POBLACIÓN. JAÉN, 1875-1931 (En. Jaén entre dos siglos (1875-1931). Junta de Andalucía. Concejalía de Cultura / Fundación Caja de Granada. Jaén, 2000, p. 53-63.

Juan Antonio López Cordero

 

            La población de Jaén en la segunda mitad del siglo XIX inicia un rápido crecimiento, como nunca antes había tenido. En 1877 la provincia tiene 423.015 hab. (11 ciudades, 88 villas y 13 partidos judiciales), con un predominio rural. Linares con la minería es un caso excepcional, que multiplica por seis su población en 30 años (en 1877 tiene 35.627 hab.). Los siguientes censos muestran un crecimiento paulatino y elevado de la población, gracias a la elevada natalidad y al descenso de la mortalidad. La crisis de subsistencias de 1882, de graves consecuencias en muchas localidades de la provincia, así como el cólera de 1885, la sequía de 1886, las lluvias de 1888-1889, que arrasaron los campos de la provincia, etc., no supusieron un freno al importante crecimiento poblacional, aunque sí extendieron el hambre y la mendicidad.

            La ciudad de Jaén sigue la tónica de crecimiento poblacional de la provincia. De 24.392 hab. en 1877 pasa a 39.787 hab. en 1930. Un crecimiento que tiene como causa el paulatino descenso de la mortalidad, ya iniciado en años anteriores, a causa de los progresos sanitarios y la mejora alimenticia. En el aumento poblacional influyeron los progresos de las vías de comunicación y el comercio, que contribuyeron a paliar las crisis de subsistencias en los años de malas cosechas y a evitar las consiguientes hambrunas, que elevaban la mortalidad en el pasado.

            El crecimiento demográfico se acelera en las primeras décadas del siglo XX, a pesar de los difíciles años agrícolas y el hambre de 1903-1905, o los problemas de subsistencias de 1913. Este desarrollo demográfico está basado principalmente en la alta tasa de natalidad, unido a un significativo proceso de inmigración como capital de provincia y centro administrativo. La tasa de natalidad de la ciudad de Jaén está claramente por encima de la medias de Andalucía y España. Así vemos que en la primera década del siglo la natalidad en Jaén se sitúa en el 39,14 por mil frente al 36,4 en Andalucía y el 34,14 en España, superando también los índices referidos en las dos décadas siguientes.

            Hay que destacar la gran cantidad de hijos nacidos fuera del matrimonio en la ciudad, lo que no se ajustaba totalmente a la realidad, pues entre ellos había muchos de legítimo matrimonio. Existía una generalizada costumbre entre las clases menesterosas consistente en llevar los niños a la inclusa para sacarlos después sus madres y así cobrar el salario que la beneficencia pública daba por lactancia.

            La alta natalidad coincidía con  una también alta mortalidad, que se agudizaba en algunos períodos concretos, como en 1885 por la epidemia de cólera de aquel año. La media de la mortalidad desde 1881 a 1920 se mantiene entre el 33 y 35 por mil, claramente superior a la de Andalucía y a la del resto de España. Así vemos que en la primera década del siglo XX, la mortalidad en Jaén capital es del 33,42 por mil frente al 27,4 por mil de Andalucía y el 24, 94 por mil de España. En la última década del período desciende al 25,49 por mil, como consecuencia de las mejoras sanitarias que se realizan durante estos años; lo que coincide también con un amplio crecimiento vegetativo, que se aproxima al 10 por mil, porque el descenso de la mortalidad es mucho más acusado que el de la natalidad. Sin embargo, hubo períodos en que la mortalidad se elevó, recordando tiempos pasados, como la epidemia gripal de 1918 y posteriores, coincidiendo en estos períodos los índices de mortalidad con los de las capitales andaluzas.

            En cuanto a las causas de defunción, en general, durante todo el siglo XIX podemos observar un predominio de la mortalidad exógena, resultante de la acción del medio y cuya manifestación aparece a todas las edades. Es el caso de las enfermedades infecciosas y accidentes. A medida que los procesos médicos se imponen, esta mortalidad será sustituida por una de tipo endógeno o biológico. Teniendo en cuenta la precariedad del diagnóstico en esta época, las enfermedades que producen una mayor mortalidad en la población son las pulmonares durante el invierno y las intestinales en el verano. Como es lógico, durante las épocas de escasez de productos alimenticios los organismos de los afectados tendían a disminuir sus defensas y hacer más morbosa cualquier tipo de enfermedad, lo que se traduce en una mayor mortalidad. Entre los adultos las causas de defunción más importantes durante este período son: tuberculosis, disentería, hidropesías, tifus, fiebres intermitentes, bronquitis, carbunco, cirrosis, etc.

            La mortalidad infantil (menores de un año) y en la de 1 a 5 años era, sin duda, donde más se apreciaba la virulencia mortal de las enfermedades. Este tipo de mortalidad era mucho mayor en las clases pobres, como queda de manifiesto en la mayor proporción de entierros de limosna en esta edad. A través de las tablas de probabilidad de perspectiva de muerte se puede decir que aproximadamente la mitad de los nacidos solían morir antes de los cinco años de edad.

            En los niños, las causas de mortalidad, según los libros de sepelios, eran las intestinales, pulmonares y las propias de la infancia, como sarampión, escarlatina... En algunos casos aparecen como causas de la defunción las palabras encanijamiento y debilidad, propias para describir el hambre y la insuficiente dieta alimenticia de las familias humildes.

            Este tipo de mortalidad de la infancia es uno de los índices sociodemográficos más utilizados, la mayor parte de las veces para intentar caracterizar el nivel sanitario alcanzado por una determinada población. Durante los años centrales del período, coincidiendo con la crisis finisecular, la mortalidad de niños menores de cinco años incrementó sus cifras, ya de por sí elevadas, llegando en 1898 a alcanzar el índice de 631 por mil nacidos, el 50,45 % del total de las defunciones de ese año.

            La elevada mortalidad de la población de la capital giennense, semejante a la de provincia, contrasta con las de las ciudades europeas. Las malas condiciones de vida, vivienda, alimentación hábitos higiénicos, etc. eran muy deficientes. Existía un notable falta de higiene pública, propia de una ciudad rural con calles sin alcantarillado, huertas y estercoleros junto o dentro del casco urbano, riegos de aguas fecales, abastecimientos de aguas en fuentes y pozos sin garantías de potabilidad, etc. Las medidas sociales y sanitarias de la última década de la Restauración contribuyeron a paliar parte de estas carencias en la ciudad de Jaén. Fue entonces cuando la población experimentó  un importante crecimiento vegetativo a costa de un descenso de la mortalidad.

            En cuanto a la tasa de nupcialidad en la ciudad de Jaén se mantiene en torno al 8 por mil, mostrando especial sensibilidad en los años de crisis, en los que el matrimonio solía aplazarse, como la crisis de final de siglo, cuando se produjo una bajada de la nupcialidad, por lo que en 1897 fue tan sólo del 5,93 por mil. En este año, las lluvias y nieves impidieron el trabajo de los jornaleros y el Ayuntamiento se vio obligado a ayudarles con vales de comida. También proliferaron este año epidemias como la viruela y la difteria.

            Los meses preferidos para contraer matrimonio estaban marcados por el calendario agrícola y el santoral. Un primer período de proliferación de matrimonios eran los meses de septiembre a noviembre, meses posteriores a la recogida de cereales y anteriores a la cosecha de aceituna; y un segundo período lo constituía el mes de febrero, cuando solía finalizar la campaña aceitunera y estaba cerca  la cuaresma.

            Por otro lado, teniendo en cuenta la pirámide de edad de la ciudad de Jaén en 1900, podemos observar una población con una amplia base, con un gran porcentaje de jóvenes, que se sitúa en el 44,01%, mientras que los mayores de cincuenta años son el 13,37 %, cifras que varían poco a lo largo del período, aunque ya en el censo de 1930 empieza a apuntarse un mayor crecimiento de jóvenes y mayores junto con una disminución del número de viudos, consecuencia del inicio de un nuevo ciclo demográfico que tendrá una manifestación más clara en las décadas siguientes al período.

            Es una población en fuerte crecimiento. En la pirámide de 1900 queda reflejada la mayor longevidad de la mujer y también las huellas de las crisis demográficas, como del cólera de 1885 y la crisis de subsistencias de 1882 entre los que tienen 16 y 25 años, correspondiente a los menores de cinco años durante los años de epidemia y sequía, grupo de edad que sufrió más la mortalidad. Por la misma razón la pirámide muestra clases huecas en los grupos de edad entre 41 y 45 años, correspondiente al cólera de 1854-1855; y 31-35 años, crisis de 1868 y siguientes, que dio origen al Sexenio Revolucionario y provocó el cambio de monarquía y la república.

            En cuanto al grado de instrucción de la población, tanto Jaén como la provincia estaban a la cola de España. Se aprecia en este período un lento proceso de alfabetización. En 1887 el total de analfabetos en la ciudad comprendía el 67,02 % de los mayores de diez años. En 1900 la situación había mejorado algo, bajando el índice de analfabetismo al 61,71 % (53,35 % de los varones mayores y 58,92 de las mujeres), y en 1920 al 58,24 %. En ello influían los aspectos socioeconómicos de la población y la gran falta de escuelas, a las que asistía solo el 26,2 % de los niños y no durante todo el año, al tener que contribuir muchos de ellos con su trabajo a los ingresos familiares.

            Este alto grado de analfabetismo en una capital de provincia es comprensible por el carácter eminentemente rural que caracterizaba a la población, que no muestran los censos en su totalidad, por ello resulta difícil determinar la población activa de la ciudad en este período, que en los años 1900, 1910 y 1920 se sitúa en el 25,81 %, 36,15% y 32,46% respectivamente. En estos censos se omiten grupos que debían estar incluidos. Es el caso, en la mujer, del trabajo en hogares ajenos y el temporal en el campo; también el realizado por los niños desde la más tierna infancia.

            La temporalidad en el trabajo era constante en gran parte de los trabajadores del campo. En el importante sector primario se encuadraban en 1920 el 58,30 % de la población activa, mientras que al sector secundario correspondía el 21,07 % y al terciario el 20,62 %. La mayoría de los individuos encuadrados en el sector primario ejercían su actividad en la agricultura,  proporción inferior a la del conjunto de la provincia, por su carácter de capital de provincia. El sector secundario estaba compuesto por un conjunto variado de profesiones, como eran la construcción, almazaras, talleres de carpintería, herrería, confección, etc. Y el sector terciario venía marcado por ser capital de provincia y, como tal, ciudad de servicios. No obstante, las cifras no muestran aún un porcentaje acorde con las necesidades de servicios que una capital de provincia debía ofrecer, sólo entendido por el carácter de provincia eminentemente agrícola y atrasada, en la que la administración pública, enseñanza y sanidad no constituían un motor económico importante para la ciudad que generara numerosos puestos de trabajo y estimulase a los otros sectores.

 

BIBLIOGRAFÍA

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