EL ÚLTIMO HIDALGO BAEZANO
Juan Antonio López Cordero.
Como ciudad principal de frontera, fue Baeza tierra de hidalgos desde su conquista. Allí fueron a asentarse ilustres linajes, desde donde extendieron la
reconquista hacia el Sur. En el Alcázar de Baeza figuraban los escudos y nombres de los trescientos hidalgos que por mandato del rey Fernando III fueron colocados en memoria de su contribución a la conquista de Baeza y la poblaron.
Eran aquellos hidalgos gentes guerreras, organizados en torno a cofradías, como la de los Doscientos Ballesteros del señor Santiago, famosa por sus proezas. Con
el tiempo, terminaron las guerras de moros, los valores de la hidalguía declinaron, no así los intereses, privilegios y prestigio social que tal nobleza tenía. Pero los tiempos cambiaron, muchos hidalgos se empobrecieron, otros buscaron mejor fortuna en la explotación de la tierra, en la
emigración a América, en el ingreso en órdenes religiosas, o en el servicio de las armas. Lentamente Baeza vino a menos, a la par que el reino de Jaén, pero el espíritu de hidalguía permaneció en la ciudad y era manifiesto en la vida cotidiana y en hechos ostentosos, como la creación de la
Real Sociedad de Verdaderos Patricios de Baeza y Reino de Jaén en 1774. Todavía, en el siglo XIX, nos encontramos a hidalgos de los de capa y espada forzando nuevas fronteras, patrióticos hasta la médula. Uno de ellos, quizás el último, fue Miguel Rodríguez (Archivo
Diputación
Provincial
de
Jaén.
Legajo 2759/45), capitán de
regimiento de dragones, retirado con el grado de teniente coronel y natural de Baeza.
Miguel Rodríguez se definía como hombre noble, que a lo largo de su vida había servido en el regimiento de Dragones de Villaviciosa, con el que se había batido
en numerosísimos combates. Su vida militar fue realmente intensa. No se perdió ninguna de las guerras de la época. El inicio de su carrera militar se produce en un período
-reinado de Carlos III- en el que se dedicaron grandes energías en rehacer el poder militar español. Aprovechando la Guerra de Independencia de los Estados Unidos de América y unidas por el pacto de familia, España y Francia acosaron a Inglaterra tanto en las colonias como en Europa. Los
ingleses fueron expulsados de Honduras y de la costa del Golfo de Méjico y se recuperó Menorca, mientras que Miguel Rodríguez era enviado a Gibraltar. Allí estuvo, en el sitio y bloqueo de esta plaza desde el tres de agosto de 1782 hasta que se hizo la paz el año siguiente, sin poder
conquistarla.
Los años de paz no duraron mucho. Murió Carlos III y su hijo, Carlos IV ocupó el trono a finales de 1788. El pronto estallido de la revolución francesa en 1789
puso de nuevo al ejército en estado de alerta. La ejecución del rey francés, Luis XVI, fue detonante de la intervención de las potencias extranjeras en Francia, entre ellas España, ya regida por Godoy. Nuestro hidalgo, a las órdenes del general Ricardos, fue enrolado en el ejército del Rosellón,
en el que permaneció desde 15 de mayo al 1 de octubre de 1793, período en que las tropas españolas alcanzaron algunas victorias. Pasó al ejército del Ampurdán en 1794 cuando la fuerte ofensiva republicana hizo retroceder a las tropas españolas. Los franceses penetraron en España y ocuparon
diversas poblaciones entre ellas San Sebastián, Bilbao y Vitoria, mientras que el ejército del Ampurdán también terminó por retirarse y el 16 de mayo de 1795 Miguel Rodríguez dejó este destino; mientras tanto se firmaba la paz y se iniciaba un período de alianzas con Francia y
enfrentamientos con Inglaterra.
Por esta época, Miguel Rodríguez servía de sargento de Granaderos y, en 1801, ya se encontraba de nuevo embarcado en otra guerra, la de las Naranjas, esta vez
contra Portugal por haberse negado a cerrar sus puertos a los barcos ingleses. Fue una guerra breve, Miguel Rodríguez participó en la toma de Olivencia y sitio de Campo-mayor. Portugal se avino a cerrar sus puertos a los ingleses y pidió la paz.
También participó Miguel en otro tipo de campañas, que eran periódicamente habituales para los cuerpos de ejército, como eran las persecuciones de cuadrillas
de bandidos, que en determinados períodos proliferaban en diferentes regiones. Así actuó en persecución de contrabandistas y malhechores en el punto llamado de Ordal, desde el 25 de octubre 1803 hasta el 8 de diciembre de 1805. En este último año salió de España para la expedición al reino
de Etruria, a causa de la alianza que Godoy estableció con Napoleón, formando parte de las tropas españolas que participaban en la política militar expansionista del emperador; mientras en otro más importante frente se producía el desastre de Trafalgar. En Etruria permaneció nuestro hidalgo año
y medio, de donde partió para continuar sirviendo a las armas francesas, en atención a las nuevas exigencias de hombres que Napoleón impuso a Godoy para sus conquistas en Dinamarca y Alemania.
Junto con otros soldados españoles, Miguel
Rodríguez partió de Etruria y, atravesando los reinos de Italia, Baviera, Sajonia, Prusia, y norte de Alemania, pasó a
la Pomerania Sueca, donde se incorporó en el ejército de Observación, al mando del mariscal del imperio francés Brunné, asistió al sitio de la Plaza de Stralsund, ciudad al noroeste de Alemania que perteneció a Suecia de 1648-1807, y participó en diferentes acciones de armas que ocurrieron,
Aparticularmente en la del día 6 de agosto de 1807".
Después de la batalla, el 15 del mismo mes, al regimiento de Miguel se le ordenó pasar al estado de Hannober e incorporarse a orillas del Elba al ejército del
mariscal Bernardote; con él participó, en marzo de 1808, en la invasión del reino de Dinamarca y en él permaneció para la defensa sus costas. Mientras tanto, en España tenían lugar diversos acontecimientos que desembocarían en el levantamiento de mayo de 1808: los sucesos de Aranjuez, la
destitución de Godoy, la abdicación de Carlos IV y la intervención de Napoleón con la cesión de la corona a su hermano José Bonaparte.
Cuando llegaron las noticias a las tropas españolas que se hallaban en Dinamarca, éstas se sublevaron contra los
franceses, entre ellas el regimiento de Miguel Rodríguez, que tomó con las armas la bandera de la "libertad y la independencia de su patria", proclamó como su rey a Fernando VII e inició una "gloriosa retirada de Dinamarca a España".
Estando rodeado de franceses y sus aliados, "atravesó las islas de Fionia y Fansinge y se halló en la intimación y toma de la de Langeland donde se reunió todo el ejército español para embarcarse", lo que realizó el día 21 de agosto de 1808 y desembarcó el 11 de octubre en
el puerto de Santander, incorporándose en el "ejército de la izquierda". Por esta acción y por su valor, lealtad y patriotismo, la Suprema Junta Central, en nombre de Fernando VII le concedió un escudo de distinción en el pecho, que llevaba una estrella polar y el lema 'Mi
Patria es mi Norte'.
Con su regimiento y sin caballo, Miguel Rodríguez atravesó toda la Península hasta unirse con el ejército de Extremadura, con el que permaneció desde el 30 de
marzo de 1809 hasta fin de enero. Durante este tiempo asistió a la acción de Alcabón el 26 de Julio, el 27 sostuvo la retirada de la vanguardia del ejército inglés, y combatió en la batalla de Talavera el 27 y 28 del mismo mes. Sangrienta batalla que enfrentó por un lado al ejército inglés
y español dirigidos por Wellington y Cuesta, respectivamente, y el ejército francés a cuyo frente se hallaba el mismo José I. La batalla terminó sin un vencedor claro, pero con la decisión del duque de Wellington -cuyo título recibió tras esta batalla- de retirarse a Portugal. La Junta
Central formó un ejército de 50.000 hombres para proteger el paso al Sur. Los españoles, al mando de Areizaga, fueron derrotados en noviembre de 1809 por el general Soult. Sólo 20.000 combatientes pudieron retroceder. Cruzaron el Tajo, y en estos hechos se destacó nuestro hidalgo, como en la
retirada del Puente del Arzobispo y demás acciones de caballería destinadas a proteger la huida del ejército que mandaba el Duque de Alburquerque a la isla de León.
En la batalla de Talavera, Miguel Rodríguez cayó del caballo, perdió la dentadura y recibió heridas en el pecho, que posteriormente le inhabilitarían para el
servicio de las armas. En 1811 tenía 57 años de edad y estaba jubilado con el grado de teniente coronel. No obstante todavía desempeñó las funciones de sargento mayor interino en su regimiento desde el mes de febrero de 1811 hasta fin de junio de 1812, en que se vio obligado a dejar el
regimiento después de más de cuarenta años dedicado a la carrera de las armas. Desde su empleo de soldado en 1770 había ido ascendiendo gradualmente (granadero, cabo, sargento, alférez, teniente, ayudante, capitán) hasta teniente coronel en 1808.
Tras la ofensiva hispano-inglesa y la retirada de las tropas francesas de España, Miguel Rodríguez volvió a Baeza. Los tiempos no eran los mejores para un
militar licenciado, pese a sus muchos años de servicio y condecoraciones recibidas. Y, como otros soldados, intentó buscar su subsistencia en los premios patrióticos que prometía el decreto liberal de 4-enero-1813, el cual autorizaba a entregar suertes de tierras de propios municipales a los
esforzados luchadores por la independencia. Pero aquel ayuntamiento baezano sabía distinguir entre dar las gracias y dar tierras que, por otra parte, eran fundamentales para cubrir los presupuestos municipales, siempre deficitarios; por lo que despachó al esforzado guerrero con táctica burocrática,
o sea, enviándolo a otra ventanilla. Su petición, según el artículo 41 del decreto reseñado, debía de verse en la Diputación de la provincia y, desde allí, enviarla a las Cortes. No sabemos si aquel hidalgo y esforzado soldado que sobrevivió a
incontables
guerras por su país
pudo conseguir un retiro digno en su tierra baezana. Quede aquí su memoria y saque cada cual sus conclusiones.