EL MITO DEL JUEGO EN EL JAÉN TRADICIONAL

Juan Antonio López Cordero

(Publicado en El Toro de Caña. Revista de Cultura Tradicional, nº 10. Área de Cultura. Diputación Provincial de Jaén. Jaén, 2003, pp. 403-422).

 

1. INTRODUCCIÓN.

 

El juego es una necesidad que el hombre ha sentido desde siempre, que se manifiesta en la actualidad, así como lo ha hecho a través de los siglos. Las motivaciones son diversas, lo mismo que los tipos de juegos. Nos encontramos que algunos juegos favorecen el ejercicio físico, como la fuerza, precisión, agilidad; otros, desarrollan facultades intelectuales (adivinanzas, rompecabezas); muchos dependen del azar (dados, naipes); etc. Algunos de ellos tenían un carácter mágico-religioso, tales eran la taba o los dados cuando permitían consultar a los dioses para tomar decisiones difíciles; también el ganar o perder en determinados juegos era interpretado por sacerdotes para leer el futuro. Incluso algunos filósofos, como Demócrito hicieron del azar la base de su filosofía junto con la necesidad.

Las referencias al juego como mal son corrientes desde la Antigüedad. Platón hace referencia a la opinión que del juego tenían algunos egipcios, que lo consideraban un invento de Zeud -un demonio distinguido-. Aristóteles nos habla de lo generalizado que estaba el juego de azar entre los griegos y consideraba a los apostadores como "avarientos y ladrones".[1]

   Pero sobre todo el juego era un acontecimiento social y un divertimento. Joan Huizinga[2], en su libro Homo Ludens, habla de los juegos como reflejo de la sabiduría y el ingenio acumulado por la humanidad y, como tal, forma parte del acervo cultural de cada comunidad y lo define:

 

“El juego es una acción o actividad voluntaria realizada en ciertos límites fijos de tiempo y lugar, según una regla libremente consentida pero absolutamente imperiosa, provisto de un fin en sí acompañado de una sensación de tensión y de júbilo y de conciencia de ser de otro modo en la vida cotidiana”. 

 

Los sentimientos y las pasiones afloran con el juego, es una “ceremonia” de convivencia y encuentro, que ha formado parte de la vida cotidiana del pueblo y por ende de su cultura popular. Ha sido una creatividad, liberadora de tensiones, que se fundamenta en sus propias leyes inamovibles, quebrantarlas significa que el juego se destruya, a la vez que todo lo que en torno a él gira, incluidos los sentimientos y las pasiones. De ahí las frecuentas reyertas que tenían lugar alrededor del mismo, pues podía absorber totalmente al jugador, incluso sin que implicase interés material alguno.

En la figura del jugador hay que distinguir diversos grados de adicción al juego. Quizás la mejor definición de un jugador adicto sea la realizada por uno de ellos:

 

"Un jugador es como un drogata. Es un colgao que mata por una dosis. Es idéntico... Es una dependencia psicológica. Es una dependencia brutal."[3]

 

En mayor o menor grado, el juego ha estado y está presente en la mayor parte de la población, convirtiéndose en un mito, que tiene muy antiguas referencias históricas. Según el Nuevo Testamento, ya hace dos mil años, los soldados romanos se jugaron a los dados la túnica de cristo.

En España, ya desde un primer momento, la monarquía se opuso al fomento del juego. Las Cortes de Valladolid, en 1555, insistieron en que se procediera contra los que se entregaban al juego. Pero nada podía contenerlo, como lo demuestra  el creciente comercio que adquirió la fabricación y venta de naipes. Más adelante, la monarquía acabó contribuyendo a la pasión del juego, promoviéndolo y fomentándolo, descubriendo en él una importante fuente de ingresos para sus arcas, transformándose así los naipes en un estanco[4].

   En pleno siglo XIX, fueron también bastante frecuentes las referencias gubernativas a los males que el juego acarreaba a la población giennense, origen de frecuentes contiendas. Hubo épocas en que el juego alcanzó una proliferación enorme entre la población, como en 1868, en que el Gobernador Civil, Gregorio Giménez, tuvo que dirigirse a los ciudadanos en el siguiente tono:

 

"Como del fondo de tranquilo y bello lago se eleva pestilente miasma, empieza a surgir de enmedio de esta población morigerada, sencilla y profundamente religiosa un vicio social cuyo corruptor influjo y trascendentales consecuencias debéis apreciar en toda su fuerza y estensión para apartar de él la vista con horror y el estómago con asco.

El juego pretende tomar entre vosotros carta de naturaleza; pero vuestra Autoridad superior civil está resuelta a no faltar al sagrado deber que en punto tan esencial le incumbe y no parará mientes en el daño que haya de causar a determinados individuos para estinguir ese mal; que no es posible atajar la grangrena sin aplicar el cauterio y el ¡ay! que arranca acusa felizmente la eficacia del remedio.

      Los que habéis elegido la poco noble ocupación del juego como medio de subsistencia, buscad otra que las leyes amparen, si no queréis sentir el peso de mi Autoridad.

      ...

      No creáis que mi lenguaje lleve el sello de la exajeración. Escuchad a Piron que define la casa de juego 'un antro que tiene tres puertas, la de la esperanza, la de la infamia y la de muerte. La primera sirve para entrar y las otras dos para salir' y veréis pintada en toda su horrible deformidad la plaga que se cierne sobre Jaén..."[5].

 

 

2. JUEGOS DE AZAR

 

La gran afición de la población a los juegos de azar y las consecuencias que en determinadas circunstancias se derivaban de ellos, motivaron en diversas épocas históricas su persecución, cuando no su regulación, como la que realizó Alfonso X con el "Ordenamiento de las Tafurerías".

 

En el siglo XV, el juego por excelencia era los dados. La crónica del Condestable Iranzo nos cuenta la afición que en la ciudad de Jaén tenían los caballeros, mercaderes, y población en general al juego de los dados[6]. Las poblaciones más importantes poseían tahurerías en las que se practicaba este juego, casas conocidas también como Tablero Público. Éstas eran generalmente mal vistas por los eclesiásticos celosos de la pureza religiosa, que veían en el juego el mal por excelencia. Así, en la ciudad de Baeza, en enero de 1456, siendo Corregidor Pedro de la Cueva, Simón de Samateo, clérigo que vino a predicar a Baeza, denunció ante el Corregidor y el Cabildo el lugar de juego existente en la ciudad atendiendo a las siguientes razones:

 

"Et que por quanto él fallara que en esta dicha çibdad avía tablero público, para que los tafures e otras personas jugasen a los dados, por cabsa de la qual rrenegavan e blasfemavan del nombre de nuestro señor Dios e de la Virgen Santa María, su madre e de los Santos de la Corte Çelestial, de lo qual se redundava grand desserviçio a nuestro señor Dios, e a nuestro señor el rey, e a la cosa pública de la dicha çibdad, e de los vezinos e moradores della e de su tierra... porque su merçed alçe de entre nos su yra e mortandad, e dé agua sobre la faz de la tierra, e paz, e amor e concordia etre los cavalleros, e escuderos, e vezinos e moradores de la dicha çibdad e su tierra... Et por ende que de parte de nuestro señor Dios, les rogava e requería, que luego mandase quitar el dicho tablero, e que defendiesen que de aquí en adelante, ningunas nin algunas personas non jugasen a los dados nin a otros juegos algunos en público nin en escondido... Et los dichos señores respondieron e dixieron que les plazía de quitar el dicho tablero, por quanto dixieron que era serviçio de nuestro señor Dios, e que se ayuntaría en su cabilldo, e que verían en ello en qué maña lo podían fazer".

 

La ciudad tenía arrendada la casa de juego, cuya renta era destinada a las labores de los muros de la misma. El Corregidor y el Cabildo estudiaron la petición del predicador y decidieron en el mes de marzo de 1456 prohibir toda clase de juego en la ciudad de Baeza y su término, ni "dados, nin naypes, nin chiveca, nin ferradura, nin al meter de las tablas, nin a la segunçia (?), nin a la vieja, nin a las dueñas, nin a los avellanas, nin a otros juegos qualesquier, salvo juego de las treynta tablas e de los naypes, que los pueda jugar fasta en contía de çinco maravedíes, para vino en las solas", bajo pena de seiscientos maravedíes para los trabajos en las murallas de la ciudad, además de destierro si fuese caballero, y cien azotes si no lo fuese.

Para suplir la renta del tablero destinada a obras en los adarves de la ciudad, tan importantes para la defensa de la misma, el Cabildo destinó la renta de propios de la Jabonería y de la Dehesa de los Cuellos, además de la renta de las penas de los que se denunciaran por jugar a los dados y a otros juegos prohibidos. Esta orden se oponía a la carta real otorgada por Enrique IV siendo príncipe de Asturias a Gómez García de Molina, obrero de las labores y adarves de la ciudad, cargo que le dio el propio rey de por vida, en la que se recoge la obligación de respetar todas las "honrras, graçias, merçedes, franquezas, libertades, esençiones e prerrogativas" que por razón de su oficio tenía. Esta carta encontró el apoyo del Personero, Diego de Torres, que se opuso al cierre del tablero, y a quitar de los propios municipales las rentas de la Jabonería y Dehesa de los Cuellos que tan importantes eran para las necesidades de la ciudad, pues suponía establecer otra nueva derrama sobre los vecinos. Al personero se le unieron el bachiller Ferránd Sánchez de Soria y Juan Ruiz de Baeça, letrados de la ciudad, que le dieron escrito de repuesta en contra de las órdenes del Corregidor, el cual respondió suspendiendo de sus oficios a los letrado y expulsando de la ciudad al Personero.

Días después el Corregidor y el Cabildo restituyeron a los letrados suspendidos y consiguieron una carta del Obrero de las Labores y Adarves de la ciudad en contra del Personero desterrado.[7]

A fines de la Baja Edad Media, en la ciudad de Jaén también existía una casa de juego, la tafurería, que fue suprimida, por lo que el juego se realizaba en mesones, tabernas y casas particulares y afectaba a todas las clases sociales, incluso los clérigos. Así lo recoge el Sínodo de Jaén de 1492, en el que se prohíbe a los clérigos jugar a los dados u otros juegos ilícitos y tener tablero público en su casa.

Posteriores órdenes reales intentaron controlar el juego prohibiendo algunos de ellos.  El emperador Carlos I de España, el 24 de agosto de 1529, ordenaba desde Toledo a las Audiencias y Justicias de Indias: "Prohíban, imponiendo grandes penas, los grandes y excesivos juegos, y que ninguno juegue con dados, ni los tenga en su poder (...) y que nadie juegue a los naipes ni a otro juego más de 10 pesos en un día natural de 24 horas". En 1596, Felipe II decretaba en Madrid: "Júntase en tablajes públicos mucha gente ociosa, de vida inquieta y depravadas costumbres... por el interés de baratos y naipes; y ahora apunta a la cabeza porque estas juntas, juegos y desórdenes, suelen ser en la casa de los gobernadores, corregidores, alcaldes mayores... mandamos... hagan castigar y castiguen los delitos cometidos en casas de juegos y juntas de gente baldía".
Y también Felipe III señalaba que el "mal del juego" se hallaba difundido aún en las más altas clases sociales, y que "algunos ministros togados, debiendo dar mejor ejemplo en sus acciones, y corregir y castigar excesos, los cometen y consienten, teniendo en sus casas tablajes públicos, con todo género de gente, donde día y noche se pierden y se aventuran honras y haciendas".[8]

En el siglo XVII existían casas de juego autorizadas, con licencia real, en las que había una serie de mesas conocidas como tablas de juego. Pero también se realizaba el juego, ya fuera del control gubernamental, en mesones, posadas, casas de prostitución o particulares. Entre los juegos de azar tradicionales, el de los naipes siempre ha sido el más dado a perder o ganar dinero. Era el juego típico del jugador empedernido y a él hacen continuas referencias en la historia como vicio que es difícil dejar. En el difícil y crítico siglo XVII -época de recesión demográfica, pestes, mortalidad, guerras y hambre-, como suele ocurrir en este tipo de períodos, el juego no se vio afectado por las penurias del entorno, sino que en cierta forma sirve de refugio psicológico de muchos individuos.

En los protocolos notariales se expresan algunos casos que dejan constancia de la presencia de los juegos de azar en la sociedad, como ha recogido Manuel López Molina. Es el caso de Gabriel Leandro de Villanueva, vecino de Jaén, jugador empedernido al que le costaba dejar el juego de los naipes, en el que se había dejado muchas cantidades de maravedís. Un amigo, Bartolomé de Alcázar, para ayudarle a salir del mismo y "que su caudal, hacienda, buen crédito y reputación no se menoscabe", le ofreció 550 reales con la condición de que a partir de entonces y durante todos los días de su vida no jugase a los naipes con o sin dinero; y si lo hacía, había de devolverle dicho dinero y pagar cada vez que jugare a los naipes 20 escudos de oro, cantidad que voluntariamente se imponía en pena Gabriel Leandro de Villanueva. Y así se recogió ante el escribano público Diego Blanca de la Cueva, el 11-marzo-1621.

Otro caso de pena voluntaria por jugador es el de Francisco Ubaldo de Illescas, vecino de Jaén, que por escritura hecha el 14-agosto-1628 en base a sus preceptos religiosos y pragmáticas reales, se obliga a sí mismo a "privar de jugar poca o mucha cantidad de maravedíes a los juegos de naipes de pintas y primera", por un tiempo de diez años a partir de la fecha; y si jugase a los naipes con alguna persona de la ciudad o de cualquier otra parte pagaría una pena de doscientos ducados, la mitad para los niños expósitos y la otra mitad para la persona que lo denunciase. [9]

En estos testimonios se puede observar la desesperación del jugador por salir del vicio que le embarga, lo que le lleva a firmar compromisos notariales contra sí mismo en caso de recaída. Un ejemplo de la lucha consigo mismo que tiene el jugador empedernido, forma parte de la psicología humana independientemente del período histórico determinado.

Entre las variedades de juegos de azar estaban el "juego del hombre" y el "juego de rentoy", que se practicaban en casas particulares, "casas que aquí llaman de conversación y entretenimiento donde con publicidad y escándalo muchos perdían el tiempo, la hazienda y el alma a los naipes", algunas de las cuales fueron cerradas por los predicadores jesuitas en la misión de 1611-1612.[10]

Sin embargo, también algunos clérigos poseían determinadas "habilidades" para los juegos de azar. Entre ellos merece nuestra atención José de Góngora y Zayas, clérigo de Menores de Andújar que vivió en casa de Manuel Morillo, regidor de aquella localidad. Ambos se encontraron camino de La Mancha con el Caballero Veinticuatro de Jaén, Esteban Fernández de Caviedes, que iba a ver unas viñas de su propiedad en ese pueblo. Para entretenerse echaron una partida de cartas a "la flor del envite". Esteban perdió todo el dinero que llevaba, las alhajas de su mujer y 900 pesos por los que firmó un recibo. Para asegurarse el cobro de la deuda, Góngora y Morillo lo siguieron a Jaén, le tomaron las joyas y le reclamaron la cantidad que figuraba en el recibo, amenazándole con entregar el documento a la "Cruzada", con lo que era seguro el cobro a cambio de un pequeño porcentaje. Esteban, sospechando que sus compañeros de juego le habían hecho trampas, lo puso en conocimiento del Provisor del Obispado, el cual abrió diligencias procesales que, entre otras cosas, sirvieron para descubrir que Góngora y Morillo poseían antecedentes, por el mismo motivo, en las localidades cordobesas de Espejo y Bujalance y en las giennenses de Torredonjimeno y Linares. Las trampas del religioso y su colega se patentizaron cuando uno de los testigos declaró que éstos le habían enseñado varios juegos en los que sabían las cartas que tomaban sin necesidad de mostrarlas. El Provisor remitió al regidor a la Real Justicia y ordenó la detención y secuestro de bienes del clérigo[11].

   Otros delitos, como contrabando y prostitución, estaban unidos al juego de azar, que no entendía de clases ni de personas. A veces, la máxima autoridad de algún establecimiento u organismo religioso se veía envuelta en actividades de este tipo. Incluso tales infracciones, en ciertos clérigos, vinieron acompañadas de mayores excesos. Tal sucedió, por ejemplo, con el Prior del convento de San Juan de Dios, de Martos, Fray Cecilio Muñoz de la Torre. Este religioso, según las declaraciones de testigos, tenía en el convento un despacho de venta de aguardiente, vino y mistela; regentaba, además, varias mesas de juego y, en su celda conventual, recibía visitas femeninas con las que mantenía relaciones sexuales a cambio de suministrarles alimentos. El Provisor de Jaén, ante la certeza de las imputaciones, le procesó y lo remitió al Provincial de la Orden de San Juan de Dios para que éste le impusiera el castigo que sus actos merecían[12].

Otro caso es el que ocurrió en el lugar de Carchelejo, en 1746, que tuvo como protagonista al vecino Francisco de los Santos Lombardo, un hombre de "depravada intención y mal natural,... viciado en el juego de naipes" y, en consecuencia, faltaba al cumplimiento de sus obligaciones laborales con los "amos" a los que se comprometía a servir, incluso practicaba "hurtos y raterías". Se le abrió un proceso criminal por el robo de dos cerdos propiedad del vecino Francisco de Mata, vendiéndoselos posteriormente a Miguel Cobo, vecino de la limítrofe población de Pegalajar, que vivía en una de las numerosas huertas de aquella villa.

   Conociéndolo el comprador del cerdo, fue denunciado, encarcelado y, más tarde, enviado preso a la cárcel del partido, según la ley que ordenaba llevar allí a "los desertores, vagabundos, ociosos y hombres de mal vivir que hubiese en los pueblos", en espera del destino correspondiente, que normalmente era el ejército.[13]

 

3. JUEGOS DEPORTIVOS. EL JUEGO DE LA PELOTA.

  Juegos deportivos, entendidos como aquellos en los que se realiza algún tipo de ejercicio físico, se realizaban en todos los lugares, muy vinculados también al azar, como cualquier juego, pero también  a la vida diurna y a la relación humana. Ningún juego estaba exento de violencia. Carreras de caballos, pedestres, saltos,... formaban parte del mundo de ocio y festivo de la población. La crónica del Condestable Iranzo es prolija en descripción de fiestas en las que se daban este tipo de juegos, como corridas de toros y cañas, que continúan realizándose a lo largo del tiempo.

Entre los juegos deportivos, uno de los más característicos del Jaén tradicional era el juego de la pelota. En sus distintas variantes, siempre ha estado muy unido al hombre en diferentes civilizaciones, pues juegos de pelota realizaban mayas, egipcios, japoneses,... y hasta nosotros llegó a través de la civilización grecolatina. A partir del siglo XVI, como en Francia y otros países, fue de los más practicados en España. Calderón de la Barca escribe al respecto la Faresa famosa del juego de pelota y Goya pinta el conocido Juego de la pelota a pala. Las limitaciones, multas y prohibiciones junto con la aparición de nuevos entretenimientos hacen que el juego de pelota vaya disminuyendo poco a poco hasta desaparecer de Cataluña, Castilla, Aragón y las Baleares a lo largo de los siglos XVIII y XIX[14]; excepto en el País Valenciano, que mantiene el juego del trinquete; en las Islas Canarias, el pelotamano; y en el País Vasco donde en el siglo XIX el juego de la pelota deriva hacia el frontón, abandonado el juego cara a cara.

En la provincia de Jaén, durante la Edad Moderna, el juego de la pelota estuvo muy difundido, y hasta la segunda mitad del siglo XIX generalizado por muchas poblaciones, como en Arjonilla, donde a finales del siglo XVIII se realizaba junto a la ermita de San Roque, lugar situado a las afueras de la población, también conocido como el Ejido. Anteriormente debió celebrarse en la calle conocida como Juego de la Pelota (posteriormente calle Lope de Vega), que existía en Arjonilla como en tantas otras poblaciones de la provincia. Las molestias que ocasionaba el concurso de gentes en este juego fue lo que motivó el traslado del mismo al Ejido[15].

En Alcalá la Real, Jaén capital y otras poblaciones, la denominación de calle Juego de la Pelota indicaba la ubicación de este juego tradicional jugado a mano. Aunque no se conocen referencias a las reglas y técnicas del juego en la provincia de Jaén, debió ser similar a los que han perdurado en las calles del País Valenciano e Islas Canarias.

En las Islas Canarias también existen calles con la denominación del Juego de la Pelota y referencias a él desde 1616 (Lanzarote). Hoy día pervive en la Isla de Gran Canaria con el nombre de “Pelotamano”. El nombre del deporte le viene porque se juega con la mano, única parte del cuerpo con la que se puede golpear la pelota. El juego se desarrolla con la participación de dos equipos formados por cinco o seis jugadores por bando. Las partidas se celebran en una cancha de tierra de 60 a 70 metros de largo por 8 o 9 de ancho, dividida por una raya denominada falta, a 30 metros del bote y perpendicular. El número de jugadores por partido o equipo no es fijo, suele ser de cinco o seis por cada bando. El encuentro comienza cuando el equipo que saca la pelota desde el bote haciendo pasar de la falta arriba. Una vez que esté el primer bote en el suelo o antes de darlo, tendrá que ser devuelta por el equipo contrario. Si la pelota no es devuelta en las condiciones anteriormente expuestas, pueden ocurrir dos cosas, que sea falta o que sea raya. Es falta si la pelota pasa por detrás del último jugador y, si no es falta, es raya, que consiste en una marca que se hace cuando la pelota bota en el campo y sale fuera de él. Para evitar la monotonía del partido, existe cambio de posiciones en el bote. Esto ocurre cuando uno de los dos equipos tenga cuarenta y haya una raya o simplemente existan rayas. La pelota tiene un peso aproximado de 50 gramos y un diámetro de 44 a 45 mm.[16] El tanteo suele ir, como en el resto de los juegos de pelota, de 15, 30, 40 y 50, lo cual viene a significar chico. Cada cinco chicos es un "pajero". Todo ello se anota en una piedra marcador. La duración de los partidos no suele tener un tiempo fijo ya que suele ser acordado por los propios jugadores.

 

4. JUEGO Y VIOLENCIA

  En los siglos XVI y XVII violencia, juego y delincuencia estaban muy extendidos y alcanzaban su cenit en las ciudades más populosas. Así, el cardenal Niño de Guevara decía "Lo que más en Sevilla hay son farsantes, amancebados, testigos falsos, jugadores, rufianes, asesinos, logreros..., vagabundos que viven del milagro de Mahoma, sólo de lo que juegan y roban..., pues pasan de 300 casas de juego y 3.000 rameras, y hay hombre que con dos mesas quebradas y seis sillas viejas le vale cada año la coima 4.000 ducados"[17].

La sociedad tradicional tenía una importante dosis de violencia que se manifestaba en las más diversas facetas de la vida. También se manifestaba en el juego y comenzaba a aprenderse desde los más tiernos años de la vida. Ejemplo de ello es el relato que hace el Corregidor de Jaén en 1702. En un "Auto sobre el apedreo", refería cómo a extramuros de la ciudad, dentro de un haza junto a la Puerta Barrera, y en otras zonas de ella, se juntaban en diferentes bandos bastantes muchachos practicando un juego violento: apedrearse unos a otros. Entre quienes les animaban había también hombres, que expresamente iban a ver el combate. Para acabar con esta violencia, el Corregidor tuvo que amenazar a aquellos que fuesen a los apedreos con doscientos azotes y a los que asistiesen a verlos con cincuenta ducados de pena y veinte días de cárcel[18]; por lo que este tipo de crueles batallas de niños programadas se suspendieron, pero no así las esporádicas, que siguieron formando parte de sus juegos cotidianos, forjando un carácter violento y agresivo, en cierta forma reflejo de la dureza de la misma vida, y que se ha mantenido en algunos lugares de la provincia incluso hasta la segunda mitad del siglo XX.

Por otra parte, las riñas en el juego eran corrientes, tanto en los de azar como en el deportivos, como es el caso del juego de la pelota, generalizado en el Edad Moderna y hasta la segunda mitad del XIX por muchas poblaciones de la provincia. Es el caso de la riña ocurrida en la población de Arjonilla en 1769, que se realizaba junto a la ermita de San Roque, lugar situado a las afueras de la población, también conocido como el Ejido. Anteriormente debió celebrarse en la calle conocida como Juego de la Pelota, que existía en Arjonilla como en otras muchas poblaciones,  posteriormente calle Lope de Vega en esta localidad. Las molestias que ocasionaba en concurso de gentes en este juego es lo que motivaría el traslado del mismo al Ejido.

La riña acabó en una causa criminal ante el tribunal eclesiástico por haberse desarrollado en las lonjas de San Roque, recinto eclesiástico, de cuyo expediente recoge Ildefonso Rueda Jándula estas líneas:

 

"[Testigo: D. Pedro Talero.-] Dijo que con el motibo de tener destinado los sujetos de distinción desta Villa un sitio extramuros de ella contiguo a la hermita de S. Roque para dibertirse con el juego de pelota y usar de él en los días que le parece estando dibirtiéndose en la tarde del día veinte y nuebe de septiembre próximo pasado a presencia del testigo y a otras muchas personas D. Pedro Mariano clérigo tonsurado desta villa llegó el caso de que el susodicho y los compañeros de su partido pidiesen la pelota y un hijo de Juan Navarrete que presenciaba el juego respondió buena es, y otros, y entonces D. Bernardo Ximénez dijo mala es y el D. Pedro Mariano le replicó diciendo pues buena la an dado, y defendiendo el D. Pedro la havían dado por buena dijo el D. Bernardo miente a que replicó el D. Pedro yo no miento que digo tanta verdad como qualquiera lebantose D. Bernardo a esta palabra diciendo que verdad a de decir él y yéndose hacia dicho D. Pedro aceleradamente, empezó a darle con la mano avierta golpes en los hombros cara, cabeza y donde quiera que le encontraba y últimamente le dió con el puño cerrado que de él le derribó en el poio dentro de dicha lonja ... el dicho sitio donde ocurrió lo expresado se a tenido y tiene por lugar sagrado..."[19]

 

El juego estaba fuertemente arraigado en muchas poblaciones. En las ciudades algunos individuos lo tenían como medio de subsistencia. Hubo momentos, como en 1868, que el Gobernador Civil lo consideraba como "plaga que se cierne sobre Jaén"[20]. El juego y el vino estaban muy unidos, por lo que el Gobernador Civil decidió perseguirlos ordenando vigilar las casas donde se fomentaban estos vicios, imponiendo multas a quienes las sostenían o cerrándolas si daban lugar a ello, en base a evitar los delitos que la embriaguez y las pérdidas por el juego[21]. Las tabernas eran lugares específicos en riñas y conflictos en los que el vino y el juego estaban continuamente presentes, especialmente el juego llamado "truco", origen de frecuentes contiendas.[22]

 

5. EL JUGADOR Y LA MUJER

  El juego y la mujer han estado muy unidos. Determinados jugadores eran también considerados hombres ociosos y mujeriegos. Este es un tipo de hombre que no teme a nada ni a nadie, que se sabe seguro de sí mismo; vive la vida intensamente; le gusta el juego y el vino; y, cuando pone sus ojos en una mujer, no le importa que sea soltera o casada, pues su obsesión es conseguir sus favores, independientemente de las consecuencias.

   El juego tiene en este tipo de hombre una especial connotación, quizás porque su misma vida sea un juego. El hecho es que en el mundo tradicional, a falta de otras diversiones, el juego ha tenido más importancia de la que generalmente recogen los libros de historia. Esta acción lleva consigo un abandono del orden de la vida, sirviendo de rechazo a la sociedad establecida o signo de disconformidad con ella, pues es un acto en el que se intenta arrebatar lo ajeno arriesgando lo propio. Desde la más grande ciudad al último pueblo había lugares destinados a ello. Allí se consumía gran parte del tiempo de ocio y con frecuencia se perdían fortunas. Los más habituales eran los ociosos, que solían llevar aparejado el vicio del vino junto a éste del juego. De ahí a la pendencia y al alboroto sólo había un paso.

   El juego de naipes, concretamente, es una de las líneas de referencia para el jugador. Se caracterizaba por el "riesgo, astucia, información, rápido golpe de vista, decisión estratégica". En una sociedad tradicional muy influida por orden eclesiásticos, el juego y la mujer eran también una forma de romper este orden. Ejemplo de ello fue el caso de Blas de la Zarza en 1736, vecino de Carchelejo, considerado por el cura del lugar como hombre de "poco temor de Dios y su conciencia,... llevado de su depravada yntención y mal natural,... hombre provocativo, ocasionado y malhablado,... hombre vicioso que se embriaga y toma del vino,... hombre escandaloso, que trata ilícitamente con mujeres casadas"; en suma, un hombre que armaba "diferentes quimeras con diferentes sujetos" del lugar, y "alborotador de la calle y sus vecinos".

   El carácter mujeriego de este jugador era una preocupación para las "gentes de orden" de Carchelejo. Le atraían las mujeres casadas y, al parecer, trastornaba a algunas, por lo que el marido de una de ellas tuvo que irse a otra población llevándosela consigo, dejándose su propia casa, sin que por ello cesaran las pendencias con los parientes y causando escándalo y murmuración en el pueblo. Ello llevó a levantar un auto criminal contra Blas de la Zarza por parte de algunos vecinos, pidiendo su ingreso en prisión y que le fuesen secuestrados y embargados sus bienes.

   Varios testigos ratificaron la acusación, y Blas de la Zarza fue encarcelado. Sin embargo, a los pocos días, el alcalde de Carchelejo, Francisco Nuevo González, a la vista de los autos, consideró que la causa era de poca consideración. El acusado, tras prometer haberse corregido y enmendado, fue puesto en libertad con la sola condena de pagar las costas procesales[23].

   En este tipo de jugador, el amor es otra especie de juego, en el que no importaba que la mujer deseada esté casada o no respondiese a sus deseos. Al contrario, era un atractivo más del juego, pese al peligro de poder dar con sus huesos en la cárcel o perder la vida frente a los celos de un marido ultrajado. Otro caso es el de Francisco López, del que no sabemos su naturaleza; sí conocemos que en 1610 estaba en Huelma y que un día entró, junto con otros amigos, en los corrales de Francisco de Cisneros e intentó romper las puertas de su casa con el fin de solicitar a su mujer. Como ésta no las abrió, la amenazó, dejando en su puerta algo tan simbólico como un cuerno. El hecho fue denunciado por el marido y Fernando López fue encarcelado[24], aunque no debió de permanecer mucho tiempo en prisión, pues estos hechos solían ser condonados por las disculpas y pago de costas.

 

6. EL JUEGO EN LAS ORDENANZAS MUNICIPALES

  Las ordenanzas de la ciudad de Jaén en el siglo XVI establecían:

 

"Que ningunas personas de cualquier estado y condición, preminencia y dignidad que sean, no sean osados de jugar naipes ni dados, ni herradura, ni otro ningún juego a dinero seco, so pena que cualquier que lo contrario hiciere, por la primera vez pague que jugare, pague en pena quinientos maravedís".

 

Las penas se incrementaban según las reincidencias, llegando en algún momento a ser abusivas, de tal forma que existía una persecución sobre el juego. Las quejas llegaron hasta la Corte, y la reina Juana, el tres de marzo de 1514 dio una real provisión para controlar los excesos de celo en esta normativa:

 

"que vos el dicho mi Corregidor o vuestro alcalde y otras justicias de la dicha ciudad, fatigáis y lleváis muchas penas a los vecinos de ella, sobre los juegos, aunque los tales juegos sean de poca cantidad".

 

La mayoría de los juegos que se realizaban en la ciudad se realizaban por pasatiempo, una forma de vivir el tiempo de ocio muy habitual en el hombre. El celo de la justicia le llevaba a realizar continuas pesquisas en la ciudad y el establecimiento de penas, molestias y agravios a muchos vecinos, incluso meses después de los hechos. Así lo recogía la real provisión, que prohibía las pesquisas habiendo pasado dos meses de los hechos y no haber sido demandados ni penados por ello. También delimitaba la cantidad que se podía jugar sin ser penados, la que se establecía en "dos reales para cosas de comer", realizándose el juego sin fraude ni engaño. Pasando dicha cantidad la Justicia podía actuar sobre los jugadores aplicándoles las leyes y pragmática del reino. Otros juegos, como el de "treynta tablas o juego de la pelota" no tenían pena hasta la cantidad de cincuenta maravedís, superando ésta también se veían afectados.

Los juegos de azar solían realizarse en las casas y "güertas" particulares[25], lugares donde se reunían los jugadores para jugar en privado. En las huertas, que normalmente disponían de casa o albergue, situadas a las afueras de la ciudad los juegos se realizarían durante el verano, cuando los numerosos hortelanos de la ciudad se desplazaban con sus familias en este período para cuidarlas.

En el siglo XVII los juegos de mayor aceptación entre los jóvenes eran los de la pelota y bolos. En la ciudad de Jaén los lugares donde se practicaba el juego de la pelota eran el de la calle de su nombre y en la Carrera, lugar este último donde se construyó otro en la segunda mitad de siglo. El juego de bolos se realizaba en lugares diversos, como el barrio de la Magdalena, junto al convento de Santa Úrsula; calle Zambronera, en la colación de Santiago; Puerta Barrera, calle Nueva,...[26].

La problemática del juego afectaba a toda clase social. En algunas ordenanzas, como las de Jódar en el siglo XVIII, se reconocía este problema y su incidencia especial en la clase trabajadora que vivía del salario que solían cobrar a diario, en una economía de subsistencia. Por ello, las ordenanzas municipales de Jódar (1714-1717) establecer en su capítulo XXXIV lo siguiente:

 

"Otro sí, por quanto la maior parte de vezinos de esta villa son pobres de solegnidad y viven de su travaxo y de jugar los días de travaxo se orixinan faltar a el alimento de sus casas. Acordamos que ninguno jornalero los días de travaxo juege naipes ni otros juegos, pena de sesenta y ocho maravedís por cada vez que fueren aprehendidos aplicados en la forma dicha y que la quaresma no juegen los días de fiesta hasta después de misa maior, vaxo de la misma pena".[27]

 

Por otra parte, la identificación pecaminosa del juego tiene su identificación con su prohibición en los días de fiesta durante la cuaresma hasta después de la misa mayor. Las normativas de carácter religioso impuestas a la vida civil son habituales en el mundo tradicional. En algunos aspectos, como es el juego, estas regulaciones presentan problemas en su seguimiento, que tendrá a lo largo de los siglos una continua lucha entre lo profano, manifestado en el juego, y lo divino.

Las ordenanzas municipales de otros pueblos también dejan constancia de la prohibición del juego. Así, en Albanchez, las ordenanzas de 1820 dicen en su capítulo 16:

 

"Que ni en los días de trabajo ni los de fiesta se hagan corrillos de juego de ninguna clase en las calles ni en otros sitios públicos, para ebitar por este medio el mal exemplo que se da a los niños y a el que en contrario hiciese además de perder baraja y quanto dinero se encuentre en el Juego se destinará a trabajar en los sitios públicos que se señale por un día, y los que en los días de fiesta desde las doce del día hasta vísperas se aprehendiesen en dichos Juegos pagarán de multa además ocho rs."[28]

 

En Albanchez, la prohibición del juego en sitios públicos se hace total, en base a una justificación moral (mal ejemplo a los niños) y pecaminosa al hacer la pena más dura en los días festivos. Confirma también la presencia de esta normativa en un pequeño pueblo como Albanchez la amplia difusión que tenía el juego en toda la provincia, independientemente del número de vecinos de sus poblaciones.

Más adelante, en este mismo pueblo, las ordenanzas municipales de 1908 recogen el capítulo 7º (artículo 23) con el epígrafe “Riñas y Juegos”, prohibiendo todo juego en el interior de la población que moleste o perjudique a los transeúntes[29]

El juego, como atentado a la moral pública, es recogido también en las ordenanzas de las más importantes poblaciones, como es el caso de la ciudad de Jaén, que en un bando de junio de 1838 estable la siguiente normativa:

 

      “4ª.- Se prohíbe todo juego público y ninguna persona podrá jugar ni tener casa de Banca (ilegible) fuera de ella los prohibidos por la ley: faraón, cartela, banca y fallidos, monte, flor, sacamete, paras, renta, cacho o dados, tablas, bolillos o cualquiera otro de los envidados, de suerte o azar tenga encuentros o reparos y se hallen prohibidos por las leyes bajo el rigor de lo en ellas establecido, debiendo los dueños o recaudadores de las casas de truco, botillerías, cafés u otros semejantes cuidar de lo prevenido en el artículo con la pena de cinco o veinte ducados según el caso, y agravantes y residencia”.

 

Penas que no debían cumplirse con el suficiente celo, pues unos años después, el Jefe Político de la Provincia envía al Ayuntamiento el siguiente oficio:

 

“Las Casas de Juego cuya prohibición está tan recomendada, parece se hallan en esta ciudad en una completa libertad, según los partes que se me pasan. Resuelto que estoy a que desaparezca tan punible vicio, origen de toda inmoralidad, cuento con el celo de V.S. para llevar a cabo mi propósito (...) se adjunta la nota de las casas que han tolerado como tales, esperando que en el término de veinticuatro horas me dará V.S. cuenta de no existir en ellas el juego (...) Café de Navarro, Calle de San Clemente, casa que vivió Manjón, casa de Pablo Rincón sastre; café de la Parra”. [30]

 

También a principios del siglo XX continúa semejantes prohibiciones en la ciudad de Jaén, que recogen las ordenanzas de 1904. En el apartado destinado a la moral pública dicen así:

 

"Art. 103. En ninguno de estos establecimientos [cafés, billares y tabernas] se permitirán juegos de suerte, envite o azar, ni actos contrarios a la moral pública y se prohibirá la entrada o estancia en ellos a sujetos embriagados.

...

Art. 110. Queda terminantemente prohibido, establecer en la vía pública toda clase de juegos de envite o azar, sean o no de los permitidos por las leyes. Los individuos que se encuentren ocupados en juegos prohibidos, además de la multa a que se hayan hecho acreedores, serán entregados a la Autoridad judicial.

Art. 111. Tampoco se podrán realizar rifas o loterías sino aquellas que estén autorizadas por las leyes vigentes o permitidas por la autoridad competente."[31]

 

Nuevos juegos aparecen ya en estas ordenanzas, como son los juegos de suerte (rifas y lotería) y el juego de billar, muy extendido por esta época y difundido por los cafés y casinos, cuyas normas se obligaba a tener a la vista de los jugadores, así como las tarifas de las mesas y partidas.

Otros lugares de juego eran las plazas públicas. En Jaén especial concurrencia en los juegos tenía la plaza Santa María, donde estaba la Catedral, y concurrían muchos jóvenes a jugar a la pelota, trompo, pita,... dando lugar a un ruido estrepitoso, a riñas y palabras consideradas como indecentes para realizarlas en un lugar sagrado, como era la lonja de la Catedral, lo que provocaba las continuas quejas del cabildo eclesiástico al municipal, que tuvo que prohibir los juegos en las lonjas de las iglesias de la ciudad, calles, plazas y atrios[32].

 

7. CONCLUSIONES

El juego como actividad humana está unido al hombre desde sus orígenes y, en sus diferentes variantes, ha constituido uno de los mitos pasados –y aún presentes- de la sociedad. Tiene un claro sentido positivo como habilidad o aprendizaje. En cambio muestra también su aspecto patológico en otras manifestaciones, que en el caso de la sociedad tradicional, objeto de nuestro estudio, aparecen recogidas en multitud de fuentes: ordenanzas municipales, protocolos notariales, reales decretos, expedientes judiciales, fuentes literarias, artísticas,... La prohibición de determinados tipos de juegos en algunos momentos históricos estuvo motivada por los escándalos que en torno a ello ocurrían, sobre la base del orden público y, sobre todo, la moral; aspecto este último en que los predicadores eclesiásticos influyeron.

   La figura del jugador adquiere en algunas situados una imagen de hombre mujeriego, juerguista y violento, recogida en expedientes judiciales que describen la vida este tipo de hombres en continuo enfrentamiento con las costumbres morales que rigen la vida del hombre tradicional a través de la influencia que ejerce el estamento eclesiástico, el cual no es ajeno al vicio del juego en el que se ven envueltos algunos individuos de este estado.

   La violencia aparece con frecuencia unida a cualquier tipo de juego, incluso en los juegos deportivos, como el juego de la pelota, muy extendido por la geografía provincial y nacional, pero también fuente de riñas y molestias para los vecinos por ser jugado en plena calle. La ruptura o la personal interpretación de las reglas llevaba a discusiones y enfrentamientos. Las tabernas eran lugares específicos en riñas y conflictos en los que el vino y el juego estaban continuamente presentes; ello unido a la ruina económica a que llegaban algunos individuos adictos a los juegos de envite, llevó a la prohibición del mismo en las ordenanzas municipales de los municipios.

 

[1]PASZKOWSKI, Diego. La Juegomanía. El auge de los apostadores y capitalistas en la Argentina.  Ed. Letra Buena, 1992.

[2]HUIZINGA, Johan (1872-1945). Homo ludens. Alianza Editorial. Madrid, 2000.

[3]MOLINA, Salvador. La gran trampa. Historia secreta del juego en España. Ediciones Pirámide. Madrid, 1992, p. 13.

[4]MARAVALL, José Antonio, La literatura picaresca desde la Historia Social (Siglos XV-XVIII), Taurus, Madrid, 1986, págs. 501-508.

[5]Boletín Oficial de la provincia de Jaén, 20-agosto-1868.

[6] CUEVAS MATA, Juan; ARCO MOYA, Juan del; ARCO MOYA, José del (editores). Relación de los hechos del muy magnífico e más virtuoso señor, el señor don Miguel Lucas, muy digno condestable de Castilla. Ayuntamiento – Universidad de Jaén. Jaén, 2001, p. 35-36

[7]Archivo Municipal de Baeza. 1,19,81. Carta del Concejo de Baeza por la que se prohibe el juego de dados, 23-enero-1456. En MORENO MORENO, María Águeda. Cartas del Concejo de Baeza. Ayuntamiento/Universidad de Jaén. Jaén, 2000, pp. 114-142.

[8] PASZKOWSKI, Diego. La Juegomanía. El auge de los apostadores y capitalistas en la Argentina.  Ed. Letra Buena, 1992.

[9]LÓPEZ MOLINA, Manuel. "Juego y economía en el Jaén del siglo XVII". Diario Jaén. Dominical, 11-junio-1995, p. 47/XI.

[10]CORONAS TEJADA, Luis. Jaén. Siglo XVII. Instituto de Estudios Giennenses. Jaén, 1994, p. 283-284.

[11]A.H.D.J. Sección Penal. Carpeta 73 B. Proceso a José de Góngora y Zayas.

[12]A.H.D.J. Sección Penal. Carpeta 92 C. Proceso a Fray Cecilio Muñoz e Isidora Campos.

[13] Archivo Histórico Provincial de Jaén. Legajo 3436. Pleitos civiles. Carchelejo 1746.

[14] A mediados del siglo XIX los ingleses inventan el tenis a partir del juego de pelota e incorporan la raqueta, un instrumento derivado de la pala o la cesta que empleaban los franceses para proteger sumariamente manos. De su origen prácticamente sólo queda el sistema de puntuación.

[15] RUEDA JÁNDULA, Ildefonso. “Riña por el juego de pelota en el campo de San Roque. Año 1769”. Al pie de la Parroquia, núm. 70. Nuestra Señora de la Encarnación. Arjonilla, julio 1998.

[16] En Valencia se usa la pelota de “vaqueta”, de proporciones similares a la de Canarias, hecha de piel de toro, formada por ocho triángulos cosidos entre sí por la cara interna de manera que las costuras no se ven. Está rellena de borra de lana muy apretada, tiene un peso de unos 45 gramos y se hace a mano. Se tarda alrededor de 6 o 7 horas en hacerla.

[17]Citado por DELEITO PIÑUELA en "La mala vida en la España de Felipe IV". Madrid, 1967, págs. 193-194.

[18]A.H.P.J. L. 4504. Auto sobre apedreo. Jaén, 1702.

[19]RUEDA JÁNDULA, Ildefonso. "Riña por el juego de pelota en el campo de San Roque. Año 1769". Al pie de la Parroquia, núm. 70. Nuestra Señora de la Encarnación. Arjonilla, julio 1998.

[20]Boletín Eclesiástico del Obispado de Jaén. 24-agosto-1868, núm. 501, pp. 263-264.

[21]Boletín Eclesiástico del Obispado de Jaén, 27-febrero-1868, p. 43.

[22]B.O.P.J, 6-octubre-1848.

            El truco es un juego de naipes de origen bajo medieval, de amplia difusión en la geografía hispánica y americana, también conocido como “truque”. En diferentes diccionarios e enciclopedias se define como un juego de envite. El Diccionario de Autoridades, de 1737, define el “truque” como:

            “juego de naipes, entre dos, quatro,u más personas, en que se reparten a tres cartas a cada uno, las que se van jugando una a una para hacer las bazas, que gana el que echa la carta mayor por su orden, que es el tres, el dos, as, y después el Rey, caballo, &c, excepto los cincos, y quatros, que se separan. En este juego hai envites de tantos de tres en tres, iciendo Truco, tres más, tres más nueve, y juego fuera, que es doce piedras; número, que suele ser la talla del juego”.

            Para un estudio detallado del truco, ver FUENTES PEREIRA, Francisco José, “El truco: historia de una tradición”, Sumuntán, núm. 14, CISMA, Carchelejo, 2001, p. 123-152.

[23]A.H.P.J. L. 7171. Autos contra Blas de la Zarza. Carchelejo, 1736.

[24]APONTE MARÍN, Ángel: "Hábitos de violencia en Huelma durante el reinado de Felipe III". En Comunicaciones presentadas a las V Jornadas de Estudios de Sierra Mágina. Bedmar (22-marzo-1987). XI Centenario del Castillo, Ayuntamiento Bedmar-Garcíez, Córdoba, 1987, págs. 214-221.

[25]PORRAS ARBOLEDAS, Pedro A. Ordenanzas de la muy noble, famosa y muy leal ciudad de Jaén. Guarda y defendimiento de los reinos de Castilla. Universidad de Granada/Ayuntamiento de Jaén. Granada, 1993, pp. 267-269; y JAÉN, Pedro de. "Papeles viejos: Sobre las penas del juego en Jaén, cuando se inicia el siglo XVI". Senda de los Huertos, núm. 31. Asociación de Amigos de San Antón. Jaén, julo-septiembre 1993, p. 108.

[26]CORONAS TEJADA, Luis. Jaén. Siglo XVII. Instituto de Estudios Giennenses. Jaén, 1994, p. 278-279.

[27]HERRERA AGUILAR, Ana Segunda. "Las ordenanzas municipales de la ciudad de Jódar (1714-1717)". Actas del I Congreso Jaén, siglos XVIII-XIX. Febrero 1989. Escuela Universitaria de Profesorado de E.G.B. Volumen I. Jaén, p 308.

[28]NAVIDAD VIDAL, Nicolás. "Ordenanzas municipales de Albanchez. Año 1820". Sumuntán: revista de estudios sobre Sierra Mágina, n1 6. CISMA. Carchelejo, 1996, pp. 53-58.

[29] Archivo Municipal de Albanchez. Ordenanzas Municipales, 1908.

[30] PÉREZ ORTEGA, Manuel Urbano. “La ciudad en sus bandos, Jaén se divierte: el régimen progresista, 1837-1843”. El Toro de Caña. Revista de Cultura Tradicional de la provincia de Jaén, núm. 1. Diputación Provincial. Jaén, 1996, p.532.

[31]Ordenanzas Municipales de la ciudad de Jaén, 1900. Tip. de La Regeneración. Jaén, 1904, pp. 18-19.

[32]Bando de buen gobierno para la ciudad de Jaén y su término publicado por el Sr. Alcalde Constitucional. Jaén, 1865, p. 27.

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