LOS MOLINOS DE PEGALAJAR: UNA HISTÓRICA INDUSTRIA EN TORNO  A LA CHARCA

Juan Antonio López Cordero

 (Publicado en Demófilo. Revista de cultura tradicional, núm. 14. Fundación Machado. Sevilla, 1995, p. 17-31)

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Molino de Soto

     1.‑ Introducción.

 

      Hablar de molinos en Pegalajar es sumergirse en el  pasado muchos siglos atrás, al menos a época medieval. Es  buscar en las raíces de un pueblo que con rulos y rodeznos  construyó una industria agrícola que tenía la materia prima  ‑aceite y trigo‑ en una amplia huerta regada por la Fuente  Vieja (o de la Reja), de la cual aprovechaban también el agua  para su uso.

     Las fuentes árabes conocidas hoy día pocos datos aportan  sobre el Pegalajar musulmán. Muy probablemente se identifique  con el topónimo Al‑jarf; población, que según Al‑Muqaddasi y  que recoge Aguirre Sádaba, estaba situada a 18 km. de Jaén,  con gran número de cursos de agua y molinos, zona productora  de aceituna(1). Lo que confirman las fuentes cristianas, en  las que ya aparecen referencias a la población de Pegalajar,  a su agua, a su huerta y a sus molinos; pues Pegalajar como  fortaleza cristiana en la frontera con el reino de Granada  mantendría las bases económicas heredadas de su período  anterior, a pesar de las dificultad que supone la realización  de una actividad agrícola por las continuas razzias en esta  zona. De hecho confirman esta opinión la aparición de  inscripciones árabes en la Huerta(2), y la misma traducción  del topónimo de Pegalajar como "Peña de la Vega"(3).

     La  Crónica  del Condestable Iranzo, del siglo XV, es más  precisa al respecto. En ella podemos descubrir no  sólo los  avatares político‑militares en los que se  ve  envuelto  Pegalajar en su época, sino también otras noticias  más  precisas. Entre ellas las referentes a la Huerta de Pegalajar  (año 1470) y a la Fuente Vieja (año 1469) ‑nombre  este  último con que se ha conocido la Fuente de la Reja hasta  el  siglo XIX‑. Por primera vez aparece en un documento el nombre  de  la Fuente, que también abastecía ‑como secularmente  lo  ha  hecho hasta su reciente desecación‑ al núcleo urbano de  Pegalajar, a través de una conducción que llevaba el agua de  la Fuente al arrabal(4), conducción que ha  existido  hasta  hace pocas décadas. También se hace referencia por  primera  vez a las huertas de Pegalajar, que indudablemente utilizaban  estas aguas(5). Además, por esta época, encontramos  referencia escrita a molinos.

     Es necesario un conocimiento de la evolución histórica de  este tipo de industria derivada de la agricultura como un  recurso cultural de hondas raíces en Pegalajar, que debe ser  preservado para futuras generaciones. Para ello nos hemos  basado en diversa documentación original y bibliografía que  recogemos en diversas notas.

     Nos han sido básicos en este trabajo el Archivo Municipal  de Jaén, pues hasta 1559 la población de Pegalajar no obtuvo  su total emancipación de esta ciudad como villa; el Archivo Histórico Provincial de Jaén, del que utilizamos la  documentación referente al Catastro del Marqués de la  Ensenada, 1752; y el Archivo Histórico Municipal de  Pegalajar, que contiene interesante documentación de los  siglos XIX y XX, siendo escasísima la referente a otros  períodos. Esta documentación junto con bibliografía, que  recoge crónicas y ordenanzas municipales medievales, nos ha  dado la información que permite conocer la importancia  histórico‑cultural de los molinos en Pegalajar y, como tal,  la necesidad de su preservación, debido a su influencia en la  formación de una cultura agroindustrial peculiar, destacando  su singularidad en la comarca, tanto por su especial  ubicación, como por los aspectos técnicos.

 

     2. Los molinos aceiteros.

 

     Desde su conquista definitiva por los cristianos ‑1244‑  hasta 1559, Pegalajar permaneció dependiente de la ciudad de  Jaén. En las Ordenanzas de esta ciudad, que podemos fechar a  mediados del siglo XV, aparece ya una mención expresa al  molino de aceite de Pegalajar y al medio diezmo de los  morisco, que se recaudaba desde tiempo atrás, y que por su  importancia reproducimos literalmente de la recopilación que  hizo Pedro Porras Arboledas y que dice así: 

 

                 "Arancel de la renta del molino de Pegalajar y del medio  diezmo de lo morisco, que se arrienda con ello, que es de  Jaén, en qué manera se usa coger y recaudar en los tiempos  passados, e manda Jaén que se coxa de aquí adelante en esta  guisa

     [1] Primeramente, el arrendador desta renta ha de  maquilar el azeyte de la azeytuna del dicho lugar que en el  dicho molino se moliere, según que en esta Ciudad maquilaren  en los molinos de azeyte en ella, e no de otra guisa.

     [2] Otrosí, que qualquier de los vezinos y moradores del  dicho Castillo y los vezinos desta Ciudad que allí han  heredad de olivares, que allí en el dicho Castillo no  quisieren moller su azeytuna que allí cogieren e tuvieren, e  la truxeren a moler aquí a los molinos de esta Ciudad de Jaén  o a La Guardia o a otra parte, que sean tenudos de pagar la  maquila del azeyte que en verdad fuere sabido que dieren al  arrendador del dicho molino, bien assí como si allí en el  dicho molino la moliessen, e qualquier alcalde que se lo  mande pagar.

     [3] Otrosí, en razón del dicho medio diezmo de lo  morisco, ha de aver el arrendador desta renta el medio diezmo  de todas las cosas que los moros traxeren a vender al dicho  lugar de Pegalajar. E otrosí que se dé lo que de allí  llevaren los moros comprado, las quales cosas son estas: assí  del azeyte, como de miel o greda o pescado o sardinas o lino  o almendras o açucar o alfenique, o otras mercadurías que allí truxeren, como destas dichas cosas si las llevaren, e  del ganado que de allí llevaren, assí bueyes como vacas,  ovejas o cabras, como de todas las otras cosas que allí  llevaren, que sean tenudos los que se lo vendieren de lo  hazer saber al arrendador desta renta, estando en el dicho  Castillo, o a quien él pusiere para lo recaudar, porque  recaben de los moros lo sobredicho antes que de allí se  vayan; e si se lo no hizieren saber, que se lo pague el  vendedor que se lo assí no hiziere saber con el doblo.

     [4] Otrosí, assí mismo ha de aver el dicho medio diezmo a  las dichas cosas e de cada una dellas que los christianos  vezinos del dicho castillo o otros qualesquier que de allí  llevaren a tierra de moros, y de los que allí truxeren a  vender a tierra de moros, e se lo pague el tercero día, e que  lo haga saber, so pena del doblo.

     [5] Otrosí, si alguno o algunos azeytes o otra mercaduría  allí compraren para dar a los moros, o lo llevare el  christiano que lo comprare a tierra de moros, que pague assí  mismo el dicho medio diezmo, según dicho es.

     [6) Otrosí, si algún vezino de allí o de Torres o de otro  lugar comprare y llevare azeyte o otra mercduría diziendo que  es para tierra de christianos, o lo él embiare a tierra de  moros o para lo dar a los moros en el camino o en otro lugar,  e le fuere probado que ello es assí, que sea tenudo de pagar  al arrendador desta renta el dicho derecho del dicho medio  diezmo, pues que lo compró e llevó para dar a los moros e no  para tierra de christianos.

     [7] Otrosí, en todo lo otro que aquí no es contenido que  se use en esta renta según más cumplidamente se usó coger y  llevar en los annos passados"(6).

 

     Por el texto se deduce la existencia de un único molino  de aceite, encontrándose dentro del recinto fortificado,  probablemente en el arrabal, en la Plaza de La Laguna, con el  fin de utilizar el agua, que ya en época medieval, llegaba  por una conducción desde la Fuente de la Reja. Este molino  pertenecía al concejo de la ciudad de Jaén y su  administración dependía de un arrendador que cobraba una  maquila sobre la aceituna que se molturaba. La renta del  molino solía arrendarse también junto a la recaudación del  impuesto de medio diezmo sobre todo aquello que se comerciase  con los moros de Granada, lo que no debía ser poco, por ser  Pegalajar lugar de frontera, privilegiado por esta época  geográficamente. Vemos que el aceite es uno de los productos  comercializados en la población, de los más importantes que  se exportaban a tierra de moros. Lo que nos da pie a pensar  que en Pegalajar existía una significativa plantación de  olivos, economía que tendría sus bases en la herencia  musulmana.

     La desaparición del Reino de Granada en 1492 y la pérdida  del medio diezmo de lo morisco, que se arrendaba juntamente  con el molino de aceite, es probable que fuese la causa de  la pérdida de interés del concejo jiennense en el molino, por  lo que en 1502 fue puesto en "venta y almoneda", junto con las tierras del Cuchillejo, rematándose al favor del concejo  de Pegalajar por un censo perpetuo conjunto de 3.500  maravedíes anuales. En este período Pegalajar no formaba  concejo independiente, pues hasta 1559, año en que consigue  el privilegio de villa, dependió de la ciudad de Jaén.

     Posteriormente, desde 1614, el concejo de Pegalajar se  negó a seguir pagando dicho censo y el de Jaén interpuso un  pleito en la Real Chancillería de Granada, fallado en 1633.  La negativa se basaba en que la ciudad de Jaén no tenía  título de posesión sobre el molino de aceite ni las tierras  del Cuchillejo, y que el concejo de Pegalajar "las avía  labrado y edificado con sus propios y rentas" y que cualquier  derecho que la ciudad de Jaén quisiera pretender ya había  prescrito. Añadía que si "en algún tiempo oviese hecho  algunas pagas a la desta ciudad avría sido por error,  creyendo que se le debía alguna cosa (...). Siempre  de  tiempo ynmemorial avían sido y eran propios deste dicho  concejo sin que el concejo de la dicha ciudad oviese tenido  ni tuviese censo sobre ellos ni oviese sido suyo (...)".

     Finalmente, el concejo de Pegalajar tuvo que reconocer la  deuda anual de 3.500 maravedís en favor de la ciudad de Jaén,  con las condiciones siguientes:

    

     "Yten con condición queste dicho concejo  tendremos y  tendrán dicho molino siempre bien labrado y reparado de todas  las labores y reparos necesarios... y lo mismo harán y  haremos con las dichas tierras del Guchillejo (...)

      "Yten con condición que si (...) dicho concejo quisiere  vender el dicho molino y tierras o parte dellas (...) a de  ser obligado (...) a lo notificar y hacer saber al concejo de  la dicha ciudad para que si los quisieren por el tanto que  otro diere que lo han de poder hacer (...)

       "Yten con condición que la persona que ansi los  comprare las dichas tierras y molino y en cuyo poder  sucedieren an de ser obligados a guardar y cumplirlo (...) y  se obligara pagar los dicho maravedis en la forma  declarada(7)...".

 

     Un tiempo después, el primitivo molino debió venderse,  pues en 1752 aparece el concejo de Pegalajar como dueño un  nuevo molino aceitero que se encontraba en la calle Tercias,  bastante lejos del antiguo arrabal. Constaba de "un portal,  un corral, una piedra, una biga, quatro tenajones, dos  tinajas, con diez baras de frente y nueve de fondo". Su renta  se regulaba en 300 reales de vellón(8).

     Además de este molino aceitero, propiedad del concejo,  que en el tiempo en que Pegalajar fue tierra de frontera con  el Reino Nazarí de Granada monopolizó por motivos fiscales la  molturación de aceituna local, en la localidad surgieron  otros molinos de aceite particulares, que enriquecieron este  tipo de industria derivada del cultivo del olivar y que  también tenían su abastecimiento de agua en el cercano  manantial de la Fuente de la Reja y su estanque, influyendo  en la ubicación de la mayoría de los molinos aceiteros existentes dentro del núcleo urbano. Estos molinos solían  situarse en el límite Sur de la población, lindando con la  Huerta, con el fin de aprovechar el agua de los caces más  elevados que partían del estanque ‑La Charca‑. Ya a mediados  del siglo XVIII encontramos referencias a estos molinos en  número de ocho, cuyos propietarios eran El Concejo de la  Villa, el Colegio de la Compañía de Jesús de Jaén, Rodrigo de  Cabanillas, Juan Fernández de Aranda, Francisco de  Cabanillas, Luis de Valenzuela, Blas de Contreras, Manuela de  Espino y Lucas Charte, este último vecino de Jaén. Molinos de  los cuales tenemos algunas descripciones,  como las  siguientes:

 

     ‑ El de la calle de la Tercia ‑hoy Baja Fuente a la  altura de la calle Cocheras‑, "con dos portales, una piedra,  una biga, veinte trojes, doze tenajas, un pozo y un corral  con diez baras de frente y ocho de fondo". Su renta anual se  evaluaba en 300 reales.

     ‑ Dos molinos en el sitio de las Albercas ‑actual calle  del mismo nombre‑. Uno de ellos "con un portal, una piedra,  una Biga, quatro tenajas, con veinte y dos baras de frente y  nueve de fondo". El segundo constaba también de "un portal,  una piedra, una biga y un corral, diez tenajas pequeñas,  veinte trojes. Tiene de frente doze varas y diez y ocho de  fondo". A cada uno de ellos se le valoraba su renta en 300  reales.

     ‑ El del Relex, con "un portal, un pozo, veinte y ocho  atrojes, una piedra, una biga, nueve tenajones de cavida de  zien arrobas, una bodega, de cavida de ziento y zinquenta  arrobas; otra bodega sin tenajas, un pajar y un corral. Tiene  veinte y siete baras de frente y nueve de fondo". También se  regulaba su renta en 300 reales.

     ‑ El situado junto a la Balsa o embalse de la Charca, con  "un portal, una piedra, con biga, con corral, diez y seis  pilones y zinco tenajas, tiene veinte baras de frente y ocho  de fondo". Su renta era de 300 reales(9).

 

     Es evidente el amplio crecimiento de la industria de los  molinos de aceite en Pegalajar en la Edad Moderna. Algo que  no es de extrañar, puesto que coincide con la roturación de  baldíos, las plantaciones de olivar y el crecimiento de la  población en la localidad. Indudablemente, la desaparición  del carácter de frontera de las tierras del término influyó  en estas causas.

     Varias décadas después, en 1808, encontramos un nuevo  censo que recoge la actividad agrícola e industrial entorno a  la Charca, o sea, casi toda la de Pegalajar. Se trata de un  documento referente al repartimiento de gastos por la  limpieza de la "Balsa de la Fuente Vieja" ‑Charca de la  Fuente de la Reja‑. Su número había crecido, a la par que la  población y la superficie agrícola, siendo los siguientes:

     ‑ Molino de aceite del Colegio de Seises de la Santa  Iglesia Catedral de Jaén.

     ‑ Molino de aceite de don Gaspar de Valenzuela.

     ‑ Molino de aceite de don Fernando de Cabanillas.

     ‑ Molino de aceite de doña María Josefa Valenzuela, viuda  de  Luis de Valenzuela.

     ‑ Molino de Aceite de Juan de Quesada Mexía.

     ‑ Molino de aceite del Bahondillo, perteneciente a los  Srs. de Chartes, vecinos de Jaén.

     ‑ Molino de aceite de la Plaza, perteneciente a Juan  Pablo Casanova, vecino de Jaén.

     ‑ Molino de aceite de Antonio Ruiz.

     ‑ Molino de aceite de María de Liétor(10).

     A mediados del siglo XIX, también paralelo al crecimiento  de la población y de las tierras de cultivo y olivar, crece   el número de molinos. En 1848 ya existían trece  aceiteros(11), que continuaban teniendo una ubicación apta  para la captación del agua de la Fuente, como los de la calle  Tercias, el del pilar de Santa María, el del Relex y  otros(12). Eran lugares próximos a la conducción de agua que  desde tiempos medievales iba desde la Fuente de la Reja al  barrio de la Plaza. Otros se ubicaban en el sitio de las  Albercas, donde pasaba el principal caz de riego.

     Estos molinos solían constar de tres partes: el molino,  la prensa y los depósitos. 

     Rafael García Serrano nos describe claramente este tipo  de molino en Jaén. La primera parte, constaba de una pileta  circular de piedra, de unos 3,65 m. de diámetro y 0,65 de  altura. La pileta tenía un reborde o alfarje de 0,20 m. de  profundidad con relación al rulero o plataforma interior sobre  la que rodaban dos rulos o nudas, también de piedra, que  tenían forma cónica. Estos eran de diferente tamaño y estaban  movidos por tracción animal. El rulo mayor solía tener 1,30  m. de diámetro y 1,25 m. de batalla o generatriz, mientras  que en el rulo menor las medidas eran de 1,05 m. y 1 m.  respectivamente.

     La prensa era del tipo llamado de viga. Esta estaba  formada por dos grandes vigas ensambladas, con una longitud  aproximada de 12 metros y un alto de 0,85 m. en su parte más  ancha, con 0,40 m. de grueso. Todas las piezas eran de  madera, sólo tenía tres elementos metálicos: los tres zunchos  de ensamble de las viegas, que eran de hierro, y los clavos.  Uno de los extremos estaba atravesado por el husillo  (tornillo sinfín), de 0,25 m. de diámetro, apoyado sobre una  gran piedra levemente cónica, llamada pesilla. Mientras que  el otro extremo de la viga se asentaba sobre un puente  formado por dos grandes maderos verticales. Hacia la mitad de  la viga había otros dos maderos empotrados en obra de  mampostería, y cerca del puente estaba la plataforma circular  que realizaba el prensado de los capachos, de 1,40 m. de  diámetro.

     La tercera parte de la almazara la formaba la bodega,  destinada al almacenamiento de aceite, que se guardaba en  grandes tinajas de barro, de boca ancha cerrada por una tapa  circular de madera. Las tinajas estaba enterradas en el  suelo(13).

     En el siglo XX, las sucesivas transformaciones técnicas  en los molinos de aceite fueron modificando los tipos de  tradicionales. La estadística de 1930 sobre este tipo de

industria distribuye las prensas según los siguientes  tipos:(14)

 

‑ Con motor

8

‑ A mano

2

‑ Con grúa

1

‑ de rincón

3

‑ de viga

7

 

 

     Hacían un total de 21 prensas, repartidas entre las  diversas fábricas y molinos, cuya ubicación urbana era  semejante a los siglos anteriores. Paulatinamente se pasó del  antiguo sistema de viga al sistema de torrecillas o de rincón  y, finalmente, al de prensa hidráulica, en un auge tal que  hacia 1960 se contabilizaban 14 industrias de aceite y sus  derivados en la localidad(15).

     Actualmente la economía de Pegalajar sigue siendo  eminentemente agrícola, entorno al olivar, por lo que la  industria aceitera ‑en la actualidad representada por tres  cooperativas y tres fábricas particulares‑ continúa  ejerciendo una gran influencia económica y cultural en la  localidad, aunque hoy día totalmente modificada debido a las  actuales y necesarias modificaciones técnicas. Sería  necesario un esfuerzo por recuperar algún molino aceitero,  ejemplo de un tradicional medio de producción que durante  siglos formó parte de la economía tradicional local y  provincial.

 

     3. Los molinos harineros.

 

     Además de regar la tierra, abastecer la población y  surtir a los molinos aceiteros, las aguas de la Fuente se utilizarían también desde época medieval como fuerza motriz  de molinos harineros, aprovechando el fuerte desnivel  existente a través de los caces que en algunos lugares  distribuían el agua por cárcavas abiertas por el hombre en la  misma roca, con lo que conseguía la suficiente presión para  mover los molinos y, al mismo tiempo, sortear los altos  bancales existentes en esta zona a través de hermosas  cascadas situadas junto a algunos de ellos.  El origen de la técnica de molienda usada en éstos, consistente en el empleo de dos piedras de forma circular y  planas, la primera inferior fija y la superior giratoria, es  muy antiguo, debió surgir en el II milenio dentro de las  grandes civilizaciones del Mediterráneo Oriental(16), y  permanecerá idéntico hasta la aparición de los rodillos  cilindros, a mediados del siglo XIX ‑en Pegalajar el último  molino de rodezno dejó de moler en 1988, con la desecación de  la Charca‑.

     En este tipo de molino, la piedra superior posee un  orificio central por el que se vierte el grano, que es molido entre las dos piedras al girar la piedra superior sobre la  inferior, saliendo el grano por los bordes de la piedra  convertido en harina.

     En las ciudades griegas, entorno a los s. VI y IV a.n.e.,  se llevaron a cabo modificaciones en el aumento del tamaño de  las piedras. La superior adopta un rehundimiento en su base  de arriba que sirve como tolva para grano, también adopta una  superficie cóncava y la inferior convexa, con el fin de  mejorar la molienda y facilitar la evacuación de harina. Ya  en época romana, también para facilitar la molienda, se pican  las superficies de trabajo de ambas piedras formando estrías  y canales semicirculares o rectos, y se emplean  "guardapolvos" o cajones de madera que envuelven las piedras  para recoger la harina.

     El tipo de energía que utilizaban los molinos solían ser  de tracción animal o humana ‑"a sangre"‑. Hasta los siglos  III y IV de nuestra era no empezó a utilizarse de forma  generalizada la energía hidráulica. En la Península Ibérica  será con los árabes cuando alcance una gran difusión.

     La energía hidráulica movía el rodezno, o rueda  horizontal con un eje vertical, en cuya parte inferior se  colocaban varias paletas. La rueda se introducía en la  corriente y por su eje se unía a la piedra superior móvil.

     Otro tipo de molino era el de rueda vertical o aceña, que  sustituirá en muchos casos a los pequeños molinos de rodezno,  los cuales quedarían relegados  a las zonas montañosas y  aisladas, en los que la innovación no encontró las  circunstancias físicas, demográficas y económicas favorables.  Este tipo de molino utiliza juegos de engranajes en los  que la piedra gira a mayor número de revoluciones que la rueda  hidráulica.

     A partir del siglo XIX, la fabricación de harina se  convertirá en una gran industria que eliminará rápidamente la  existencia de los métodos tradicionales de molienda, salvo en  zonas marginadas y muy concretas, como Pegalajar, en las que  frecuentemente serán los tipos de molinos más primitivos, los  de rodezno, los que sobrevivirán de esta forma a otros tipos  más evolucionados, como los de rueda vertical. A su  pervivencia contribuyó la introducción de nuevas técnicas,  que suavizaron el trabajo del molinero, como la utilización  de piedras francesas, las cabrias para su desmonte, y las  máquinas limpiadoras y cernidoras(17).

     Tras la Guerra Civil, los molinos que carecían de  licencia fueron cerrados y precintados oficialmente por  decreto de 30‑junio‑1941, debido a la política de  racionamiento y control a través de la Fiscalía de Tasas y  del Servicio Nacional del Trigo. Por el decreto de 14‑junio‑  1952, se levantó la clausura, aunque continuaron en vigor  otras normas que impedían la realización libre de la  molienda. Los molinos de rodezno, que quedaban en algunas  zonas aisladas, asociado a pequeños cursos de agua, cada vez  han ido viniendo a menos, muchos han desaparecido, otros  están en estado de ruina, y los que aún se conservan, como  los de la Sierra de Grazalema (Cádiz), que han estudiado Javier Escalera y Antonio Villegas (1983), y algunos de  Pegalajar terminarán por desaparecer cuando mueran las  personas mayores que aún los mantiene o cuando sufran algún  desperfecto de importancia.

   

     3.1. Descripción del mecanismo del molino de rodezno.

 

     Los molinos de rodezno suelen ubicarse en lugares  relativamente próximos a núcleos de población, donde puedan  utilizar alguna corriente de agua de reducido caudal pero de  gran rapidez, por lo que se hace necesario disponer de una  caída de agua importante, lo que se consigue con el pozo o  cubo. Los molinos suelen recibir el nombre de sus dueños o  del paraje que ocupan. Los edificios donde se ubican son  bastante antiguos en sus estructuras originales, normalmente  cuentan con dos plantas.  Las dependencias fundamentales del molino son: la sala  del molino o molino, dependencia central donde se encuentran  las piedras y las máquinas para la limpieza del trigo y  cernido de harina; la sala de limpieza, que no suele  presentar una separación clara con respecto a la anterior; la  cámara, situada en el piso superior, destinada a almacén para  grano, pajar, despensa u otros usos. También puede contar con  dependencias anejas con el fin de guardar el grano, los  instrumentos de labranza, la leña, los animales,... Son  edificios que requieren un continuo trabajo de reparación y  mantenimiento, que al ser abandonados adquieren rápidamente  un aspecto ruinoso.

     El mecanismo del molino consta de tres partes: acequia o  canal,  pozo o cubo y bóveda o cárcavo.

            El caz, acequia o canal corre sobre un acueducto situado  a nivel superior del rodezno, constituido por sillares de  piedra labrada cimentados, de diversa anchura y longitud. Su  función es tomar el agua del caz. También puede ser utilizado  como acequia para el riego de los campos.

     El cubo o pozo, situado al final de la acequia, que tiene  una sección circular y caída vertical, constituido por la  superposición de varios atanores, anillos tubulares labrados  en piedra y de una sola pieza. Su diámetro disminuye de su  parte superior a la inferior, con el fin de conseguir un  aumento de la presión de agua a medida que va cayendo por el  cubo. Su anchura oscila entre los 60 cm. y un metro.

     En el fondo del cubo existe un orificio cuadrangular  donde conecta el saetillo, conducto que forma y dirige un  potente chorro de agua, el cual hace girar el rodezno. Cada  molino suele poseer de uno a tres cubos, siendo lo más normal  dos, con una profundidad que oscila entre cuatro o cinco  metros a 11 metros, dependiendo de la cantidad de agua y de  la fuerza de la corriente.

     Cuando el molino está parado, la mayor parte del agua es  evacuada a través de una compuerta o aliviadero.

     Las bóvedas son las partes del molino donde se sitúa el rodezno, que constituye el mecanismo de impulso, formada por  cucharas, cuyo tamaño varía según la piedra que ha de mover y  el caudal de agua, oscilando entre 1,50 y 1,80 metros. El  número de de rodeznos por molino coincide con el número de  cubos.

     Del rodezno sale el eje o árbol, que comunica el  movimiento del giro del rodezno a la piedra superior móvil o  corredera. El rodezno descansa sobre el puente, viga de  madera de dos o tres metros de longitud, que encaja en un  hueco rectangular excavado en el suelo de la bóveda; uno de  sus extremos está sujeto  a unos bornes o bisagras de metal,  mientras que el otro está libre, uniéndose a él el extremo  inferior de la vara de alivio, con lo que puede hacer subir y  bajar todo el mecanismo de impulso o molienda. En su centro  presenta un hueco cúbico en el que se encaja el dado, cubo de  bronce con una aleación de plata para darle mayor resistencia  al desgaste, permitiendo el giro del mismo con el mínimo  rozamiento. Sobre el dado se apoya la punta, del mismo  material.

     El alivo es el dispositivo que permite regular la  separación entre las dos piedras de la molienda. Para separar  la piedra corredera de la solera, operación que se llama  aliviar se aplica el tornillo al alivio. La operación  contraria se llama asentar.

     La llave tiene la misión de regular la apertura de la  boca del saetillo. Es manejada desde el salón del molino  mediante una vara o eje de hierro, lo mismo que el tornillo  del alivio.

     La lavija permite la comunicación del giro del rodezno a  la piedra superior móvil. Es de hierro, tiene forma casi  rectangular, de unos 30 o 35 cm. En el centro posee un  agujero de forma rectangular o circular en el cual penetra la  cresta o bellota del palahierro. En las piedras francesas la  lavija está incorporada de fábrica a la muela.

     La velocidad de giro de la corredera (piedra francesa) es  alrededor de 120 revoluciones por minuto. Corredera y solera  presentan, en la cara inferior la primera, y superior la  segunda, unas estrías y surcos que constituyen la picadura;  idéntica en las dos, aunque en sentido inverso, con el fin de  romper y reducir a polvo el grano. Normalmente todos los  molinos suelen ser levógiros.

     El nombre de piedras francesas se debe a que el sílex con  que estaban hechas las primeras introducidas en la Península  procedían de Francia. A diferencia de las blancas, que tenían  que picarse diariamente, estas tenían un menor desgaste y se  componen de varias piezas o cuartos, siendo unidas con yeso  o cemento especial y reforzadas con arcos metálicos. Su peso  varia entre 905 kg. de una piedra de un metro de diámetro y  los 1.550 de una de 1,50 metros. Antes de picarlas se  procedía a entablarlas, es decir, pasarles la regla, listón  de madera impregnada en almagre para teñir las zonas más  elevadas de sus superficies. Se picaban con un pico de dos  puntas planas, el cual se manejaba a pulso. En las francesas  se utilizaba para el picado la maceta para las estrías y los picos planos y de punta par el marcado y picado de los  rayones. Entre cada picadura, las piedras francesas podían  moler 3.000 kg. de grano, mientras que las blancas unos 200 o  300 kg.

     Otros elementos eran la paraera, que no existe en todos  los molinos. Su función es detener el giro del rodezno sin  necesidad de desviar el agua de la acequia. Las cabrias,  introducidas a principios de siglo, grúas de un solo brazo,  con unos pernos o pivotes que penetran en los agujeros  practicados en los flancos de la corredera. El guardapolvo,  armazón de forma circular que cubre las piedras y empuja la  harina hacia la piquera. La tolva, que contiene el grano que  se va a moler y le da salida hacia el ojo de las piedras de  modo paulatino y regular(18).

   

     3.2. Actividades del molinero.

 

     Una vez llegado el grano al molino, se pesa con la romana  y se echa en una troje y de ahí se saca para su limpieza.  Antes de que a principios de siglo se introdujeran las  máquinas limpiadoras, la limpieza se hacía a brazo. Se cernía  el grano con un harnero, después se lavaba en el agua de la  acequia, con el fin de eliminar las impurezas, arena,  piedrecitas, paja,... Después  se oreaba al Sol., tras lo  cual se depositaba en otra troje, de donde se sacaba para  echarlo en la tolva. El grano debía estar un poco húmedo con  el fin de que no produjera una harina demasiado polvorienta,  que podía quemarse o perderse en el espolvoreo, y evitar que  se muelan juntas la harina y el salvado. Así la harina que  sale en el harinal tiene un peso superior al trigo, debido a  la humedad que se le ha dado en el lavado.

     El paso siguiente era llevar la harina en espuertas a la  cernidora o torno, máquina formada por un tambor circular o  poligonal, hecho de mallas de distinto calibre, siendo  accionado por la fuerza del rodezno, realizándose  automáticamente la separación de los distintos tipos de  harina y del salvado. Tradicionalmente esta operación se  hacía manualmente, mediante un cedazo de malla fina y una  cernidora, operación que se hacía cuando la harina estaba  fría, por lo que había que esperar un tiempo.

     De la cantidad de harina se deducía un porcentaje en  especie, la maquila, que era lo que el molinero solía cobrar  por sus servicios(19).

 

   

     3.3. Evolución de los molinos harineros en Pegalajar.

 

     Probablemente, la presencia de molinos harineros en  Pegalajar tenga un origen árabe.  En 1752, el  Catastro del Marqués de la Ensenada nos habla de la existencia de cuatro molinos harineros en Pegalajar, dos de  los cuales utilizaban las aguas del Guadalbullón, pertenecían  a Fray Antonio Mesia ‑del convento de Nuestra Señora de la  Merced‑, y a los Niños Expósitos, ambos de Jaén; los otros  dos utilizaban las aguas de la Fuente Vieja ‑o de la Reja‑,  situados en la Huerta, uno era propiedad del Convento de  Religiosas de Santa Clara de Jaén y otro de Felipe Contreras,  vecino de la villa(20).

     Como en los molinos aceiteros, desde la segunda mitad del  siglo XVIII y por las mismas causas que los anteriores,  también éstos incrementan su número. Así vemos que en 1808,  son ya tres los que utilizan las aguas de la Fuente Vieja  como fuerza motriz. Eran los pertenecientes a los herederos  de Felipe Contreras y Luis de Medina, al convento de monjas  de Santa Clara de Jaén, y a Gaspar y Pedro de  Valenzuela(21)..

     Este tipo de industria continúa en ascenso a lo largo del  siglo XIX, aumento paralelo al crecimiento de la población y  de las tierras de cultivo. En 1848 ya existían cinco molinos  harineros(22), que utilizaban el agua de la Fuente de la  Reja. En 1863, ya eran 8 los molinos de harina, con 14  prensas. Estaban movidos por rodeznos o ruedas de eje  vertical y producían dos fanegas por cada siete horas de  trabajo. Funcionaban durante 273 días o más al año(23).

     El siglo XX, en un primer momento, supuso una continuidad  de las técnicas tradicionales de este tipo de industria, que  comenzó a declinar en la localidad tras la Guerra Civil. La  electricidad, empleada como fuerza motriz de los nuevos  molinos, acabó con el tradicional sistema que durante siglos  había utilizado el agua de la Charca a través de la red de  caces y acequias de riego. El mismo trigo terminó  prácticamente por dejar de sembrarse en la localidad, por lo  que los molinos de harina dejaron de utilizarse. Poco a poco,  muchos de ellos se han degradado. Sin embargo aún se ven en  la Huerta, entre los bancales, piedras de molino desbastadas;  edificios semiderruidos que un día fueron molinos,  conservando muchos de sus utensilios tradicionales, con sus  seculares bóvedas de piedra intactas; y secos caces que  llevaban el agua hacia las viejas "rodeznas". Su histórica  presencia está plasmada en la imborrable toponimia, que aún  designa como molinos los parajes, e incluso al estrecho  puente que recibe el nombre de "Aceña" ‑molino harinero‑.

     Sería necesario la recuperación de alguno de estos  molinos, así como su entorno ‑caces, cascadas, bancales,...‑  por gran importancia histórico cultural y por su especial  ubicación: la Huerta de Pegalajar, lugar calificado  actualmente como Paisaje Agrario Singular, estando en estudio  la de Lugar de Interés Etnológico.

   

     4. Conclusiones.

 

     Los molinos de Pegalajar, tanto los de aceite como los de  harina, tienen una tradición secular. Ya se encuentran referencias a ellos en la Baja Edad Media, una época en que  Pegalajar era frontera con el Reino de Granada. Era una  actividad industrial que probablemente se heredase de tiempo  atrás, del Pegalajar musulmán.

     De su importancia histórica dejan evidencia las  diferentes citas que recoge el texto, extraídas de  voluminosos expedientes de tipo estadístico, económico y  jurídico. El número de molinos fue creciendo a medida que  aumentó la población y la superficie agrícola. La técnica  primitiva se mantuvo en los molinos de harina hasta su desuso  hace unas décadas, y en los de aceite sufrió profundos  cambios en este siglo. Entre estos últimos, los que no  desaparecieron se transformaron en modernas fábricas de  aceite que, por el eminente carácter agrícola de la economía  de la población, mantienen una importancia económico‑cultural  fundamental, aunque técnicamente los que están en  funcionamiento están totalmente modificados.

     Estos tipos de industria tienen una estrecha relación con  la Fuente de la Reja y la Charca ‑su estanque‑, que  configuraron la peculiar ubicación de los molinos: los de  harina en la Huerta próxima, aprovechando la fuerza motriz  del agua; y la mayoría de los de aceite en la zona Sur del  núcleo urbano, junto a los caces superiores que salían de la  Charca.

     Hoy día esta actividad industrial tradicional está en  desuso, y los edificios que la albergaban arruinados. Por su  importancia histórico‑cultural y su singularidad local y  comarcal sería necesaria la recuperación de algunos de ellos.  En el caso de los molinos de harina lo sería también la  recuperación del paisaje circundante, con sus antiguos caces  y acequias, algunos de ellos abiertos en plena roca, bancales  y pequeñas cascadas que, junto a los molinos, le dan  uniformidad al lugar tan singular donde están ubicados.

   

     NOTAS

 

     (1)  Aguirre Sádaba, F. Javier y Jiménez Mata, M. Carmen. Introducción al Jaén  Islámico  (Estudio  geográfico‑histórico). Instituto de Estudios Jiennenses. Jaén, 1979, p. 58.

     (2) Son restos de una estela con inscripciones árabes que conserva en el Departamento de  Historia  Medieval de la Universidad de Jaén.

     (3) Emilio Serrano Díaz. Castillos de Andalucía.

     (4)"Relación de los fechos del mui magnifico é mas virtuoso señor. El señor don Miguel Lucas,  mui  digno  Condestable  de Castilla". En Memorial histórico español. Colección de  documentos,  opúsculos  y  antigüedades que publica la Real Academia de la Historia. Tomo VIII. Madrid, 1855, p. 401.

     (5)Ibídem, pp. 466‑467.

     (6) Porras Arboledas, Pedro. Ordenanzas de la muy noble, famosa y muy leal ciudad de Jaén,  guarda  y defendimiento de los reinos de Castilla. Universidad de Granada ‑ Ayuntamiento de Jaén. Granada, 1993,  pp. 279‑180.

     (7)  Archivo  Municipal  de Jaén. Legajo (L.) 7. Sobre un molino de aceite  en  Pegalajar.  Pleito  contra la ciudad, 1633.

     (8) Archivo Histórico Provincial de Jaén (A.H.P.J.). L. 7872. Catastro del Marqués de la Ensenada,  1752.

     (9) Archivo Histórico Provincial de Jaén (A.H.P.J.). L. 7872. Catastro del Marqués de la Ensenada,  1752.

     (10)A.H.M.P. L. 1. Autos sobre la limpia de la Balsa de la Fuente Vieja, 1808.

     (11)Madoz,  Pascual.  Diccionario Geográfico‑estadístico‑histórico de España y sus  posesiones  en  ultramar. Madrid, 1847. Tomo XII, p. 753.

     (12)Ibídem. L. 1. Expedientes de limpieza de la Balsa de diferentes años.

    (13)García Serrano, Rafael. "Notas históricas sobre la elaboración de aceite de oliva en la provincia  de  Jaén".  I  Congreso  Nacional de Artes y Costumbres Populares.  Institución  Fernando  el  Católico.  Zaragoza, 1969, pp. 232‑233.

     (14) A.H.M.P. L. 43. Contribución industrial, 1930.

     (15) A.M.P. Plano de Pegalajar 1:1000, con especificación de la ubicación de los  establecimientos  industriales y comerciales de la localidad. Fecha aproximada: 1960.

      (16)Shamuel  Avitsur (On the History of the explotacion of waterpower in Erezt Israel)  describe  los  molinos  de  Aruba,  como  ejemplo del más simple y primitivo molino de rodezno, en  el  que  una  rueda  horizontal  compuesta por cucharas es impulsada por el agua que cae a través de un pozo, en  cuyo  fondo  existe un corto conducto que dirige un chorro a gran velocidad sobre ella.

      (17)Escalera,  Javier  y  Villegas Antonio. Molinos y  panaderías  tradicionales.  Editora  Nacional.  Madrid, 1983, pp. 21‑69.

      (18)Escalera,  Javier  y  Villegas Antonio. Molinos y  panaderías  tradicionales.  Editora  Nacional.  Madrid, 1983, pp. 75‑118.

      (19)Escalera,  Javier  y  Villegas Antonio. Molinos y  panaderías  tradicionales.  Editora  Nacional.  Madrid, 1983, pp. 132‑135.

     (20)Archivo  Histórico  Provincial  de  Jaén.  L.  7872.  Catastro  del  Marqués  de  la  Ensenada  (Pegalajar), f. 15. 

    Posteriormente a la impresión de este artículo, en la edición de los Anales de Jaén de Juan de Arquellada se dice que en 1465 que el Condestable Miguel Lucas de Iranzo mandaba ir a moler a los molinos de La Guardia y Pegalajar; y en 1470 que los moros entraron en el arrabal de Pegalajar "en par del molino" (Arquellada, Juan. Anales de Jaén. Estudio, edición y notas: Manuel González Jiménez. Universidad de Granada. Granada, 1996, pp. 99-100).

     (21)A.H.M.P. L. 1. Autos sobre la limpia de la Balsa de la Fuente Vieja, 1808.

     (22)Madoz,  Pascual.  Diccionario Geográfico‑estadístico‑histórico de España y sus  posesiones  en  ultramar. Madrid, 1847. Tomo XII, p. 753.

     (23)A.H.M.P. L. 44. Estadística industrial, 1862.

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