TRANSFORMACIONES EN EL PAISAJE GIENNENSE EN LA ÉPOCA ILUSTRADA

Juan Antonio López Cordero

(En La Ilustración: en el centenario de la muerte de Pablo de Olavide. UNED Centro Asociado Andrés de Vandelvira / Real Sociedad Económica de Amigos del País de Jaén. Jaén, 2005, p. 41-64)

 

 

1. Introducción.

 

          El pensamiento ilustrado, que anunciaba una nueva edad en base a la razón, la ciencia y al progreso de la humanidad, encontró su aplicación en todas las facetas humanas, también en el paisaje rural como consecuencia de las transformaciones en la economía agraria que estimularon los ilustrados.

          En ello influye la recuperación demográfica que se produce en el siglo XVIII, especialmente en la segunda mitad, tras el funesto siglo XVII. El ilustrado giennense José Martínez de Mazas, en su obra Retrato al Natural de la ciudad y término de Jaén dice que desde el comienzo del reinado de Felipe IV, que estuvo en Jaén en 1624, sólo aparecen en las memorias de los archivos rogativas públicas por falta de agua, por la peste ‑como la de 1679 y siguientes‑, por el gran temblor de tierra de 1680, por huracanes y tormentas de granizo, guerras, etc([1]).         Estas desgracias continúan a lo largo del XVIII. Sin embargo, en este siglo, especialmente en su segunda mitad, ya no se dan las terribles pestes y otras mortalidades catastróficas que diezmaban drásticamente la población. Podemos citar por su importancia las sequías de 1726, 1730, 1733‑36 ‑en 1735 se produjo gran mortalidad por hambre‑, y también en 1750([2]). En la segunda mitad del siglo XVIII, las crisis de subsistencias continuarán siendo un gran azote para la población, sobre todo las de 1759, 1773, 1780 y 1793([3]), existiendo una estrecha relación entre hambres y epidemias.

          En la provincia, en términos cuantitativos, podemos comprender la gravedad de la crisis demográfica moderna comparando los censos de 1595, cuando la provincia tenía 244.197 hab., y el de principios del siglo XVIII, cuando tenía 142.490 hab. La recuperación demográfica de la segunda mitad del siglo llevó la provincia hasta los 193.362 en el año 1792. Más grave fue la situación de capital de Jaén, que tenía en 1595 26.856 hab. y en 1792 la población total era de 17.349 hab., sin que se produjese una recuperación destacada en la segunda mitad del XVIII.

 

 

2. El paisaje de la comarca de Jaén a mediados del siglo XVIII.

 

A mediados del siglo XVIII, el término municipal de Jaén se estimaba en 119.000 fanegas, superficie superior a la real, distribuidas de la siguiente forma:

 

                                                                                                       

fanegas

‑ Tierras de siembra de riego:([4])

 

 

 

Huertas del Poyo  

72

 

Huertas del Río

610

 

Ruedo

1.100

‑ Tierras de siembra de secano:([5])

 

 

Ruedo

2.090

 

Campiña

46.500

 

 

 

‑ Olivos:

 

 

Regadío

320

 

Secano

1.895

- Viñas:

700

‑ Morales:

60

‑ Nogueras:

30

‑ Zumacares:

400

‑ Frutales:

420

‑ Tierras de monte([6])

28.000

‑ Tierras improductivas:

36.000

 

          Las tierras de monte comprendían, entre otro arbolado, "pinos silvestres, árboles blancos y negros", además de pastos. Y como tierras improductivas se incluían caminos, veredas, diferentes "menchones, itares, cerros, cajas de ríos, arroyos, barrancos, asientos de la ciudad", etc.

          El terreno improductivo tenía la siguiente distribución:

 

                                                                                                                       fanegas

‑ El Nogueral de la Llana y la Fte. la Peña

2.700

Cerro San Cristóbal

4.200

Cerros de la Puerta Nueva

2.590

Daimora

‑ ... Umbría

1.950

Zumeles, Peñas de Castro y Puerto Alto

3.600

‑ Cajas de ríos, arroyos y canales

2.020

‑ Caminos y veredas

2.430

‑ Menchones, itares en Barranco Hondo

7.900

Vélez, Regordillo, Aldihuela, Cueva de Olvidada y otros

5.200

‑ Inútiles por naturaleza

642

‑ ...

 

 

          En la finca de propios de Mata Begid, dentro del término de Cambil, sus 7.900 fanegas de extensión estimada, comprendían un amplia extensión de sierra, cuyas tierras se distribuían de la siguiente forma:

 

                                              

fanegas

‑ Tierras de siembra de riego               

 115

‑ Tierras de siembra de secano              

    430

‑ Encinas                                     

2.700

‑ Pastos                                     

 4.655([7])

 

 

 

          A finales del siglo XVIII, sólo casi una tercera parte de las tierras de campiña del término de Jaén no correspondía a tierra calma, bien por ser suelos pobres, incultos, por estar ocupadas por las cañadas de los ríos; o bien por corresponder a plantíos o monte de encinas, "que hay aunque poca cosa, en algunos rincones". De la tierra calma solía sembrarse cada año una tercera parte, por estar a tres hojas, y de esta tercera parte dos correspondían a trigo y una cebada. En la hoja baldía de la campiña el labrador solía sembrar "yeros, escaña, guijas y otras semillas para cebo de los ganados". En cambio, en la vega, ruedos y huertas de la ciudad , así como en las de las aldeas de Torredelcampo, Fuerte del Rey, Villargordo, las tierras no descansaban ningún año, debido al riego y abonado que recibían, obteniéndose un mayor rendimiento([8]).

          Por lo tanto el término de Jaén presentaba también en su paisaje agrícola una visión desnuda. En la campiña, el cereal se simultaneaba con el barbecho y el erial, paisaje impuesto por el importante grado de autoconsumo de la población, y una base social en la que la figura del jornalero es el eje central, cuyos brazos encontraban en las labores temporales de siembra y siega el precario sustento. El largo período de paro lo dedicaba a la recolección de frutos silvestres que también producía la campiña, como eran las alcachofas, alcaciles, cardillos lechales, espárragos, alcaparrones, mostaza y algún esparto([9]).

          Antonio Ponz, hablando de dos caminos de Baeza a Jaén, refiriéndose a la campiña de Jaén, dice que a mediados del siglo XVIII el paisaje era árido y despoblado y el camino por la campiña en mal estado, con grandes tramos sin un solo árbol, tierras que sólo ofrecían a la vista cerros pelados, secos rastrojos y mucho polvo([10]).

          Junto a la ciudad de Jaén se encontraban las huertas del Poyo o de la Ribera, "que cercan a la ciudad por abajo", formando 95 cuerdas de campiña (59,49 has.), divididas en 56 suertes a finales del siglo XVIII. Eran regadas con el agua de la ciudad y en ellas trabajaban 100 vecinos todo el año. Su producción era casi toda ella de hortaliza común, pues por real cédula de 7‑noviembre‑1478, los Reyes Católicos ordenaron que en las huertas del poyo no se sembraran trigo ni cebada, sino sólo "peujares"([11]). Se plantaban coles cerradas, lechugas de cogollo y de ensalada, acelgas, pimientos, tomates, berenjenas, cebollas, espinacas, escarolas y verzas. Había también "cardos aporcados", pepinos, melones, sandías y todas las menudencias de huerta, que sembraban en la vega y en las huertas del río. Muchas de ellas a la sombra de morales.

          Los conventos de San Francisco, Capuchinos, las Bernardas, Santa Clara, las Descalzas y otros, junto con muchas casas particulares, también tenían huertas donde plantaban "coliflores, algún broculi, frutales de agrio, naranjos chinos, rosales y todo genero de flores". Toda la hortaliza referida se regaba con agua "espesa, corrompida, y hedionda de las albercas", que había en las huertas del poyo, muy dañosa para la salud([12]).

          La zona de la Vega correspondía a hazas destinadas a trigo y otros frutos. La Vega formaba el coto de Veintena, llamado así porque, según carta de los Reyes Católicos, de cada veinte cabezas de cualquier ganado que entrase en el coto se multaba al agresor con una o más por el daño causado a las siembras, olivos y viñas. Su término era el siguiente:

 

       "Desde la Dehesa aquende las Viñas del Majano por Belbel, el Molinillo, la Saceda, Fuente del Prado, Torrejón del Valle, la Peña Almagra hasta Valdeparaíso por donde entra el arroyo en el Río, y hasta Jaén: así se explicaban los términos de dicho coto, que es puntualmente toda la Vega á donde alcanzan las aguas de riego empezando por la punta de arriba ó desde la Virgen blanca, por donde baja la Agua de la Imora y de las Casas, y después la de la Fuente de la Magdalena, Arroyo del matadero y Fuentecillas de la Salobreja y hasta el Vado de media noche por donde entra en Riofrío el Arroyo de Valdeparaíso".

 

          En algunos cerrillos existían unas pocas viñas, y aún se conservaban también a finales del siglo XVIII algunos olivos desparramados en esta zona de la Vega, que tenía "media legua de cuadrado" (776,37 has.)([13]).

          La tercera zona de huerta la constituían las llamadas Huertas del Río([14]). Estas huertas se extendían desde dos puntos. Uno era la "cerradura de Otíñar", por donde entraba el río "Candelebrage", o actual río Quiebrajano. Y el otro desde la "Cerradura de los Villares". Terminaban en Casa Tejada, donde acababa el pago de Pozuela, aunque se podía incluir también la vega del Cortijo de Grañena, que a finales del siglo XVIII se pensaba en poner de huerta.

          De las dos riberas del río salían diversos cauces que regaban los pagos de Valdecañas, Vega de los Morales y otros. Algunos de ellos también eran utilizados como paradas de molinos, como en tiempos medievales. A lo largo del río, las huertas se estrechaban o ensanchaban según la orografía del terreno. En total formaban 820 cuerdas (513,48 has.), repartidas en 412 suertes de huertas de diferentes señoríos, unas más extensas que otras, también con diferente población arbórea, y donde trabajaban cerca de 500 hortelanos. Comprendían los sitios o pagos de Otíñar, Puente de la Sierra, Valdecañas, Vega de los Morales, Vega del Infante, Lope Pérez, los Tejares, Fraylas, Juan Ramos o del Partidor, Batán del Obispo, Rinconada del Puente de Tablas y Pozuela, hasta Grañena.

          Las cosechas eran de trigo, habas, lino, hortalizas, maíz y alcaceres. Había también nogales, normalmente junto a las casas y chozas de los hortelanos, a las que servían de abrigo. Pero era el manzano el árbol más abundante, aunque se cultivaban todo género de árboles frutales, sobre todo desde "el Molinillo que llaman de la Encomienda de Albanchez", perteneciente a la Orden de Santiago, hasta el fin de Pozuela. En los pagos río arriba abundaban más las "guindas garrafales, cerezos, camuesas, peras de varias especies, albaricoques, alverchigos, melocotones, ciruelas de muchas especies, y las mejores son las que llaman del Fraile, que se desmuelen fácilmente del pellejo y son buenas para almívar". También había peros, higueras y granados. Todos estos árboles solían ubicarse en las lindes de las parcelas y a uno y otro lado de las hijuelas o acequias, con el fin de no ocupar lugar([15]).

          Otras huertas que se juntaban con las del río eran las de Valparaíso, regadas por dicho arroyo, formado por los nacimientos de la Fuente de la Peña, Baños de Jabalcuz y Recuchillo. Producía granadas dulces, guindas garrafales, higos, ciruelas y parrales de uvas "de comer y para guardar". Estaban distribuidas en 111 suertes con 50 hortelanos, en una superficie de 49 cuerdas de tierra (30,68 has.)([16]).

          Otro pequeño pago de huertas era el de la Virgen Blanca o de las Casas y Fuentezuelas, en el camino de Martos. Utilizaba el agua de las fuentes de la Imora y de las Casas. Producía "granadas agridulces, que se conservan mucho tiempo, y otros frutos de siembras". Su extensión era de 66 cuerdas (41,33 has.), en las que trabajaban 30 hortelanos.

          Esta gran cantidad de huertas existentes en la ciudad de Jaén hacía que la mayor producción se exportara fuera de la ciudad. Además se obtenía otro producto de gran importancia en la construcción de los tejados de las casas, como eran las cañas([17]).

          En cuanto a las zonas de vid, en contraposición con el resto de España, en la comarca de Jaén se eliminaron algunas superficies de viñedos en el siglo XVI y comienzos del XVII, seguramente motivado por la mala calidad de los terrenos para la viticultura y la mayor rentabilidad de los cereales. Pero a principios del siglo XVIII, en la ciudad de Jaén, la superficie dedicada a vid experimentó un incremento, pese a la competencia de vino de otros lugares, algunos de ellos de la propia comarca, como Torredelcampo([18]).

          La ubicación de la vid era semejante a la época medieval, en lugares cercanos a la ciudad y de secano, principalmente en las laderas de los montes, que no eran aptos para ser aprovechados por otros cultivos. La vid estaba especialmente protegida en Jaén  desde tiempo atrás. Por Real Cédula de 29‑junio‑1449 de Enrique IV y otra de la reina Doña Juana en 1505 se prohibía la entrada de vino forastero en Jaén hasta que se hubiese consumido el de la ciudad, lo que había dejado de cumplirse hacía tiempo. No obstante, a finales del siglo XVIII, la coyuntura de la vid era buena. Y se hacían nuevos plantíos aprovechando las faldas de la sierra y quebradas de los montes, concretamente en los sitios del Portichuelo, las Peñas de Castro, Fuente de Almodóvar y Cuesta Negra. Cerca de los Baños de Jabalcuz, por los cerros colindantes, existían también muchas caserías de viñas. En 1791 se aforaron a los cosecheros unas 460.900 arrobas([19]).

          Otras plantas que se cultivaban a finales del siglo XVIII eran el zumaque, arbusto que nacía y se propagaba naturalmente, que se recogía en el sitio del Llano, útil para los curtidos y tintes; la gualda, utilizada para el tinte y que también se encontraba en estos sitios; el pastel, también llamado glasto, utilizada como tinte azul; la grana, que se criaba en las hojas de las coscojas de los montes, buena para tintes encarnados; y la rubia o "lapa", planta que se encontraba silvestre en las huertas, utilizada también para tintes([20]).

          En los pueblos del alrededor de la capital, el paisaje mostraba semejantes características, según fuese de monte o campiña. Así en Mancha Real, las tierras destinadas a regadío comprendían 118 fanegas de huertas (sólo el 0,6 % del término municipal), en las que se sembraban hortalizas, cebadas, alcarceres, y algunos frutales, morales y granados, en los sitios de Pozuelo, Ejido de la Florina, Alberquillas Bajas y Arroyo Frío, que se regaban con el sobrante de las fuentes de la localidad. En años abundantes se regaban en invierno otras tierras puestas de olivos con los arroyos que procedían de Torres.

          Las tierras de secano (el 63 % del término), en su mayor parte, estaban destinadas a siembra (trigo, cebada, habas, lentejas, lino, escaña, garbanzos, yeros, linaza, avena, y centeno), junto con algunos olivos, viñas, morales, granados y linos; en los sitios de los Ruedos, Campiña, Campiñuela, Pozoblanco, Cabañas, Encinares, Baldíos, Valdigüelo, Letraña, Albercón, Cazarejo, Lantiscosa, Valermoso, Loma de Torremocha, Cañada de Lantiscosa y Solana, Casa Blanca, Servalejo, Canteruela, Casa de Freilas, Toscares, Potosí, Majada de la Condesa, Arroyo Frío, Senda del Lobo, Tejoneras, Arroyo Sequillo, Cerrajón, Pasadilla y Torre del Moral([21]).

          En Los Villares existía una amplia huerta, regada con el agua de sus ríos, cubierta en su mayor parte de hortaliza, legumbres, olivos y árboles frutales. Así como La Guardia, fertilizada en gran parte por el río Guadalbullón, tierras de regadío en las que destacaba el olivo, maíz, hortaliza, cebada y árboles frutales. Las tierras de secano seguían siendo predominio del trigo, con escasos olivos y algún otro tipo de árbol([22]).

          En Torredelcampo, terreno de campiña, las cosechas eran de trigo, habas, anís o matalahúga y otras legumbres, no faltando la vid y el olivo, alguna hortaliza, árboles frutales y encinas ([23]).

          En cambio en Pegalajar, al ser terreno montañoso, la distribución de los cultivos era distinta, pudiendo distinguirse las siguientes zonas:

          ‑ La vega regada por la Fuente de la Reja y su estanque, que se extendía al Sur de la población a través de una serie de bancales de huerta y olivos en ligera pendiente hacia el Guadalbullón. Tenía un origen medieval, posiblemente árabe, con la construcción de una importante e inteligente red de acequias que regaba los numerosos e irregulares bancales aprovechando cada palmo de terreno. Tras las huertas se extendía el olivar, que aprovechaba los sobrantes de estas aguas. También había algunas viñas.

          ‑ La vega del río Guadalbullón, que aprovechaba sólo una estrecha franja de sus riberas por su angostura, sometida además a periódicas inundaciones([24]).

          ‑ Las tierras de secano al Sur del término, de relieve menos accidentado y situadas a la izquierda del río Guadalbullón, destinadas a dehesa y, más tarde, también a cultivo de cereales.

          ‑ La zona de secano al Este del término, montuosa y en su mayor parte de explotación ganadera, donde a mediados del siglo XVIII nos encontramos en sus zonas más fértiles el cultivo de cereales.

          Sólo el 43,5 % de las tierras del término de Pegalajar estaban destinadas al cultivo (el 39 % correspondían a secano y el 4,5 % a regadío). En las tierras de secano, el espacio dedicado a la siembra, especialmente cereales, era prácticamente el total,  sólo 10 f. estaban destinadas a la plantación de olivar. Mientras que en el terreno de regadío los cultivos cambiaban, ocupando el olivar un mayor peso con el 33,76 % de las regables, seguido de la tierra de labor (27,77 %), frutales (16,45 %), vid (13,88 %) y otros, como granados, higueras y nogueras. La vid de secano era inexistente.

          Los productos de este término de Pegalajar eran el aceite, trigo, cebada, escaña, centeno, lino, seda, cáñamo, uvas, melocotones, albaricoques, ciruelas, peras, higos, granadas, nueces, y "alguna hortaliza para el autoconsumo por su cortedad"([25]).

 

3. Transformaciones en el paisaje.

 

          En el siglo XVIII se producen una serie de transformaciones en el paisaje giennense motivadas en gran parte por el aumento poblacional de este siglo, consistentes en un proceso de roturación y deforestación que ya tuvo sus prolegómenos en el siglo XVI, coincidiendo con la revolución demográfica que se produjo por aquel entonces en la comarca sin que se acompañase de un cambio en las bases económicas tradicionales. El retroceso demográfico del siglo XVII detuvo aquel proceso.

          Las nuevas transformaciones en el paisaje del siglo XVIII intentaron ser encauzadas por el espíritu racional de los ilustrados. El mantenimiento de la agricultura y ganadería extensiva tradicional como base económica de la provincia, de carácter semiautárquico, fue el gran obstáculo para un cambio económico que redundara en beneficio de la sociedad. Así pues, el siglo XVIII es el reinicio de un proceso que culminará en el siglo XIX con desamortizaciones de los bienes eclesiásticos y comunales.

          En el siglo XVIII se producen roturaciones de tierras a costa de los pastos, que ya se apuntan a finales del siglo XVII, cuando los criadores de yeguas y potros de la ciudad de Jaén se quejaban de que los labradores habían ido extendiendo sus cultivos tanto por tierras de dehesas como por los mismos caminos, exigiendo que se devolviesen a pasto en verano y otoño la falda del cerro de Jabalcuz y la vereda real que iba al Portichuelo de Castro para uso del ganado. Las reales provisiones, que favorecían la cría del ganado caballar, utilizaban determinadas dehesas, como las de La Parrilla, Otíñar y Sacedilla,  y más adelante las del Concejo y La Vieja, aunque a veces el número de cabezas era muy inferior al que podían albergar. Todo ello influyó en la recuperación de la ganadería caballar.

          En las roturaciones de pastos también incidió la situación de mancomunidad con las villas de La Mancha, Los Villares, Valdepeñas y otras, que dio lugar a situaciones de las que se quejó muchas veces la ciudad de Jaén. Aquellas villas, sobre todo la de Valdepeñas, hacían excesivas "talas y cortas" en los montes comunes, como se recoge en una Real Provisión de Felipe V de 1722([26]).

          En este proceso de roturación incontrolada, el concejo jiennense denunciaba el procedimiento que usaban muchos vecinos para conseguir la propiedad del terreno roturado, consistente en hacerse denunciar ante los alcaldes ordinarios y, tras ser condenados, apelar a la Chancillería de Granada, mientras que con el certificado de pleito se consideraban titulares de la tierra.

         

 

4. La reforestación ilustrada.

 

          En el siglo XVIII la política forestal de los Borbones fue más activa que la de los Austrias, y a iniciada en un primer momento por las disposiciones de Felipe V, que en 1716 ordena que se planten por los Concejos pinos carrascos, álamos y otros árboles en los montes baldíos, tanto concejíles como particulares. En estos últimos a costa de los dueños, debiendo visitar los corregidores todos los años los montes. Pero será la Real Ordenanza para el aumento y conservación de montes y plantíos, publicada el 7 de diciembre de 1748, la que desarrolle la repoblación forestal de una forma más ambiciosa; según la cual los corregidores debían hacer informes exactos sobre los montes de cada lugar y el número de vecindario. Se ordenaba que cada vecino plantase cinco árboles por año, o sembrar bellotas, castañas o piñones donde los corregidores indicasen. A cada lugar se le obligaba a cuidar sus montes, controlándose las cortas. También se amenazaba a los pastores que en otoño prendían fuego al bosque para mejorar sus pastos. Y para la vigilancia, cada concejo debía nombrar un guarda de monte([27]).

          Sin embargo, esta política contaba con numerosos obstáculos, como la falta de viveros necesarios para la repoblación, la ausencia de presupuesto para ello y, sobre todo, el continuo crecimiento  de la población, cuya economía es básicamente de autoconsumo, con sus necesidades alimenticias ‑roturaciones‑, de carbón y madera, que en Jaén fue causa principal. Con todo, hubo algunos progresos en cuanto a la reforestación, más testimoniales que otra cosa.

          Las Reales Ordenanzas de Conservación de Montes y Aumento de Plantíos exigían a los ayuntamientos un reconocimiento previo de los términos municipales en busca de algún paraje apto para la plantación de arbolado. Como norma general, los ayuntamientos de la comarca manifestaban reticencias a la hora de encontrar parajes idóneos para la repoblación forestal, a lo que no debían ser ajenos los intereses agrícola‑ganaderos existentes. Por ejemplo, en 1786 y 1787, la villa de Pegalajar, pese a la orografía de su término con predominio de zona montañosa, los peritos nombrados al efecto para el reconocimiento del término manifestaban que "no se alla parage alguno a propósito para plantar de montes ni sembrar de arbolados", y únicamente establecían para tal fin una pequeña porción de terreno alrededor de la Fuente Vieja, donde podían plantarse unos 211 álamos. El Ayuntamiento de Mengíbar, en 1786 y 1792, también hacía manifiesta la escasez de tierras existentes en su término para repoblación forestal, diciendo:

 

    "... en dicha villa hay bastantes matocadas de Mata Parda, que guardándolas, pueden producir chaparreras de ellas, y que el término de esta repetida villa se reduze todo él a tierras de labranza de campiña y Desas Boyales de dominio particular, por cuya razón, no adbierte que en ellas haya sitio conmodo para plantar o sembrarlos de piñón o bellota, por no ser terrenos a propósito para ello, y no poderse conservar en dichas tierras de lavor y deesa por estar destinadas para el ganado de dichas lavores".

 

          El único lugar que en Mengíbar se consideraba apto para repoblación era el situado junto a los márgenes de los ríos Guadalquivir y Guadalbullón, y en los sitios conocidos como los Baldíos y Arenales de la Dehesa Nueva([28]), donde se plantaban árboles blancos, lugares en los que las crecidas del río acababan periódicamente con ellos.

          También la ciudad de Jaén solía utilizar los márgenes de los ríos para ubicar la repoblación. En 1785, los fieles de campo reconocían que se encontraban criados y guiados 4.623 árboles frutales, álamos y de otras especies. No se habían podido plantar algunos a causa de los continuos temporales de lluvias de ese año, pese a haber más de 50 cuerdas de tierra para plantar.

          Parecidas razones a las de Mengíbar aludía el Ayuntamiento de La Guardia, en 1786, a la hora de señalar los parajes para la repoblación. Se consideraba como únicos parajes adecuados los márgenes del río Guadalbullón, por "lo reducido que es el término de esta villa y allarse acotado lo más de él, para apacentadero del ganado yeguar, y lo restante heran heredades plantadas de frutales, utilísimos a la Corona".

          Otros pueblos no ponían tantos impedimentos a la hora de la repoblación, como Torredelcampo, acotando la tierra que le parecía conveniente y útil para plantíos, que eran los sitios de Cuesta Negra y Puerto, en los años que tenemos referencia ‑1786, 1787 y 1792‑.

          Además se intentó controlar la tala de árboles en la comarca, haciendo necesarios los permisos por parte del Corregidor de la ciudad para tal fin, ya que también acumulaba el cargo de Juez Subdelegado del Consejo para la conservación de Montes. Concedía los permisos de tala que consideraba no producían deforestación tras mandar un perito a examinar el lugar.

          Es el caso de Los Morrones en Carchelejo, en 1782, lugar poblado de encinas; el soto del Cortijo de la Manseguilla junto al río Guadalbullón en 1788, entre La Guardia y Jaén, poblado de álamos; la alameda del río Guadalbullón, junto a la Torre de la Cabeza, propiedad del Conde de Humanes, también en 1788; el Puerto Alto de Jaén, en 1787, plantado de pinos carrasqueños, que sólo podían servir para "vigas y piernas de asnas"; los encinares y quejigales de los cortijos de la Yedra y la Beata, propios del Convento de religiosas de Santo Domingo de Guzmán de Jaén, en 1780([29]), etc.

          Por otra parte, a partir de 1760 se inician una serie de actuaciones que tendrán como objetivo el trasvase de la propiedad municipal de los propios a propiedad privada. Esta iniciativa tendrá dos fases separadas. Una, la vía ilustrada, reformista, con repartos de suertes de propios. Otra, la vía liberal, progresista, con la desamortización civil. Tras la creación de la Contaduría General de Propios y Arbitrios y las Juntas Locales de Propios, 1760‑1761, se dictan las primeras disposiciones para el reparto de las tierras concejiles, las cuales se reiteran en 1766, 1767 y 1768. Son disposiciones que se dictan en una coyuntura agraria alcista, con expansión de cultivos, rentas altas y fuerte demanda de tierras. Los repartos dan acceso a suertes pequeñas (2 a 4 fanegas) a braceros sin tierras([30]). Son los prodromos de las futuras desamortizaciones del siglo XIX, con los que se inicia una larga y dura batalla dialéctica que tendrá una drástica salida en dichas desamortizaciones.

 

 

1.4. La deforestación y el pensamiento de la Ilustración.

 

          En el siglo XVII todavía  pervivían importantes masas arbóreas en la comarca, localizándose en aquellos lugares de sierra distantes de los núcleos urbanos. Prueba de ello es que en la primera mitad del siglo XVII las sierras  de Jaén y Valdepeñas poseían para el fuego "mucha y muy buena leña". También Sierra Mágina, con importantes "pinares abetajados", como el de Jódar; así como importantes zonas de esparto, a destacar la de Bedmar([31]). En la Sierra Sur de Jaén, bastante lejos de la capital, los montes aún mantenían una importante masa arbórea. Los de Los Villares estaban "plantados de robles, encinas y otros árboles proporcionados para leña y carbón, de que hacen sus naturales un mediano comercio"([32]), probablemente con la ciudad de Jaén.

          Es a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando el espíritu de la Ilustración modificó  notablemente la idea que se tenía del bosque. Hasta entonces, salvo excepciones, se había considerado como una reserva de tierra cultivable, sometido a las dos únicas fuentes de riqueza: la agricultura y la ganadería. No obstante, esta idea tuvo que convivir con la presión roturadora sobre los baldíos. La Real Provisión de 1770 ordenaba el reparto de las tierras de los pueblos entre aquellos individuos que tuviesen hasta tres yuntas. A los jornaleros se les entregarían tres fanegas de tierra junto al poblado en el que residieran y ocho fanegas por yunta, tierras que normalmente eran de mala calidad([33]).

          Los ilustrados establecieron las bases de una nueva corriente de pensamiento, dejando de considerar la ampliación de los cultivos como sinónimo de aumento de riqueza, pues a sus ojos se hizo evidente la baja productividad y los efectos nocivos que las roturas tenían sobre el medio ambiente, provocando la "disminución de las disponibilidades de agua, la acentuación de la aridez y de la sequía de la tierra, la irregularidad de las lluvias y la insalubridad del aire". Por el contrario, otros ilustrados, como Jovellanos, propugnaban la reducción a propiedad particular de los montes comunes y el fin del intervencionismo gubernamental. Creían que de la explotación privada surgía de forma espontánea la conservación  del monte, no existiendo contradicción entre propiedad privada y conservación([34]). Así pues, la Ilustración estableció las bases del discurso ecológico del siglo XIX.

          Este ideal conservacionista de la Ilustración es evidente en el Deán jiennense José Martínez de Mazas, que a finales del siglo XVIII escribe:

 

     "Es una lástima ver estas Sierras tan peladas, y que para hacer una carga de leña de lentisco, ó de cornicabra tiene que andar tres leguas un pobre leñador".

    ...

     "(En los sitios de Otíñar, Recuchillo, Ríez y Romanejos, lo que más se encuentra es) algún monte bajo de acebuches, chaparros, lentisco, cornicabras, espinos, romeros y aulagas, de que hacen cargas los pobres leñadores con imponderable trabajo, y por caminos peligrosos".

    ...

       "Las talas, y mas que todo los incendios no castigados la han dejado (la sierra) rasa por todas partes"([35]).

 

          Denuncias sobre las continuas talas de árboles son corrientes en esta época, más que en años anteriores, quizás debido a esta idea conservacionista de la Ilustración, que no debió ser compartida más que por las elites ilustradas de la ciudad, y muy probablemente también como reacción a un incremento de la deforestación, debido a la fuerte presión demográfica de la segunda mitad de siglo. Prueba de ello es que hasta mediados de siglo XVIII sólo encontramos en el Archivo Municipal de Jaén dos años en que existen denuncias por talas ilegales, mientras son muchos más los años del resto del siglo en que aparecen expedientes de denuncias([36]). Las talas ilegales de árboles se realizaban en cualquier parte del término con arbolado, como en 1790, en el "Tentesón", junto al Cerro de San Cristóbal (La Guardia); en 1796 en el Monte de los Barrancos de la Peña de la Moneda, por exceso en la corta de encinas y poda de quejigos; o en 1799, que afectó al "Puerto de la Manadilla", siendo cortados chaparros, quejigos y pinos, encontrándose treinta y cinco estacas de éstos en el "Molino de harina"([37]).

      En la campiña la situación era aún peor. Salvo algún pequeño monte de encinas, lo demás correspondía a terreno de cultivo o a terreno pobre en vegetación([38]). En algunos pueblos de la campiña, como Fuerte del Rey, ni las dehesas de pastos mostraban áreas de vegetación  arbórea, siendo muy explícito el comentario que se da en el catastro del Marqués de la Ensenada, de mediados del siglo XVIII: "No hay montes, viñas no matorrales", tan sólo una corta porción de olivares dispersos. Su término estaba dedicado, excepto algunas dehesas para pastos, a la producción de trigo y cebada([39]).

          Por ello, el Deán Mazas hacía un llamamiento a la repoblación  con bellotas, piñones, olmos en los sitios húmedos, etc.; recomendando también la plantación de algarrobos y servos en "las viñas perdidas que estaban en la cañada del camino viejo, que sube al Portichuelo"; así como de higueras. Su afán de fomento del arbolado le llevó a él mismo  a plantar la arboleda de los alrededores de la Fuente de la Peña, tradicional lugar de recreo de la población.

 

3. La Fauna.

 

          Aunque habían desaparecido algunas especies, como el oso([40]), que no pudo sobrevivir a la fuerte presión demográfica del siglo XVI, aún perdura en la Edad Moderna una fauna importante en la comarca. La fauna todavía podía mantener un pulso al hombre e incluso, a veces, contraatacar de forma alarmante, provocando grave temor ante sus terribles consecuencias. Nos referimos a la plagas que afectaban a la agricultura, como langosta, gorriones, o lobos.

          Por otra parte, el poder divino y la naturaleza estaban directamente vinculados en el pensamiento del hombre de la época. Las desgracias producidas por los elementos naturales ‑sequías, tormentas, plagas,...‑ se consideraban como males enviados por Dios como castigo y advertencia a los hombres ante sus pecados. La naturaleza conservaba, pues, un importante sentido mágico, provocando en el hombre cierta dependencia e influía decisivamente en sus cultivos, lo que se plasmaba en la religiosidad campesina. Aponte Marín, que la ha estudiado en Jaén, nos habla de ella y de la suma importancia de la función santoral en relación con las tareas agro‑ganaderas. Así vemos que San Miguel era el principio del año agrícola, San Marcos representaba el principio del año para los pastores, San Martín correspondía a la matanza, San Antón era el patrón de los animales; San Marcos, San Isidro, San Gregorio Nacianceno y San Gregorio Ostiense, intercesores frente a la langosta. Y sobre todo Nuestra Señora de la Capilla y Nuestro Padre Jesús, que a lo largo de la historia jiennense aparecen como intercesores ante plagas, temporales, sequías, epidemias, etc.

          La relación histórica del hombre con la naturaleza era muy diferente a la actual. No hay que olvidar que el hombre moderno vivía en una sociedad agraria tradicional, temía aún a la naturaleza, en una relación de desafío que envuelve de cierto mito sus elementos: bosque, tormentas, lobos, bandoleros, etc. La lucha fauna‑hombre no era más que un capítulo de la lucha del hombre por su supervivencia en un medio hostil que había de modelar a sus necesidades, hiriéndolo muchas veces de tal manera que a veces repercutía negativamente sobre el propio hombre.

          La naturaleza no sólo mostraba sus fuerzas con inclemencias meteorológicas, sino también con la presencia de plagas animales. La langosta era la más temida por las repercusiones sobre los cultivos, en esta sociedad eminentemente agraria, y sobre la masa vegetal en general. Periódicamente hacia su aparición esta plaga sobre los campos de la comarca, sembrando el miedo y la devastación de los parajes donde se posaba, como ocurrió en las plagas de 1598, 1620, 1670, 1708, 1756,...([41]).

          Otras veces eran las plagas de gorriones las que amenazaban los sembrados y huertas. A finales del siglo XVIII, el concejo de Jaén decidió combatirlos movilizando a los vecinos. En 1793, el cabildo municipal decretó que cada vecino matase media docena de gorriones. Los desobedientes pagarían una multa de seis reales. Y en 1794 se volvió a ordenar los mismo([42]). Naturalmente, el exceso de celo en combatir los gorriones se traducía en la proliferación de otras plagas de insectos, al romper el equilibrio natural existente.

          También los lobos suponían una competencia para el hombre. La sobrepoblación de lobos incidía perjudicialmente sobre los ganaderos y hasta en el viajero solitario. Los lobos estaban diseminados por todas las sierras de la comarca. Los encontramos en Sierra Mágina, La Pandera, Puerto Alto, Los Villares, Dehesa de Yeguas, Dehesa de Riocuchillo, Jabalcuz, Riofrío, Sierra de Jaén, Valdepeñas, Pegalajar, Matabegid,...([43]). La forma de lucha contra éstos en la ciudad de Jaén viene recogida en las ordenanzas municipales de la primera mitad del siglo XVI. Normalmente consistía en recompensas individuales por lobo muerto, cuya cuantía variaba según los años. A veces eran cien maravedíes por cabeza u orejas de lobo presentadas, y otras veces cincuenta, y el mismo precio por camada. En 1562 se pagaba medio real por camada y un cuartillo por lobo grande. Y cuando los ganados recibían muchos daños, se autorizaba el uso de zarazas (masa hecha con agujas, sustancias venenosas, etc.)([44]).

          Otras formas de lucha contra los lobos eran las batidas. Éstas fueron promovidas en continuas ocasiones. Así vemos que en 1788, la Real Cédula de 27 de enero de ese año, contiene acciones encaminadas al exterminio del lobo y otras alimañas. La Real Orden previene que en los pueblos donde existiesen lobos se habrían de realizar dos batidas al año, una en enero y otra de mediados de septiembre a finales de octubre, encargo que debían realizar las justicias, corregidores y alcaldes mayores. Los gastos se reducían a municiones de pólvora y balas y a un refresco de pan, queso y vino para los participantes, que debían pagarse proporcionalmente al número de cabezas de ganado estante y trashumante, o a costa de los caudales públicos. Finalizada la montería, la piel, cabeza y manos de los lobos abatidos quedaba en poder de los justicias para evitar que alguien las utilizase para pedir limosna([45]). Además, también los zorros eran perseguidos como animales dañinos. Sobre éstos y aquellos se establecían las recompensas para sus cazadores fuera de la montería: (cantidades expresadas en ducados y reales)

 

                                                                     1788([46])                           1789([47])

Lobo                                                                   4 d.                          20‑30 d.

Loba                                                                   8 d.

Camada                                                           12 d.

Lobezno                                                             2 d.                                  4 d.

zorro/a                                                             10 rs.                              15 rs.

Hijuelos                                                              4 rs.                                 5 rs.

 

          Entre 1788 y 1796, en la ciudad de Jaén se pagaron por el exterminio de animales dañinos 798 recompensas, por una cantidad de 20.634 reales. No todos los municipios obedecían la Real Cédula de 1789 y continuaban pagando las recompensas por la anterior de 1788; por lo que, a veces, la picaresca movía a los cazadores a entregar las capturas en aquellos municipios que la recompensa era mayor, como en la ciudad de Jaén, cuya Junta Municipal de Propios tenía "sospechas fundadas de que por no premiarse con maior cantidad en los Pueblos inmediatos, como sucede en esta ciudad, registran en ella las (zorras) que matan en los términos de dichos Pueblos". La solución que dio el Ayuntamiento jiennense fue también semejante a la de los pueblos limítrofes, regirse también por la R. C. de 1788([48]).

          Existieron diversas normativas reales sobre caza, como las dadas por Carlos III y Carlos IV, en las que se hacen referencia a diversas técnicas: reclamos, lazos, perchas, orzuelos, redes...; artes que, salvo excepciones, estaban prohibidas. Fuera de los períodos de veda ‑de marzo a primeros de septiembre‑, el uso de la escopeta era lo más común, utilizándose perdigones, postas y balas. Los mismos pastores solían ir armados de escopetas para defender su ganado de los lobos, pero se les prohibía cargarlas con perdigones con el fin de evitar que cobrasen pequeñas piezas. Aunque la afición a la caza era general, las diferencias sociales también eran evidentes en esta actividad. Los estamentos privilegiados ‑nobleza y clero‑, podían cazar todos los días con escopeta y perro, el resto sólo los domingos y días de fiesta([49]).

          Por otro lado, en la descripción que de las tierras de Jaén hace en 1628 Ximénez Patón, nos da una visión general de rica fauna. Dice que hay aves ‑perdices, palomas torcaces y otras‑, junto con "animales fieros en las sierras, muchas liebres, conejos, jabalíes, venados, machos, y cabras monteses"([50]).

          Son referencias que inducen a pensar en una abundante caza, en la que la nobleza debía jugar el papel más importante, y en la que el uso de halcones estimuló su crianza en estas tierras([51]). Sobre la perdiz, dice Guillermo Bowles, en su viaje por tierras de Jaén en el siglo XVIII lo siguiente:

 

                 "La cantidad de perdices que hay en las montañas de Jaén, causa maravilla. En una venta me pusieron una tortilla de huebos de perdiz, y el ventero me enseñó mas de 400 que había recogido para comer. En el invierno hay una inmensidad de chochas y becasinas, que son tan estimadas en París. Yo compré el par de las últimas á tres cuartos, y el de las chochas á cinco"([52]).

 

          Esta riqueza faunística hay que matizarla en la comarca de Jaén. Décadas después, a finales del XVIII, el Deán Mazas hace la siguiente descripción faunística de la comarca, pesimista desde el punto de vista cinegético:

 

            "Nada digo de la caza de perdizes y conejos, que por no guardar los tiempos de veda se ha disminuido mucho; aunque en Montes y Sotos cerrados, como es el de Espelui, abundan maravillosamente y son de bello gusto. Lo mismo las Codornices, Zorzales, Sisones, Gangas, y otros pájaros comunes que se encuentran en la Campiña. La caza mayor de Benados y Jabalíes es abundante en todo la Sierra Morena; pero no se halla sino rara vez en estos Montes de hácia Granada"([53]).

 

          No obstante, encontramos referencias en algunos lugares de la comarca, como Los Villares y Pegalajar, a la existencia de caza mayor y menor, como una de sus riquezas([54]).

 

 

NOTAS

 



[1]([1])Martínez de Mazas, José. Retrato al natural de la ciudad y término de Jaén. El Albir. Barcelona, 1798, pp. 289‑290. Reproducción facsímil de 1794.

 

([2])Muro García, Manuel. "De la historia ubetense. Calamidades retrospectivas". Don Lope de Sosa, 1922. Edición Facsímil. Riquelme y Vargas. Jaén, 1982, pp. 263‑264.

 

([3])Romero de Solís, P. La población española en los siglos XVIII y XIX. Madrid, 1973, pp. 105, 121 y 124; y Muro García, M. "De la historia..."..., p. 265.

 

([4])El tipo de plantas de estas tierras de riego, cultivadas a mediados del siglo XVIII, según el Catastro del Marqués de la Ensenada, era la siguiente:

‑ Huertas del Poyo: "espinacas, berengenas, tomates, pimiento, cebollas, berzas, lechugas, cardos, forraje, alcarabea, arcarcel, nabos, lino, linaza".

‑ Huertas del Río: "trigo, cebada, berzas, habas, berengenas, lino, cañamones, nabos, melones, sandías, zanahorias, maíz, habas, berengenas, tomates, pimientos, cáñamo, zanahorias, coles, linaza".

‑ Tierras de ruedo de riego: "trigo, cebada, habas, lentejas, matalaúva" (A.H.P.J. Catastro del Marqués de la Ensenada. Rollo 29 (II). Jaén, fs. 27‑30.

([5]) El paisaje cultivado de secano en el término de la ciudad de Jaén, a mediados del siglo XVIII, estaba representado por los siguientes cultivos, con gran predominio del trigo y la cebada sobre los demás:

‑ Tierras de ruedo de secano: trigo, cebada, habas, lentejas y matalaúva.

‑ Tierras de siembra de Campiña: trigo, cebada, habas, yeros, garbanzos, escaña, avena (A.H.P.J. Catastro del Marqués de la Ensenada, Rollo 29 (II). Jaén, fol. 31.

([6])Las sierras adehesadas, sotos y cotos de los cortijos de la campiña estaban dedicadas a su mayor parte  a pastos. También se plantaba en las sierras el zumaque, un arbusto rico en tanino, utilizado para curtir (A.H.P.J. Catastro del Marqués de la Ensenada. Rollo 29 (II) Jaén, fol. 32.

([7])A.H.P.J. Catastro del Marqués de la Ensenada. Rollo 29 (II). Jaén, fs. 22‑26.

 

([8])Martínez de Mazas, J. Retrato al natural..., pp. 327‑330.

 

([9])Martínez de Mazas, José. Retrato al natural..., p. 343.

([10]) Jiménez Cobo, Martín. "Peñaflor: Castillo fundado junto al camino real". Diario Jaén, 3‑junio‑1994, p. 31.

([11])Nombre similar al de "piojares", con el que aún muchos hortelanos denominan la hortaliza.

([12])Martínez de Mazas, José. Retrato al natural..., pp. 350‑353.

 

([13])Martínez de Mazas, José. Retrato al natural..., pp. 355‑361.

([14])Decía Ximénez Patón en 1628 que el río Guadalbullón, de la Plata o Jaén es de gran importancia para la ciudad. A él van a parar "el arroyo de la Fuente de la Peña, el Stico, y Valdeparayso, Recuchillo, los Baños que todos pasan por cerca de la Ciudad". En el principal hay muchas huertas que dan  lino, cáñamo, hortalizas y también granadas, cerezos, albarcoques, ciruelas de diferentes clases ("desde la chauacana hasta la damascena"), membrillos, zamboas, peros camuesas, manzanas (destacando la de jerena), nogales, peras ("de guta, vergamota, zermeñas, y otras tantas), "durazno, melacatón y prisco". También en el río había abundancia de pesca de peces y anguilas (Ximénez Patón, Bartolomé. Historia de la Antigua y continuada nobleza de la ciudad de Jaén. Edición Facsímil. Jaén, 1983, p. 16).

 

([15])Martínez de Mazas, José. Retrato al natural..., pp. 362‑368.

([16])Sobre la fertilidad de las tierras del Valparaíso también se hace eco en 1781 el cura de Carchelejo Jorge González Soto, en respuesta que envió a Tomás López y dice así: "... se pasa por una barranco que llaman Valparaíso, sitio de muchas huertas y arbolado, por medio del cual va el camino Real para Granada". (Sánchez-Batalla Martínez, Carlos: "Aportación de los sacerdotes para el levantamiento del mapa del Reino de Jaén de Tomás López en 1787". En Sumuntán, n1 6 -1996-. Colectivo de Investigadores de Sierra Mágina. Jaén, 1996), p. 110).

([17])Martínez de Mazas, José. Retrato al natural..., pp. 369‑371.

 

([18])Coronas Vida, L. J. "Sobre la vid y el vino en la ciudad de Jaén". Actas I Congreso Jaén. Siglos XVIII‑XIX. Febrero‑1989. Granada, 1990, pp. 227‑235.

([19])Martínez de Mazas, José. Retrato al natural..., pp. 374‑379 y 414.

([20])Martínez de Mazas, José. Retrato al natural..., pp. 384‑386.

 

([21])A.H.P.J. Catastro del Marqués de la Ensenada. Rollo 34 (II). Mancha Real, 1752.

([22])Espinalt, B. Atlante Español o Descripción general geográfica, cronológica e histórica de Jaén. 1775. Reedición, Jaén, 1979 (La Guardia, Los Villares, Mancha Real).

([23])Martínez de Mazas, José. Retrato al natural..., pp. p. 320; y Espinalt, B. Atlante... (Torredelcampo).

([24])La zona del río Guadalbullón más fértil dentro del término municipal de Pegalajar correspondía a la Venta de la Hoya o La Cerradura, donde había "muchas huertas de árboles frutales y viñas", por donde pasaba el camino que iba de Jaén a la Puerta de Arenas, que en la segunda mitad del siglo XVIII estaba perdido por las crecidas del río.

                Respecto a la huerta de Pegalajar se describe así: "Está este lugar en la forma de unas alforjas, con un castillo de por medio y en la altura de un cerro pelado, en cuya villa o lugar hay una laguna y nacimiento con la que riegan los huertos y olivas, muelen los molinos de pan y se surten para lavar y beber" (Sánchez-Batalla Martínez, Carlos: "Aportación de los sacerdotes para el levantamiento del mapa del Reino de Jaén de Tomás López en 1787". En Sumuntán, n1 6 -1996-. Colectivo de Investigadores de Sierra Mágina. Jaén, 1996, p. 110).

([25])López Cordero, Juan A.; Liétor Morales, José;... Pegalajar: aproximación histórica. Ayuntamiento. Pegalajar, 1987, pp. 83‑86.

 

([26])A.M.J. L. 155. En Real Provisión de Felipe V, 1722.

 

([27]) Bauer Manderscheid, Erich. Los montes de España en la Historia. Ministerio de Agricultura. Madrid, 1980, pp. 57‑60.

 

([28])La Dehesa Nueva de Mengíbar, en 1786, pertenecía a Rodrigo Belasco, vecino de la ciudad de Córdoba, lugar en el que había "alguna Mata Parda, que puede producir chaparros". La demás parte del término era tierra de campiña, reducida a labor, y dehesas boyales (A.M.J. L. 155. En Relación de plantíos en diferentes pueblos, 1786).

 

([29])A.H.M.J. L. 496/15. Solicitudes para tala de árboles, 1782‑1788.

 

([30])Bernal, A.M. "Haciendas locales y tierras de propios: funcionalidad económica de los patrimonios municipales (siglos XVI‑XIX)". Hacienda Pública Española, n1 55, pp. 293 y 296.

 

([31])Ximénez Patón, B. Historia de la Antigua..., p. 14.

 

([32])Espinalt, B. Atlante... (Los Villares).

 

([33])Cañas Calles, A. "Situación social y política de la provincia de Jaén en el conjunto de Andalucía durante el período de la Restauración". Actas del I Congreso Jaén. Siglos XVIII‑XIX. Febrero‑1989. Escuela Universitaria de Profesorado de E.G.B. Granada, 1990, pp. 191‑200.

 

([34])Jiménez Blanco, José Ignacio. "Los montes de propiedad pública (1833‑1936)". En Historia de la Empresa Pública en España. Espasa‑Calpe. Madrid, 1991, pp. 247‑249.

 

([35])Martínez de Mazas, José. Retrato al natural..., pp. 327, 393, 399, 400, 406‑408. Y Lanuza, Carlos de. "Anales de la Sociedad Económica de Jaén". Don Lope de Sosa, 1920. Edición Facsímil. Jaén, 1982, pp. 273‑277.

 

([36])Los años en que hemos detectado denuncias por talas ilegales de árboles son 1717, 1724, 1747, 1772, 1774, 1780, 1781, 1782, 1783, 1784, 1786, 1787, 1789, 1790, 1796, 1799 (A.M.J. L. 154). El importe de estas denuncias, tras el descuento de los gastos oportunos, lo recibía la Corte. Así nos encontramos que en 1786, desde la ciudad de Jaén le fue remitida al Conde de Campomanes la cantidad de 296 reales y 26 maravedíes, correspondientes a un total de 350 reales y 7 maravedíes, que ascendía el total del producto de las denuncias hechas ese año (A.M.J. L. 155.1. Carta del Corregidor de Jaén al Conde de Campomanes, 23‑noviembre‑1786.

 

([37])A.M.J. L. 154‑2. Denuncias por talas de árboles o bosques. Siglo XVII (varias fechas).

 

([38])Las  fincas  rústicas  de propios de la ciudad de Jaén comprendían una parte  importante  de  los  baldíos  del término, siendo escasa la superficie de propios de tipo agrícola, cuya ubicación  se  puede  observar en la siguiente relación de fincas rústicas de propios de la ciudad a mediados del siglo XVIII:

     ‑ Seis cuartos de rastrojos en los sitios de la Vega, Vestida, Peñuelas, Acho,  Buenasentada,  y  del Llano.

     ‑ Hazas en la Alcantarilla, Capitán, Fuente de la Losa.

     ‑ Cortijo de Otíñar, para pastos de yeguas y adehesados.

     ‑ Cortijo de Baolérix y Puerto Alto, llamado de las Caballerías.

     ‑ Mata Begid:

        ‑ Cuarto de Calares

        ‑ Cuarto del Almadén

        ‑ Cuarto de Gibralberca

        ‑ Cortijo del Peralejo

        ‑ Cortijo de Rompedizos

        ‑ Cortijo de Gibralberca o Puerto del Madroño

-          Hazas de la Fuente del Roble, Alta y Baja, del Arroyo Begid, de la Risquilla y Fundidor, del  Pósito  y del Vizcaíno (A.H.P.J. Catastro del Marqués de la Ensenada. Rollo 29 (II) Jaén, 1752, fs. 69‑71.

 

([39])A.H.P.J. Catastro del Marqués de la Ensenada. Rollo 21 (II). Fuerte del Rey, 1752.

([40])"Por lo que de ellos (los montes) escribe el rey D. Alonso, se entiende la muchedumbre de osos que en ellos había en el año 1330, cuando aquél libro se escribió (libro de la Montería). Y es de notar, cuán grande ha sido la población y multiplicación de la gente de este reino desde aquellos tiempos, pues han roto y cultivado la tierra, de manera, que sino es en lo más fragoso de Sierra Morena, no se halla oso en todos ellos" (Argote de Molina, Gonzalo. Nobleza de Andalucía. Sevilla, 1588, p. 49).

                "En lo antiguo era otra cosa quando el Rey D. Juan II por su Real Cédula de 30 de Junio de 1420, concedió á los Ballesteros, y otros vecinos de esta Ciudad que pudiesen matar en la Sierra Puercos y osos sin pena alguna. Esto prueba que estaban entonces los montes más cerrados, y poblados de árboles" (Martínez de Mazas, José. Retrato al natural..., p. 349.

 

([41])López Cordero, J.A; y Aponte Marín, Ángel. Un terror sobre Jaén: las plagas de langosta (siglos XVI-XX). Diputación Provincial. Jaén, 1994, pp. 89‑115.

 

([42])López Cordero, J.A.; y Aponte Marín, A. Un terror..., p. 80.

 

([43])Aponte Marín, A. "Lobos en Jaén". Diario Jaén, Dominical, 19‑noviembre‑1989, p. 26/VI.

 

([44])Porras Arboledas, Pedro A. Ordenanzas de la muy noble, famosa y muy leal ciudad de Jaén, guarda y defendimiento de los reinos de Castilla. Ayuntamiento. Jaén, 1993, pp. 184 y 187.

 

([45])Amezcua Martínez, Manuel. "Las batidas de lobos en Úbeda en el siglo XVIII". Senda de los Huertos, n1 19, pp. 55‑56.

 

([46])Según la Real Cédula de 1788 sobre animales dañinos (Amezcua Martínez, Manuel. "Las batidas..., pp. 55‑56).

 

([47])"La Real Orden del supremo Consejo de Castilla de treinta de enero de este año de 1789, comunicada a el Aiuntamiento desta M.N.C.  por... Pedro Escolano de Arrieta secretario y escribano de cámara de dicho Real Consejo, se mandó premiar a los que se dediquen a la matanza de lobos con veinte ducados por los diez primeros; 25 por los diez segundos; 30 por los diez terceros; y que si se baia aumentando por decenas, el premio de cinco ducados; y quatro por cada cachorro o lobezno; quince reales por cada zorro y zorra, y cinco por cada hijuelo; y que se suspendan los aleos o batidas por aora, y hasta que el tiempo y las circunstancias ocasionen la necesidad de otra providencia". (A.M.J. L. 372. En libro de registro de animales dañinos, 1788‑1796).

 

([48])A.M.J. L. 372. En Libro de Registro de Animales Dañinos, 1788‑1796.

 

([49])Aponte Marín, Ángel. "Unas notas sobre la caza". Diario Jaén, 1‑octubre‑1989. Dominical, p. 25/V.

 

([50])Ximénez Patón, Bartolomé. Historia..., p. 12.

 

([51])Murillo Velarde, Pedro. Geographía de Andalucía. 1752.

 

([52])Miñano, Sebastián de.Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar. Madrid, 1828. Tomo de JAÉN, pp. 82‑83.

 

([53])Martínez de Mazas, José. Retrato al natural..., pp. 348‑349.

([54])Espinalt, B. Atlante... (Pegalajar, Los Villares).