en la historia, marcaron la vida de gran parte de la población que las veía como las más terribles de las “contribuciones estatales”, continuamente presentes en nuestra historia, archivos, literatura... o, incluso, en el arte; como es la obra del giennense  Pedro Rodríguez de la Torre (1847-1915), donde figura un mozo al que el barbero rapa la cabeza para que el día siguiente pudiera exonerarse del servicio de quintas por no alcanzar la talla.

¿Alcazará?. Pedro Rodríguez de la Torre. Museo Provincial de Jaén.


 

[1] González Cano, Jorge. "La Guerra de Sucesión: su incidencia en el lugar de Carchelejo". En Sumuntán, núm. 4 (1994), pág. 194.

[2] Archivo Histórico Diocesano de Jaén (A.H.D.J.) Act. Cab. 30-6-1717.

[3] Tarifa Fernández, A.; y Parejo Delgado, Mª J.: "Incidencias socioeconómicas en la guerra de Sucesión en Úbeda". Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, núm. 154. Jaén, 1994, pág. 201.

[4] Rodríguez de Gracia, Hilario. "Fiscalidad de guerra en Jaén entre 1700-1715". En Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, núm. 154. Jaén, 1994, pág. 210-211 y 217.

[5] Latorre Mengíbar, F.: "Jaén y la leva de 1741". En Actas del I Congreso Jaén. Siglos XVIII-XIX. Febrero, 1989. Vol. I. Escuela Universitaria del Profesorado de E.G.B. de Jaén. Granada, 1990, pág. 354-360.

[6] Archivo Histórico Provincial de Jaén (A.H.P.J.) Leg. 7171. Autos contra Juan de Morenillas. Carchelejo, 1741; y autos contra Francisco de Vilches. Carchelejo, 1745.

[7] El Conde del campo de Alange, Marqués de Torremanzana, había sido ascendido en 1790 a la Secretaría y ministerio de Guerra.

[8] Don Nicolás Manuel Bucarelli y Ursua, Marqués de Vallehermoso, Capitán General de la costa y del Reino de Granada.

[9] Archivo General de Simancas,SGU,6848,23. Juan Marín.Desertores.

[10]López Cordero, J. A.; Liétor Morales, J.; y Rojas López, J.: Pegalajar: nueva aproximación histórica. Ayuntamiento de Pegalajar. Jaén, 1994, pág. 153.

[11]B.O.P.J. 10-enero-1848.

[12] A.H.P.J. Leg. 4521. Demanda instruida a instancia de José Romero contra José de Luna, 1841.

[13] A.H.P.J. Leg. 4520. Expediente de justicia sobre solicitud de sustitución de un prófugo por Francisco Lario, 1819.

[14] Ruiz Gallardo, Manuel: "Carchelejo en 1896. Consideraciones generales y política municipal en la crisis de fin de siglo". Sumuntán, núm. 7 (1996). CISMA, pág. 71-76.

 volver