BENEFICENCIA PROVINCIAL EN LA CRISIS FINISECULAR
Jesús Medrano Pérez y Juan Antonio López Cordero
(publicado en Senda de los Huertos, nº 47-48. Amigos de San Antón. Jaén, Julio-Diciembre, 1997, pp. 207-214)
A lo largo de los siglos, la Beneficencia había supuesto un intento de atender las necesidades básicas de una colectividad que estaba sumida en la pobreza, carente de atención sanitaria, hospicios, asilo, cobijo, etc.. La Beneficencia se organizaba en establecimientos que habían nacido por ideas caritativas y sus bienes procedían de donaciones particulares, siendo la ayuda municipal mínima.
Las Juntas municipales de Beneficencia se establecieron en 1821, y de nuevo restablecidas por R.O. de 8 de Septiembre de 1836[1]. Estas Juntas regían los establecimientos de Beneficencia en los distintos pueblos de la provincia. Por R.O. de 8 de Septiembre de 1846 fueron clasificados en provinciales y municipales, suprimiéndose algunos, cuyas rentas pasaron a otros establecimientos.
De otra parte, la Beneficencia domiciliaria existía desde siempre en muchas localidades de la provincia, sobre todo en épocas de crisis de subsistencia o como forma de calmar en parte la mendicidad crónica.
En cuanto a la Beneficencia Provincial, ésta estaba a cargo de la Diputación. A finales del siglo XIX los establecimientos eran los siguientes:[2]
· Hospital de la Santa Misericordia.
· Hospicio de Hombres.
· Casa de Maternidad y Hospicio de mujeres.
· Hijuelas para expósitos.
Hospital de la
Misericordia
El edificio fue siempre hospital-convento de frailes de San Juan de Dios, y a la exclaustración de aquellos, se hizo cargo del establecimiento el Ayuntamiento de Jaén; pero en 1849, cuando se reglamentó la Beneficencia, clasificándola en general, provincial y municipal, pasó este establecimiento a ser dependencia de la Diputación Provincial, hallándose bajo la dirección médica del Decano D. Antonio García Anguita, desde 1876 a 1904.
Era capaz de albergar 200 enfermos, en dos secciones, de Medicina y Cirugía. Dentro de la sección de Medicina, se encontraban departamentos destinados para presos, dementes y prostitutas. Además poseía un gabinete químico-histológico.
Podía conceptuarse el hospital como general ya que además de los enfermos de la provincia, se admitían los de cualquier otra localidad.
Los profesores médicos eran seis: dos de número, otros dos supernumerarios y los dos restantes de guardia, hallándose constantemente un profesor en el establecimiento para la atención médica.
También prestaba sus servicios un profesor de Farmacia, seis practicantes y 16 hermanas de la caridad, dos de ellas boticarias prácticas, dedicadas exclusivamente a la farmacia.
Según Memoria[3] presentada por el Decano del Hospital , D. Antonio García Anguita, a la Excma. Diputación Provincial en el mes de Noviembre de 1892 , se exponen las deficiencias más importantes que adolece esa institución benéfica, que nos sirve de punto de referencia de cómo se encontraba la Beneficencia en Jaén a finales del S XIX.
Don Antonio García-Anguita nació en Jaen en 1842, licenciándose en Madrid en 1868 y doctorándose en 1872. Fue médico titular de Mengíbar y luego de Jaén. Gran orador, de enérgica y fecunda palabra –según D. Fermín Palma-. Se le otorgó la Cruz de Beneficencia por su actuación durante el tercer brote de cólera de 1885, como componente del cuerpo facultativo de la Beneficencia Provincial formado por D. Francisco Giménez Callejón, D. Eduardo Balguerías, D. José Ruiz Guerrero y D. Rafael Molina. El 24 de Septiembre asciende a segundo médico de número interino y el 18 de Febrero de 1886 adquiere la plaza en propiedad . Fue nombrado Decano en 1876 desempeñando el cargo hasta el 25 de Septiembre de 1904[4].
En su Memoria distingue cinco apartados:
1. Mejoras que reclama el edificio.
2. Modificaciones convenientes en el material de asistencia de los enfermos, y en la alimentación.
3. Reformas en el arsenal quirúrgico.
4. Del personal.
5. De la consulta pública.
l. Mejoras que reclama el edificio.
En este capítulo D. Antonio García-Anguita denuncia el poco espacio que dispone la enfermería para atender de forma adecuada a los doscientos enfermos que puede albergar este establecimiento. Además indica que “esta deficiencia pudiera compensarse en parte estableciendo sistemas de ventilación bien estudiados”. También propone mejorar la distribución y favorecer la comunicación entre las dos salas de Medicina y Cirugía, ya que no permite el “necesario aislamiento” de las dos salas llamadas de contagiosos. Otra mejora a realizar estaba en relación con la sala destinada a la curación de prostitutas, la cual se encontraba desbordada debido a la existencia de la prostitución reglamentada en la ciudad.
Por otro lado, señala el Decano que “los heridos, los militares y los pensionistas, reclaman salas capaces para albergarlos con la debida separación, que hoy se hace imposible” y además “ la enfermería destinada a los presos es insuficiente y sobre todo poco higiénica”. Pero D. Antonio García-Anguita destaca sobre todo el indigno departamento “destinado a los locos”, ya que éstos debían ingresar por lo menos hasta llegar al diagnóstico de su enfermedad. De ello se deducía la necesidad de construir o rehabilitar algunos departamentos destinados a enfermerías.
Otras dependencias del Hospital requerían notables mejoras, como el lavadero, y se consideraba indispensable y urgente construir un tendedero donde secar las ropas lavadas durante el invierno. De igual manera era necesario modificar los retretes, “evitando las deletéreas emanaciones que de ellos nacen y se extienden por gran parte del edificio, a causa de su amplia comunicación con la escalera que da acceso a toda el ala de nueva construcción”.
Pero su gran sueño perseguido durante los 17 años que llevaba prestando servicios en el Hospital
era una sala de operaciones bien acondicionada con “ mayor capacidad y muros impermeables fáciles de desinfectar, y con luz cenital bastante para llevar a feliz término las delicadas maniobras de minuciosas operaciones”.
2.- Modificaciones
convenientes en el material de asistencia a los enfermos y en la alimentación.
En este apartado D. Antonio describe la conveniencia de una apropiada vestimenta de los enfermos, como ocurría en otros hospitales, indicando la necesidad de usar “ gorros de dormir y bata con qué abrigarse al abandonar el lecho evitando los inconvenientes de la desnudez, mientras satisfacen sus necesidades corporales”.
También insta al aislamiento mediante mamparas portátiles de los moribundos, “evitando a los demás compañeros de desgracia de tan amargo trance”.
Por lo que a la alimentación se refiere, la ración de pan resultaba insuficiente, reclamando aumento de la cantidad diaria de pan por enfermo que era “de 420 gramos, de los cuales 120 se destinaban al desayuno, 180 a la comida del medio día y 120 para la cena”. Por ello, propone elevar a “500 ya que las circunstancias no permiten igualarla a la que disfrutan los militares y pensionistas que consta de 660 gramos”, expresando la situación de privilegio de estos últimos.
Además el Decano se permite la licencia culinaria de aconsejar la cocción en “una caldera o cacerola grande” de los 45 gramos de fideos que correspondían a cada enfermo y servirlos separado del cocido en forma de sopa, lo que “prepara bien el estómago y se hace agradable al paladar”.
3.- Reformas en el arsenal quirúrgico.
Debido a la deficiencia de instrumental quirúrgico y a su deterioro, Don Antonio García-Anguita exige un presupuesto para tal fin , no inferior a 1.000 pesetas, incluyendo en esta partida el pago de “los aparatos ortopédicos, de los que apenas son necesarios otros que los bragueros; que si bien se consumen muchos cada año, en cambio la industria los proporciona muy útiles a muy bajos precios”. Además dentro del mismo presupuesto añade “los demás aparatos que llenan diferentes indicaciones en el tratamiento de las dolencias humanas, tales como geringas, sondas, gafas,etc..”.
Concluye este apartado, augurando que de seguir “ invirtiendo en recto criterio esta cantidad, al cabo de algunos años tendría el hospital de la Santa Misericordia, un arsenal que respondiera a las necesidades del movimiento de sus clínicas”.
4.- Del personal.
La dotación de médicos con que contaba el hospital era de cuatro profesores encargados de la asistencia diaria de las dos secciones de medicina y cirugía, que según el Decano “bastan por ahora para llenar los deberes que impone tan delicada misión” y “el servicio penoso de las guardias lo vienen siempre cumpliendo con esmeralda puntualidad los dos profesores...”.
Los cinco practicantes que prestaban servicio en el Hospital, en opinión de D. Antonio, resultaban insuficientes para atender al gran número de enfermos de cirugía que se acogían en el establecimiento. Según el reglamento interno del Hospital, en el artº. 3, 111 y siguientes hasta el 120 inclusive, se requiere la presencia de seis practicantes , de los cuales al mayor se le asignaban obligaciones diferentes a las de los demás. De modo que para el servicio de pinzas (servicio clínico) quedaban cuatro. Por ello se señala que “ sería muy conveniente que la plantilla de estos empleados se aumentara en conformidad con el referido art.3º”.
Respecto a las hijas de la caridad que se encontraban en número de 16, realizaban una importante labor, pero el Decano reclama la presencia de una hermana más, en total tres, para el reparto de medicamentos “cuatro veces al día, fuera de las prescripciones extraordinarias a más de 200 enfermos”.
5.- De la consulta
pública.
En el art. 281 del reglamento interno del Hospital se prohibía “taxativamente” a los profesores de guardia encargados de la consulta pública emplear material de curación perteneciente al Hospital. Según Don Antonio, resultaba indispensable “usar algún tópico para el fácil reconocimiento de determinadas afecciones supurativas o necrobióticas, para locionar las partes afectas, detergerlas, después cubrirlas con apósito apropiado, por más que este fuera muy sencillo”.
Finaliza D. Antonio García-Anguita esta memoria del Hospital San Juan de Dios que data de 30 de Octubre de 1892, aludiendo a la crisis económica de fin de siglo, y a pesar de ello, instando a la Diputación Provincial a solventar las principales necesidades del Hospital:
“Siento que la estrechez de los presupuestos no permitan a V.E. realizar algunos de mis proyectos aunque tuviera la suerte de que parecieran atinados; pero en el consuelo de que, si la penuria que nos aflije, obligando a llevar a todos los ramos de la administración el más severo espíritu de economías, alguna vez se trocara en holguera y bienestar, no dejarían de ser útiles estos apuntes que sintetizan las más apremiantes necesidades que se dejan sentir en aquel vasto y beneficioso organismo, que viene a cumplir la más sagrada de las imposiciones de la caridad cristiana, en su hermosa y consoladora manifestación de curar al enfermo, de socorro al desvalido”.
Hospicio
de Hombres
Este establecimiento se fundó el 26 de Junio de 1751, por Real Orden del Rey don Fernando VI, con objeto de asilar pobres de solemnidad y dar educación a niños expósitos, encargando su patronato al Intendente de la provincia y al señor Obispo de la Diócesis; pero el 2 de Junio de 1849, pasó la administración del establecimiento a la Diputación Provincial, en cumplimiento de lo dispuesto por la Ley de aquella fecha.
Albergaba 340 asilados, ancianos y niños, de los cuales cuidaban 10 hijas de la caridad y el personal administrativo suficiente.
Las estancias ascendían en 1887 a 124.100, costando cada una 45 céntimos de peseta, ofreciendo la debida asistencia, dos buenos ranchos y desayuno.
El origen de este establecimiento data en realidad desde 1491, que lo fundó don Luis de Torres, con el nombre de Hospital de la Madre de Dios, contribuyendo a su sostenimiento una fundación de D. Diego Valenzuela, Canónigo que fue de la Santa Catedral, hecha en 1582, con el título de Obra Pía de Expósitos. Fue aumentada por un hermano del citado don Diego, que se llamaba don Antonio, y fue Veinticuatro, en la ciudad de Baeza, eligiéndose, como patronos, al Deán y cabildo eclesiástico.
Con el nombre de Real casa hospicio se inauguró el 17 de Enero de 1753, por concesión del Rey D. Fernando VI, hecha en Real cédula fechada en Aranjuez a 26 de Junio de 1751. Entonces se dotó con el arbitrio de medio real en arroba de aceite que se vendiera para fuera del obispado, encomendando el Gobierno y administración del establecimiento a una Junta, presidida por el señor Obispo.
La creación de aquel asilo tenía por objeto educar a los pobres de ambos sexos; pero como por la Ley de 1849 se dio nueva forma a la Beneficencia en general, se incautó de este establecimiento la Diputación Provincial.
Este establecimiento sirvió de convento a los Dominicos; pero por Real Orden de 6 de Agosto de 1836 se obtuvo su cesión para el hospicio de hombres, que entonces corría a cargo de la Junta provincial de Beneficencia; pero habiéndose instalado el asilo de varones en dicho local , ocupó aquel convento la casa maternidad e inclusa, y el hospicio de mujeres, por acuerdo de 30 de Noviembre de 1844, tomado por dicha Junta.
Según la Ley de 20 de Junio de 1849 y Reglamento de 14 de Mayo de 1852, se incautó del establecimiento la Diputación provincial, en 1869, y desde entonces se rigió el asilo por el Reglamento aprobado en Real Orden de 15 de Octubre de 1853.
A propuesta de la Dirección del mismo asilo, en 1881, se creó en él la escuela de párvulos, que tan magnificos resultados ofreció, y en 1882 se estableció dentro de la casa la pila bautismal.
En 1887 este establecimiento albergaba 200 asiladas, que causaban 73.000 estancias anuales, a razón de 40 céntimos, que según memoria de D. Julian de Mores y Sanz bastaban para que las acogidas contaran con una buena y sana alimentación, que consistía en dos ranchos y el desayuno.
Para el servicio del establecimiento, había 12 hijas de la caridad, con el personal administrativo suficiente, bajo la dirección del ilustrado profesor de Medicina don José María Ruiz.
La inclusa, agregada a este establecimiento, tenía pagadas al corriente las pensiones de los 205 niños confiados a amas externas; además socorría con 25 céntimos diarios a otros 36 niños de madres pobres y viudas, y por último, tenía 10 niños lactando con amas internas.
Hijuelas para Expósitos
La de Ubeda sostenía 62 niños con amas externas, y la de Alcalá la Real 12 externos y 2 internos; hallándose encargada de la administración de este establecimiento una Junta de Señoras.
En Baeza también había casa de maternidad e hijuela de expósitos. Su origen era muy antiguo, contando en su fundación con recursos propios en bienes inmuebles, que se desamortizaron. Tenía 40 niños lactando. En el mismo local había otra hijuela del hospicio provincial, que asilaba 30 ancianos de ambos sexos.
El total de expósitos cuya lactancia pagaba la Diputación Provincial en los establecimientos antes expresados, ascendía a 367; y con objeto de vigilar e inspeccionar el buen trato y cuidado de los desvalidos niños, la Diputación nombró un Inspector[5].
[1] López Cordero, J. A. El Jaén isabelino: economía y sociedad (1843-1868). Universidad de Granada – Ayuntamiento de Jaén. Jaén, 1992, p. 177.
[2] Morés y Sanz, Julián de. Memoria referente a la provincia de Jaén redactada por___ cumpliendo lo dispuesto en la ley provincial. Comprende desde 1º de enero de 1886 a 30 de junio de 1887. Jaén, 1887, p. 55-60.
[3] Archivo de la Diputación
Provincial de Jaén. Legajo 2236/116. García-Anguita, Antonio.
Memoria que el Decano del Hospital presenta a la Excelentísima Diputación
Provincial en su sesión semestral de el mes de Noviembre de 1892.
[4] Palma Rodríguez, Fermin. “Nota histórica giennense. El doctor don Antonio José García-Anguita (1842-1904)”. Seminario Médico, nº 49.1. Instituto de Estudios Giennenses. Jaén, 1997, pp. 67-72.
[5] Morés y Sanz, Julián de. Memoria...