EL MATRIMONIO EN LA SOCIEDAD TRADICIONAL DE PEGALAJAR

Juan Antonio López Cordero

 

(Publicado en El Toro de Caña. Revista de Cultura Tradicional, nº 4. Área de Cultura. Diputación Provincial de Jaén. Jaén, 1999, pp. 269-303)

 

 

1. Introducción.

 

            Este trabajo sobre el matrimonio en la sociedad tradicional de Pegalajar está basado principalmente en el Archivo Parroquial de Pegalajar que, como los demás archivos parroquiales, sin duda, constituye una fuente primordial en el estudio del matrimonio tradicional, así como genealógica en general.

            En Genealogía, las líneas de investigación son amplísimas, pues todos los individuos podemos ser objeto de investigación, en cuanto todos tenemos unos ascendentes y, en consecuencia, un árbol genealógico que investigar; pues generalmente nuestros conocimientos no suelen ir mucho más allá de tres o cuatro generaciones anteriores. En este tipo de investigaciones el matrimonio aparece como nexo de unión y punto continuo de referencia.

            También sobre matrimonios podemos encontrar referencias en casi todos los archivos. Así, los archivos municipales suelen ofrecerlos empadronamientos de vecinos, relaciones catastrales, y otra serie de datos que nos ayudan a completar los conocimientos sobre determinados desposorios. En los archivos de las chancillerías destaca la sección de hidalguía para los estudios genealógicos, formada principalmente por las ejecutorias y reales provisiones de los pleitos de este estamento, que también proporcionan otros datos nobiliarios. Estas reales provisiones, que servían para dar estado y calidad de hijosdalgo al litigante que lo demostrase, iban dirigidas al Concejo, Justicia y Regimiento del lugar donde el interesado quería ser considerado como hijosdalgo. Ello le acreditaba para la obtención de ciertos privilegios (exenciones fiscales, cargos concejiles, etc.). Estos expedientes de hidalguía suponen en sí una investigación genealógica y matrimonial que solía remontarse varias generaciones atrás, en las que con frecuencia aparecen cartas de hidalguía anteriores junto con las declaraciones de diferentes testigos. La hidalguía se transmitía por descendencia masculina.

            El Archivo General de Simancas ofrece también datos de tipo político y socioeconómico que pueden ayudarnos a profundizar en el tema. Los archivos históricos provinciales tienen en los protocolos notariales una fuente importantísima para estudiar toda una cultura en torno al matrimonio tradicional. Y los archivos históricos diocesanos destacan por la documentación referente a expedientes matrimoniales que son tratados por los tribunales eclesiásticos, que eran a veces abiertos por ausencia prolongada del futuro cónyuge o por diferentes casos de afinidad y consanguinidad que requerían la autorización eclesiástica. Numerosos expedientes se refieren a hidalgos, en los que los casos de consanguinidad o afinidad eran frecuentes. Además, estos archivos contienen documentación de las parroquias de sus diócesis, que cuando adquiere cierta antigüedad, se debe enviar al diocesano.

            No podemos olvidar tampoco en la investigación matrimonial el Registro Civil, que es relativamente reciente. Básicamente, los datos que aporta sobre matrimonios tienen como fecha de partida el año de 1871, aunque en algunos registros se hallan algunos libros de mediados del siglo XIX, referentes a algunos períodos muy concretos y sin continuidad histórica. Es un imprescindible complemento del archivo parroquial, principalmente en épocas recientes, cuando numerosos matrimonios no se realizan por el rito eclesiástico; o bien en determinados períodos históricos, como la Guerra Civil, años en que se suprimieron los ritos eclesiásticos en gran parte de España.

            En el estudio histórico del matrimonio resaltamos como fuente los archivos eclesiásticos, que se caracterizan por la importancia y antigüedad de sus fondos, pues desde antiguo destacaron por su organización y, en consecuencia, por la necesidad de recopilación y conservación de documentación. La documentación de los archivos parroquiales suele fecharse desde el siglo XVI en adelante. Son los menos conocidos de los archivos y, generalmente, su documentación no está catalogada. Sus fondos están constituidos por la documentación propia de la parroquia, como, por ejemplo, documentación administrativa referente a sus bienes, rentas, capellanías, visitas pastorales, construcciones, libros de fundaciones y constituciones, etc. Además de esta documentación, lo que le da significación propia a estos archivos son los libros sacramentales, donde se anotan los bautismos, confirmaciones, matrimonios y defunciones. El Concilio de Trento estableció de forma obligatoria el que los párrocos de las iglesias llevasen y conservasen los libros—registros necesarios para la constancia del ejercicio de su ministerio. En España comenzó a llevarse a cabo a partir del decreto de aplicación dado por Felipe II el 12-7-1564.

            Los archivos parroquiales estuvieron bien conservados hasta mediados del siglo XIX, cuando empezaron a desaparecer algunos de sus fondos, a lo que hay que añadir posteriores conflictos civiles que mermaron aún más la documentación de muchas parroquias. Como más arriba hemos comentado, estos archivos están muy unidos a los archivos diocesanos, en el sentido de que en muchos casos la documentación de las parroquias, cuando adquiere cierta antigüedad, se envía al diocesano, donde suele formar fondo aparte.

            Las secciones de Obras Pías, Memorias y Capellanías pueden ser también consultadas como fuente genealógica, pues estaban constituidas por diversos bienes donados a perpetuidad por sus fundadores, con el fin de que sus rentas se aplicasen a misas para ellos y su descendencia. El capellán estaba retribuido, lo que solía provocar litigios en los que el parentesco era importante.

            Así pues, en estos archivos, además de documentación histórica de tipo demográfico, artístico, económico, genealógico, jurídico y antropológico, encontramos fuentes fundamentales para estudios sobre el matrimonio. El gran inconveniente sigue siendo la ausencia de catalogación de estos fondos en la mayoría de ellos.

            Especialmente importantes son los libros de desposorios para conocer la demografía y la sociedad. En éstos, los datos más corrientes que se pueden obtener son los siguientes:

            Edad.-  El inconveniente que presenta es que no siempre aparece registrada, entre otras cosas porque en el pasado no se consideraba tan importante. Muchas personas desconocían su edad, y cuando en algún caso se les requiere suelen decirla aproximada. A partir del siglo XIX aparece registrada prácticamente en todos los matrimonios.

            Estado.- Soltero, viudo o casado.

            Grado de consanguinidad o afinidad en el matrimonio.

            Población de origen.

            Profesión.- Sólo en algunos casos, generalmente a partir de finales del siglo XIX.

            Nombres de los padres, padrinos, testigos, sacerdote o juez y, a veces, abuelos.

            Fechas.

            Toponimia local (calles, lugares,...)

            Enfermedades o accidentes (causa de defunción en algún antepasado)

            Nupcias anteriores.

            Dificultades en el matrimonio.

            Diversas observaciones: gitanos, moriscos, castellanos nuevos, esclavos, reconocimiento de hijos, cambio de apellidos, etc.

            Referencias a otros documentos.- Caso de algunos matrimonios, que bien nos dan fecha de otorgamiento de escritura de dote y capital, o la fecha en que se hizo un testamento y ante quien; los cuales pueden ser localizados en los protocolos notariales de los archivos históricos provinciales, completando así el conocimiento de otros datos económicos y sociales de los individuos.

           

 

2.- El matrimonio tradicional.

 

            Ya desde antes del Concilio de Trento, la Iglesia trató de evitar uno de sus mayores problemas, el de los matrimonios clandestinos, que a veces era difícil distinguirlos del concubinato y podían darse casos de bigamia, adulterio u otros conflictos, por lo que desde tiempo atrás se había exigido en diferentes sínodos y concilios la publicidad del matrimonio.

            La Iglesia buscó que los matrimonios se celebrasen con rito litúrgico, tras anunciarlo y proclamarlo públicamente, junto con un número determinado de testigos, que, en el Sínodo de 1492 en Jaén, debía ser diez, número que posteriormente se redujo. Así dice textualmente "que ningunt lego sea osado fazer el tal desposorio", al menos sin licencia del párroco o sacerdote, castigándose con la pena de 2.000 maravedís a cada uno de los contrayentes, pues era frecuente que se juntasen en presencia de testigos y decir "las palabras que se acostumbraban" el uno al otro.

            Los pasos que establece el Sínodo de 1492 en Jaén para evitar los matrimonios sin la presencia del clérigo establecían primeramente el requerimiento al prior de la parroquia, que investigaría si había impedimento alguno y estableciera que, tres días antes de las bendiciones nupciales, los clérigos comunicasen al pueblo la intención que tenían los futuros cónyuges de contraer matrimonio.

            El procedimiento para garantizar la publicidad consistía en el toque de doce campanadas, tras lo cual el sacerdote hacía las proclamas y amonestaciones para seguidamente pasar a celebrar el matrimonio con no menos de los diez testigos, antes señalados, mayores de veinte años que no fuesen familiares de los contrayentes.

            Una vez realizado el matrimonio, los cónyuges debían pasar por la Iglesia, donde tenía lugar la misa, las velaciones y las bendiciones nupciales, condiciones que anteriormente no eran obligatorias. El Sínodo de Jaén de 1492 recuerda esta obligación:

 

   "el tienpo del ayuntamiento del marido e de la muger, aunque sean desposados por palabras de presente, vengan primero con grant devoçión e humildad a la iglesia e resçibir las bendiçiones nupçiales".

 

            De no realizarse así antes de tres meses, los cónyuges incurrían en pena de excomunión y de 600 mrv., como fin de evitar la vida maridable que realizaban muchos vecinos del obispado sin haber recibo las bendiciones eclesiásticas.

            Por otro lado, el Sínodo de Jaén de 1492, establecía tiempos prohibidos para solemnizar el matrimonio, o recibir las bendiciones de la Iglesia, como eran desde el primer domingo de Adviento[1], hasta pasado el octavo día de Epifanía[2]; de la Domínica de Septuagésima[3] hasta pasado el domingo de Quasimodo[4]; y del primer día de Rogaciones hasta el día de la Trinidad, inclusive.

            También este Sinodo de 1492 establece la necesidad de llevar un registro de matrimonios, una constancia escrita que diese fe de ellos, así como la necesidad de los libros bautismales para acreditar la edad de los contrayentes. No siempre se llevó a cabo esto, sobre todo en lo referente a los libros de desposorios.

            Otro frente que tenía la Iglesia en la regularización del matrimonio era el parentesco (consanguinidad, afinidad y parentesco espiritual), frecuente en esta época, sobre todo en los lugares de escasa población. El Sínodo de 1492 es explícito al respecto:

 

   "fallanse en el nuestro obispado que munchos con poco themor de Dios e en grant daño de sus conçiencias se han casado e casan en grados prohibidos, sin dispensa de la Santa Sede Apostólica, de lo qual, allende del grave pecado que cometen los que tal fazen, avemos fallado averse seguido algunos inconvenientes e escandalos; e porque a Nos conviene en lo tal proveer e remediar, hordenamos e mandamos que cualquier persona que se desposare o casare con pariente... dentro del quarto grado prohibido por la Iglesia,... incurran en pena de un sacrilegio..."[5].

 

            El parentesco espiritual conllevaba también la condena eclesiástica, por lo que para evitarlo en lo posible el Sínodo estableció que en sacramento del bautismo, en el que solían actuar muchos individuos como padrinos, lo fuesen a partir de entonces sólo dos varones y una mujer.

                        El Concilio de Trento vino a regularizar todo el proceso matrimonial, que constaba de diferentes etapas: los esponsales o promesa de matrimonial, el matrimonio en sí y la velación. Se establece la ordenación general del ceremonial eclesiástico el 11-noviembre-1563, en el que el matrimonio como sacramento hace que la Iglesia asuma en él plena competencia. A partir de entonces se exigen previamente las tres amonestaciones, una instrucción básica en la doctrina cristiana, y los sacramentos previos de confesión y comunión.

            Los esponsales establecían un primer lazo matrimonial que era muy difícil de romper, un vínculo que podía ser reclamado ante la justicia. Las nupcias se solían celebrar en la casa de los padres del contrayente con asistencia del sacerdote y algunos amigos de los novios; mientras que la velación se realizaba días después, en la iglesia, junto a la misa. En el caso de familias humildes, matrimonio y velación tenían lugar en un mismo acto en la Iglesia.

 

 

2.1.- El vínculo de los esponsales.

 

            El fuerte vínculo que establecía la palabra de matrimonio, o esponsales, bien se hiciese formal o informalmente, podía ser peligroso para el cónyuge que intentase romperla, que normalmente solía ser el novio, en el caso de que el otro se opusiese o desease buscar amparo en la justicia, como ocurrió con el vecino de Pegalajar Mateo García Guardia, que fue denunciado por María Herreros Polo por romper la palabra de matrimonio, la cual —según ella— le fue dada el día de San Miguel de 1782 a través de un intermediario, Alonso de Torres; más tarde fue confirmada personalmente por Mateo García Guardia en presencia de los padres de la novia y de Alonso de Torres.

            En el expediente abierto, mientras que Mateo García Guardia, negaba haber realizado esponsales con ella y justificando cualquier relación con la familia de María Herreros como "comunicación política", la parte de la novia alegaba la situación de noviazgo en la familiaridad con que entró a su casa durante más de dos años, de día y de noche, "jugando de manos muchas beces y siempre que benía abía de estar sentado mui arrimado, pellizcándola en juega y su boca arrimada a el oído de la otorgante de forma que nadie podía oír ni entender nada de lo que dezía...".

            A ello añadía otros hechos: "dos vezes aber ydo a el rrío, a una viña que tiene dho Matheo, subida en una mula suia y él subido con ella así aziallá como aziacá y sienpre asidas las manos de la otorgante", lo que vieron muchos testigos y sus padres, presentes, se lo riñeron, aunque él no hacía caso. Además de los regalos de plata que le hizo.

            A pesar de estar denunciado Mateo se burlaba de ella, ofreciendo cien ducados y una mula a quien quisiera cargar con la suso dicha.

            Mateo García Guardia fue encarcelado en la cárcel real. El auto emitido por el tribunal eclesiástico le condenó a casarse con ella[6].

            Otras veces, las razones esgrimidas por la novia para obligar a cumplir la promesa de matrimonio venían dadas por una justificación mayor, como era el embarazo. Así, en julio de 1698, Josefa María Serrano, requirió que el alcaide de la cárcel encarcelara a Francisco de Morales por negarse a casarse. Ella estaba preñada y le exigía "cumplir con esta obligación i honrrarla i que de dilatarlo puede aber en él alguna inconstançia, pues se puede inferir de aberse negado al principio i que de aquí se siga algún aborto de la criatura en los sustos a que está expuesta con esta contingençia". Al día siguiente de la denuncia, para evitar la cárcel, Francisco de Morales se casó con ella[7].

            Ejemplo que también siguió Miguel del Río en 1598, tras ser encarcelado en la cárcel episcopal, al querer romper la palabra dada a María de Contreras y pretender casarse con otra mujer. Esta vez tuvo que casarse por poderes, otorgados a su procurador Pedro de la Cruz Olmedo, para poder salir de la cárcel[8].

 

 

2.2.- La elección del cónyuge

 

            Siempre ha sido una constante el matrimonio entre cónyuges pertenecientes a una misma clase social, con semejante fortuna. En las clases acomodadas, la elección por parte de los padres era una norma, aunque la libre elección de cónyuge fue imponiéndose poco a poco, pese a la oposición de los padres, libre voluntad que defendía la Iglesia. Así, la mujer que iba a ser desposada había de manifestar que lo hacía libremente, sin coacciones.

            Hay referencias a numerosos casos en los que la novia encuentra la oposición de los padres o tutores al casamiento con determinado cónyuge. Feliciana Cabanillas, en 1789, es un claro ejemplo de ello. Hija de hidalgos, pero huérfana, decidió casarse con José de Gámez, a lo que su tutora, su abuela materna Teresa de Aguirre se oponía, pese a que ya lo tenía tratado "con esponsales, bajo de palabra y mano, y en presencia de testigos". En este caso, Feliciana recurrió a su hermana mayor, María de Cabanillas, que sí le dio el consentimiento[9].

            Lo común en caso de oposición de los padres de la novia, que solía ser lo corriente, era la huida de ella con el novio, que la depositaba en casa de una familia honrada, de confianza del novio, mientras se conseguía el permiso eclesiástico para el matrimonio. Es el caso de Isabel María de Cabanillas, hija de acomodados, que abandonó el hogar paterno por enamorarse de Antonio de la Cruz Fernández, un barbero. El matrimonio finalmente se realizó (7-7-1852), pese a la oposición paterna[10].

            En otros casos, la familia de la novia para obligarla romper con el futuro cónyuge llega a casos extremos. En 1775, los tíos, padres y parientes de Catalina Cobo intentan evitar el matrimonio de ésta con Gregorio de Ortega "por medios violentos, como son amenazas grandes, y asimismo el quererla retirar de esta vida". Ante la denuncia presentada por el novio, Catalina Cobo fue depositada en casa de Gaspar de Valenzuela hasta que se dictara el auto, tras el cual pudieron casarse[11] el 27-5-1775.

            Por otro lado, la consanguinidad[12] se computa por líneas y grados. En la línea recta hay tantos grados como generaciones o personas, descontando el tronco; mientras que en la línea colateral también hay tantos grados cuantas personas, pero en ambas líneas, descontando el tronco. O sea, que en línea recta hay un grado entre padres e hijos, dos entre abuelos y nietos,...; y en línea colateral dos grados entre hermanos, cuatro entre primos hermanos... suponía cierto obstáculo en la elección del cónyuge. No obstante, la dispensa eclesiástica por consanguinidad hasta un segundo grado solía otorgarse, por lo que en los pueblos pequeños era frecuente; sobre todo entre hidalgos, que en Pegalajar estaban representados por los Cabanillas, con un 50,76 % de matrimonios con algún grado de consanguinidad, mientras que en el total de la población la media era de un 4,28 %.

 

3.- La viudez en el matrimonio

 

            Los matrimonios de viudos presentan una variación importante según los períodos históricos. Indudablemente, en ello influye la esperanza de vida de la población, unida al índice de mortalidad. Por regla general, como podemos observar en el cuadro siguiente, los matrimonios de viudos presentan un alto porcentaje hasta la mitad del siglo XIX, cuando empieza a hacerse manifiesta de forma explícita la disminución de la mortalidad. El bajo porcentaje entre 1564 y 1625 lo atribuimos más a la falta de rigurosidad de las actas matrimoniales a la hora de plasmar la observación de viudez (como tenemos comprobado en algunos de ellas), que a otra causa.

 

Períodos

Total matrim.

Matr. viudos

%

1564‑1600*

254

37

14,57

1600‑1625

360

65

18,06

1625‑1650

283

87

30,74

1650‑1675

306

85

27,78

1675‑1700

312

83

26,60

1700‑1725

353

100

28,33

1725‑1750

402

118

29,35

1750‑1775

420

131

31,19

1775‑1825**

450

137

24,91

1825‑1850

633

183

28,91

1850‑1875

763

154

20,18

1875‑1900

900

145

16,11

1900‑1925

1.009

117

11,60

1925‑1929

271

39

14,39

 

* No se conservan algunos años del período

** Faltan las actas matrimoniales entre 28-1-1794 y 28-10-1818

            El número total de viudos varones recogidos entre 1564 y 1929 es de 1.218, el 17,86 % del total de cónyuges varones, frente a las 731 viudas, el 10,72 % de cónyuges hembras; pues el varón tiende más que la mujer a contraer segundas nupcias.

            En la edad Moderna, cuando la mortalidad es mucho más elevada, estos porcentajes se incrementan respecto a Época Contemporánea. Así tenemos que el porcentaje de varones viudos en la edad Moderna respecto al total de matrimonios es del 21,43 % (653 casos), y del 13,06 % (398 casos) de las mujeres; frente al 14,99 % (565 casos) y 8,83 % (333 casos) en la Edad Contemporánea, respectivamente.

            Por otro lado, los matrimonios en que alguno de los cónyuges es viudo ascienden en el período estudiado a 1.481, el 21,72 % del total; mientras que sólo 468, el 6,86 % del total, corresponden a los matrimonios en que ambos cónyuges son viudos.

 

4.- La edad en el matrimonio

 

            La edad media del matrimonio en la sociedad tradicional pegalajeña variaba según el sexo y, como es lógico, según fuese el matrimonio, de solteros o viudos. Sólo en, aproximadamente, la mitad de las actas de desposorios aparece la edad de los contrayentes (3.288 varones y 3.275 hembras), correspondientes a los siglos XIX y XX, lo que apenas variaría respecto a épocas anteriores.

            La media de edad de los varones era de 28 años, mientras la de las hembras era de 24 años; oscilando en los varones entre los 17 años del marido más joven a los 76 años del mayor, mientras en las mujeres era entre los 13 y 72. Se mantiene aquí también el porcentaje de diferencia de cuatro años de la media de edad.

            La distribución por grupos de edad del matrimonio era la siguiente:

 

 

Varones

Hembras

Grupo edad

Nº indiv.

%

Nº indiv.

%

10-15

0

0

1

0,03

15-20

14

0,42

428

13,06

20-25

838

25,48

1847

56,06

25-30

1590

48,35

637

19,45

30-35

419

12,74

151

4,61

35-40

162

4,92

71

2,16

40-45

98

2,98

48

1,46

45-50

67

2,03

38

1,16

50-55

43

1,30

26

0,79

55-60

27

0,82

13

0,39

60-65

19

0,57

11

0,33

65-70

5

0,15

2

0,06

70-75

4

0,12

2

0,05

75-80

2

0,06

0

0

Total

3288

100

3275

100

 

 

            Podemos observar cómo el grupo de edad más numeroso en los varones es el comprendido entre los 25 y 30 años (48,35 %), mientras que en las hembras es el de 20-25 años (56,39 %), en los que están incluidos las correspondientes medias de edad. El porcentaje es mayor en las hembras que en los varones, pues la edad de contraer matrimonio se concentra más en la mujer que en el hombre. Así, antes de los 30 años, en las mujeres desposadas lo han hecho el 89,13 %, mientras que en los hombres sólo el 74,27 %. A partir de esta edad va disminuyendo drásticamente el número de matrimonios, con mayor incidencia en la mujer que en el hombre.

            Es bastante apreciable también el alto porcentaje de mujeres que se casan entre los 15 y 20 años, en comparación con el número insignificante de varones con esta edad. La fisiología de la mujer, que manifiesta una adolescencia más precoz que la del hombre, es evidente y queda plenamente reflejada en este hecho, así como la educación tradicional de la mujer para el matrimonio.

 

4.1.- Edad del matrimonio en los viudos

 

            En cuanto a las segundas nupcias en aquellos individuos viudos que vuelven a contraer matrimonio, la edad media es lógicamente mayor respecto a la media general de los matrimonios. Se sitúa en los 38,68 años de los varones, y 32,16 años en las hembras. Si distinguimos entre matrimonios con un sólo cónyuge viudo o con ambos, en el primer caso sería de 35,37 años en los varones y 34,39 en las hembras; mientras en el segundo caso sería de 46,66 en los varones y 41,56 en las hembras; mucho mayor en aquellos matrimonios en que son viudos ambos cónyuges. Contrasta también la menor diferencia de edad entre aquellos matrimonios en que sólo uno de los cónyuges es viudo respecto a aquellos otros en que lo son ambos.

            Por otro lado, los varones contraen segundas nupcias con más frecuencia que las mujeres —en nuestro estudio 350 varones frente a 220 mujeres—, entre otras cosas debido al papel que desempeña cada sexo en la sociedad tradicional, en la que al varón necesita más el matrimonio que la mujer.

            El grupo de edad más numeroso de viudos que vuelven a casarse lo hacen entre los 35 y 40 años (16,36 % en los varones y 16,28 % en las hembras). Sin embargo, la banda de edad que ofrece un notable número de matrimonios de viudos es bastante amplia, pues entre los 25 y 55 años se casan el 85 % de los viudos sin que destaque notablemente ningún grupo de edad; porcentajes que ofrecen bastante similitud entre varones y hembras, como podemos observar en el siguiente cuadro:

 

 

 

Hembras

Varones

Grupo edad

Número

%

Número

%

20-25

11

5

4

1,14

25-30

30

13,63

51

14,57

30-35

43

19,54

68

19,42

35-40

36

16,36

57

16,28

40-45

30

13,63

62

17,71

45-50

27

12,27

37

10,57

50-55

21

9,54

32

9,14

55-60

10

4,54

20

5,71

60-65

9

4,09

12

3,42

65-70

1

0,45

4

1,14

70-75

2

0,90

3

0,85

Total

220

100

350

100

 

 

5.- Procedencia de los cónyuges.

 

            El matrimonio tradicional en Pegalajar no era un matrimonio tan endogámico como puede hacer pensar las dificultades en las vías de comunicación y el marcado carácter de autoconsumo que tenía la economía local. Existía un significativo desplazamiento de población joven, sobre todo varones, a los pueblos de contorno, que en gran parte termina emparentado matrimonialmente, lo cual se puede extrapolar para conocer los movimientos de población.

            Sobre el total de 6.816 matrimonios que tenemos recogidos entre 1564 y 1929, en 1.102 de ellos, alguno de los cónyuges no es natural de Pegalajar, lo que supone el 16,16 % del total de los matrimonios. Un porcentaje importante que confirma la significativa exogamia de la sociedad tradicional pegalajeña, con un crecido porcentaje de varones, unos 703 (58,83 % del total de cónyuges foráneos) frente a las 492 hembras (41,17 %); lo que no es de extrañar puesto que los matrimonios tienden a realizarse en la población de la hembra, al ser la inmensa mayoría de ellos entre un natural y un foráneo; pues sólo en 91 desposorios (8,26 %) de los 1.102 en los que existe algún cónyuge foráneo, coincide en que ambos no son naturales de Pegalajar.

            En cuanto a la distribución de la inmigración pegalajeña en este período, el siguiente cuadro es explicativo:

 

Cónyuges casados en Pegalajar y no naturales (1564-1929)

Lugar origen

Número

Porcentaje (%)

Comarca S. Mágina

722

60,41

Ciudad de Jaén

218

18,24

Comarca Sierra Sur

63

5,27

Resto prov. Jaén

70

5,85

Prov. Granada

55

4,60

Prov. Almería

18

1,50

Resto

49

4,10

Total

1.195

100,00

 

            En el porcentaje del 4,10 % referente al resto de los casos están incluidos aquellos procedentes de otros lugares de España y del extranjero (siglos XVII y XVIII). Estos últimos proceden de Francia (4 individuos), Portugal (5 ind.) y Turquía (1 ind.). La inmigración francesa y portuguesa en esta época está vinculada a un fenómeno generalizado al resto de España y del que la provincia de Jaén no estuvo exenta.

            En cuanto a los procedentes del resto de España, la mayoría corresponden a Castilla-La Mancha (Ciudad Real y Toledo) y Castilla-León (Valladolid), y hay dos representantes de Madrid y uno de La Rioja, Vizcaya y Galicia. Andalucía Occidental está poco representada: Málaga (5 ind.), Córdoba (3 ind.) y Sevilla (1 ind.).

            Vemos pues, que la comarca de Sierra Mágina, a la que pertenece Pegalajar, es con mucho el lugar que aporta un mayor índice de cónyuges que se casan en Pegalajar, especialmente aquellas poblaciones de la comarca más próximas a esta población, como podemos observar en el cuadro siguiente:

   

Distribución del porcentaje de cónyuges casados en Pegalajar y naturales de Sierra Mágina (1564-1929)

Lugar origen

Número

% total cónyuges Sierra Mágina

Mancha Real

203

28,11

La Guardia

103

14,26

Torres

100

13,85

Los Cárcheles

98

13,57

Cambil

97

13,43

Campillo de Arenas

45

6,23

Huelma

35

4,84

Albanchez

13

1,80

Jódar

9

1,24

Jimena

8

1,10

Bedmar

8

1,10

Cabra Sto. Cristo

3

0,41

Total

722

100,00

 

            Otras poblaciones cercanas, como el caso de Jaén capital o las poblaciones de su entorno con la limítrofe Sierra Sur de Jaén, muestran también importantes porcentajes de parentesco. Poblaciones como Mengíbar (22 individuos), Martos (13 ind.), Alcalá la Real (7 ind.), Castillo de Locubín (7 ind.), Torredonjimeno (7 ind.), Torredelcampo (8 ind.), Los Villares (12 ind.), Valdepeñas (9 ind.),... son ejemplos del paulatino trasiego de población y la vinculación interpoblacional entre zonas del Sur de la provincia. Dicha vinculación es también significativa con la provincia de Granada, especialmente con la la comarca de los Montes, ubicada en la zona Norte, pues se constatan matrimonios con naturales de Campotéjar (7 ind.), Domingo Pérez (4 ind.), La Montillana (6 ind.), Guadahortuna, Moreda, Alicún de Ortega, Iznalloz,...

            En resumen, el matrimonio tradicional en Pegalajar, aunque en su mayor parte es endogámico, muestra un porcentaje apreciable de exogamia, vinculado a las poblaciones limítrofes, especialmente a la comarca de Sierra Mágina, de la que forma parte, y a la ciudad de Jaén. Siendo también apreciables los contactos con la provincia de Granada y la Sierra Sur de Jaén. Por el contrario, las relaciones con Andalucía Occidental son escasas y meramente testimoniales, incluso inferiores a las dos Castillas.

 

6.- Número e índice de desposorios, 1565-1980.

 

            El índice anual medio de nupcialidad solía oscilar alrededor del 10 por mil, según los años. Desde el siglo XVI al XX podemos observar diferentes etapas en este índice.

            Respecto al número de matrimonios, se aprecia un crecimiento importante desde 1565 a 1599, a pesar de la precariedad de los datos obtenidos, en los que faltan algunos años del período, lo que indica un crecimiento de la población, que confirman los censos.

            El siglo XVII supone un retroceso poblacional generalizado, común a todo el reino de Jaén, que en Pegalajar se manifiesta en una disminución general del número de matrimonios, en el que las epidemias —principalmente peste— y sequías producen una importante mortalidad.

            El siglo XVIII muestra un nuevo incremento matrimonial, sobre todo a partir de la segunda mitad de siglo, fruto de un crecimiento poblacional que tiene como principales causas la ausencia de las terribles epidemias de tiempos pasados.

            En el siglo XIX continúa aún de forma más patente la fuerte tendencia de incremento, con un elevado número de matrimonios que tiene su culmen en los años cincuenta del siglo XX, cuando disminuyen de forma alarmante a causa del proceso emigratorio del mundo rural a los núcleos de población desarrollados de España y el extranjero.

            En cuanto a los índices de nupcialidad, éstos son un complemento de gran interés en el estudio demográfico de la población. De 1565 a 1599 los índices crecen del 7 al 13 por mil, cuya causa está en el alto porcentaje de población joven que existe en Pegalajar, en una época de expansión demográfica general en el reino de Castilla, como es el siglo XVI.

            Estos altos índices se ven rebajados en el siglo XVII por la mortalidad catastrófica que afecta a la población, que a veces muestra sus terribles consecuencias con la drástica reducción del índice de nupcialidad en los años siguientes a morbosas epidemias generalizadas —caso las pestes de 1602 y 1681—, junto con importantes hambrunas a causa de las crisis de subsistencias —caso de la sequía de 1616 a 1618— en una sociedad con una economía de alto grado de autarquía, como la pegalajeña.

            El siglo XVIII muestra una estabilidad generalizada en la nupcialidad, con una leve tendencia descendente en el índice y creciente en el número. La desaparición de las grandes epidemias del siglo pasado son la causa principal de ello, que va a permitir el incremento poblacional. Sin embargo, las cíclicas sequías y las plagas del campo siguen mostrando el lado trágico del mundo agrario, y descensos puntuales en el índice de nupcialidad se manifiestan en algunos de estos años: 1723 (crisis de subsistencias y plagas de langosta), 1766 y 1780 (crisis de subsistencias), y 1756-59 (plagas de langosta).

            En el siglo XIX se produce un cambio drástico en la demografía con un fuerte incremento poblacional. La general disminución de la mortalidad, especialmente en la edad adulta, hace disminuir el índice de nupcialidad al decrecer el porcentaje de viudos a partir de 1850 y, por lo tanto, las segundas nupcias. De ahí que la tendencia matrimonial disminuya en Pegalajar, colocándose a finales de siglo claramente por debajo del 10 por mil. No obstante, también hay que matizar algunos períodos en concreto, tal como hemos comentado en el siglo anterior, con disminuciones del índice de nupcialidad a causa de sequías y plagas: 1825-26 (sequía y plaga de langosta); década de 1830 (crisis demográfica general por sequías, plagas, epidemias y guerra carlista); 1857-74, herencia de las "clases huecas" que dejó en la demografía la gran mortalidad infantil de la década de 1830, junto con las crisis políticas y socioeconómicas del período, que tiene como más claro ejemplo el año 1868, de gran mortalidad y escasa nupcialidad, en el cual se produjo la revolución de la Gloriosa; y la gran sequía de 1882. Por el contrario, la alta nupcialidad de algunos años concretos tiene un carácter coyuntural, caso del cenit de 1875, término de las convulsiones políticas del Sexenio Revolucionario.

            El siglo XX muestra ya una nupcialidad que ha bajado claramente la barrera del 10 por mil, situándose en una media del ocho por mil. El fuerte incremento de la esperanza de vida es la causa de ello, disminuye la natalidad, así como la mortalidad, y la población en edad de contraer matrimonio se reduce. La tendencia del siglo muestra una ligera disminución de este índice, que deja entrever las crisis de algunos períodos concretos: 1933-36, convulsiones político-sociales de los últimos años de la II República; 1940-46, dificultades económicas de la posguerra civil; 1964-80, envejecimiento de la población por la fuerte emigración local. También se da en este siglo un año con un alto índice de nupcialidad, como es 1837, año de guerra civil, cuya causa está en comportamientos psicológicos (temor a morir, evitar la primera línea de frente,...)

 

  7.- Distribución mensual de los desposorios

              En cuanto a la distribución mensual del número de matrimonios, podemos observar cierta variación estacional, con una mayor proporción de matrimonios en la segunda mitad del año, como podemos observar a continuación:   

   

Porcentaje mensual de matrimonios en Pegalajar respecto al total anual (1564-1929)

Meses

Nº casos

%

Enero

574

8,42

Febrero

759

11,14

Marzo

344

5,05

Abril

513

7,53

Mayo

736

10,80

Junio

481

7,06

Julio

265

3,89

Agosto

414

6,07

Septiembre

526

7,72

Octubre

692

10,15

Noviembre

894

13,12

Diciembre

613

8,99

Total

6.816

100

 

            El mes que ofrece un mayor porcentaje es noviembre (13,12 % del total anual) junto con los meses limítrofes, seguido de febrero (11,14 %) y mayo (10,8 %). Pero esta variación ofrece asimismo algunos matices si se tiene en cuenta la diferenciación entre edades Moderna (s. XVI-XVIII) y Contemporánea (s. XIX y XX).

 

 

Porcentaje mensual de matrimonios en Pegalajar respecto al total anual. Edad Moderna (1564-1792) y Edad Contemporánea (1818-1929)

Meses

Moderna (s.XVI‑XVIII)

Contemporánea(XIX‑XX)

 

Nº casos

%

Nº casos

%

Enero

303

9,94

271

7,19

Febrero

402

13,19

357

9,47

Marzo

139

4,56

205

5,44

Abril

195

6,40

318

8,44

Mayo

269

8,83

467

12,39

Junio

157

5,15

324

8,60

Julio

109

3,58

156

4,14

Agosto

233

7,65

181

4,80

Septiembre

272

8,93

254

6,74

Octubre

331

10,86

361

9,58

Noviembre

384

12,60

510

13,53

Diciembre

248

8,14

365

9,68

Total

3.047

100

3.769

100

 

 

            En la Edad Moderna, el período otoño-invierno es el de mayor porcentaje de matrimonios, con dos máximos, los meses de febrero (13,19 %) y noviembre (12,6%), que en cierta forma marcan la pauta de una sociedad tradicional cuya vida y economía gira en torno a las estaciones, los ciclos agrarios y a sus creencias. En la Edad Moderna la sociedad pegalajeña era una sociedad sacralizada, básicamente agraria. El calendario religioso organizaba su vida; por otro lado, el cereal era el cultivo dominante.

            La sementera se realizaba en noviembre. De ahí que antes de estos trabajos se dispare el índice de matrimonios, para culminar este último mes; disminuir algo en los meses más fríos del año (diciembre y enero) —recordemos que durante el mes de diciembre y hasta el 6 de enero en determinados períodos la Iglesia no permitía el matrimonio— y en febrero, antes de cuaresma, alcanzar el cenit del año. Una vez pasada la cuaresma y la semana santa, en el mes de mayo, se daba otro despunte, algo menor, para volver a decaer en la época de siega y trilla (junio y julio). En agosto comenzaban de nuevo a crecer los matrimonios para alcanzar de nuevo otro punto álgido el comentado mes de la sementera (noviembre).

            En la Edad Contemporánea, el distribución mensual de matrimonios es semejante, pero con algunas diferencias. El punto más álgido es el mes de noviembre (13,53 %), seguido del mes de mayo (12,39 %). Las causas son similares a las anteriores, pero algo ha cambiado, y es el importante crecimiento del olivar que se produce en esta época, aunque el cereal constituya también un cultivo con una extensión apreciable. Generalmente, la campaña de la aceituna se realizaba entre los meses de diciembre y marzo, por lo que el mes de febrero pierde número de matrimonios al estar invertida gran parte de la población en estas labores; por lo tanto, los matrimonios se posponen hasta pasada la cuaresma y la semana santa, por lo que el mes de mayo adquiere un importante crecimiento de desposorios, pasando a desplazar al mes de febrero como segundo mes preferido para el matrimonio.

            Sin embargo, la generalidad del matrimonio en Pegalajar no puede ser aplicable a los viudos que, aunque disminuyen en los períodos antes comentados, mantienen una distribución más homogénea durante todos los meses del año, como podemos observar a continuación:

       

Porcentaje mensual de matrimonios de viudos en Pegalajar respecto al total anual (1564-1929)

Meses

Nº casos

%

Enero

141

9,52

Febrero

144

9,72

Marzo

91

6,14

Abril

107

7,22

Mayo

152

10,26

Junio

123

8,31

Julio

76

5,13

Agosto

103

6,95

Septiembre

133

8,98

Octubre

144

9,99

Noviembre

126

8,51

Diciembre

133

9,25

Total

1.481

100  

 

 

      La distribución por edades (Moderna y Contemporánea), es semejante a la generalidad, teniendo en cuenta también la disminución en el mes de febrero por la campaña de la aceituna. A lo que hay que añadir una menor consideración por la cuaresma en estos matrimonios de viudos, que solían realizarse sin celebraciones ostentosas; y el cenit del mes de diciembre en la Edad Contemporánea (10,5 %).

    

                                   

Porcentaje mensual de matrimonios de viudos en Pegalajar respecto al total anual. Edad Moderna (1564-1792) y Edad Contemporánea (1818-1929)

 

Moderna (s.XVI‑XVIII)

Contemporánea(XIX‑XX)

Meses

Nº casos

%

Nº casos

%

Enero

82

10,19

59

8,73

Febrero

91

11,30

53

7,84

Marzo

42

5,22

49

7,25

Abril

49

6,09

58

8,58

Mayo

82

10,19

70

10,36

Junio

61

7,58

62

9,17

Julio

42

5,22

34

5,03

Agosto

59

7,33

44

6,51

Septiembre

75

7,44

58

8,58

Octubre

84

10,43

64

9,47

Noviembre

72

8,94

54

7,99

Diciembre

66

8,20

71

10,5

Total

805

100

676

100

 

 

8.- Los nombres y apellidos en los desposados.

 

            La estadística que hemos realizado con los nombres y apellidos de los 6.816 matrimonios de pegalajeños desposados entre 1564 y 1929, nos dan a conocer las familias que han mantenido una mayor presencia en Pegalajar a lo largo de los últimos cinco siglos. Básicamente, los apellidos más frecuentes coinciden con aquellos que ya existían y eran más numerosos en el Pegalajar del siglo XVI, de los que algunos minoritarios han terminado por desaparecer de la población.

            Generalmente coinciden las proporciones entre los apellidos de los hombres y de las mujeres, aunque existen importantes excepciones, caso del apellido Aranda, el más frecuente en la mujer, que no lo es tanto en el hombre. Ello es debido a la herencia del apellido existente hasta entrado el siglo XIX, pues en la Edad Moderna no existía una norma fija, y así vemos que un hijo podía recibir el apellido o apellidos de la madre, padre o abuelos. Normalmente, el hijo mayor heredaba el nombre y el apellido del abuelo paterno, mientras que la hija mayor lo hacía de la abuela paterna; también podían darse combinaciones de éstos.

            En cuanto a los nombres, ocurre algo semejante a los apellidos, suelen coincidir también con los más frecuentes en el siglo XVI. Posteriormente se fueron añadiendo otros, que tuvieron una gran repercusión, como es el caso de Nieves, que surge por primera vez en el siglo XVII, probablemente con el nacimiento de la cofradía y el culto a la Virgen de las Nieves, hoy la patrona de Pegalajar.

                                                                       

Apellidos más frecuentes en la población de Pegalajar, según los libros de desposorios (1564-1929)

 

Varones

Hembras

Apellidos

Número

% total

Número

% total

Fernández

493

7,23

402

5,89

López

454

6,66

275

4,03

Valenzuela

369

5,41

350

5,13

Torres

354

5,19

376

5,51

Quesada

353

5,17

310

4,54

García

333

4,88

220

3,22

Cobo

296

4,34

316

4,63

Ruiz

268

3,48

281

4,12

Río o Ríos

258

3,78

179

2,62

Garrido

242

3,55

207

3,03

Morales

238

3,49

223

3,27

Guzmán

237

3,47

260

3,81

Cueva

233

3,41

191

2,80

Herrera

224

3,28

168

2,46

Aranda

208

3,05

431

6,05

Gómez

195

2,86

172

2,52

Cordero

177

2,59

147

2,15

Almagro

154

2,25

146

2,14

Chica

151

2,21

177

2,59

Martínez

151

2,21

140

2,05

Vacas

132

1,93

233

3,41

 

 

   

Nombres de varones más frecuentes en Pegalajar, según los libros de desposorios (1564-1929)

Nombres

Número

% total

Juan

1.160

17,01

Antonio

885

12,98

José

716

10,50

Francisco

701

10,28

Pedro

647

9,49

Alonso

323

4,73

Miguel

273

4,00

Luis

256

3,75

Manuel

230

3,37

Cristóbal

227

3,33

Diego

223

3,27

Fernando

190

2,78

Ramón

161

2,36

Andrés

144

2,11

 

 

 

 

Nombres de mujeres más frecuentes en Pegalajar, según los libros de desposorios (1564-1929)

Nombres

Número

% total

María

2.934

43,04

Ana

697

10,22

Catalina

673

9,87

Juana

472

6,92

Francisca

428

6,27

Antonia

403

5,91

Josefa

372

5,45

Dolores

271

3,97

Isabel

253

3,71

Nieves

228

3,34

Teresa

142

2,08

 

 

 

9.- Bibliografía.

- Arco Moya, Juan del. "El matrimonio en Mancha Real a mediados del siglo XVIII". Comunicaciones presentadas a las V Jornadas de Estudios de Sierra Mágina. Bedmar (22-marzo-1987). Ayuntamiento Bedmar-Garciez. Córdoba, 1987, pp. 286-301.

- Aznar Gil, Federico R. La institución matrimonial en la España Cristiana Bajomedieval (1215-1563). Universidad Pontificia de Salamanca / Caja de Salamanca. Salamanca, 1989.

- Beneyto, Juan. Una historia del matrimonio. Eudema. Madrid, 1993.

 - Cañada Quesada, Rafael. "La importancia de los archivos parroquiales en el campo de la Genealogía". Jaénseñanza, nº 7 (diciembre-1995). Delegación Provincial de Jaén de la Consejería de Educación y Ciencia. Jaén, pp. 31-38.

- Fielding, Willian. Curiosas costumbres de noviazgo y matrimonio a través de los tiempos. Barcelona, 1965.

- Gaudemet, Jean. El matrimonio en Occidente. Taurus. Madrid, 1993.

- Burguiere y otros. Historia de la familia. Alianza Editorial. Madrid, 1988.

- Higueras Quesada, María Dolores. "Notas aclaratorias sobre los bautizos y los desposorios en la Parroquia de Nuestra Señora del Alcázar de Baeza (1564-1642). Revista de la Facultad de Humanidades de Jaén. Geografía e Historia. Vol. II. Tomo 2. (1993). Universidad de Granada. Granada, pp. 65-76.

- Sule, Jacques. El amor en Occidente. Barcelona, 1977.

 


[1]Primer domingo más próximo al día 30 de noviembre (festividad de San Andrés Apóstol).

[2]Festividad de 6 de Enero (Adoración de los Reyes).

[3]Domínica que celebra la Iglesia tres semanas antes de la primera de Cuaresma.

[4]Domingo que sigue a la Pascua de Resurrección.

[5]Aznar Gil, Federico R. La institución matrimonial en la España Cristiana Bajomedieval (1215-1563). Universidad Pontificia de Salamanca / Caja de Salamanca. Salamanca, 1989.

[6]Archivo Histórico Diocesano de Jaén (A.H.D.J.). L. 128-A. Matrimoniales ordinarios. Pegalajar, 1785. María de Herreros Polo contra Mateo Guardia.

[7]A.H.D.J. L. 127-A. Matrimonios ordinarios. Pegalajar, 5-julio-1698.

[8]A.H.D.J. L. 127-A. Matrimonios ordinarios. Pegalajar. 17-enero-1598.

[9]A.H.D.J. L. 128-A. Matrimonios ordinarios, Pegalajar, 1789.

[10]Archivo Parroquial de Pegalajar. Libro desposorios, 7-7-1852.

[11]A.H.D.J. L. 128-A. Matrimonios ordinarios. Pegalajar, 1775.

[12]En la Iglesia Católica la legislación sobre consanguinidad se rige actualmente por el Código de Derecho Canónigo de 1983.

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