TRANSFORMACIONES EN EL PAISAJE GIENNENSE EN LA ÉPOCA ILUSTRADA
Juan Antonio López Cordero
(En
1. Introducción.
El pensamiento ilustrado, que anunciaba una nueva edad en
base a la razón, la ciencia y al progreso de la humanidad, encontró su
aplicación en todas las facetas humanas, también en el paisaje rural como
consecuencia de las transformaciones en la economía agraria que estimularon los
ilustrados.
En ello influye la recuperación demográfica que se produce
en el siglo XVIII, especialmente en la segunda mitad, tras el funesto siglo
XVII. El ilustrado giennense José Martínez de Mazas, en su obra Retrato al
Natural de la ciudad y término de Jaén dice que desde el comienzo del
reinado de Felipe IV, que estuvo en Jaén en 1624, sólo aparecen en las memorias de los
archivos rogativas públicas por falta de agua, por la peste ‑como la de 1679 y siguientes‑,
por el gran temblor de tierra de 1680, por huracanes y tormentas de granizo, guerras, etc([1]). Estas
desgracias continúan a lo largo del XVIII. Sin embargo, en este siglo,
especialmente en su segunda mitad, ya no se dan las terribles pestes y otras
mortalidades catastróficas que diezmaban drásticamente la población. Podemos
citar por su importancia las sequías de 1726, 1730, 1733‑36 ‑en 1735
se produjo gran mortalidad por hambre‑, y también en 1750([2]). En la segunda mitad del siglo XVIII, las crisis de subsistencias continuarán siendo un gran
azote para la población, sobre todo las de 1759, 1773, 1780 y 1793([3]), existiendo una estrecha relación entre hambres y
epidemias.
En la provincia, en términos cuantitativos, podemos
comprender la gravedad de la crisis demográfica moderna comparando los censos
de 1595, cuando la provincia tenía 244.197 hab., y el de principios del siglo
XVIII, cuando tenía 142.490 hab. La recuperación demográfica de la segunda
mitad del siglo llevó la provincia hasta los 193.362 en el año 1792. Más grave
fue la situación de capital de Jaén, que tenía en 1595 26.856 hab. y en 1792 la
población total era de 17.349 hab., sin que se produjese una recuperación
destacada en la segunda mitad del XVIII.
2. El paisaje de la comarca
de Jaén a mediados del siglo XVIII.
A mediados del
siglo XVIII, el término municipal de Jaén se estimaba en 119.000 fanegas, superficie
superior a la real, distribuidas de la siguiente forma:
fanegas |
||
‑ Tierras de siembra de riego:([4]) |
|
|
|
Huertas del Poyo
|
72 |
|
Huertas del Río |
610 |
|
Ruedo |
1.100 |
‑ Tierras de siembra de secano:([5]) |
|
|
|
Ruedo |
2.090 |
|
Campiña |
46.500 |
|
|
|
‑ Olivos: |
|
|
|
Regadío |
320 |
|
Secano |
1.895 |
- Viñas: |
700 |
|
‑ Morales: |
60 |
|
‑ Nogueras: |
30 |
|
‑ Zumacares: |
400 |
|
‑ Frutales: |
420 |
|
‑ Tierras de monte([6]) |
28.000 |
|
‑ Tierras improductivas: |
36.000 |
Las tierras de monte comprendían,
entre otro arbolado, "pinos silvestres, árboles blancos y negros", además de pastos. Y como tierras improductivas se incluían caminos,
veredas, diferentes "menchones, itares, cerros, cajas de ríos, arroyos,
barrancos, asientos de la ciudad", etc.
El terreno improductivo tenía la
siguiente distribución:
fanegas |
|
‑ El Nogueral de |
2.700 |
‑ Cerro San Cristóbal |
4.200 |
‑ Cerros de la Puerta Nueva |
2.590 |
‑ Daimora |
‑ |
‑ ... Umbría |
1.950 |
‑ Zumeles, Peñas de Castro y Puerto Alto |
3.600 |
‑ Cajas de ríos, arroyos y canales |
2.020 |
‑ Caminos y veredas |
2.430 |
‑ Menchones, itares en Barranco Hondo |
7.900 |
‑ Vélez, Regordillo, Aldihuela, Cueva de Olvidada y otros |
5.200 |
‑ Inútiles por naturaleza |
642 |
‑ ... |
‑ |
En la finca de propios de Mata Begid, dentro del término de Cambil, sus 7.900 fanegas de extensión estimada,
comprendían un amplia extensión de sierra, cuyas tierras se distribuían de la
siguiente forma:
fanegas |
|
‑ Tierras de siembra de riego |
115 |
‑ Tierras de siembra de secano |
430 |
‑ Encinas |
2.700 |
‑ Pastos |
4.655([7]) |
A finales del siglo XVIII, sólo casi una tercera parte de
las tierras de campiña del término de Jaén no correspondía a tierra calma, bien por ser suelos pobres, incultos,
por estar ocupadas por las cañadas de los ríos; o bien por corresponder a plantíos o monte de encinas, "que hay aunque
poca cosa, en algunos rincones". De la tierra calma solía sembrarse
cada año una tercera parte, por estar a tres hojas, y de esta tercera parte dos
correspondían a trigo y una cebada. En la hoja baldía de la campiña el labrador
solía sembrar "yeros, escaña, guijas y otras semillas para cebo de los ganados". En cambio, en la vega, ruedos y huertas de la ciudad , así como en las de las aldeas
de Torredelcampo, Fuerte del Rey, Villargordo, las tierras no descansaban ningún año,
debido al riego y abonado que recibían, obteniéndose un mayor rendimiento([8]).
Por lo tanto el término de Jaén presentaba también en su paisaje agrícola una
visión desnuda. En la campiña, el cereal se simultaneaba con el barbecho y el erial, paisaje impuesto por el importante grado de
autoconsumo de la población, y una base social en la que la figura del
jornalero es el eje central, cuyos brazos encontraban en las labores temporales
de siembra y siega el precario sustento. El largo período de paro
lo dedicaba a la recolección de frutos silvestres que también producía la
campiña, como eran las alcachofas, alcaciles, cardillos lechales, espárragos, alcaparrones, mostaza y algún esparto([9]).
Antonio Ponz, hablando de dos caminos de Baeza a Jaén, refiriéndose a la campiña de Jaén, dice que a mediados del siglo XVIII
el paisaje era árido y despoblado y el camino por la campiña en mal estado, con
grandes tramos sin un solo árbol, tierras que sólo ofrecían a la vista cerros
pelados, secos rastrojos y mucho polvo([10]).
Junto a la ciudad de Jaén se encontraban las huertas del Poyo o de la Ribera, "que cercan a la ciudad por abajo",
formando 95 cuerdas de campiña (59,49 has.), divididas en 56 suertes a
finales del siglo XVIII. Eran regadas con el agua de la ciudad y en ellas
trabajaban 100 vecinos todo el año. Su producción era casi toda ella de hortaliza común, pues por real cédula de 7‑noviembre‑1478,
los Reyes Católicos ordenaron que en las huertas del
poyo no se sembraran trigo ni cebada, sino sólo "peujares"([11]). Se plantaban coles cerradas, lechugas de cogollo y de ensalada, acelgas, pimientos, tomates, berenjenas, cebollas, espinacas, escarolas y verzas. Había también "cardos aporcados", pepinos, melones, sandías y todas las menudencias de huerta, que sembraban en la vega y en las huertas del río. Muchas de ellas a la sombra de
morales.
Los conventos de San Francisco, Capuchinos, las Bernardas, Santa Clara, las Descalzas y otros, junto con muchas casas
particulares, también tenían huertas donde plantaban "coliflores, algún broculi, frutales de agrio, naranjos chinos, rosales y todo genero de flores". Toda la hortaliza referida se regaba con agua "espesa,
corrompida, y hedionda de las albercas", que había en las huertas del poyo, muy dañosa para la salud([12]).
La zona de la Vega correspondía a hazas destinadas a trigo y otros frutos. La Vega formaba el coto de Veintena, llamado así porque, según carta de
los Reyes Católicos, de cada veinte cabezas de cualquier
ganado que entrase en el coto se multaba al agresor con una o más por el daño
causado a las siembras, olivos y viñas. Su término era el siguiente:
"Desde la Dehesa aquende las Viñas del Majano por Belbel, el Molinillo, la Saceda, Fuente del Prado, Torrejón del Valle, la Peña Almagra hasta Valdeparaíso por donde entra el arroyo en el Río, y
hasta Jaén: así se explicaban los términos de dicho coto,
que es puntualmente toda la Vega á donde alcanzan las aguas de riego empezando
por la punta de arriba ó desde la Virgen blanca, por donde baja la Agua de la Imora y de las Casas, y después la de la Fuente de la Magdalena, Arroyo del matadero y Fuentecillas de la Salobreja y hasta el Vado de media noche por donde entra en Riofrío el Arroyo de Valdeparaíso".
En algunos cerrillos existían unas pocas viñas, y aún se conservaban también a finales del
siglo XVIII algunos olivos desparramados en esta zona de la Vega, que tenía "media legua de cuadrado"
(776,37 has.)([13]).
La tercera zona de huerta la constituían las llamadas Huertas del Río([14]). Estas huertas se extendían desde dos puntos. Uno
era la "cerradura de Otíñar", por donde entraba el río "Candelebrage", o
actual río Quiebrajano. Y el otro desde la "Cerradura de los Villares". Terminaban en Casa Tejada, donde acababa el pago de Pozuela, aunque se podía incluir también la vega del Cortijo de Grañena, que a finales del siglo
XVIII se pensaba en poner de huerta.
De las dos riberas del río salían diversos cauces que
regaban los pagos de Valdecañas, Vega de los Morales y otros. Algunos de ellos
también eran utilizados como paradas de molinos, como en tiempos medievales. A lo largo del río,
las huertas se estrechaban o ensanchaban según la
orografía del terreno. En total formaban 820 cuerdas (513,48 has.), repartidas
en 412 suertes de huertas de diferentes señoríos, unas más extensas que otras,
también con diferente población arbórea, y donde trabajaban cerca de 500
hortelanos. Comprendían los sitios o pagos de Otíñar, Puente de la Sierra, Valdecañas, Vega de los Morales, Vega del Infante, Lope Pérez, los Tejares, Fraylas, Juan Ramos o del Partidor, Batán del Obispo, Rinconada del Puente de Tablas y Pozuela, hasta Grañena.
Las cosechas eran de trigo, habas, lino, hortalizas, maíz y alcaceres. Había también nogales, normalmente junto a las casas y chozas de
los hortelanos, a las que servían de abrigo. Pero era el manzano el árbol más abundante, aunque se cultivaban
todo género de árboles frutales, sobre todo desde "el Molinillo que llaman de la Encomienda de Albanchez", perteneciente a la Orden de Santiago, hasta el fin de Pozuela. En los pagos río arriba abundaban más las
"guindas garrafales, cerezos, camuesas, peras de varias especies, albaricoques, alverchigos, melocotones, ciruelas de muchas especies, y las mejores son las
que llaman del Fraile, que se desmuelen fácilmente del pellejo y
son buenas para almívar". También había peros, higueras y granados. Todos estos árboles solían ubicarse en las
lindes de las parcelas y a uno y otro lado de las hijuelas o acequias, con el
fin de no ocupar lugar([15]).
Otras huertas que se juntaban con las del río eran las de Valparaíso, regadas por dicho arroyo, formado por
los nacimientos de la Fuente de la Peña, Baños de Jabalcuz y Recuchillo. Producía granadas dulces, guindas garrafales, higos, ciruelas y parrales de uvas "de comer y para guardar".
Estaban distribuidas en 111 suertes con 50 hortelanos, en una superficie de 49
cuerdas de tierra (30,68 has.)([16]).
Otro pequeño pago de huertas era el de la Virgen Blanca o de las Casas y Fuentezuelas, en el camino de Martos. Utilizaba el agua de las fuentes de la Imora y de las Casas. Producía "granadas agridulces, que se conservan mucho tiempo,
y otros frutos de siembras". Su extensión era de 66 cuerdas (41,33 has.), en las que
trabajaban 30 hortelanos.
Esta gran cantidad de huertas existentes en la ciudad de Jaén hacía que la mayor producción se exportara
fuera de la ciudad. Además se obtenía otro producto de gran importancia en la
construcción de los tejados de las casas, como eran las cañas([17]).
En cuanto a las zonas de vid, en contraposición con el resto de España, en la comarca de Jaén se eliminaron algunas
superficies de viñedos en el siglo XVI y comienzos del XVII,
seguramente motivado por la mala calidad de los terrenos para la viticultura y
la mayor rentabilidad de los cereales. Pero a principios del siglo XVIII, en la
ciudad de Jaén, la superficie dedicada a vid experimentó un incremento, pese a
la competencia de vino de otros lugares, algunos de ellos de la propia comarca,
como Torredelcampo([18]).
La ubicación de la vid era semejante a la época medieval,
en lugares cercanos a la ciudad y de secano, principalmente en las laderas de
los montes, que no eran aptos para ser aprovechados por otros cultivos. La vid
estaba especialmente protegida en Jaén
desde tiempo atrás. Por Real Cédula de 29‑junio‑1449 de Enrique IV y otra de la reina Doña Juana en 1505 se prohibía la entrada de vino
forastero en Jaén hasta que se hubiese consumido el de la ciudad, lo que había
dejado de cumplirse hacía tiempo. No obstante, a finales del siglo XVIII, la
coyuntura de la vid era buena. Y se hacían nuevos plantíos aprovechando las
faldas de la sierra y quebradas de los montes, concretamente en los sitios del Portichuelo, las Peñas de Castro, Fuente de Almodóvar y Cuesta Negra. Cerca de los Baños de Jabalcuz, por los cerros colindantes,
existían también muchas caserías de viñas. En 1791 se aforaron a los cosecheros unas
460.900 arrobas([19]).
Otras plantas que se cultivaban a finales del siglo XVIII
eran el zumaque, arbusto que nacía y se propagaba
naturalmente, que se recogía en el sitio del Llano, útil para los curtidos y tintes; la gualda, utilizada para el tinte y que también se
encontraba en estos sitios; el pastel, también llamado glasto, utilizada como tinte azul; la grana, que se criaba en las hojas de las coscojas de los montes, buena para tintes
encarnados; y la rubia o "lapa",
planta que se encontraba silvestre en las huertas, utilizada también para tintes([20]).
En los pueblos del alrededor de la capital, el paisaje
mostraba semejantes características, según fuese de monte o campiña. Así en
Mancha Real, las tierras destinadas a regadío comprendían 118 fanegas de
huertas (sólo el 0,6 % del término municipal), en las que se sembraban hortalizas, cebadas, alcarceres, y algunos frutales, morales y granados, en los sitios de Pozuelo, Ejido de la Florina, Alberquillas Bajas y Arroyo Frío, que se regaban con el sobrante de las
fuentes de la localidad. En años abundantes se regaban en invierno otras
tierras puestas de olivos con los arroyos que procedían de Torres.
Las tierras de secano (el 63 % del término), en su mayor
parte, estaban destinadas a siembra (trigo, cebada, habas, lentejas, lino, escaña, garbanzos, yeros, linaza, avena, y centeno), junto con algunos olivos, viñas, morales, granados y linos; en los sitios de los Ruedos, Campiña, Campiñuela, Pozoblanco, Cabañas, Encinares, Baldíos, Valdigüelo, Letraña, Albercón, Cazarejo, Lantiscosa, Valermoso, Loma de Torremocha, Cañada de Lantiscosa y Solana, Casa Blanca, Servalejo, Canteruela, Casa de Freilas, Toscares, Potosí, Majada de la Condesa, Arroyo Frío, Senda del Lobo, Tejoneras, Arroyo Sequillo, Cerrajón, Pasadilla y Torre del Moral([21]).
En Los Villares existía una amplia huerta, regada con el agua de sus ríos, cubierta en
su mayor parte de hortaliza, legumbres, olivos y árboles frutales. Así como La Guardia, fertilizada en gran parte por el río Guadalbullón, tierras de regadío en las que
destacaba el olivo, maíz, hortaliza, cebada y árboles frutales. Las tierras de secano seguían siendo
predominio del trigo, con escasos olivos y algún otro tipo de árbol([22]).
En Torredelcampo, terreno de campiña, las cosechas eran de trigo, habas, anís o matalahúga y otras legumbres, no faltando la vid y el olivo, alguna hortaliza, árboles frutales y encinas ([23]).
En cambio en Pegalajar, al ser terreno montañoso, la distribución
de los cultivos era distinta, pudiendo distinguirse las siguientes zonas:
‑ La vega regada por la Fuente de la Reja y su estanque, que se extendía al
Sur de la población a través de una serie de bancales de huerta y olivos en ligera pendiente hacia el Guadalbullón. Tenía un origen medieval, posiblemente
árabe, con la construcción de una importante e inteligente red de acequias que
regaba los numerosos e irregulares bancales aprovechando cada palmo de terreno.
Tras las huertas se extendía el olivar, que aprovechaba los sobrantes de estas
aguas. También había algunas viñas.
‑ La vega del río Guadalbullón, que aprovechaba sólo una estrecha franja
de sus riberas por su angostura, sometida además a periódicas inundaciones([24]).
‑ Las tierras de secano al Sur del término, de
relieve menos accidentado y situadas a la izquierda del río Guadalbullón,
destinadas a dehesa y, más tarde, también a cultivo de cereales.
‑ La zona de secano al Este del término, montuosa y
en su mayor parte de explotación ganadera, donde a mediados del siglo XVIII nos
encontramos en sus zonas más fértiles el cultivo de cereales.
Sólo el 43,5 % de las tierras del término de Pegalajar
estaban destinadas al cultivo (el 39 % correspondían a secano y el 4,5 % a
regadío). En las tierras de secano, el espacio dedicado a la siembra, especialmente cereales, era prácticamente el
total, sólo 10 f. estaban destinadas a
la plantación de olivar. Mientras que en el terreno de regadío los
cultivos cambiaban, ocupando el olivar un mayor peso con el 33,76 % de las
regables, seguido de la tierra de labor (27,77 %), frutales (16,45 %), vid (13,88 %) y otros, como granados, higueras y nogueras. La vid de secano era inexistente.
Los productos de este término de Pegalajar eran el aceite, trigo, cebada, escaña, centeno, lino, seda, cáñamo, uvas, melocotones, albaricoques, ciruelas, peras, higos, granadas, nueces, y "alguna hortaliza para el autoconsumo por su cortedad"([25]).
3. Transformaciones en el
paisaje.
En el siglo XVIII se producen una serie de transformaciones
en el paisaje giennense motivadas en gran parte por el aumento poblacional de
este siglo, consistentes en un proceso de roturación y deforestación que ya
tuvo sus prolegómenos en el siglo XVI, coincidiendo con la revolución
demográfica que se produjo por aquel entonces en la comarca sin que se
acompañase de un cambio en las bases económicas tradicionales. El retroceso
demográfico del siglo XVII detuvo aquel proceso.
Las nuevas transformaciones en el paisaje del siglo XVIII
intentaron ser encauzadas por el espíritu racional de los ilustrados. El
mantenimiento de la agricultura y ganadería extensiva tradicional como base
económica de la provincia, de carácter semiautárquico, fue el gran obstáculo
para un cambio económico que redundara en beneficio de la sociedad. Así pues,
el siglo XVIII es el reinicio de un proceso que culminará en el siglo XIX con
desamortizaciones de los bienes eclesiásticos y comunales.
En el siglo XVIII se producen roturaciones de tierras a
costa de los pastos, que ya se apuntan a finales del siglo XVII, cuando los
criadores de yeguas y potros de la ciudad de Jaén se quejaban de que los
labradores habían ido extendiendo sus cultivos tanto por tierras de dehesas como por los mismos caminos, exigiendo que se
devolviesen a pasto en verano y otoño la falda del cerro de Jabalcuz y la vereda real que iba al Portichuelo de Castro para uso del ganado. Las
reales provisiones, que favorecían la cría del ganado caballar, utilizaban determinadas dehesas, como las
de La Parrilla, Otíñar y Sacedilla, y
más adelante las del Concejo y La Vieja, aunque a veces el número de cabezas era muy
inferior al que podían albergar. Todo ello influyó en la recuperación de la
ganadería caballar.
En las roturaciones de pastos también incidió la situación
de mancomunidad con las villas de La Mancha, Los Villares, Valdepeñas y otras, que dio lugar a situaciones de
las que se quejó muchas veces la ciudad de Jaén. Aquellas villas, sobre todo la de Valdepeñas,
hacían excesivas "talas y cortas" en los montes comunes, como se recoge en una Real Provisión de Felipe V de 1722([26]).
En este proceso de roturación incontrolada, el concejo jiennense
denunciaba el procedimiento que usaban muchos vecinos para conseguir la
propiedad del terreno roturado, consistente en hacerse denunciar ante los
alcaldes ordinarios y, tras ser condenados, apelar a la Chancillería de Granada, mientras que con el
certificado de pleito se consideraban titulares de la tierra.
4. La reforestación
ilustrada.
En el siglo XVIII la política forestal de los Borbones fue más activa que la de los Austrias, y a
iniciada en un primer momento por las disposiciones de Felipe V, que en 1716 ordena que se planten por los Concejos pinos carrascos, álamos y otros árboles en los montes baldíos, tanto concejíles como particulares. En
estos últimos a costa de los dueños, debiendo visitar los corregidores todos
los años los montes. Pero será la Real Ordenanza para el aumento y conservación
de montes y plantíos, publicada el 7 de diciembre de 1748, la que desarrolle la
repoblación forestal de una forma más ambiciosa; según la cual los corregidores
debían hacer informes exactos sobre los montes de cada lugar y el número de
vecindario. Se ordenaba que cada vecino plantase cinco árboles por año, o
sembrar bellotas, castañas o piñones donde los corregidores indicasen. A cada
lugar se le obligaba a cuidar sus montes, controlándose las cortas. También se
amenazaba a los pastores que en otoño prendían fuego al bosque para mejorar sus pastos. Y para la vigilancia, cada concejo debía
nombrar un guarda de monte([27]).
Sin embargo, esta política contaba con numerosos
obstáculos, como la falta de viveros necesarios para la repoblación, la ausencia
de presupuesto para ello y, sobre todo, el continuo crecimiento de la población, cuya economía es básicamente
de autoconsumo, con sus necesidades alimenticias ‑roturaciones‑, de
carbón y madera, que en Jaén fue causa principal. Con todo, hubo algunos
progresos en cuanto a la reforestación, más testimoniales que otra cosa.
Las Reales Ordenanzas de Conservación de Montes y
Aumento de Plantíos exigían a los ayuntamientos un reconocimiento previo de los
términos municipales en busca de algún paraje apto para la plantación de
arbolado. Como norma general, los ayuntamientos de la comarca manifestaban
reticencias a la hora de encontrar parajes idóneos para la repoblación
forestal, a lo que no debían ser ajenos los intereses agrícola‑ganaderos
existentes. Por ejemplo, en 1786 y 1787, la villa de Pegalajar, pese a la orografía de su término con
predominio de zona montañosa, los peritos nombrados al efecto para el
reconocimiento del término manifestaban que "no se alla parage alguno a
propósito para plantar de montes ni sembrar de arbolados", y
únicamente establecían para tal fin una pequeña porción de terreno alrededor de
la Fuente Vieja, donde podían plantarse unos 211 álamos. El Ayuntamiento de Mengíbar, en 1786 y 1792, también hacía manifiesta
la escasez de tierras existentes en su término para repoblación forestal,
diciendo:
"... en dicha villa hay bastantes
matocadas de Mata Parda, que guardándolas, pueden producir
chaparreras de ellas, y que el término de esta repetida villa
se reduze todo él a tierras de labranza de campiña y Desas Boyales de dominio particular, por cuya razón, no
adbierte que en ellas haya sitio conmodo para plantar o sembrarlos de piñón o bellota, por no ser terrenos a propósito para ello,
y no poderse conservar en dichas tierras de lavor y deesa por estar destinadas
para el ganado de dichas lavores".
El único lugar que en Mengíbar se consideraba apto para repoblación era el
situado junto a los márgenes de los ríos Guadalquivir y Guadalbullón, y en los sitios conocidos como los Baldíos y Arenales de la Dehesa Nueva([28]), donde se plantaban árboles blancos, lugares en los que las crecidas del río acababan periódicamente con ellos.
También la ciudad de Jaén solía utilizar los márgenes de
los ríos para ubicar la repoblación. En 1785, los fieles de campo reconocían
que se encontraban criados y guiados 4.623 árboles frutales, álamos y de otras especies. No se habían podido
plantar algunos a causa de los continuos temporales de lluvias de ese año, pese a haber más de 50 cuerdas
de tierra para plantar.
Parecidas razones a las de Mengíbar aludía el Ayuntamiento de La Guardia, en 1786, a la hora de señalar los parajes
para la repoblación. Se consideraba como únicos parajes adecuados los márgenes
del río Guadalbullón, por "lo reducido que es el término
de esta villa y allarse acotado lo más de él, para apacentadero del ganado yeguar, y lo restante heran heredades plantadas de frutales, utilísimos a la Corona".
Otros pueblos no ponían tantos impedimentos a la hora de la
repoblación, como Torredelcampo, acotando la tierra que le parecía
conveniente y útil para plantíos, que eran los sitios de Cuesta Negra y Puerto, en los años que tenemos referencia ‑1786,
1787 y 1792‑.
Además se intentó controlar la tala de árboles en la
comarca, haciendo necesarios los permisos por parte del Corregidor de la ciudad
para tal fin, ya que también acumulaba el cargo de Juez Subdelegado del Consejo
para la conservación de Montes. Concedía los permisos de tala que consideraba
no producían deforestación tras mandar un perito a examinar el lugar.
Es el caso de Los Morrones en Carchelejo, en 1782, lugar poblado de encinas; el soto del Cortijo de la Manseguilla junto al río Guadalbullón en 1788, entre La Guardia y Jaén, poblado de álamos; la alameda del río Guadalbullón, junto a la Torre de la Cabeza, propiedad del Conde de Humanes, también en 1788; el Puerto Alto de Jaén, en 1787, plantado de pinos carrasqueños, que sólo podían servir para
"vigas y piernas de asnas"; los encinares y quejigales de los cortijos de la Yedra y la Beata, propios del Convento de religiosas de Santo Domingo de Guzmán de Jaén, en 1780([29]), etc.
Por otra parte, a partir de 1760 se inician una serie de
actuaciones que tendrán como objetivo el trasvase de la propiedad municipal de
los propios a propiedad privada. Esta iniciativa tendrá dos fases separadas.
Una, la vía ilustrada, reformista, con repartos de suertes de propios. Otra, la
vía liberal, progresista, con la desamortización civil. Tras la creación de la Contaduría General de Propios y Arbitrios y las Juntas Locales de Propios, 1760‑1761, se
dictan las primeras disposiciones para el reparto de las tierras concejiles,
las cuales se reiteran en 1766, 1767 y 1768. Son disposiciones que se dictan en
una coyuntura agraria alcista, con expansión de cultivos, rentas altas y fuerte
demanda de tierras. Los repartos dan acceso a suertes pequeñas (2 a 4 fanegas)
a braceros sin tierras([30]). Son los prodromos de las futuras desamortizaciones
del siglo XIX, con los que se inicia una larga y dura batalla dialéctica que
tendrá una drástica salida en dichas desamortizaciones.
1.4. La deforestación y el
pensamiento de la Ilustración.
En el siglo XVII todavía
pervivían importantes masas arbóreas en la comarca, localizándose en
aquellos lugares de sierra distantes de los núcleos urbanos. Prueba de ello es
que en la primera mitad del siglo XVII las sierras de Jaén y Valdepeñas poseían para el fuego "mucha y
muy buena leña".
También Sierra Mágina, con importantes "pinares abetajados", como el de Jódar; así como importantes zonas de esparto, a destacar la de Bedmar([31]). En la Sierra Sur de Jaén, bastante lejos de la capital,
los montes aún mantenían una importante masa arbórea. Los de Los Villares estaban "plantados de robles, encinas y otros árboles proporcionados para leña y carbón, de que hacen sus naturales un mediano
comercio"([32]), probablemente con la ciudad de Jaén.
Es a partir de la segunda mitad del siglo XVIII,
cuando el espíritu de la Ilustración modificó
notablemente la idea que se tenía del bosque. Hasta entonces, salvo
excepciones, se había considerado como una reserva de tierra cultivable,
sometido a las dos únicas fuentes de riqueza: la agricultura y la ganadería. No
obstante, esta idea tuvo que convivir con la presión roturadora sobre los baldíos. La Real Provisión de 1770 ordenaba el reparto de
las tierras de los pueblos entre aquellos individuos que tuviesen hasta tres
yuntas. A los jornaleros se les entregarían tres fanegas de tierra junto al
poblado en el que residieran y ocho fanegas por yunta, tierras que normalmente
eran de mala calidad([33]).
Los ilustrados establecieron las bases de una nueva
corriente de pensamiento, dejando de considerar la ampliación de los cultivos
como sinónimo de aumento de riqueza, pues a sus ojos se hizo evidente la baja
productividad y los efectos nocivos que las roturas tenían sobre el medio
ambiente, provocando la "disminución de las disponibilidades de agua,
la acentuación de la aridez y de la sequía de la tierra, la irregularidad de
las lluvias y la insalubridad del aire". Por el contrario, otros
ilustrados, como Jovellanos, propugnaban la reducción a propiedad
particular de los montes comunes y el fin del intervencionismo gubernamental.
Creían que de la explotación privada surgía de forma espontánea la
conservación del monte, no existiendo contradicción
entre propiedad privada y conservación([34]). Así pues, la Ilustración estableció las bases del
discurso ecológico del siglo XIX.
Este ideal conservacionista de la Ilustración es evidente
en el Deán jiennense José Martínez de Mazas, que a finales del siglo XVIII
escribe:
"Es una lástima ver estas Sierras tan peladas, y que para hacer una carga de
leña de lentisco, ó de cornicabra tiene que andar tres leguas un pobre
leñador".
...
"(En los sitios de Otíñar, Recuchillo, Ríez y Romanejos, lo que más se encuentra es) algún monte
bajo de acebuches, chaparros, lentisco, cornicabras, espinos, romeros y aulagas, de que hacen cargas los pobres leñadores
con imponderable trabajo, y por caminos peligrosos".
...
"Las talas, y mas que todo los incendios no castigados la han dejado (la sierra) rasa por
todas partes"([35]).
Denuncias sobre las continuas talas de árboles son corrientes en esta época, más
que en años anteriores, quizás debido a esta idea conservacionista de la
Ilustración, que no debió ser compartida más que por las elites ilustradas de
la ciudad, y muy probablemente también como reacción a un incremento de la
deforestación, debido a la fuerte presión demográfica de la segunda mitad de
siglo. Prueba de ello es que hasta mediados de siglo XVIII sólo encontramos en
el Archivo Municipal de Jaén dos años en que existen denuncias por talas
ilegales, mientras son muchos más los años del resto del siglo en que aparecen
expedientes de denuncias([36]). Las talas ilegales de árboles se realizaban en
cualquier parte del término con arbolado, como en 1790, en el "Tentesón", junto al Cerro de San Cristóbal (La Guardia); en 1796 en el Monte de los Barrancos de la Peña de la Moneda, por exceso en la corta de encinas y poda de quejigos; o en 1799, que afectó al "Puerto de la Manadilla", siendo cortados chaparros, quejigos y pinos, encontrándose treinta y cinco estacas de
éstos en el "Molino de harina"([37]).
En la campiña la situación era aún peor. Salvo algún
pequeño monte de encinas, lo demás correspondía a terreno de cultivo o
a terreno pobre en vegetación([38]). En algunos pueblos de la campiña, como Fuerte del Rey, ni las dehesas de pastos mostraban áreas de vegetación arbórea, siendo muy explícito el comentario
que se da en el catastro del Marqués de la Ensenada, de mediados del siglo XVIII:
"No hay montes, viñas no matorrales", tan sólo una corta porción de olivares dispersos. Su término estaba dedicado,
excepto algunas dehesas para pastos, a la producción de trigo y cebada([39]).
Por ello, el Deán Mazas hacía un llamamiento a la repoblación con bellotas, piñones, olmos en los sitios húmedos, etc.; recomendando
también la plantación de algarrobos y servos en "las viñas perdidas que estaban en la cañada del camino viejo, que sube al Portichuelo"; así como de higueras. Su afán de fomento del arbolado le llevó a
él mismo a plantar la arboleda de los
alrededores de la Fuente de la Peña, tradicional lugar de recreo de la
población.
3. La Fauna.
Aunque habían desaparecido algunas especies, como el oso([40]), que no pudo sobrevivir a la fuerte presión
demográfica del siglo XVI, aún perdura en la Edad Moderna una fauna importante
en la comarca. La fauna todavía podía mantener un pulso al hombre e incluso, a
veces, contraatacar de forma alarmante, provocando grave temor ante sus
terribles consecuencias. Nos referimos a la plagas que afectaban a la
agricultura, como langosta, gorriones, o lobos.
Por otra parte, el poder divino y la naturaleza estaban
directamente vinculados en el pensamiento del hombre de la época. Las
desgracias producidas por los elementos naturales ‑sequías, tormentas, plagas,...‑ se consideraban como
males enviados por Dios como castigo y advertencia a los hombres ante sus
pecados. La naturaleza conservaba, pues, un importante sentido mágico,
provocando en el hombre cierta dependencia e influía decisivamente en sus
cultivos, lo que se plasmaba en la religiosidad campesina. Aponte Marín, que la ha estudiado en Jaén, nos habla de ella y de la suma importancia de
la función santoral en relación con las tareas agro‑ganaderas. Así vemos
que San Miguel era el principio del año agrícola, San Marcos representaba el principio del año para
los pastores, San Martín correspondía a la matanza, San Antón era el patrón de los animales; San Marcos, San Isidro, San Gregorio Nacianceno y San Gregorio Ostiense, intercesores frente a la
langosta. Y sobre todo Nuestra Señora de la Capilla y Nuestro Padre Jesús, que a lo largo de la historia
jiennense aparecen como intercesores ante plagas, temporales, sequías,
epidemias, etc.
La relación histórica del hombre con la naturaleza era muy
diferente a la actual. No hay que olvidar que el hombre moderno vivía en una
sociedad agraria tradicional, temía aún a la naturaleza, en una relación de
desafío que envuelve de cierto mito sus elementos: bosque, tormentas, lobos, bandoleros, etc. La lucha fauna‑hombre
no era más que un capítulo de la lucha del hombre por su supervivencia en un
medio hostil que había de modelar a sus necesidades, hiriéndolo muchas veces de
tal manera que a veces repercutía negativamente sobre el propio hombre.
La naturaleza no sólo mostraba sus fuerzas con inclemencias
meteorológicas, sino también con la presencia de plagas animales. La langosta era la más temida por las repercusiones
sobre los cultivos, en esta sociedad eminentemente agraria, y sobre la masa
vegetal en general. Periódicamente hacia su aparición esta plaga sobre los
campos de la comarca, sembrando el miedo y la devastación de los parajes donde
se posaba, como ocurrió en las plagas de 1598, 1620, 1670, 1708, 1756,...([41]).
Otras veces eran las plagas de gorriones las que amenazaban los sembrados y
huertas. A finales del siglo XVIII, el concejo de Jaén decidió combatirlos movilizando a los vecinos.
En 1793, el cabildo municipal decretó que cada vecino matase media docena de
gorriones. Los desobedientes pagarían una multa de seis reales. Y en 1794 se
volvió a ordenar los mismo([42]). Naturalmente, el exceso de celo en combatir los
gorriones se traducía en la proliferación de otras plagas de insectos, al
romper el equilibrio natural existente.
También los lobos suponían una competencia para el hombre. La
sobrepoblación de lobos incidía perjudicialmente sobre los ganaderos y hasta en
el viajero solitario. Los lobos estaban diseminados por todas las sierras de la comarca. Los encontramos en Sierra Mágina, La Pandera, Puerto Alto, Los Villares, Dehesa de Yeguas, Dehesa de Riocuchillo, Jabalcuz, Riofrío, Sierra de Jaén, Valdepeñas, Pegalajar, Matabegid,...([43]). La forma de lucha contra éstos en la ciudad de
Jaén viene recogida en las ordenanzas municipales de la primera mitad del siglo
XVI. Normalmente consistía en recompensas individuales por lobo muerto, cuya cuantía variaba según los años. A
veces eran cien maravedíes por cabeza u orejas de lobo presentadas, y otras
veces cincuenta, y el mismo precio por camada. En 1562 se pagaba medio real por
camada y un cuartillo por lobo grande. Y cuando los ganados recibían muchos
daños, se autorizaba el uso de zarazas (masa hecha con agujas, sustancias
venenosas, etc.)([44]).
Otras formas de lucha contra los lobos eran las batidas. Éstas fueron promovidas en
continuas ocasiones. Así vemos que en 1788, la Real Cédula de 27 de enero de
ese año, contiene acciones encaminadas al exterminio del lobo y otras alimañas.
La Real Orden previene que en los pueblos donde existiesen lobos se habrían de
realizar dos batidas al año, una en enero y otra de mediados de septiembre a
finales de octubre, encargo que debían realizar las justicias, corregidores y
alcaldes mayores. Los gastos se reducían a municiones de pólvora y balas y a un
refresco de pan, queso y vino para los participantes, que debían pagarse
proporcionalmente al número de cabezas de ganado estante y trashumante, o a
costa de los caudales públicos. Finalizada la montería, la piel, cabeza y manos
de los lobos abatidos quedaba en poder de los justicias para
evitar que alguien las utilizase para pedir limosna([45]). Además, también los zorros eran perseguidos como animales dañinos. Sobre
éstos y aquellos se establecían las recompensas para sus cazadores fuera de la
montería: (cantidades expresadas en ducados y reales)
Lobo 4
d. 20‑30 d.
Loba 8
d.
Camada 12
d.
Lobezno 2
d. 4 d.
zorro/a 10
rs. 15 rs.
Hijuelos 4
rs. 5 rs.
Entre 1788 y 1796, en la ciudad de Jaén se pagaron por el
exterminio de animales dañinos 798 recompensas, por una cantidad de 20.634
reales. No todos los municipios obedecían la Real Cédula de 1789 y continuaban
pagando las recompensas por la anterior de 1788; por lo que, a veces, la
picaresca movía a los cazadores a entregar las capturas en aquellos municipios
que la recompensa era mayor, como en la ciudad de Jaén, cuya Junta Municipal de Propios tenía "sospechas
fundadas de que por no premiarse con maior cantidad en los Pueblos inmediatos,
como sucede en esta ciudad, registran en ella las (zorras) que matan en los términos de dichos Pueblos". La solución que dio el Ayuntamiento
jiennense fue también semejante a la de los pueblos limítrofes, regirse también
por la R. C. de 1788([48]).
Existieron diversas normativas reales sobre caza, como las
dadas por Carlos III y Carlos IV, en las que se hacen referencia a diversas
técnicas: reclamos, lazos, perchas, orzuelos, redes...; artes que, salvo
excepciones, estaban prohibidas. Fuera de los períodos de veda ‑de marzo
a primeros de septiembre‑, el uso de la escopeta era lo más común,
utilizándose perdigones, postas y balas. Los mismos pastores solían ir armados
de escopetas para defender su ganado de los lobos, pero se les prohibía cargarlas con perdigones
con el fin de evitar que cobrasen pequeñas piezas. Aunque la afición a la caza
era general, las diferencias sociales también eran evidentes en esta actividad.
Los estamentos privilegiados ‑nobleza y clero‑, podían cazar todos
los días con escopeta y perro, el resto sólo los domingos y días de fiesta([49]).
Por otro lado, en la descripción que de las tierras de Jaén
hace en 1628 Ximénez Patón, nos da una visión general de rica
fauna. Dice que hay aves ‑perdices, palomas torcaces y otras‑, junto con "animales
fieros en las sierras, muchas liebres, conejos, jabalíes, venados, machos, y cabras monteses"([50]).
Son referencias que inducen a pensar en una abundante caza,
en la que la nobleza debía jugar el papel más importante, y en la que el uso de
halcones estimuló su crianza en estas tierras([51]). Sobre la perdiz, dice Guillermo Bowles, en su viaje por tierras de Jaén en el siglo
XVIII lo siguiente:
"La cantidad de perdices que hay en las montañas de Jaén, causa maravilla.
En una venta me pusieron una tortilla de huebos de perdiz, y el ventero me
enseñó mas de 400 que había recogido para comer. En el invierno hay una
inmensidad de chochas y becasinas, que son tan estimadas en París. Yo compré el par de las últimas á tres cuartos, y
el de las chochas á cinco"([52]).
Esta riqueza faunística hay que matizarla en la comarca de
Jaén. Décadas después, a finales del XVIII, el Deán Mazas hace la siguiente descripción faunística de la
comarca, pesimista desde el punto de vista cinegético:
"Nada digo de la caza de perdizes y conejos, que por no guardar los tiempos de veda se ha
disminuido mucho; aunque en Montes y Sotos cerrados, como es el de Espelui, abundan maravillosamente y son de bello
gusto. Lo mismo las Codornices, Zorzales, Sisones, Gangas, y otros pájaros comunes que se encuentran en la
Campiña. La caza mayor de Benados y Jabalíes es abundante en todo la Sierra Morena; pero no se halla sino rara vez en
estos Montes de hácia Granada"([53]).
No obstante, encontramos referencias en algunos lugares de
la comarca, como Los Villares y Pegalajar, a la existencia de caza mayor y menor, como
una de sus riquezas([54]).
[1]([1])Martínez
de Mazas, José. Retrato al natural de la ciudad y término de Jaén. El
Albir. Barcelona, 1798, pp. 289‑290. Reproducción facsímil de 1794.
([2])Muro García, Manuel. "De la historia
ubetense. Calamidades retrospectivas". Don Lope de Sosa, 1922. Edición
Facsímil. Riquelme y Vargas. Jaén, 1982, pp. 263‑264.
([3])Romero de Solís, P. La población española
en los siglos XVIII y XIX. Madrid, 1973, pp. 105, 121 y 124; y Muro García,
M. "De la historia..."..., p. 265.
([4])El tipo de plantas de estas tierras de riego,
cultivadas a mediados del siglo XVIII, según el Catastro del Marqués de la
Ensenada, era la siguiente:
‑
Huertas del Poyo: "espinacas, berengenas, tomates, pimiento, cebollas, berzas,
lechugas, cardos, forraje, alcarabea, arcarcel, nabos, lino, linaza".
‑
Huertas del Río: "trigo, cebada, berzas, habas, berengenas, lino,
cañamones, nabos, melones, sandías, zanahorias, maíz, habas, berengenas,
tomates, pimientos, cáñamo, zanahorias, coles, linaza".
‑
Tierras de ruedo de riego: "trigo, cebada, habas, lentejas, matalaúva"
(A.H.P.J. Catastro del Marqués de la Ensenada. Rollo 29 (II). Jaén, fs. 27‑30.
([5]) El paisaje cultivado de secano en el término
de la ciudad de Jaén, a mediados del siglo XVIII, estaba representado por los
siguientes cultivos, con gran predominio del trigo y la cebada sobre los demás:
‑
Tierras de ruedo de secano: trigo, cebada, habas, lentejas y matalaúva.
‑
Tierras de siembra de Campiña: trigo, cebada, habas, yeros, garbanzos, escaña,
avena (A.H.P.J. Catastro del Marqués de la Ensenada, Rollo 29 (II). Jaén, fol.
31.
([6])Las sierras adehesadas, sotos y cotos de los
cortijos de la campiña estaban dedicadas a su mayor parte a pastos. También se plantaba en las sierras el
zumaque, un arbusto rico en tanino, utilizado para curtir (A.H.P.J. Catastro
del Marqués de la Ensenada. Rollo 29 (II) Jaén, fol. 32.
([10]) Jiménez Cobo, Martín. "Peñaflor:
Castillo fundado junto al camino real". Diario Jaén, 3‑junio‑1994,
p. 31.
([14])Decía Ximénez Patón en 1628 que el río Guadalbullón,
de la Plata o Jaén es de gran importancia para la ciudad. A él van a parar
"el arroyo de la Fuente de la Peña, el Stico, y Valdeparayso,
Recuchillo, los Baños que todos pasan por cerca de la Ciudad". En el
principal hay muchas huertas que dan
lino, cáñamo, hortalizas y también granadas, cerezos, albarcoques,
ciruelas de diferentes clases ("desde la chauacana hasta la damascena"),
membrillos, zamboas, peros camuesas, manzanas (destacando la de jerena),
nogales, peras ("de guta, vergamota, zermeñas, y otras tantas),
"durazno, melacatón y prisco". También en el río había abundancia
de pesca de peces y anguilas (Ximénez Patón, Bartolomé. Historia de la
Antigua y continuada nobleza de la ciudad de Jaén. Edición Facsímil. Jaén,
1983, p. 16).
([16])Sobre la fertilidad de las tierras del
Valparaíso también se hace eco en 1781 el cura de Carchelejo Jorge González
Soto, en respuesta que envió a Tomás López y dice así: "... se pasa por
una barranco que llaman Valparaíso, sitio de muchas huertas y arbolado, por
medio del cual va el camino Real para Granada". (Sánchez-Batalla
Martínez, Carlos: "Aportación de los sacerdotes para el levantamiento del
mapa del Reino de Jaén de Tomás López en 1787". En Sumuntán, n1 6
-1996-. Colectivo de Investigadores de Sierra Mágina. Jaén, 1996), p. 110).
([18])Coronas Vida, L. J. "Sobre la vid y el
vino en la ciudad de Jaén". Actas I Congreso Jaén. Siglos XVIII‑XIX.
Febrero‑1989. Granada, 1990, pp. 227‑235.
([22])Espinalt, B. Atlante Español o Descripción
general geográfica, cronológica e histórica de Jaén. 1775. Reedición, Jaén,
1979 (La Guardia, Los Villares, Mancha Real).
([23])Martínez de Mazas, José. Retrato al
natural..., pp. p. 320; y Espinalt, B. Atlante... (Torredelcampo).
([24])La zona del río Guadalbullón más fértil
dentro del término municipal de Pegalajar correspondía a la Venta de la Hoya o
La Cerradura, donde había "muchas huertas de árboles frutales y viñas",
por donde pasaba el camino que iba de Jaén a la Puerta de Arenas, que en la
segunda mitad del siglo XVIII estaba perdido por las crecidas del río.
Respecto a la huerta de
Pegalajar se describe así: "Está este lugar en la forma de unas
alforjas, con un castillo de por medio y en la altura de un cerro pelado, en
cuya villa o lugar hay una laguna y nacimiento con la que riegan los huertos y
olivas, muelen los molinos de pan y se surten para lavar y beber"
(Sánchez-Batalla Martínez, Carlos: "Aportación de los sacerdotes para el levantamiento
del mapa del Reino de Jaén de Tomás López en 1787". En Sumuntán, n1
6 -1996-. Colectivo de Investigadores de Sierra Mágina. Jaén, 1996, p. 110).
([25])López Cordero, Juan A.; Liétor Morales,
José;... Pegalajar: aproximación histórica. Ayuntamiento. Pegalajar,
1987, pp. 83‑86.
([27]) Bauer Manderscheid, Erich. Los
montes de España en la Historia. Ministerio de Agricultura. Madrid, 1980,
pp. 57‑60.
([28])La Dehesa Nueva de Mengíbar, en 1786, pertenecía
a Rodrigo Belasco, vecino de la ciudad de Córdoba, lugar en el que había "alguna
Mata Parda, que puede producir chaparros". La demás parte del término
era tierra de campiña, reducida a labor, y dehesas boyales (A.M.J. L. 155. En
Relación de plantíos en diferentes pueblos, 1786).
([30])Bernal, A.M. "Haciendas locales y
tierras de propios: funcionalidad económica de los patrimonios municipales
(siglos XVI‑XIX)". Hacienda Pública Española, n1 55, pp. 293
y 296.
([33])Cañas Calles, A. "Situación social y
política de la provincia de Jaén en el conjunto de Andalucía durante el período
de la Restauración". Actas del I Congreso Jaén. Siglos XVIII‑XIX.
Febrero‑1989. Escuela Universitaria de Profesorado de E.G.B. Granada,
1990, pp. 191‑200.
([34])Jiménez Blanco, José Ignacio. "Los
montes de propiedad pública (1833‑1936)". En Historia de la
Empresa Pública en España. Espasa‑Calpe. Madrid, 1991, pp. 247‑249.
([35])Martínez de Mazas, José. Retrato al
natural..., pp. 327, 393, 399, 400, 406‑408. Y Lanuza, Carlos de.
"Anales de la Sociedad Económica de Jaén". Don Lope de Sosa,
1920. Edición Facsímil. Jaén, 1982, pp. 273‑277.
([36])Los años en que hemos detectado denuncias por
talas ilegales de árboles son 1717, 1724, 1747, 1772, 1774, 1780, 1781, 1782,
1783, 1784, 1786, 1787, 1789, 1790, 1796, 1799 (A.M.J. L. 154). El importe de
estas denuncias, tras el descuento de los gastos oportunos, lo recibía la
Corte. Así nos encontramos que en 1786, desde la ciudad de Jaén le fue remitida
al Conde de Campomanes la cantidad de 296 reales y 26 maravedíes,
correspondientes a un total de 350 reales y 7 maravedíes, que ascendía el total
del producto de las denuncias hechas ese año (A.M.J. L. 155.1. Carta del
Corregidor de Jaén al Conde de Campomanes, 23‑noviembre‑1786.
([38])Las
fincas rústicas de propios de la ciudad de Jaén comprendían
una parte importante de
los baldíos del término, siendo escasa la superficie de
propios de tipo agrícola, cuya ubicación
se puede observar en la siguiente relación de fincas
rústicas de propios de la ciudad a mediados del siglo XVIII:
‑ Seis cuartos de rastrojos en los
sitios de la Vega, Vestida, Peñuelas, Acho,
Buenasentada, y del Llano.
‑ Hazas en la Alcantarilla, Capitán,
Fuente de la Losa.
‑ Cortijo de Otíñar, para pastos de
yeguas y adehesados.
‑ Cortijo de Baolérix y Puerto Alto,
llamado de las Caballerías.
‑ Mata Begid:
‑ Cuarto de Calares
‑ Cuarto del Almadén
‑ Cuarto de Gibralberca
‑ Cortijo del Peralejo
‑ Cortijo de Rompedizos
‑ Cortijo de Gibralberca o Puerto
del Madroño
-
Hazas de la Fuente del Roble, Alta y Baja,
del Arroyo Begid, de la Risquilla y Fundidor, del Pósito
y del Vizcaíno (A.H.P.J. Catastro del Marqués de la Ensenada. Rollo 29
(II) Jaén, 1752, fs. 69‑71.
([40])"Por lo que de ellos (los montes)
escribe el rey D. Alonso, se entiende la muchedumbre de osos que en ellos había
en el año 1330, cuando aquél libro se escribió (libro de la Montería). Y es de
notar, cuán grande ha sido la población y multiplicación de la gente de este
reino desde aquellos tiempos, pues han roto y cultivado la tierra, de manera,
que sino es en lo más fragoso de Sierra Morena, no se halla oso en todos
ellos" (Argote de Molina, Gonzalo. Nobleza de Andalucía. Sevilla,
1588, p. 49).
"En lo antiguo era otra
cosa quando el Rey D. Juan II por su Real Cédula de 30 de Junio de 1420,
concedió á los Ballesteros, y otros vecinos de esta Ciudad que pudiesen matar
en la Sierra Puercos y osos sin pena alguna. Esto prueba que estaban entonces
los montes más cerrados, y poblados de árboles" (Martínez de Mazas, José. Retrato
al natural..., p. 349.
([41])López Cordero, J.A; y Aponte Marín, Ángel. Un
terror sobre Jaén: las plagas de langosta (siglos XVI-XX). Diputación
Provincial. Jaén, 1994, pp. 89‑115.
([44])Porras Arboledas, Pedro A. Ordenanzas
de la muy noble, famosa y muy leal ciudad de Jaén, guarda y defendimiento de
los reinos de Castilla. Ayuntamiento. Jaén, 1993, pp. 184 y 187.
([45])Amezcua Martínez, Manuel. "Las batidas
de lobos en Úbeda en el siglo XVIII". Senda de los Huertos, n1 19,
pp. 55‑56.
([46])Según la Real Cédula de 1788 sobre animales
dañinos (Amezcua Martínez, Manuel. "Las batidas..., pp. 55‑56).
([47])"La Real Orden del supremo Consejo de
Castilla de treinta de enero de este año de 1789, comunicada a el Aiuntamiento
desta M.N.C. por... Pedro Escolano de
Arrieta secretario y escribano de cámara de dicho Real Consejo, se mandó
premiar a los que se dediquen a la matanza de lobos con veinte ducados por los
diez primeros; 25 por los diez segundos; 30 por los diez terceros; y que si se
baia aumentando por decenas, el premio de cinco ducados; y quatro por cada
cachorro o lobezno; quince reales por cada zorro y zorra, y cinco por cada
hijuelo; y que se suspendan los aleos o batidas por aora, y hasta que el tiempo
y las circunstancias ocasionen la necesidad de otra providencia". (A.M.J. L.
372. En libro de registro de animales dañinos, 1788‑1796).
([49])Aponte Marín, Ángel. "Unas notas sobre
la caza". Diario Jaén, 1‑octubre‑1989. Dominical, p.
25/V.