EL MIEDO, FUENTE DE LEYENDAS

Juan Antonio López Cordero

  (Publicado en El Toro de Caña. Revista de Cultura Tradicional de la Provincia de Jaén, nº 7. Jaén, 2001, pp. 239-261).

 

1. Introducción

 

            Miedo y leyenda son dos conceptos muy vinculados entre sí en la historia, en cuanto el miedo tiene en la leyenda una plasmación histórico-cultural. Hay que tener presente que la sociedad tradicional vivía en un mundo en el que el miedo era generalizado, bien camuflado o manifiesto, formaba parte propia de un pueblo aún inmerso en un entorno amenazador.  Hay que valorar el miedo en su contexto histórico y en su debida importancia, pues generalmente ha sido postergado en los estudios históricos, cuyos textos suelen enfatizar las actitudes heroicas que esconden en lo más profundo del individuo ese miedo avergonzante. Por ello, en la sociedad tradicional, se le atribuía el miedo a los hombres bajos y serviles, mientras el valor era propio de los nobles.

            El entorno del mundo en que vivía producía inquietud en el propio hombre. Las poblaciones estaban aisladas por inmensos campos, un entorno hostil amenazante. No sólo el individuo, sino también la colectividad, está sumida en un diálogo permanente con el miedo, concepto distinto al de cobardía. El miedo es un componente humano, que posee todo hombre. Por lo tanto, la necesidad de seguridad es fundamental. Es una garantía frente los peligros, un reflejo que permite al organismo escapar de la muerte, sin el cual nuestra especie nunca hubiese sobrevivido. Sin embargo, cuando supera cierta dosis, se vuelve patológico.

            El miedo, si es colectivo, puede llevar a comportamientos aberrantes y suicidas, como se demuestra en los casos de huidas masivas ante epidemias o en las desbandadas de cuerpos enteros de ejército en la batalla. En estos casos es la suma de todas las reacciones individuales, donde entran en juego factores de agravamiento. La multitud se deja influenciar, contagiándose rápidamente y perdiéndose el sentido de la responsabilidad personal.

            Pero su manifestación también es evidente en la vida cotidiana del hombre tradicional, conviviendo en las manifestaciones humanas. Es el caso de las máscaras que se usaban en las fiestas, reflejo del miedo a lo desconocido y, a la vez, defensa contra él y medio de difusión. Sin embargo, en estos casos, cuando se habla del miedo cotidiano: al diablo,  aparecidos, bandidos, lobos,..., no se refiere a comportamientos de multitud, ni a reacciones psicosomáticas; toma entonces un sentido menos riguroso y más amplio que en las experiencias individuales. Se convierte en un hábito que tiene un grupo humano frente a una amenaza, abarcando una serie de emociones que van desde el temor y la aprensión a los terrores más vivos.

            Conviene en estos casos hacer una distinción entre miedo y angustia. El temor, el espanto, el terror pertenecen más bien al miedo; la inquietud, la ansiedad, la melancolía, más bien a la angustia. El miedo tiene una causa determinada a la que se puede combatir. La angustia no la tiene, es una espera ante un peligro indeterminado y un sentimiento global de inseguridad. Ambos, miedo y angustia, tienen sus vínculos en los comportamientos humanos, pues el hombre raramente experimenta miedos que no tengan cierto grado de angustia.

            En el pasado, los miedos eran muy diversos. Jean Delumeau, en su libro El Miedo en Occidente, nos habla de los miedos espontáneos en muchas capas de la población, en contraposición a los miedos reflejos, derivados de los dirigentes de la colectividad. Los miedos espontáneos se dividían en dos grupos, unos permanentes (miedos a la Luna, los aparecidos, los lobos,...) y otros cíclicos (pestes, carestías, guerras,...).

            El miedo y la angustia en general era difícil de soportar por la sociedad. Por ello, el papel de la religión era combatir el desaliento en las cercanías de la muerte, prueba de la desesperación e impotencia ante el mal (el Diablo) que existió en gran escala, con el que identificaron  a toda una serie de adversarios como turcos, judíos, herejes, brujas,... (también plagas, lobos, epidemias,...). Se produjo así una introducción masiva de la teología en la vida cotidiana de la población, y el miedo teológico sustituirá al espontáneo, aportando una salida al hombre.

            Casi todas las leyendas, como hechos imaginarios pero que se consideraban reales[1], contienen componentes de miedo o, al menos, de cierta angustia en su narración. Con frecuencia la leyenda suele confundirse con el mito, el cuento o la fábula. Se diferencia en que en la leyenda el lugar suele indicarse con precisión y los personajes son individuos determinados, a diferencia del mito que es una leyenda desarrollada en un tiempo y espacio lejos del alcance humano y con personajes divinizados. Se diferencia también del cuento y de la fábula en el tipo de personajes, más universales en éstos, basados en una narración sencilla, de tipo moral, en la que aparecen con frecuencia animales, en los que no se localiza el lugar del hecho.

            Este trabajo intenta basarse sólo en los miedos espontáneos como fuentes de leyendas, miedos muy arraigados en la sociedad tradicional. Las leyendas solían contarse en invierno, por la noche, cuando el frío y la oscuridad imponían el silencio en el hogar, momento en que nada interfería la narración y la mente estaba más predispuesta a asimilarla. Son fruto de una época y cultura determinadas, pero no exclusivamente autóctonas, pues la tradición oral la extendía por amplias zonas geográficas y en cada lugar se transformaba y era adaptada a sus peculiaridades, constituyendo un elemento de cohesión cultural del grupo humano; lo que se denomina ley de adaptaciones de las leyendas[2].

 

2. El Diablo y las brujas.

 

            El Diablo ha sido personaje central en muchas leyendas, con frecuencia aparece en ellas como un personaje ridículo o estúpido con el fin de aliviar la tensión del miedo, algo que está en contradicción con el carácter terrorífico que también se le da en otras visiones[3]. Surge así el Diablo en las leyendas con un carácter contradictorio, al que se le identifica con las figuras del dragón, fantasma, monstruo, culebra, víbora, basilisco, macho cabrío, lobo y otras figuras mezcla de tradiciones nórdicas, mediterráneas y orientales.

            A veces aparece en relación con algún elemento de su entorno, como es el fuego con su doble sentido de tortura infernal y elemento purificador. Es el caso de los fuegos de invierno, directamente relacionados en el mundo cristiano con el Día de San Antón. La relación de la enfermedad, origen de la Orden de San Antón, "fuego sacro", con los antiguos fuegos de invierno de origen pagano, conduciría a una cristianización de la fiesta y a su rápida difusión. La identificación de esta tradición con San Antón llegaría a la provincia de Jaén con los primeros repobladores cristianos en el siglo XIII. De hecho en la antigua catedral hay noticias de que San Antón tuvo una capilla y en los estatutos dispuestos para la Catedral por el obispo don Alonso Pecha, en 1368, se determinaba la realización de su fiesta con solemnidad[4].

            Los fuegos de invierno poseen un valor purificador: "ayudan al débil sol invernal facilitando luz y calor, expulsando las tinieblas, el frío y las enfermedades, y con su función lustral ayudan a que vuelva el buen tiempo". En muchos lugares, San Antón, protector de los animales, es el titular de estas fogatas que se celebran la noche del 17 de enero. En algunas localidades, como en Mamoiada (Italia) existe una leyenda que relaciona a San Antón con los Diablos, al tener que bajar el santo al infierno para recuperar su cochinillo, que le habían robado los Diablos; cochinillo que a la vuelta trajo el fuego prendido en sus vísceras, haciendo así de Prometeo. Por lo tanto, las fogatas en honor de San Antón tienen un claro valor exorcista que le confiere la asociación de protector de los animales domésticos y vencedor de las fuerzas infernales[5].

            El Diablo está presente siempre como parte de la eterna lucha entre el Bien y el Mal. La Cruz, talismán frente al mal, ha poblado los campos y los caminos, sobre todo en las cumbres de las montañas —lugares donde la cruz alcanza mayor visibilidad y donde se creía realizaban las brujas cultos al Demonio— y en las encrucijadas de caminos —donde se decía tenían lugar reuniones de espíritus malignos en presencia del Diablo—[6]. Algunas leyendas en torno al Diablo han tenido a la Cruz como elemento fundamental. Así, en una leyenda del Alto Ampurdam, El Ramo de San Juan, la cruz frena al Diablo que en forma de mozo estaba dispuesto a llevarse a una doncella al infierno con él. La colocación de un ramo de flores en la puerta de la casa la Noche de San Juan, evitó la entrada del Diablo[7]. En esta leyenda el efecto protector de la cruz, elaborada con flores en la noche más larga del año, es semejante al que realizan las palmas y otros adornos vegetales que cuelgan de los balcones de los pueblos giennenses.

            En el caso de leyenda de La Cruz de Requena[8], de Jódar, la cruz actuaba como talismán en un lugar donde el Diablo se hizo presente. Se dice que estaba situada en un collado, llamado de Requena, al igual que  tantos otros humilladeros que salpicaban los caminos del país; cronológicamente se ubica en el siglo XV. La cruz hoy no se conserva. Según la leyenda Requena era un renegado, que traicionaba tanto a moros como a cristianos. Una noche de tormenta, tras invocar al Diablo, se tropezó con un macho cabrío en el camino. Se lo echó a su espalda y comenzó a caminar. Al poco, el animal —que era el Diablo— le preguntó: "¡Requena!, ¿peso?". Y Requena murió de miedo, pagando así tantas traiciones.

            Leyendas parecidas existen en el Alto Guadalquivir. En Villanueva cuentan que un agricultor encontró a un pequeño choto cerca de una fuente. Se lo echó a cuestas y, a medida que andaba, notaba que cada vez pesaba más. Cuando iba a volver la cabeza, una voz le dijo: "Tu abuelo no tendrá estos dientes como yo", al tiempo que vio un gran macho cabrío. Con gran espanto, lo tiró al suelo y salió corriendo[9]

            Sin embargo, en las leyendas no siempre la cruz es talismán frente al mal. Gustavo Adolfo Bécquer recoge en sus "Rimas y Leyendas", la leyenda de La Cruz del Diablo, en la que esta cruz, junto a un sendero, cerca del Segre, que había sido levantada con algunos sillares del castillo de un cruel barón y el hierro fundido de su armadura, estaba poseida por el Diablo. Se decía que en el invierno los lobos se reunían en manadas junto a ella, los bandidos asaltaban a su sombra a los caminantes, a los que asesinaban y enterraban a sus pies, y junto a ella los rayos  centellean los días de tormenta, rompiendo los sillares de su pedestal.

            Las leyendas en las que figura el Diablo en relación con lugares son también frecuentes. Con el nombre del Diablo existen multitud de torres, piedras, puentes, gargantas, etc. En estos casos recogen un elemento, mágico como es la piedra, básico de antiguas creencias. Tal es el caso de la leyenda catalana de La Roca del Diablo, basada en la ausencia de parte de una gran roca que corona el monasterio de Monserrat, obra que se atribuye al Diablo que, ante la santidad de los monjes del monasterio, buscaba su destrucción mediante el desprendimiento de la roca; la leyenda atribuye a la oración de los monjes la intervención de unos ángeles con una gran red que desviaron en su caída[10]. Las leyendas del Puente del Diablo de Martorell[11]., El Puente de Misarella[12]   y La Piedra Erguida[13] recogen también el carácter mágico de la piedra, esta vez como elemento de construcción que usa el Diablo para ganar un alma y al que la astucia humana vence. Leyendas semejantes existen en Europa: la de San Martín y el Diablo, narra el lanzamiento de una gran roca por parte de éste con la idea de destruir la Parroquia de Desnier (Francia); la Piedra del Diablo habla de una gran roca con la que el Diablo intentó destruir la abadía de Stavelot, salvada por la astucia de San Remaclio[14].

            La presencia diabólica adquiere significado en otras figuras como las brujas, creencia muy extendida. Se creía que los brujas eran siervas del diablo, por lo general mujeres viejas con ciertos poderes para hacer el mal. Supuestamente podían hacerse invisibles y desplazarse volando sobre escobas, adivinar el futuro, reanimar objetos inanimados, revivir a los muertos,  conjurar espíritus, etc.

            El fuego como elemento purificador del mal, encarnado en las brujas, es una antigua tradición muy extendida por Europa; así en la misma provincia hay poblaciones en las que aún pervive su recuerdo, como en Alcalá la Real, donde durante la víspera del día mágico de San Juan se quema una bruja de trapo que desciende desde el campanario hasta una hoguera[15]. En Pegalajar se decía de las brujas: "Tres son de Andújar, dos de Escañuela y la Capitanilla de Villanueva"[16], expresión muy parecida a otras de la provincia. Se contaba que en la noche raptaban a gente y la llevaban en vuelo, haciendo rápidos viajes entre lejanas poblaciones. Esta creencia en las brujas es propia del mundo campesino, de gentes que vivían inmersas en una civilización mágica, que no conocían muy bien el cristianismo e inconscientemente lo mezclaban con prácticas paganas procedentes de la noche de los tiempos. Creían en el poder maléfico de algunas personas con las que convivían, el que identificaron con la demonología que el clero difundió en la cultura popular.

            Una bruja es La Pesanta (la Pesada), que la leyenda catalana identifica con hechos extraños en los hogares, como movimientos de platos, muebles u otros objetos, y cuando se encariña con una casa no suele abandonarla. Por las noches se acuesta sobre el pecho de alguna persona, que siente gran pesadez y dolor hasta que enferma y muere. La defensa ante ella es desparramar un plato de mijo en la puerta[17]. Leyenda muy parecida a otra de Torredonjimeno, en la que por las noches una presencia diabólica ofrecía opresión sobre una mujer, que se levantaba por las mañanas con dolor de brazos y muy cansada, hasta que una noche dijo las palabras "Jesús, María y José", y una lengua de fuego salió por el balcón[18]. Los procesos de hechicería contra brujas y endemoniados por parte de la Inquisición fueron la trágica consecuencia de esa alucinación colectiva en un mundo donde la frontera entre la leyenda y la realidad no estaba muy definida.

 

3. Los Duendes.

 

            Los duendes, seres fantásticos, normalmente enanos o de pequeña estatura, con poderes sobrenaturales, eran considerados seres traviesos, que habitaban en las casas y el campo. En sus travesuras cambiaban de sitio los muebles, ocultaban objetos y jugaban malas pasadas.

            La creencia en los duendes es principalmente de origen indoeuropeo. En Jaén ha perdurado en la toponimia tradicional de algunas calles: Duende de la Magdalena, Callejón del Duende. Y en otros muchos pueblos se cuentan relatos de ellos. Así, en Noalejo existía un duende en el cortijo de Olvijararta que hacía mil travesuras, por lo que los caseros hubieron de abandonar el lugar, sin que por ello se libraran del duende, que les acompañó llevando un cucharon que creían olvidado[19]. En Pegalajar, una de estas leyendas, parecida a la anterior, dio lugar a un apodo que aún pervive en el pueblo. Cuentan que en la casa de esta familia había un duende que provocaba el miedo en sus moradores, de tal forma que decidieron cambiar de vivienda. Sin embargo no fue la solución, pues cuando, acabada la mudanza, estaban haciendo el recuento de mobiliario, se dieron cuenta que habían olvidado las devanaderas. Entonces, el duende  dijo: "No, que las llevo yo".

            Otra leyenda en Pegalajar atribuye al paraje del Puente de la Aceña la ubicación de un duende, que causaba temor a los que cruzaban el lugar. Es un paraje cercano a la población, situado en la Huerta, frondoso y con abundante agua en el pasado, que aún hoy mantiene un encanto especial. La existencia en él de un duende es algo que no es de extrañar, pues en el mundo europeo éstos son considerados también espíritus de la Naturaleza que viven entre árboles y bosques.

            En otras poblaciones los duendes tienen nombres propios. Es el caso de los minguillos del Hoyo de la Negra en Bedmar, que atemorizaban a los vecinos hasta que fueron vencidos por la Virgen de Cuadros. En Sabiote existía el duende conocido como Martinejo, que también obligó a abandonar la casa a sus dueños y, como en otras leyendas, los acompañó en el traslado llevando algunos útiles de cocina que creían olvidados; por lo que no se libraron del duende. En los pueblos del Adelantamiento de Cazorla, los duendes reciben el nombre de martinillos[20], de los que se cuentan leyendas similares[21], relacionadas con el encariñamiento de los duendes con determinadas familias.

 

4. La noche y los difuntos.

 

            En el pasado la frontera entre la vida y la muerte no era tan nítida. Existía una cultura de la muerte, evidente a través de las muchas manifestaciones religiosas que ponderaban la muerte como el comienzo de la otra vida. Una lógica inquietud perturbaba la mente de los hombres ante tal hecho. Así es recogido en los testamentos en los que se solía incluir la frase:  "no hay cosa más cierta que la muerte ni más incierta que la hora de ella". La presencia de cofradías de las Ánimas en casi todas poblaciones  está relacionada con estas creencias. Las gentes, al buscar la paz de las ánimas, buscaban también su propia paz interior, atenuar esa angustia que les embargaba.

            La noche era el tiempo de los espíritus: almas en pena vagando por los caminos, fantasmas que habitan viejos caserones, apariciones de difuntos,... hechos todos que tienen como fondo la noche. Existía un miedo a la noche, herencia de un mundo inseguro para el hombre, que queda plasmado en la identificación del mal con las tinieblas, como refleja la Biblia en numerosas citas[22]. En el mundo medieval, el Demonio es el señor de la noche en las aldeas y campos. Durante ella, los lugares más peligrosos, según creencia generalizada, eran las encrucijadas de caminos donde se congregaban magos y hechiceros, por un lado, y muertos con condena eterna, por otro, presididos por el Demonio[23].

            También la Luna, como elemento de la noche, causa temor y tiene conexiones con el infierno. Entre los antiguos indoeuropeos el Sol es el principio de la vida, mientras la Luna preside la noche y ampara a los muertos, y durante ella se creía que aparecían las almas de los difuntos. En la comarca de Jaén se decía que la Luna encerraba a un hombre con un haz de leña a la espalda, que un día se demoró al regresar del campo, siendo tragado por ella. Esta leyenda enlaza con otras europeas, que ven también en la Luna a un hombre encerrado con un haz de zarzas a la espalda y calzado con zapatos claveteados[24]. En Cataluña existe una leyenda muy parecida, cuentan que el hombre tragado por la Luna era  un ladrón hábil y mentiroso que actuaba por la noche. La vida nocturna que llevaba hizo sospechar a uno de los vecinos al que había robado un haz de leña, y cuando este vecino le dijo si él sabía algo, el ladrón le contestó que habría sido la Luna. Dicen que la Luna se vengó del ladrón por mentir y se lo tragó, de ahí que en la Luna llena se vea reflejada la sombra del ladrón llevando el haz de leña a cuestas[25].

            Se consideraba que por la noche los espíritus malignos campeaban a sus anchas. La casa ofrecía un refugio para el hombre. En el mundo rural jiennense se cerraban puertas y ventanas para que no entrasen; incluso se colocaban las tenazas de la lumbre junto a ésta en forma de cruz a fin de que, cuando se consumiese el fuego, estos espíritus no penetrasen en el hogar por la chimenea; rito común a otros lugares, como Cazorla y su sierra, donde se consideraba que las tenazas en cruz bajo la chimena cerraban la entrada al espectro de la muerte, que rondaba las calles en las frías y oscuras noches de invierno, sobre todo cuando ululaban los perros callejeros ante la visión de la muerte[26].

            Los fantasmas, como figuras de la noche, están presentes en multitud de leyendas. Se considera al fantasma una aparición no material o esencia de un organismo, que suele ser humano. El término se emplea a menudo como sinónimo de espíritu y suele aplicarse a la aparición de un difunto.

            La leyenda del Conde Arnau, hombre de costumbres licenciosas, dado a los placeres de la carne, lo presenta como un alma atormentada que cada noche del Día de Difuntos sale desde el fondo de la tierra en una carrera infernal, junto a los monteros y sirvientes, atronando los campos con ladridos de perros y trotar de caballos: ¡Desgraciado de aquél que se cruce con él esa noche![27].

            Otras veces, estas ánimas, terroríficas por su aspecto, no suelen ser crueles; en el fondo da pena su situación. La leyenda catalana de La Misa Debida presenta a un ladrón en una Iglesia donde a media noche se aparece el esqueleto de un sacerdote que pide que alguien le ayude a oficiar una misa porque en su existencia humana fue pecador y avaro, siendo castigado por Dios a cien años de purgatorio y a la celebración de una misa que le faltaba; la ayuda del ladrón conseguirá la tranquilidad de su alma[28]. Es el caso también de La Retama, una leyenda de los pueblos de la Sierra de Málaga, basada en una retama que se encontraba "cerca de la mole del Castillejo", lugar donde se aparecía un fantasma, por lo que nadie se atrevía a pasar de noche; hasta que lo hizo un muchacho y descubrió que el fantasma era el ánima de un clérigo que murió en aquel lugar por la caída de su caballo estando en pecado. Ya no volvió a aparecer más, por lo que las buenas gentes rezan al pasar por su alma y en testimonio hacen un nudo en las hojas de la retama[29].

            Estas figuras de la noche, los fantasmas, pueblan la geografía provincial, siempre unidos a antiguos edificios, con una clara diferenciación de otras figuras como los duendes, aunque a veces haya tendencia a confundirlos, e incluso a generalizar estas figuras en un solo nombre, como es el caso de Torredonjimeno a los que se denominan "miedos"; con una diferencia, el "miedo" que se aparece es el fantasma y el que no se ve el duende. En Jaén, un caso muy conocido es el de la Casa del Miedo, de la plaza de San Bartolomé[30], perteneciente al conde del Águila, en la que ocurrió un desgraciado accidente que ocasionó la muerte de su hijo, un niño de corta edad. Otra casa, la Casería del Miedo, se encuentra en El Berrueco, término de Torredonjimeno, en la que a media noche se oían ruidos de arrastre de cadenas y voces humanas[31]. En Úbeda, la Emparedada de la Casa de las Torres es otra leyenda que recoge alucinantes visiones del emparedador Rodrigo Dávalos implorando perdón ante la tumba de su mujer. También en la leyenda de la Sacra Capilla del Salvador se narra la aparición del espectro de Francisco de los Cobos la noche de difuntos[32].

            Por otro lado, las visiones etéreas han estimulado la mente del hombre desde los más remotos tiempos, dando origen a leyendas. Los fuegos fatuos en la noche estimulaban la imaginación de las gentes, que veían en ellos las más diversas apariciones, algunas de las cuales son recogidas en documentos jienneses del siglo XVI y XVII, como las lumbres que aparecían de noche en las altas torres del Alcázar del castillo de Jaén, en las que se veían "algunos Santos cuerpos"[33], o las luces, fulgores y apariciones en el Santuario o cementerio sacro del Sacromonte de Arjona, relacionados con el descubrimiento de las reliquias de S. Bonoso y S. Maximiano en 1628[34]. Suelen ser éstos lugares considerados como encantados, en los que las apariciones tienden a repetirse y ponderarse con milagros y descubrimientos de reliquias, como en Arjona, donde se decía que un cráneo manaba sangre y los huesos exhalaban un intenso olor a violetas[35].

            En Torredonjimeno la leyenda del aparecido, fantasma, espíritu o miedo, tiene también connotaciones ambientales propicias. Tal es el caso del molino del Cubo. Éste es un antiguo molino harinero fortificado por los caballeros calatravos, cuyo origen como fortaleza parece remontarse al siglo XIV, según los caracteres góticos de la lápida conmemorativa[36]. Al carácter de antigua fortaleza se añade el agua y la vegetación del limítrofe arroyo que crea un entorno histórico-geográfico muy propicio a las leyendas de fantasmas. El hecho es que el molino del cubo ha infundido miedo a muchas personas, más aún en horas nocturnas, cuando cuentan la leyendas de apariciones etéreas en el lugar. Hay quien identifica estas apariciones con el ánima de niño que en el pasado debió ahogarse allí.

 

4. La Serpiente y los animales fantásticos.

 

            El antagonismo entre el Bien y el Mal, personalizados en Dios y el Diablo, es antiquísimo; ya lo encontramos en el mundo oriental y persa antes que en el cristianismo. El Diablo es Ahriman, la gran serpiente de la noche, adversario de Ormuz. El cristianismo heredó el mito del Diablo con una personalidad mayor[37], y de él surgieron otros seres diabólicos, como la bruja, la serpiente y otros animales fantásticos que serán también fuente de leyendas.

            Ya Pausanias, en su Descripción de Grecia, relata la leyenda que atribuía fuerza letal a las serpientes en relación con la naturaleza de los pastos de su medio ecológico y, a veces, su mortífero poder lo ejercía a distancia. Así manifestaba que un hombre al huir de una víbora se subió a un árbol sobre el que mordió la serpiente, lo cual bastó para matarlo[38].

            En la provincia de Jaén, el temor a la víbora se deja sentir en expresiones populares, como la recogida por Antonio Rivas, cronista de Alcaudete:

 

            Si la víbora oyera

            y la alicántara viera

            no hay hombre

            que al campo saliera.

 

            En el Cristianismo, la identificación de la serpiente con el Mal va a perpetuar este tipo de leyendas. Así, dice el Génesis: "La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que hiciera Yavé Dios"[39]. De ahí que Eva cayera en la tentación y comiera junto con Adán del Árbol prohibido:

 

            "Entonces Yavé Dios dijo a la serpiente:

            Por haber hecho esto maldita seas entre todas las bestias del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre y comerás del polvo de la tierra todos los días de tu vida. Yo pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te aplastará la cabeza mientras tú te abalances a su calcañal"[40].

 

            Otras citas bíblicas muestran la relación entre la serpiente y el miedo:

 

            "Pues aunque nada espantable hubiese que los atemorizase, / sobresaltados por el paso de los animales / y el silbido de las serpientes, se morían temblando de miedo, / no osando ni mirar al aire, / al que de ningún modo es posible evitar"[41].

 

            El terror a la serpiente se manifiesta también en la leyendas hagiográficas. En el caso de San Amando, una enorme serpiente salió a su encuentro en el monasterio. El Santo hizo la señal de la cruz y la obligó a volver a su escondrijo y no salir nunca más[42].

            El Cristianismo, sin duda, contribuyó a extender el miedo a la serpiente en la cultura popular. La tradición oral de muchos pueblos de la provincia nos ha legado diversas referencias a ese temor larvado al ofidio, principalmente a la culebra, en directa relación con la tradición bíblica. Así lo hace constar Francisco Rodríguez Marín en sus Mil trescientas comparaciones populares andaluzas, al explicar el dicho popular "arrastrando como las culebras":

 

            "Créese que en el principio del mundo la serpiente andaba en pie y que perdió ese privilegio á causa de la maldición que le fulminara Dios por haber engañado a Eva... –Según una leyenda popular, la culebra anduvo en pie hasta que, habiendo asustado á la mulita en que la Virgen, el Niño y San José huían á Egipto, ésta la condenó á andar arrastrando"[43].

 

            La culebra es generalmente identificada con la astucia del Mal: "Sabe más que las culebras". Una comparación que ya recogió Quevedo en uno de sus romances:

 

"Las culebras mucho saben;

            Mas una suegra infernal

Sabe más que las culebras:

            Así lo dice el refrán".

 

            La comparación sobre este ofidio, "Bebe más leche que una culebra", es otro ejemplo de su astucia maligna, en relación con la leyenda que le atribuye la acción de mamar del pecho de la mujer lactante adormilada mientras introduce su cola en la boca del niño para que calle, robándole así la leche, lo cual se descubre por un cerco oscuro en la boca del niño[44]. El temor a la culebra la hace protagonista de otras leyendas, como La Danza de las Culebras, de Arjona, en la que las culebras de un pozo se encargan de ajusticiar a un perverso alfarero musulmán; pozo en el que intentaba ocultarse junto con dos jarrones llenos de monedas para evitar el castigo del Emir, al que intentó engañar con dos jarrones falsos. La leyenda dice que en Luna llena, cuando sus rayos iluminan el pozo, se ven las culebras con monedas de oro en las fauces danzando alrededor de dos brillantes jarrones[45].

            El temor llevaba a la persecución. A inicios de siglo, en algunos lugares, como el camino de la Lagartera, carteles clavados en postes ofrecían recompensas a los que matasen una serpiente macho. Se mataban a palos o a pedradas "cortándoles con una faca la cabeza que traen colgada de un palo, y también con serpientes madres y padres"[46]. Junto a estas actitudes convivían otras formas de defensa más pacíficas, como en Andújar, donde se aconsejaba plantar un enebro ante la puerta de una casa con el fin de evitar su entrada.

            La figura de la serpiente enlaza con la de otros animales fantásticos, como la Tragantía (mitad serpiente, mitad humano), sobre la que existe una famosa leyenda en Cazorla relacionada también con hechos de frontera entre moros y cristianos y con la Noche de San Juan, tema que enlaza también con otros de princesas encantadas. Según la leyenda, el rey moro de Cazorla huyó con su pueblo hacia Granada cuando le notificaron la cercanía de las tropas cristianas. Creía que sería, como otras veces, una incursión temporal, por lo que dejó a su hija oculta en unos sótanos del castillo que sólo él conocía con abundantes provisiones. Al retirarse, el rey moro fue abatido, sin poder comunicar a nadie el paradero de su hija. Los cristianos repoblaron Cazorla, mientras la hija se desesperaba en su encierro. Una vez acabadas las provisiones, en la lenta agonía de frío y hambre, la princesa notó como su cuerpo se transformaba en serpiente hasta las caderas. Se volvió un ser devorador de niños que en la Noche de San Juan canta con dulcísima voz y engulle a los que la escuchan[47]. Esta leyenda está extendida por la comarca de La Loma, donde el recibe el nombre de Tía Tragantía[48].

            Otros animales fantásticos son también fuentes de leyendas de miedo para la población. El caso de las arañas es uno de los más generalizados, y tiene en la picadura de la tarántula y en sus síntomas un hecho significativo en cuanto es recogido por la bibliografía en el pasado y por las comparaciones populares "Baila más que si le hubiera picado la tarántula"[49]. Incluso son utilizados como sinónimos de fantasmas en algunos pueblos de la provincia, como Pegalajar con la Cancana en los lugares lúgubres y desvanes de las casas. Algunas leyendas tienen a un animal imaginario como protagonista, el Basilisco –"Mata con la vista, como el basilisco"–, uno de los cuatro animales fabulosos, de los que se mofa Quevedo en El Parnaso Español, y estudia Alejandro Guichot y Serra en El mito del basilisco (Tomo III de la Biblioteca de tradiciones españolas. Madrid, 1884)[50].

            Otros animales mitológicos forman parte de leyendas en la provincia en identificación con el miedo a determinado lugar. Así, una leyenda sobre el Castillejo de Cárchel, ubica en él a una Yueca devoradora de los hombres que atravesaban el barranco del Castillejo por el camino de Cárchel a Carchelejo durante la noche; leyenda que también está relacionada con un elemento medieval, como es el castillo, tan propenso en éstas.

            En el caso de La Encina Leona, leyenda de Alcalá la Real, son tres fieras enormes, entre serpientes y humanas, que salen de una encina por la noche tras darle tres golpes al tronco. A las fieras se les ofrece un borrego al que devoran, mientras del interior de la encina surge un gran tesoro. En este caso el miedo se cobra una víctima en la figura de una niña que acompaña a la vieja en busca del tesoro[51].

            Es sobre todo el dragón el animal fantástico que más leyendas ha generado. El dragón se define como una especie de gran reptil, con cuatro patas, dos alas y una o más cabezas horribles, que expulsa fuego por las narices o por la boca y es terriblemente devorador. En todos los lugares hay un héroe que lo mata.

            En el cristianismo, la Apocalipsis de San Juan identifica al Diablo con el dragón, "la antigua serpiente", que un ángel prendió, "lo encadenó por mil años, lo arrojó al abismo, que cerró y selló después, para que no pudiese seducir más a las naciones, hasta que no se cumpliesen los mil años, después de los cuales debe ser soltado por poco tiempo"[52]. Existen en la cultura cristiana otras diversas figuras popularmente unidas al dragón, identificado como espíritu del mal. Varias de estas leyendas recoge Santiago de la Vorágine en el siglo XIII. Es el caso de San Silvestre, que con la ayuda de Dios conjura a Satanás, identificado con el dragón que mataba diariamente a más de setecientas personas, le ata la boca, coloca una anilla engarzada a un crucifijo en los nudos de los cabos, y le obliga permanecer en su cueva hasta el juicio final. También Santa Marta vence al dragón que habitaba en las proximidades del Ródano entre Arlés y Aviñón, dragón que vivía en el bosque y a veces se sumergía en el río, volcaba las embarcaciones y mataba a los que en ellas iban. Santa Marta, que halló a la bestia devorando a un hombre, se acercó a ella, la asperjó con agua bendita y mostró la señal de la cruz. Ante esto el dragón se volvió manso y la Santa lo amarró por el cuello y con un ramal lo sacó del bosque a un lugar despejado, donde los hombres de la comarca lo mataron a lanzadas y pedradas. Otras veces, el cruel dragón actúa como elemento ejecutor de la voluntad de Dios, como en la leyenda del Apóstol San Felipe, que cuando fue apresado por los paganos y coaccionado para que hiciese sacrificios a Marte, debajo de la estatua del ídolo surgió un dragón que mató a un hijo del pontífice y a dos tribunos que custodiaban al Santo, y con el hedor de sus resuellos infectó el ambiente enfermando cuantos asistían al acto[53].

            Pero, sin duda, la figura más popular del cristianismo con relación al dragón es San Jorge, matador del dragón y rescatador de la princesa[54], que constituye uno de los ejes fundamentales que ha generado multitud de leyendas, como en Cataluña la leyenda de la Cueva del Dragón (identificada como la Cova del Drac) y el Dragón de San Lorenzo[55], en la que la figura del caballero que da muerte a la bestia tiene una clara similitud con San Jorge. En la provincia de Jaén, la leyenda del Largarto de la Magdalena, es muy conocida y explícita al respecto y que Juan Eslava ha estudiado ampliamente[56]. La más antigua referencia escrita conocida es de Bartolomé Ximénez Patón en su Historia de la Antigua y Continuada Nobleza de la Ciudad de Jaén, editada en 1628, que nos habla de un pastor que pone como cebo un cordero lleno de "yesca" a la "sierpe" que habita en la cueva del nacimiento de agua de La Magdalena, acabando de una explosión con ella. Otras versiones posteriores atribuyen la acción a un guerrero vestido con traje de espejos o a un preso que obtiene el perdón a cambio de matar al monstruo. Esta leyenda parece tener una procedencia medieval y debió ser muy popular, como parece demostrar el hecho de la presencia del dragón en el escudo de la Santa Iglesia Catedral de Jaén que representa un dragón sobre la ciudad de Jaén y a los pies de la Virgen sentada en un trono. Posteriormente se ha intentado identificar el dragón con el trazado urbano de la ciudad visto desde el cerro del Castillo. No obstante, la leyenda contiene elementos básicos de otras, como son la gruta, el héroe y la bestia.

 

5. El monte.

 

            En el pasado, la inseguridad del monte contrastaba con la seguridad que daban al hombre los núcleos urbanos. El miedo al monte era el que llevaba consigo el viajero, el trabajador rural y era extensivo a toda la población. Leyendas como La Maldita, en Cataluña recogen el espanto de los pastores frente a una terrible tormenta y un castigo divino por falta de caridad ante un caminante que transforma a los pastores y ganados en rocas, dando origen a una montaña conocida por el nombre de esta leyenda[57]. El miedo al monte se manifestaba en las cruces que salpicaban las crestas más altas de las montañas, donde se creía que los espíritus diabólicos daban culto al Diablo —caso del Almadén, de 2.032 m. de altitud, o Mojón Blanco en Sierra Mágina—, de las que hacen mención los expedientes de deslindes de los pueblos ya en el siglo XVI, que a modo de talismanes pretendían proteger el mundo rural con los "efluvios" protectores de su presencia. Este temor era el reflejo a los peligros que engendraba, a las alimañas, a las emboscadas —no debemos de olvidar el carácter de frontera que tuvo el reino de Jaén con el de Granada durante casi tres siglos en la Baja Edad Media—, a los proscritos, a las plagas —como la langosta, que encontraba en las laderas soleadas y eriales los lugares idóneos para su aovación—, etc. El misterio que ofrecía el monte era alimentado con relatos y tendía mitificarse en el lobo y el bandido[58].

            El lobo se representa en las leyendas como animal sanguinario, enemigo de los hombres, compañero del hambre; por lo que ha sido siempre considerado un animal dañino en el medio rural, sobre todo en una sociedad que, como la giennense, tenía una amplia base ganadera. La imagen del lobo hallada en el santuario ibérico del Pajarillo enfrentándose a un héroe armado con falcata, en lo que parece reflejar el acto heroico y principal de una leyenda, arropada por parejas de grifos y leones que le dan carácter sobrenatural[59], es claro ejemplo de la antigüedad de esta temática en las leyendas giennenses. En otros momentos históricos, el lobo fue identificado como el espíritu del Diablo, imagen a la que contribuían relatos espeluznantes, base de leyendas, como el hallazgo de cadáveres comidos por lobos, caso de Noalejo en 1538[60]    El temor de los pastores a verse atacados por el lobo en el campo llevaba a establecer una serie de normas para salvarse de su acoso, tales eran encender una buena lumbre, pues solían atacar de noche, rodeando el corral con bardas o red de guita con el fin de establecer un círculo de fuego en caso de peligro; si se encontraba solo en el campo, dejar la faja arrastrar por el suelo mientras caminaba hasta poder refugiarse en un lugar poblado; chisquear el mechero de pedernal frente al lobo;[61]... o la leyenda de La Cruz del Muerto en La Cerradura.

            Con el nombre de Cruz del Muerto se denomina hoy a un paraje situado junto un antiguo camino y vía pecuaria, que desde La Cerradura llevaba a Jaén a través de la Sierra de los Bodegones y el cortijo de Palma. Hoy día no existe la cruz, pero sí la leyenda que cuenta por qué se levantó, que tiene como base la partida al anochecer de una mujer desde La Cerradura a La Guardia a reunirse con su marido, pese a los avisos de los vecinos. Tras la partida ya nadie volvió a verla, ni tan siquiera su cadáver. Tan sólo las ropas rasgadas y ensangretadas se encontraron junto al camino: había sido devorada por una manada de lobos. En su memoria se levantó una cruz junto al camino, conocida como la Cruz del Muerto, que le dio nombre al paraje[62].

            El monte era también fuente de leyendas en la figura del bandido, favorecido por las grandes extensiones de monte despoblado en la provincia que le daban cobijo. A lo largo de los siglos son constantes las referencias a éstos. Continuos asaltos, muertes, secuestros, robos,..., que se incrementaban en determinados períodos, aumentando así la leyenda. El miedo al despoblado, donde pululaban los bandidos, fue una de las causas de la repoblación de Sierra Morena con colonos, en gran parte extranjeros. Clarificador a este respecto es un informe enviado a Campomanes por el Corregidor de Úbeda José García de León y Pizarro, en el que describe Sierra Morena como un lugar "frecuentado por ladrones, desertores, contrabandistas y toda clase de forajidos... siendo expresivas señales de las muertes y desgracias allí sucedidas las muchas cruces que encuentran y recuerdan al caminante el riesgo y peligro a que en aquel terreno va expuesto". Y el mismo Olavide comenta al respecto, hablando del Arroyo de Carboneros, como un lugar de lo más "áspero y montuoso", que provocaba gran terror en los pasajeros, pues en aquel sitio se producían muchos asaltos, "tanto que aún se mantenía poblado de miembros cortados, puestos por orden de la justicia para escarmiento"[63].

            En el siglo XIX el crónico problema del bandolerismo se envuelve en una visión romántica, que va cambiando la figura del bandolero. Para muchos ya no es un bandido sino un justiciero, impregnándolo de una rebeldía de tipo social, producto de la injusticia. Lo cierto es que el bandolerismo tenía un apoyo social entre las clases más bajas de la población, de donde procedían la mayor parte de sus componentes. De hecho circulaban por los puestos de libros, colocados generalmente en la vía pública, obras que estaba prohibido vender en las librerías y que se pregonaban por caminos y aldeas. En 1868 el Gobernador Civil definía estas obras como romances dedicados a "rendir culto a la memoria de bandidos y malhechores, se leen con avidez por gentes ignorantes y sencillas que se acostumbran insensiblemente a considerar dignos de imitación y alabanza hechos que solo merecen alejamiento y reprobación"; por lo cual ordenaba a los alcaldes de los pueblos de la provincia que vigilaran a los vendedores ambulantes para que no vendiesen en las ferias y mercados de los pueblos estas obras por considerarlas inmorales y perniciosas[64].

  

6. Conclusiones.

 

            El miedo, que ha convivido en la sociedad tradicional, ha tenido su manifestación histórica en las leyendas, un tipo de miedo espontáneo, inherente al hombre, que  en ocasiones ha sido sustituido por un miedo teológico, en el que la religión ha ejercido un papel atenuante. La fiera o animal, los espíritus del Mal o el Diablo, las brujas,... aparecen con frecuencia en las leyendas populares –muchas veces relacionados–. Son personajes siempre vencidos por el Bien, en forma de caballero, ángel, santo u hombre común. En cambio, las leyendas de la noche y los espíritus, expresión de las tinieblas, no suelen tener un final tan feliz. El bien y el mal no están tan claramente definidos en ellas, donde el miedo impone su ley (algo semejante ocurre en las leyendas de duendes, lobos y bandidos).

            Vemos que sobre las leyendas teológicas existen otras de principal impronta mágica y animista. Ambas suponen la manifestación de una cultura secular que recoge tradiciones antiquísimas transformadas a través de los tiempos. El miedo  ha marcado este tipo de cultura, perdurando a diferentes civilizaciones. A través de la  tradición oral han ido difundiéndose de unos lugares a otros y, en cada uno de ellos, adaptándose a sus peculiaridades propias. En el fondo, como fuente, el miedo ha sido el impulsor de este tipo de leyendas, reflejo de un amplio período histórico que ha marcado la mente humana durante siglos.

 


[1]Gennep, Arnold van. La formación de las leyendas —Facsímil de la edición de 1914—, Alta Fulla, Barcelona, 1982, págs. 20-21.

[2]Gennep, Arnold van. La formación de las leyendas..., págs. 269-270.

[3]Burton Rusell, Jeffrey. Lucifer: El diablo en la Edad Media. Laertes. Barcelona, 1995. Traducción de Rufo G. Salcedo, p. 68.

[4]López Pérez, Manuel: "Lumbre de San Antón". En Cartas a don Rafael. Ayuntamiento de Jaén. Jaén, 1991, pág. 408.

[5]Cardini, Franco. Días Sagrados. Tradición popular en las culturas Euromediterráneas. Argos Vergara. Barcelona, 1984, pág. 193.

[6]Caro Baroja, Julio: Las brujas y su mundo. Alianza Editorial. Madrid, 1982, pág. 23 y 101.

[7]Caudet Yarza, Francisco. Leyendas de Cataluña M.E. Editores. Madrid, 1995, p. 75-76.

[8]Sobre esta leyenda, ver: Cazabán Laguna, Alfredo: “La Cruz de Requena (Jódar)”. Don Lope de Sosa, 1921. Riquelme y Vargas (Ed. Fac. 1982). Jaén, p. 359-360; Mesa Fernández, Narciso: "La Cruz de Requena". En Revista Galduria, nº 18 (marzo-1973). Parroquia de la Asunción, Jódar; Alcalá Moreno, Ildefonso: "Leyendas de Frontera en Jódar". En Actas del I Congreso Sierra Mágina-Marqués de Santillana. Centro Asociado de la UNED de Jaén. Jaén, 2000, p. 145-160.

[9]López Fernández, Manuel. "El Guadalquivir: un río de leyendas". El Toro de Caña: Revista de Cultura Tradiconal de la provincia de Jaén, nº 2. Diputación Provincial. Jaén, 1997, p. 541.

[10]Caudet Yarza, Francisco. Leyendas de Cataluña. M. E. Editores. Madrid, 1995, pp. 29-30.

[11]La leyenda del Puente del Diablo de Martorell dice que este puente sobre el río Llobregat fue construido por el Diablo en una sola noche. Una muchacha de una posada vendió su alma al Diablo para que le construyese el puente, cansada de atravesar el río a pie para ir por agua al otro lado. Conforme iba avanzando la construcción la muchacha tenía miedo y estaba arrepentida. Su patrona intervino en su ayuda, echándole un cubo de agua al gallo para que iniciara el canto antes de amanecer, lo que fue señal para el canto de los demás gallos de la vecindad. El Diablo, al que le faltaba una única piedra, la tiró con rabia por no haber podido acabarlo durante la noche, como prometiera. La piedra que arrojó aún puede verse en las proximidades.

    Otra versión lo atribuye a la petición de los habitantes del pueblo ante el peligro de ahogarse por la crecida del río. El Diablo se comprometió a realizarlo a cambio del alma del primer ser que lo atravesara. Una vez terminado, una anciana sacó de su bolsa un gallo negro y lo espoleó haciendo que cruzara el puente, respondiendo al Diablo: ¡Toma! Ya has cobrado (Caudet Yarza, Francisco. Leyendas de Cataluña..., p. 31-33)

[12]La leyenda del Puente de Misarella recoge la huida de un ladrón de la justicia al Norte del Duero. Se refugió en los riscos de Tras-os-montes y, al cortarle el paso un torrente, solicitó la ayuda del Diablo, al que donó su alma a cambio de constuirle un puente. Cuando llegó la hora de su muerte confesó su culpa a un sacerdote, que prometió salvar su alma haciendo el mismo recorrido. Al llegar al torrente, el sacerdote solicitó la ayuda del Diablo que también le construyó un puente a cambio de su alma. Cuando iba por la mitad del puente junto al Diablo, el sacerdote hizo la señal de la cruz y echó agua bendita al Diablo que dio un bote y desapareció echando sapos y culebras por la boca. Hoy día aún permanece el puente de piedra de un solo arco (Michael Banniser. Leyendas de Europa. Edimat Libros. Madrid, 1998,  p. 104-105.

[13]La leyenda de La Piedra Erguida narra también la construcción de un puente por parte del Diablo a petición de una anciana que junto a su hija venía de recoger leña del Monte Tremont y se encontró el río crecido para llegar al pueblo de Sarriá de Ter. La contraprestación era el alma de la hija si el puente se construía antes de las doce de la noche, cuando cantaba el gallo negro. Había tres gallos, el blanco cantó a las diez, el rojo a las once y, a los doce menos un minuto, cuando faltaba una sola piedra para acabar el puente, la hija despertó al galló negro que cantó. El maleficio se deshizo y la piedra que arrastraba el diablo cayó y quedó hincada en el suelo. Es un menhir que se encuentra en San Julián de Ramis (Caudet Yarza, Francisco. Leyendas de Cataluña..., p. 117-118).

[14]Bannister, Michael. Leyendas de Europa,... p. 51-52 y 61-62.

[15]Aguilera, Antonio J.: "Historia de la fortaleza de La Mota en Alcalá la Real". En diario Jaén, 20-octubre-1995, p. 28.

[16] En el pueblo de Bélmez de la Moraleda se dice: "Cuatro somos de Andújar, /tres de la Higuera/ y la que toca el pandero/ de Villanueva" (Amezcua Martínez, Manuel. "Noticias históricas de la brujería en Sierra Mágina". En Comunicaciones presentadas a las V Jornadas de Estudios de Sierra Mágina. Bedmar, 22-marzo-1987. Ayuntamiento. Bedmar, 1987, p. 501).

[17]Caudet Yarza, Francisco. "Leyendas de Cataluña..., p. 95-97.

[18]Amezcua, Manuel. "Relatos de Luna y Fuego: leyendas heterodoxas en Jaén". El Toro de Caña: revista de cultura tradicional de la provincia de Jaén, nº 4. Diputación Provincial. Jaén, 1999, p. 592-593.

[19]Amezcua, Manuel: El Mayorazgo de Noalejo: Historia y Etnografía de la Comunidad Rural. Ayuntamiento.  Noalejo, 1992, p. 325. Y Pérez Ortega, Manuel Urbano: "El duende jaenés". Toro de Caña: revista de cultural tradicional de la provincia de Jaén, nº 2, Diputación Provincial de Jaén. Jaén, 1997, pp. 221-232.

[20]Pérez Ortega, Manuel Urbano: "El duende..., pp. 221-232.

[21]Amezcua Martínez, Manuel. "Relatos de Luna..., p. 596-597.

[22]Delumeau, Jean. El miedo en Occidente. El miedo en Occidente (siglos XIV-XVIII). Taurus. Madrid, 1989 pág. 138-139.

[23]Caro Baroja, Julio: Las brujas y su mundo..., pág. 23 y 101.

[24]Delumeau, Jean. El miedo en Occidente..., pág. 147.

[25]Caudet Yarza, Francisco. Leyendas de Cataluña..., pp. 53-54.

[26]Almansa Tallante, Rufio: "El misterio de la muerte en Cazorla y su sierra". Demófilo. Revista de Cultura Tradicional. La cultura tradicional en Jaén. Fundación Machado-Diputación Provincial de Jaén. Sevilla, 1994, pág. 153-154 y 157.

[27]Caudet Yarza, Francisco. Leyendas de Cataluña..., pp. 113-115.

[28]Caudet Yarza, Francisco. Leyendas de Cataluña..., p. 99-103.

[29]Munuera Fabra, Sergio. Leyendas de Andalucía..., p. 41-44.

[30]Ortega Sagrista, R. “Los duendes, las sabandijas y el gato”, en Crónica de la “Cena Jocosa” de 1984, Jaén, 1985. También en López Pérez, Cartas... pág. 25 ss. También en : Rus Martínez, J. Aguas pasadas. Recuerdos del Jaén antiguo. Jaén, pág. 153.

[31]Amezcua Martínez, Manuel. "Relatos de Luna..., p. 595.

[32]Ráez Ortega, Cristóbal. Cuentos y leyendas de Úbeda. Signatura Ediciones. Sevilla, 1999, pp. 19-24 y 91-98.

[33]"Las señales de la peste y las lumbres maravillosas sobre las torres del castillo de Jaén". En Don Lope de Sosa, 1917. Edición Facsímil. Riquelme y Vargas. Jaén, 1982, pág. 301-302...., pág. 302.

[34]Sabalete Moya, Ignacio: "Los espectros de Arjona". Toro de Caña:revista de cultural tradicional de la provincia de Jaén, nº 2. Diputación Provincial. Jaén, 1997, pp. 267-280. Envía a Tamayo, Fr. Manuel: Discursos apologéticos de las reliquias de S. Bonoso y S. Maximiano y demás mártires que se hallaron en Arjona y de los milagros que Dios ha obrado por ellos antes y después de su invención. 1633. Baeza, 1635. Manuscritos de la Biblioteca Nacional, nº 4033-6184.

[35]Sabalete Moya, J.I. “Los espectros de Arjona, págs. 267 y ss.; y Fuentes Moreno, A., Navas Ureña, J. Y Sabalete Moya, José I. Guía Histórico-Artística de Arjona. Jaén, 1991, págs. 47 y 48.

[36]Eslava Galán, Juan. Leyendas de los Castillos de Jaén. Caja Rural. Jaén, 1981, p. 71-74.

[37]Bayard, Jean-Pierre. Historia de las leyendas. Vergara Editorial. Barcelona, 1957, p. 39.

[38]Pausanias. Descripción de Grecia. Barcelona, 1986,  pág. 631.

[39]La Santa Biblia. Génesis, 3, 1.

[40]Génesis, 3, 15.

[41]Sabiduría, 17, 9.

[42]Vorágine, Santiago de la. La leyenda dorada. Alianza Forma. Madrid, 1982, p. 171.

[43]Rodríguez Marín, Francisco. Mil trescientas comparaciones populares andaluzas recogidas de la tradición oral, concordadas con las de algunos países románicos y anotadas por___. Imp. de Francisco de P. Díaz. Sevilla, 1899, p. 3. También aparece esta leyenda en Bannister, Michael. Leyendas de Europa..., p. 98.

[44]Murcia Rosales, Domingo; Martín Rosales, Francisco. Alcalá la Real: cancionero, relatos y leyendas. Ayuntamiento. Alcalá la Real, 1993, p. 87.

[45] Criado Sola, Francisco. "Reposición, 38 años más tarde, de la leyenda de 'La Danza de las Culebras'. Diario Jaén, 21-agosto-1996, p. 32. Esta leyenda fue publicada en 1958 en el periódico 'Arjona', editado por la Asociación de Escritores y Artistas 'Los Nazaritas'.

[46] Gutiérrez Solana, J. La España Negra. Ed. A. Trapiello. Granada, 1998, pág. 181.

[47]Eslava Galán, Juan. Leyendas de los castillos de Jaén..., p. 19-23. Esta leyenda tiene connotaciones la La Encantada del Puerto, de Santisteban, basada en un relato semejante: la Noche de San Juan, la invasión cristiana de la villa, la huida de los moros, y la permanencia de una mora encerrada con un tesoro en una misteriosa cueva por error ante la precipitación en la huida de su padre y hermana que mueren devorados por los perros. La joven queda encantada y sale todos los años la Noche de San Juan buscando a su padre y hermana, mientras se oyen gritos, clarines, trompetas y ladridos de jauría (San Juan Moreno, Mariano. Leyendas históricas. Madrid, 1916, p. 21-29).

[48]Pérez Ortega, Manuel Urbano. Campanas y Cohetes –calendario jaenés de fiestas populares–. Instituto de Estudios Giennenses. Jaén, 1996, p. 968.

[49]Rodríguez Marín, Francisco. Mil trescientas..., pp. 3-4 y 89-98.

[50]Rodríguez Marín, Francisco. Mil trescientas..., pp. 89-90.

[51]Murcia Rosales, Domingo; Martín Rosales, Francisco. Alcalá la Real: cancionero, relatos y leyendas..., p. 70-73.

[52]Apocalipsis, 20, 1-3.

[53]Vorágine, Santiago de la. La leyenda dorada. Alianza Forma. Madrid, 1982, pp. 84, 419-420 y 277.

[54]Vorágine, Santiago de la. La leyenda..., pp. 248-250.

[55]Caudet Yarza, Francisco. Leyendas de Cataluña..., pp. 15-18, 45-46 y 123-125.

[56]Eslava Galán, Juan. La leyenda del lagarto de la Malena y los mitos del dragón. Caja de Ahorros de Córdoba. Córdoba, 1980. En este libro recoge diversos paralelismos con el lagarto de Jaén existentes en algunas otras leyendas, relacionando el mito con cultos de la más remota antigüedad.

[57]Caudet Yarza, Francisco. Leyendas de Cataluña..., p. 35-36.

[58]Alexander Slidell, viajero romántico, describe su paso por Sierra Morena haciendo alusión al despoblado del lugar, que hasta finales del siglo XVIII sólo estuvo habitado por “lobos y ladrones” (Bernal Rodríguez, Manuel. La Andalucía en los libros de viajes del siglo XIX. Editoriales Unidas. Sevilla, 1985, p. 71.

[59]Exposición El Santuario Ibérico de 'El Pajarillo' (Huelma, Jaén). Junta de Andalucía / Diputación Provincial. Jaén, 2000, p. 49-52.

[60]Amezcua Martínez, Manuel: El Mayorazgo de Noalejo..., p. 60.

[61] Amezcua Martínez, Manuel: Crónicas de cordel. Área de Cultura de la Diputación Provincial de Jaén. Jaén, 1997, pp. 226-227.

[62]Informante: Ángel Ruiz Ruiz, natural de La Cerradura.

[63]Sánchez-Batalla Martínez, Carlos: "Bandolerismo y delitos en las colonias de Sierra Morena. El Toro de Caña. Revista de Cultura Tradicional de la provincia de Jaén, nº 1. Diputación Provincial de Jaén. Jaén, 1997, p. 555-556.

[64]B.O.P.J. 20-agosto-1868.

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