LA AVENTURA DE VIAJAR POR TIERRAS DE JAÉN EN EL SIGLO XVII.

Juan A. López Cordero.

(En Crónica de la Cena Jocosa 2010. Asociación de Amigos de San Antón. Jaén, 2011, p. 73-77)

 

El XVII, siglo mítico en la historiografía moderna española, fue el siglo de la decadencia de la Corona, del fin de dinastía, de expulsión de los moriscos, de la rebelión de Portugal y Cataluña, de continuas y sangrantes guerras, de protestas sociales, de bandidaje, de las más mórbidas epidemias de peste, de hambrunas, de sequías, de terribles plagas de langosta, de acusado cambio climático que llegó a definir el período como Pequeña Edad de Hielo por la acusada bajada de temperaturas, de despoblación y retroceso demográfico.

No fue el período más apropiado para viajar por los inseguros, embarrados o polvorientos caminos del reino de Jaén en el siglo XVII[1]. Menos aún para aquellos viajeros que se adentraban en un mundo rural, aislado, ajeno a las conjuras de la Corte y al gobierno de la Monarquía, donde sobrevivir cada día era para la inmensa mayoría de la población lo único importante. No obstante, hubo viajeros que siguieron habitualmente los caminos generales, dejando notas de su mal estado, de la pobreza de la población o de la belleza del paisaje. Ejemplo de ello, es el viaje de Françoise Bertaut que, acompañando al mariscal de Gramont, llegó en 1659 a España para gestionar el matrimonio de María Teresa de Austria con Luis XIV, y atravesó la reino de Jaén camino de Granada describiendo lo que veía a su paso[2]. Bertaut describe como hermoso el paisaje entre Linares y La Manchuela (Mancha Real), que contrasta con las cinco leguas largas que van desde la Manchuela hasta Campillo, especialmente desde Pegalajar, donde el camino va siempre por entre dos líneas de rocas, y en donde hay sitios donde las mulas no podrían pasar más que de una en una. El camino vadea dieciocho o veinte veces el río antes de llegar a la Puerta de Arenas que impresiona a Bertaut y las compara con las torres de Nuestra Señora de París.

Otro ejemplo es el viaje del mismo rey Felipe IV en 1624, en cuya comitiva iba Francisco de Quevedo, que entre Santisteban y Linares sufrieron el mal estado del embarrado camino en el que se atascaban los coches[3], el rodeo que tuvieron que dar para vadear el Guadalimar o la parada en Andújar por la crecida del río Guadalquivir. A la vuelta de la Baja Andalucía, la comitiva real se dirigió a Granada y volvió a cruzar el reino de Jaén desde aquella ciudad. El corregidor encargó al Aposentador Mayor doctor Joan de Quiñones aderezar los caminos de Granada y Baeza, que atravesaría el Rey y estaban en muy mal estado, especialmente los que correspondían a Pegalajar y Cambil, que eran “harto malos”. En este camino se habilitaron cuatro “ventorrillos” para dar refresco a litereros, cocheros y mozos de mulas[4].

Tampoco era propicio viajar por el reino de Jaén debido a la inseguridad existente. Son continuas las referencias a bandidos en todo el siglo. Tales eran Alonso Félix de la Rosa, apresado en 1684; Pedro Juan, apresado con sus compañeros en 1691; Esteban el Guapo...[5] Su refugio eran las sierras, desde donde hacían incursiones a las zonas de la campiña. O bien se internaban desde provincias vecinas, como Pedro Andrés, de Ciudad Real. En el bandolerismo participaban con frecuencias nobles que encabezan cuadrillas de bandidos, como don Pedro de Escobedo, caballero de Calatrava, don Juan de Frías, don Diego de Frías... [6]

En este siglo hubo viajeros que abandonaron las vías generales de comunicación y se adentraron en las poblaciones más profundas de las sierras giennenses, algo anormal y anecdótico, pues sólo conocemos en este período el viaje del Cardenal Pascual Aragón y su comitiva en 1675, que en viaje pastoral partió de Toledo, visitó la sierra de Alcaraz, a partir de Villarrobledo, siguió por la sierra de Segura hasta el Adelantamiento de Cazorla y el territorio de Huéscar, ya en el reino de Granada. El Cardenal Pascual de Aragón (1626-1677) fue un personaje principal en su época. Entre otros cargos, ejerció sucesivamente de canónigo y dignidad del Cabildo de Toledo, capellán mayor de la capilla real de Reyes Nuevos en la catedral toledana, catedrático de Universidad de Santa Catalina de Toledo, promotor fiscal del Santo Oficio y más tarde Inquisidor General, cardenal en 1660, regente de Cataluña en el Consejo de Aragón, virrey de Nápoles, miembro de la Junta de Gobierno que gestionó la minoridad de Carlos II, Arzobispo de Toledo, etc. Su biografía fue escrita por Frey Narciso Esténaga y Echevarría[7] en una tesis doctoral publicada con el título El cardenal Aragón (1626-1677). Estudio Histórico, 2 tomos, París, 1930. En el tomo II se recoge este viaje pastoral, en el que visita la zona del Adelantamiento de Cazorla, dependiente del Arzobispado de Toledo.

El viaje del Cardenal Aragón está relacionado con su abandono de la Corte, molesto con la Reina regente y el favorito Valenzuela por el tratamiento que le hacían a su dignidad de Cardenal, que culminó con el cambio de la ubicación de su coche en el palacio real. Abandonó la Corte  a finales de 1675 manifestando su malestar a la Reina y fue a Toledo. Desde allí declinó la asistencia a actos oficiales en palacio en base a su precaria salud, cuyos síntomas describía como “debilidad de estómago, catarros y retención de orina”. Fue entonces cuando decidió volver a retomar una actividad que y había iniciado en 1668 y luego tuvo que dejar, como visitar los lugares de su diócesis, viajar por sus caminos y conocer a sus feligreses. Después de dejar la Corte en 1675, sólo tuvo tiempo antes de morir de realizar dos viajes pastorales que le llevaron a los más recónditos parajes de su archidiócesis, uno por las sierras de Alcaraz, Segura, Cazorla y la Sagra; y otro un poco más tarde por los Montes de Toledo, la Sibera extremeña, Badajoz, valle de Ibor, Cáceres y lugares de la jurisdicción civil de Talavera.

El viaje a tierras del reino de Jaén comenzó el 17 de abril de 1675, tras la Pascua Florida, fecha en que el Cardenal emprendió la marcha a la sierra de Alcaraz, pasó por dificultosos caminos, que no admitían litera, debiendo apearse del caballo en algunos tramos, “llenándose de lodo”, visitando recónditos lugares y administrando los sacramentos a gentes que nunca habían visto un prelado. Cada vez que llegaba a una población se dirigía primeramente a la iglesia parroquial, acompañado por alborozada muchedumbre que le esperaba a las afueras de la población, reconocía el Tabernáculo y a coro rezaba el rosario con la multitud; finalizaba los actos en la iglesia con un responso por los difuntos de la feligresía, a continuación visitaba a los enfermos y asistía a una comida en obsequio a los pobres, en la que incluso en las poblaciones de la sierra, de escasos recursos, proveía de pan, vino y queso en abundancia; otorgaba dotes a doncellas, mientras su secretario no olvidaba examinar los libros parroquiales. Tras confirmar en Villarrobledo, el 20 de abril, continuó por Barrax, Balazote, Lezuza, Munera, el Bonillo, Ballestero y Robledo. El día 30 de abril llegó a Alcaraz, donde estuvo tres días y continuó visitando los pueblos de Vianos, Villapalacios, Viveros, Cilleruelo, Masegoso, Solanilla, Paterna del  Madera, Bogarra, Ayna, Cotillas, Bienservida y Ríopar. Estos tres últimos limítrofes a la Sierra de Segura, que en el pasado estuvieron vinculados al reino de Jaén.

Entró el Cardenal en el Adelantamiento de Cazorla y por difíciles y largos caminos llegó a la ciudad el día 20 de mayo, administró sacramentos, visitó iglesias, conventos e hizo varias salidas por los pueblos del Adelantamiento. Su llegada fue todo un acontecimiento. Hacia Cazorla se dirigieron multitud de clérigos de las diócesis de Granada, Guadix y Jaén, con los  que en la iglesia de la Merced celebró órdenes.

En Cazorla administró justicia, combinando severidad –condenas a horca de delincuentes-, con benevolencia, como el perdón que consiguió para el caballero don Antonio de Godoy, que huido de la justicia actuaba de bandolero. También repartió trigo y pendras a los necesitados, enseres a conventos e iglesias, y dotes a doncellas.

Poco después partió a visitar otros pueblos del Adelantamiento. El 23 de junio estaba en Peal de Becerro, el 29 en Toya, el 30 en Quesada, y el día 3 de julio tuvo un gran recibimiento con miles de personas en el Santuario de Nuestra Señora de Tíscar, de gran devoción en las comarcas circundantes. Se dirigió hacia Pozo Alcón y el día 6 de julio entró en la ciudad de Huéscar, donde encontró muchos amancebamientos, en un lugar donde no había estado un prelado desde su conquista a los musulmanes. Puso orden en la ciudad, donde estuvo hasta el 19 que se dirigió hacia la Puebla de don Fadrique. En este lugar, ya cuando regresaba hacia Cazorla, le entregaron una nota de otro bandolero, Pedro de Valenzuela, pidiéndole amablemente dinero, especie de tributo por cruzar por un territorio que controlaban. El Cardenal le envió a Pedro de Valenzuela cuarenta doblones y el recado de que se acudiera a hablar con él.

En esta época, Pedro de Valenzuela era de los bandidos más famosos del reino de Jaén. Se echó al monte en 1662 tras la emboscada a la columna dirigida por el Corregidor de Jaén Antonio de las Infantas cuando se dirigía a Pegalajar para encarcelar a los responsables de la rebelión que se produjo en la población, después de haber provocado malos tratos y amenazar de muerte a los recaudadores de servicios o impuestos de la Corona enviados por el Corregidor.

El Cardenal se encontró con Pedro de Valenzuela y su cuadrilla de trece hombres a caballo entre los Baños de Zújar y Pozo Alcón. Al igual que al anterior bandolero, don Antonio de Godoy, les propuso y aceptaron el perdón amparándolos en la jurisdicción eclesiástica. Les pidió que les acompañara a Pozo Alcón para hablar despacio en esta población. Luego pasaron a Cazorla acompañando el final de la comitiva. Los bandoleros fueron ubicados en el monasterio de Basilios de Santa Cruz de Villanueva del Arzobispo. Allí, Pedro de Valenzuela confesó ser autor de más de setenta muertes, sin contar los otros muchos de su gente. Al poco de estar allí enfermó gravemente y murió antes que llegara el indulto.

En este viaje pastoral el Cardenal Pascual Aragón nos describe unas tierras giennenses de interior, muy alejadas de las principales vías de comunicación, comunicadas por estrechos senderos, por lo que con frecuencia tenía que dejar su litera o incluso bajarse del caballo; destaca la pobreza en la población de unos lugares donde nunca habían visto un prelado; un mundo rural cuyas creencias contrastan con la rígida moral de una sociedad sacralizada, lo que escandaliza al Cardenal, especialmente el generalizado amancebamiento, incluso en personas notables locales. Su visita congregó multitudes y contribuyó a llevar paz a un territorio refugio de bandoleros. Su viaje no dejó de ser una aventura en la que nos transmite la visión del más profundo mundo rural giennense del siglo XVII, con sus grandes contrastes, pobreza e inseguridad; muy distinto a aquél que el Cardenal había vivido en la Corte. 


 

[1] Aurelio Valladares Reguero, en su libro La provincia de Jaén en los libros de viajes, Jaén: Universidad/Ayuntamiento, 2003, recoge los viajeros que describen lugares del reino de Jaén en el siglo XVII, como Jacinto Herrera y Sotomayor (Jornada que su Majestad hizo a la Andalucía... (Madrid: Imprenta Real, 1624) que describe el viaje realizado en este año por Felipe IV; Rodrigo Méndez de Silva (Población General de España..., Madrid: Diego Díaz de la Carrera, 1645) donde destaca algunas ciudades y villas del reino de Jaén; Agustín de Rojas Villandrando (El viaje entretenido, Madrid: Imprenta Real, 1603), que dedica algunos comentarios a la ciudad de Jaén; Martín, viajero anónimo (Viajes hechos en diversos tiempos en España y Portugal..., en García Mercadal, Viajes de Extranjeros por España y Portugal, T. III, Madrid: ed. Aguilar, 1962, p. 47-104), que hace mención en 1670 a varias poblaciones del reino y el mal estado del camino hacia Alcalá la Real; Francisco de Quevedo y Villegas en 1624 y Francisco Bertaut en 1659, a los que hacemos referencia en texto; y otros viajeros extranjeros cuyas descripciones son más someras como P. Dionigi de Carli da Piacenza, Alfred Jouvin, Cosme de Médice, Balthasar de Monconys, Giovanni Battista Pacichelli, Vicent Voiture, o Martinus Zeillerus.

[2] Bertaut, François. Relation d'un voyage d'Espagne. Paris: Claude Barbin, 1664.

[3] Epistolario completo de Don Francisco de Quevedo. Edición crítica..., Madrid: Instituto Editorial Reus, 1946.

[4] Ortega y Sagrista, Rafael. “La visita de Felipe IV a Jaén”. Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, núm. 98. Jaén: Instituto de Estudios Giennenses, 1978, p. 55-90.

[5] Kamen, Henry: La España de Carlos II. Barcelona: Editorial Crítica, 1981. págs. 317-318.

[6] Coronas Tejada, Luis. Jaén, siglo XVII. Biografía de una ciudad en la decadencia de España. Jaén: Diputación Provincial de Jaén, 1994, pág. 422-426; y López Pérez, Manuel. "El bandolerismo en la provincia de Jaén. Aproximación para su estudio". En Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, nº 121. Jaén: I.E.G. 1985, pág. 35.

[7] Narciso de Estenága y Echevarría (1882 - 1936) fue obispo titular de Dora (1922-36), amigo y confesor del rey Alfonso XIII. Fue asesinado durante la Guerra Civil Española, declarado beato y mártir.

 

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