EL JAÉN URBANO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX (En Códice, nº 10 (1996). Asociación de Amigos del Archivo Histórico Diocesano de Jaén. Jaén, 1996, pp. 47-56).  

Juan Antonio López Cordero

 

(Ver plano de Jaén a mediados del siglo XIX

LAS CALLES.

 

            Jaén, a mediados del siglo XIX, fuera de los límites que circundaba la ciudad medieval, estaba muy extendido, de tal forma que los barrios más populosos de la ciudad, San Ildefonso y El Sagrario, se hallaban fuera de la antigua muralla.

            Entonces, la ciudad tenía un tapial de tierra en muchos parajes y en otros casas con sus jardines, situados en el perímetro del casco urbano, con el fin de hacer efectivos los derechos de Puertas[1].

            Por estar situada la capital de la provincia a los pies del cerro del Castillo, tenía muchas calles inclinadas, que componían los barrios obreros y artesanos, sobre todo en las parroquias de la Magdalena y San Pedro. Las calles largas eran 56 y las de travesía o cortas 208. Había muchas calles estrechas y tortuosas, formadas por edificios irregulares, que por lo general estaban empedradas. No obstante, había otras muchas que no lo estaban, como la del Juego de la Pelota, San Clemente y El Arrabalejo.

            Normalmente, las calles tortuosas y estrechas, como las contiguas al Arrabalejo, eran húmedas y sucias, de tal forma que las enfermedades invadían con mayor intensidad a sus habitantes[2].

            El alcantarillado estaba situado en las grandes calles de la ciudad, siendo las periféricas las más abandonadas. La calle más ancha era la Carrera, situada entre las plazas del Mercado y de San Francisco, que no estaba empedrada a mediados de siglo. Una de las arterias principales era la calle Maestra, de gran longitud; en un extremo permitía la salida hacia Córdoba, mientras que por el otro desembocaba en la plaza de Santa María. Este último tramo de la vía constituía un centro comercial donde se asentaban varios casinos, siendo uno de los paseos más utilizados por la población.

            Por otro lado, Jaén, como pueblo predominantemente agrícola, contaba con un número considerable de edificios en donde habitaban los labradores. Alrededor de la catedral y calles adyacentes se ubicaban las casas solariegas, continuando más abajo buscando el contacto con el campo, desde el ejido de la Alcantarilla hasta el barrio de San Ildefonso, conocido como barrio de los labradores[3].

            Las puertas principales de la ciudad eran las de Barrera al Noreste, la de la Alcantarilla al Sur, y la de Aceituno al Norte, únicos sitios por donde Hacienda autorizaba introducir los productos. El resto eran portillos: el de Martos al Norte, el de Granada o Santa Ana al Suroeste, el del Ángel al Este y el del Sol al Noreste[4].

            Por lo que respecta a los edificios, las casas se construían con gruesas paredes de piedra o tapial, debido a la necesidad de hacerse fuertes contra los vientos del Oeste y Suroeste, famosos por su intensidad en Jaén. Las casas de las gentes acomodadas de la ciudad tenían un portal con segunda puerta, un patio enclaustrado con habitaciones en bajo para el verano, un claustro alto con ventanas o balcones acristalados par el invierno, y sobre él una cámara con ventanas a la calle. Existían en la ciudad a mediados de siglo unas 2.954 casas, sin contar los edificios públicos, iglesias, conventos, etc.; algunas de ellas con pozos de agua potable.

            Cuando el Sol se escondía era una ciudad lúgubre y tenebrosa, con escaso alumbrado   del que no siempre el Ayuntamiento disponía de fondos para mantenerlo en su totalidad   que invitaba a los más diversos delitos. El alumbrado de calles y plazas era de aceite, en teoría con 243 faroles comunes y 10 reverberos, que consumían en un año 280 arrobas[5]. El mantenimiento de este servicio y la vigilancia nocturna estaba a cargo de 8 serenos, bajo las órdenes del celador de policía urbana y serenos, cuyas obligaciones eran permanecer hasta el amanecer en el cuartel que le estaba asignado; anunciar en voz alta la hora y estado de la atmósfera; impedir ruidos, sorpresas atropellos por las calles, ataques a las personas y casas; recorrer toda su demarcación, parándose en las esquinas o en medio de las calles, según su extensión, y dando la voz de cinco en cinco minutos al menos; limpiar los faroles y tenerlos encendidos;... Los serenos vestían de uniforme y llevaban un chuzo, un pito y un farol encendido[6].

 

 

LAS PLAZAS.

 

            Las plazas constituían el corazón de todo un entramado urbano en muchos aspectos "caótico" y centro de reunión de una población muy dada a una vida externa, lo que propiciaba su clima durante la mayor parte del año. Las más importantes de la ciudad eran las de San Francisco, Santa María y del Mercado. La plaza de San Francisco tenía en su parte Este una figura irregular y sus dimensiones no podían apreciarse porque su extensión se confundía con las calles que iban a dar a ella. Esta plaza la formaba al Suroeste la espalda de la Catedral y el Sagrario, por el Norte el ex-convento de San Francisco, por el Sureste filas de casas y por el Oeste varias casas y la Carnicería, con unos soportales sostenidos por pilares cuadrados, y sobre ellos una línea de balcones pertenecientes a la casa conocida como Café Navarro   en la calle Campanas  . Las calles que desembocaban en ella eran las de Carrera y el Pósito por el Este, por el Sur la plaza se prolongaba hasta la calle de la Mona, por el Oeste la de Campanas, y por el Norte y Noroeste las de los Álamos, Cerón y Mesón de la Parra.

            La plaza del Mercado era la más grande de todas, tenía una forma irregular y estaba arrecifada y sobre el nivel de la plaza había un paseo que se construyó en 1841-1842. Estaba limitada al Sur por los edificios de la Alhóndiga, Cuartel de Caballería y Sociedad de Amigos del País; por el Oeste el llamado Café Nuevo; por el Norte otras casas, algunas con buenos soportales. En el resto de la plaza, que no era paseo, se encontraba una fuente de taza. A esta parte desembocaban las calles Barrera por el Noreste, la de Puentezuela por el Sur, la de Fontanilla o Siete Puentes por el Norte y la de San Clemente por el Oeste[7].

            La plaza de Santa María o de la Constitución   nombre este último que recibía en los períodos progresistas, pues las revoluciones liberales solían dárselo a las principales plazas de las poblaciones   la formaba por el Este la fachada de la Catedral, por el Norte varias casas y el Tribunal Eclesiástico, por el Oeste el Palacio Episcopal y la casa del Conde de García, conocida como la del Duque de Montemar, y por el Sur las Casas Consistoriales   lugar distinto al que ocupan hoy en día. En ella desembocaban las calles Maestra Baja por el Norte, la del Postigo de las Cadenas por el Sur, la de Campanas por el Este, y la del Obispo por el Oeste. Esta plaza era el paseo público de mayor afluencia[8].

            Las demás plazas eran pequeñas y algunas se denominaban campillejos, como los de San Antonio, la Magdalena, del Hospicio, la Merced, la Cárcel, la Audiencia, San Ildefonso, del Conde de San Juan. Otras plazuelas de menor importancia eran las de Santa Ana, Campillejo de Cambil, San Félix, Hospital, Santo Domingo, San Pedro, San Agustín, Santiago, Campillejo de las Cruces, San Bartolomé, Huérfanos y Caños de San Pedro[9].

 

 

LAS FUENTES.

 

            La distribución del agua por la ciudad solía tener en las plazas el punto primordial de abastecimiento, que las hacían todavía más importantes como foros ineludibles de la vida urbana y le daban una especial impronta al núcleo urbano, además del papel primordial que ejercía en la vida cotidiana de los vecinos.

            En la ciudad existían numerosas fuentes, abastecidas por varios raudales de agua, siendo los más permanentes los de Santa María y La Magdalena, sobre todo el primero.

            El raudal de Santa María nacía junto a la salida de la Puerta de Santa Ana. A través de una mina se recogía el agua que era llevada a varias fuentes públicas y particulares, como las del Cañuelo de Jesús, Pilar de la Imprenta, Pilar del Borrego, Plaza de San Francisco, Plaza de Santa María, Plaza de San Ildefonso y otras; algunas de ellas embellecidas, como las de San Francisco y San Ildefonso que eran de taza.

            El raudal de La Magdalena nacía al pie de una roca cubierta por una obra de mampostería en forma circular, de donde salía una gran balsa de piedra rodeada por una verja y a un nivel más bajo que la calle, existiendo una gradería para coger agua. Fuentes públicas de este manantial eran la de su nombre, situada junto a la pared de la Iglesia de La Magdalena, dedicada al uso de caballerías; la del Arrabalejo, con dos caños; la de los Caños de San Pedro, en la plazuela de los Caños, "pilón rectangular adosado a un muro del cual salen de unas figuras simbólicas tres abundantes caños de agua colocados a igual distancia: el muro tiene en sus extremos dos estatuas del dios Término y otros caprichos..."; la de San Bartolomé, unida a un respaldo de piedra de donde salen dos caños; y la del Mercado, que era de taza. Las fuentes particulares ascendían a más de 130, y también abastecía un estanque en el patio de la Iglesia de La Magdalena.

            Otros raudales eran: el que suministraba el pilar del Arco Noguera, que tomaba el agua de un haza elevada, llamada el Acho, a la salida de la puerta de Santa Ana, surtiendo además algunas fuentes particulares; el del convento de San Francisco, que nacía en la plazuela de la Audiencia, y a través de una mina la conducía a dicho convento, proveyendo también a siete fuentes particulares; el de la Fuente de don Diego, situado en la calle de los Adarves, al lado de la ermita de San Félix, muy abundante, aunque de mala calidad; el del Mercado, que surtía la Fuente del Matadero, dos posadas y una fábrica de curtidos; y el del Alamillo, que nacía al pie del cerro del Neveral, y entraba en la población por Cuesta, abasteciendo las fuentes de Santiago y la Merced, dando agua a once fuentes particulares, aunque en poca cantidad.

            Otros raudales, exteriores a la población eran: el de Calatrava, nacimiento abundante situado en la calle Arrabalejo; otro en los callejones del mismo Arrabalejo; la Fuente de Peñamefécit, que nacía en una huerta; el del Pilar Nuevo, al lado derecho del Camino de Torredelcampo; la Fuente de la Salud, a la salida de la Puerta de Santa Ana; la Fuente de la Peña, en el camino de Jabalcuz; y la Pileta del Jardín del Obispo[10].

 

LOS PASEOS Y LAS REFORMAS DE LA ALAMEDA.

 

            Los paseos públicos tenían en la ciudad gran importancia urbanística por el concurso de personas que a ellos acudían. Los paseos más populosos eran los de la Alameda, el Mercado, plaza de Santa María en prolongación con la calle Maestra, y la Fuente de la Peña, los que solían tener un guarda para su cuidado[11].

            El Paseo de la Alameda era el más grande de la ciudad. Desde el siglo XVII, la alameda del Convento de los Capuchinos había sido un lugar de esparcimiento. Antes de 1848, su plano era paralelogramo rectangular de 113 varas de largo por 23 de ancho, con un asiento corrido de piedra por todo él y varias entradas por los cuatro lados, rodeándolo algunos pequeños jardines y una calle destinada la paseo de caballos y coches[12].

            En 1848, el Ayuntamiento decidió realizar una ampliación de la Alameda, cuyo presupuesto ascendía a 61.774 rs., para lo que se pensó explanar el área del convento que fue de los Capuchinos, situado junto a ésta. La obra fue aprobada por el Jefe Político y costeada con fondos procomunales. Un año después se colocaron pirámides y otros adornos, haciendo desaparecer las cañas, parras y demás plantas "impropias de los paseos"[13].

            En 1858, se volvieron a ejecutar nuevas obras en la Alameda, consistentes en la conclusión de la explanada de salida de la Puerta del Ángel y la mejora del suelo de los paseos laterales mediante una capa de piedra y recebo. Pero fue más tarde, en 1861, cuando se inició una reforma con profundidad del lugar; se aprobaron 10.000 reales para la construcción de una fuente monumental en el paseo y 16.000 rs. para el ensanche y embellecimiento del mismo. El verdadero fin de esta obra, como solía ser habitual en la época, era el paro obrero; en palabras de la Corporación Municipal: "dar colocación a multitud de operarios que en la villa de Linares habían quedado sin ocupación con motivo de la paralización de los trabajos mineros por consecuencia de la Guerra de los Estados Unidos".

            Las obras continuaron durante 1862 y 1863, con la colocación de 50 asientos de piedra labrada en sustitución de los existentes y el cubrimiento del suelo con arena fina. Este último año, a fin de terminar las reformas con el menor gravamen posible para las arcas municipales, se pidió al Director de Establecimientos Penales el envío de una brigada de penados para efectuarlas[14]. El arquitecto de la ciudad, Vicente Serrano Salaberry, hizo el plano y dirigió las obras, quedando un paralelogramo rectangular, semicircular por ambos extremos, de 137 varas de longitud por 37 de anchura, con un centro espacioso y arrecifado, las fuentes de taza   donde iba el agua desde la Fuente de don Diego  , dos calles   una para caballos y otra para caballos y coches  , corpulentos árboles y diferentes jardines formando "preciosos y significativos caprichos"[15].

 

 

REFORMAS URBANÍSTICAS REALIZADAS EN EL RESTO DE CIUDAD.

 

            Durante las décadas centrales del siglo XIX, las obras que se llevaron a cabo en la ciudad no supusieron transformación urbanística importante, en su mayoría estaban destinadas a las reparaciones de calles, madres comunes y paseos, cuando no negativas por la destrucción del patrimonio histórico-artístico. Entre las obras realizadas caben destacar las siguientes:

 

            - El derribo de dos casas de la calle Cerón, con el fin de mejorar el paso de carruajes, en 1848, pues las comunicaciones de la parte alta de la ciudad con el centro se realizaban en gran parte por esta calle. También este año se derribaron los antiguos portales en la calle Carrera, en la entrada de la plaza de San Francisco, por ser contrarios a la "seguridad del tránsito y al aspecto público"; el desmonte de parte del terreno existente entre el convento de las Bernardas, Plaza de Toros y Camino Real, con objeto de mejorar una de las principales salidas de la población; y la plantación de álamos y acondicionamiento del Camino de Madrid[16].

            - En 1855, la mejora de la travesía que dentro de la ciudad se dirigía a Torredelcampo y Martos, con expropiaciones de algunos terrenos a fin de ensancharla[17].

            - La demolición y ensanchamiento de la Puerta Barrera, en 1859, debido a que el Administrador de la empresa de diligencias, llamada "La Madrileña", manifestó al Ayuntamiento "el detrimento que sufren los carruajes en general, y en particular los de dicha empresa por su extraordinaria caja, en razón a lo estrecho de la entrada de esta ciudad por la Puerta Barrera", teniendo los viajeros que atravesar el trayecto hasta el parador a pie, "sumamente penoso y molesto por el lodazal". Esta puerta tenía tres arcos en estado ruinoso[18], y no sería la única en este período que impunemente caería en aras del "progreso".

            - En 1860, aún continuaba siendo un grave problema la comunicación de la parte alta con el centro de la ciudad. El paso se hacía a través de la calle Cerón que, gracias a la demolición de dos casas en 1848, permitía el paso de carruajes, pero era tan estrecha que por ella no cabían dos carruajes apareados, con las consiguientes molestias. Como solución se acordó abrir una calle desde el Baño de la Audiencia hasta la de los Álamos, con lo que se facilitaba un nuevo paso a los carruajes. El trayecto a abrir era bastante corto, sólo había que expropiar una cochera y parte de un corral, junto con la desmembración de parte del edificio de la cárcel vieja[19].

 

            Por otro lado, para el empiedro de las calles, a veces, se recurría a las cuerdas de presos[20], pero lo normal era que lo realizaran los jornaleros en paro. Muchas de estas obras se hacían con el fin de invertir a estos últimos y evitar conflictos cuando las crisis agrarias ponían en peligro su subsistencia.

            En cuanto a las obras particulares que se hacían en la población, corrientemente no respetaban las disposiciones municipales, principalmente en alineaciones y rasantes, provocando las continuas quejas del arquitecto municipal. Había también muchas casas que carecían de cloacas o pozos excrementicios, dando lugar al depósito de inmundicias en algunas calles, "con perjuicio de la decencia y salubridad". Estos depósitos de inmundicias y escombros llegaban a estar situados en sitios tan céntricos como el Arco de los Dolores y sus inmediaciones, lugar bastante concurrido con motivo de la proximidad de las oficinas provinciales[21].

            La limpieza municipal la realizaban dos carros del ayuntamiento, cuya principal misión era la recogida del estiércol existente en las calles más céntricas y plazas. En las demás, la limpieza corría a cargo de los vecinos, que según las normas municipales debían limpiar su parte correspondiente de acera y calle[22].

            La mejora del aspecto urbanístico pasa a ser punto de referencia importante en los cabildos municipales de mediados del siglo XIX, siempre visto desde el punto de vista pragmático que envuelve la ideología liberal imperante, que por estas épocas está plenamente consolidada. Estas mejoras siempre chocan con las vacías arcas municipales, pero no por ello dejan de idearse determinados proyectos en espera de la coyuntura adecuada para realizarlos. Así, en 1865, se hizo por el ayuntamiento una relación de las reformas más urgentes a realizar en la ciudad, con el fin de establecer prioridades a la hora de mejorar el aspecto urbano. Éstas eran las siguientes:

 

            - En la calle Carrera, la construcción de varias casas en la acera que formaban en ella el Cuartel del Mercado y el edificio de la Alhóndiga.

            - Otras edificaciones en la calle de los Adarves, desde la Puerta del Ángel hasta los edificios de dominio particular que se extendían en la acera izquierda de dicha calle, en dirección a la Puerta de la Alcantarilla.

            - Reempiedro de la calle Noguera.

            - Obras en el muro conocido como el Cantón, en la calle de la Pelota.

            - Dotación de agua suficiente al Paseo de la Alameda.

            - Desaparición de las fuentes existentes en la plaza de la Constitución, sustituyéndose por una en el centro de ella.

            - Construcción de una fuente en el Arco de los Dolores y otra en la vecindad, a espaldas de las Casas Consistoriales, para evitar que el ganado bebiera en la plaza.

            - Desaparición de la fuente-abrevadero de la plaza del Mercado e instalación de dos fuentes de vecindad, una en la calle San Antonio y otra en la Capitán Oviedo.

            - Prolongación del Paseo del Mercado, de poca capacidad, hasta el sitio que ocupaba la fuente.

            - Instalación de un nuevo matadero público, pues el existente estaba demasiado céntrico[23].

            - Mejora de los Baños de Jabalcuz (fuera de la ciudad).

            - Construcción de una plaza de abastos[24].

 

            El interés de realizar mejoras urbanas en la ciudad chocaba continuamente con la realidad de un menguado presupuesto municipal, como más arriba comentábamos, por lo que la mayoría de los proyectos de mejora urbana quedaban en buenas intenciones. Tanto era así que, a veces, el Gobernador Civil llamaba la atención a la Corporación Municipal para que tomase medidas a fin de evitar "muertes violentas, pérdidas de interés y otras desgracias acaecidas en la ciudad por hundimientos repentinos de muchos de sus edificios a causa del abandono en que los tienen sus dueños", también por los defectos en el alumbrado y empiedro de las calles; y, en general, la situación deplorable en que se encontraban todos los ramos de la policía urbana, "lo que no debía contener semejantes faltas por ser cabeza de una provincia de 2º orden donde residen las autoridades superiores".

            El remedio suponía un gran esfuerzo económico para el Ayuntamiento, dando lugar a una mayor presión fiscal sobre la población, que en general no podía soportarlo; por lo que muchas de las recomendaciones del Gobernador Civil no se cumplían, e incluso órdenes expresas, como el levantamiento de un plano de la ciudad, que desde 1847 fue aplazándose para no llegar a realizarse en esta época, a pesar que en 1867 se transfirieron fondos para su elaboración[25].

            Por otro lado, en cuanto a su extensión superficial, el casco urbano, que hasta entonces había experimentado muy pocas variaciones respecto al siglo XVI, experimentó un lento y firme crecimiento, que se manifiesta en las construcciones que se vienen realizando fuera de las puertas, concediéndose terrenos para la edificación de casas entre la salida del Portillo de San Jerónimo y la Puerta Barrera. Es algo que reflejan las actas municipales de la capital en base a "su aumento de vecindario y la escasez de casas para personas y familias de ciertas clases". Previendo este uso, estos terrenos fueron enajenándose a partir de 1848, y para ello fue eliminado el basurero situado a la salida de la población; mientras que por la Puerta de Santa Ana también se extendía la población[26]

            Ante el crecimiento urbano, cada día era más imperiosa para Jaén la construcción de una plaza de abastos. Durante este período no se construyó dicha plaza, pero sí se establecieron las bases para su posterior construcción en la huerta denominada de San Francisco. Mientras tanto, continuaron ejerciendo la función de plaza de abastos las plazas de San Francisco y Caños de San Pedro[27].

            En cuanto al tesoro artístico de Jaén, gran parte de éste fue tirado por tierra en la primera mitad del siglo XIX. Se vendieron conventos e iglesias anejas a individuos que muchas veces no apreciaban el valor artístico de estos bienes. Sin embargo, no todos los bienes artísticos pertenecían a comunidades religiosas. Otros monumentos civiles sufrieron las consecuencias coyunturales de la época en estos años centrales del siglo XIX, pese a la existencia de una comisión....en la Diputación.

            Así nos encontramos que, además de las puertas destruidas por su estrechura   caso de las puertas Barrera y Martos   en 1866 fue demolido el Arco de San Sebastián o de los Dolores, debido a su estado ruinoso[28]. El Arco de San Lorenzo, en cambio, pudo escapar a su derribo, seguramente debido a su mejor estado. Ya en 1852 se acordó su destrucción, obra proyectada como mejora urbanística de la población; más tarde, en 1867, volvió a ser objeto de polémica, pues algunos vecinos se quejaban de los inconvenientes que suponía éste para el tránsito de carruajes y caballerías[29].

 

CONCLUSIONES

 

            A pesar de las múltiples deficiencias del urbanismo, generales a toda la provincia, la capital podía considerarse como una ciudad privilegiada, comparada con el resto de las poblaciones de su órbita. En este sentido, es bastante significativo el siguiente extracto de la comunicación que la Diputación Provincial progresista de 1854 dirige a los Ayuntamientos:

 

   "(...) Las escuelas de enseñanza primaria sin locales espaciosos, saludables y decentes; las calles desempedradas y sucias (...); las fuentes empobrecidas, y sus aguas viciadas engendran desaseo, habitúan al desaliño y producen epidemias; la falta de alumbrado y de serenos encubren las raterías, los asaltos de casas, los garitos, los lupanares, los amancebamientos y los asesinatos; esos cementerios (...) ni aún merecen servir para pudrideros de brutos (...)"[30].

 

            En conclusión, las décadas centrales del siglo XIX son el inicio de una serie de transformaciones urbanísticas, reflejo de una nueva clase social, la burguesía, que se ha asentado definitivamente en el poder y domina los ayuntamientos e instituciones provinciales. El ideal de una ciudad mejor distribuida, saludable, con los elementos básicos para un mejor desarrollo de la vida de la población, queda patente en numerosas manifestaciones. Se va a producir en estos años un gradual proceso de cambio del urbanismo tradicional, que apenas había experimentado variación en los siglos anteriores.

            Poco a poco, la ciudad de Jaén va a ir transformando su imagen. Hay hechos que así lo apuntan: el incremento demográfico empuja a la ciudad más allá de las puertas, el ensanche de calles, la destrucción de históricas puertas para facilitar la entrada de los grandes carruajes, el embellecimiento de los paseos, la preocupación por erradicar los basureros de dentro de la ciudad,... Pero también queda en evidencia una falta de sensibilidad hacia el patrimonio histórico-cultural en aras de un mal entendido pragmatismo, que no es exclusiva de la época, sino que ha venido formando parte de la condición humana hasta nuestros días.

 



[1]Madoz, Pascual: Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones en ultramar. Madrid, 1845-50. T. IX, p. 539.

[2]Academia de Medicina, Cirugía y Farmacia de Jaén. Observaciones sobre el cólera morbo. Jaén, 1855, p. 9.

[3]Madoz, Pascual: Diccionario..., p. 539; y Pardo Crespo, J. M.: Evolución e historia de la ciudad de Jaén. Jaén, 1978, p. 120.

[4]Bachiller, M.: Guía de Jaén para 1866. Jaén, 1865, p. 170.

[5]Madoz, Pascual: Diccionario..., p. 539.

[6]Bando de buen gobierno para la ciudad de Jaén y su término publicado por el Sr. Alcalde Constitucional. Jaén, 1865, p. 15; y Archivo Municipal de Jaén (A.M.J.) L. 66, 25-enero-1854.

[7]Bachiller, M.: Guía..., pp. 173-174.

[8]Bachiller, M.: Guía..., pp. 173-174; y Pardo Crespo, J.M.: Evolución..., p. 120-122.

[9]Bachiller, M.: Guía..., 174 y 203-207.

[10]Madoz, Pascual: Diccionario..., pp. 539-540; y Bachiller, M.: Guía..., pp. 71-73.

[11]A.M.J. Lib. act 30-septiembre-1858.

[12]"El Vigía de la Alameda". Don Lope de Sosa, nº 200 (1929), pp. 243-244.

[13]A.M.J. Lib. act. 27-enero, 3 y 24-febrero-1848, 20-septiembre-1849.

[14]A.M.J. Lib. act. 5-diciembre-1861, 13-marzo-1862 y 13-junio-1863.

[15]"El Vigía de la Alameda". Don Lope...

[16]Archivo Municipal de Jaén (A.M.J.). Lib. act. 7-enero, 4-agosto, 2-octubre, 17-enero y 20-marzo-1848.

[17]A.M.J. Lib. act. 24-mayo-1855, f. 104.

[18]A.M.J. Lib. actas, 20-enero, 10-marzo y 13-octubre-1859.

[19]A.M.J. Lib. act. 20-septiembre-1860.

[20]A.M.J. 9-marzo-1865 y 14-febrero-1867.

[21]A.M.J. 19-julio-1860, 20-septiembre-1866 y 20-agosto-1868.

[22]A.M.J. Legajo 66. Bando municipal, 31-mayo-1846, punto 15. Y Lib. act. 14-marzo-1861.

[23]El edificio estaba situado en la calle de su nombre, junto a la Puerta Barrera, formando parte de la muralla. Pertenecía al Ayuntamiento, era espacioso y con una fuente de agua abundante (Bachiller, M.: Guía..., p. 178).

[24]A.M.J. Lib. act. 9-marzo-1865.

[25]A.M.J. Lib. act.  15-marzo-1845, 1-junio-1846, 23-septiembre-1852, 9-septiembre-1847, 16-febrero-1860 y 17-enero-1867.

[26]A.M.J. Lib. act. 9-marzo-1865, 17-mayo-1866, 2-marzo-1848; L. 376, Construcción de casas en la Puerta de Santa Ana.

[27]Bachiller, M.: Guía..., pp. 178-179.

[28]A.M.J. Lib. act. 12-abril-1866.

[29]A.M.J. Lib. act. 23-febrero-1852 y 17-enero-1867.

[30]A.M.J. L. 517. Circular de la Diputación Provincial a los ayuntamientos de la provincia, 2-octubre-1854.

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