LOS MOLINOS DE PEGALAJAR: UNA HISTÓRICA INDUSTRIA EN TORNO A LA CHARCA
(Publicado en Demófilo. Revista de cultura tradicional, núm. 14. Fundación Machado. Sevilla, 1995, p. 17-31)
Molino de Soto
1.‑ Introducción.
Hablar de molinos en Pegalajar es sumergirse en el pasado muchos siglos atrás, al menos a época medieval. Es buscar en las raíces de un pueblo que con rulos y rodeznos construyó una industria agrícola que tenía la materia prima ‑aceite y trigo‑ en una amplia huerta regada por la Fuente Vieja (o de la Reja), de la cual aprovechaban también el agua para su uso.
Las fuentes árabes conocidas hoy día pocos datos aportan sobre el Pegalajar musulmán. Muy probablemente se identifique con el topónimo Al‑jarf; población, que según Al‑Muqaddasi y que recoge Aguirre Sádaba, estaba situada a 18 km. de Jaén, con gran número de cursos de agua y molinos, zona productora de aceituna(1). Lo que confirman las fuentes cristianas, en las que ya aparecen referencias a la población de Pegalajar, a su agua, a su huerta y a sus molinos; pues Pegalajar como fortaleza cristiana en la frontera con el reino de Granada mantendría las bases económicas heredadas de su período anterior, a pesar de las dificultad que supone la realización de una actividad agrícola por las continuas razzias en esta zona. De hecho confirman esta opinión la aparición de inscripciones árabes en la Huerta(2), y la misma traducción del topónimo de Pegalajar como "Peña de la Vega"(3).
La Crónica del Condestable Iranzo, del siglo XV, es más precisa al respecto. En ella podemos descubrir no sólo los avatares político‑militares en los que se ve envuelto Pegalajar en su época, sino también otras noticias más precisas. Entre ellas las referentes a la Huerta de Pegalajar (año 1470) y a la Fuente Vieja (año 1469) ‑nombre este último con que se ha conocido la Fuente de la Reja hasta el siglo XIX‑. Por primera vez aparece en un documento el nombre de la Fuente, que también abastecía ‑como secularmente lo ha hecho hasta su reciente desecación‑ al núcleo urbano de Pegalajar, a través de una conducción que llevaba el agua de la Fuente al arrabal(4), conducción que ha existido hasta hace pocas décadas. También se hace referencia por primera vez a las huertas de Pegalajar, que indudablemente utilizaban estas aguas(5). Además, por esta época, encontramos referencia escrita a molinos.
Es necesario un conocimiento de la evolución histórica de este tipo de industria derivada de la agricultura como un recurso cultural de hondas raíces en Pegalajar, que debe ser preservado para futuras generaciones. Para ello nos hemos basado en diversa documentación original y bibliografía que recogemos en diversas notas.
Nos han sido básicos en este trabajo el Archivo Municipal de Jaén, pues hasta 1559 la población de Pegalajar no obtuvo su total emancipación de esta ciudad como villa; el Archivo Histórico Provincial de Jaén, del que utilizamos la documentación referente al Catastro del Marqués de la Ensenada, 1752; y el Archivo Histórico Municipal de Pegalajar, que contiene interesante documentación de los siglos XIX y XX, siendo escasísima la referente a otros períodos. Esta documentación junto con bibliografía, que recoge crónicas y ordenanzas municipales medievales, nos ha dado la información que permite conocer la importancia histórico‑cultural de los molinos en Pegalajar y, como tal, la necesidad de su preservación, debido a su influencia en la formación de una cultura agroindustrial peculiar, destacando su singularidad en la comarca, tanto por su especial ubicación, como por los aspectos técnicos.
2. Los molinos aceiteros.
Desde su conquista definitiva por los cristianos ‑1244‑ hasta 1559, Pegalajar permaneció dependiente de la ciudad de Jaén.
En las Ordenanzas de esta ciudad, que podemos fechar a mediados del siglo XV, aparece ya una mención expresa al molino de aceite de Pegalajar y al medio diezmo de los morisco,
que se recaudaba desde tiempo atrás, y que por su importancia reproducimos literalmente de la recopilación que hizo Pedro Porras Arboledas y que dice así:
"Arancel de la renta del molino de Pegalajar y del medio diezmo de lo morisco, que se arrienda con ello, que es de Jaén, en qué manera se usa coger y recaudar en los tiempos passados, e manda Jaén que se coxa de aquí adelante en esta guisa
[1] Primeramente, el arrendador desta renta ha de maquilar el azeyte de la azeytuna del dicho lugar que en el dicho molino se moliere, según que en esta Ciudad maquilaren en los molinos de azeyte en ella, e no de otra guisa.
[2] Otrosí, que qualquier de los vezinos y moradores del dicho Castillo y los vezinos desta Ciudad que allí han heredad de olivares, que allí en el dicho Castillo no quisieren moller su azeytuna que allí cogieren e tuvieren, e la truxeren a moler aquí a los molinos de esta Ciudad de Jaén o a La Guardia o a otra parte, que sean tenudos de pagar la maquila del azeyte que en verdad fuere sabido que dieren al arrendador del dicho molino, bien assí como si allí en el dicho molino la moliessen, e qualquier alcalde que se lo mande pagar.
[3] Otrosí, en razón del dicho medio diezmo de lo morisco, ha de aver el arrendador desta renta el medio diezmo de todas las cosas que los moros traxeren a vender al dicho lugar de Pegalajar. E otrosí que se dé lo que de allí llevaren los moros comprado, las quales cosas son estas: assí del azeyte, como de miel o greda o pescado o sardinas o lino o almendras o açucar o alfenique, o otras mercadurías que allí truxeren, como destas dichas cosas si las llevaren, e del ganado que de allí llevaren, assí bueyes como vacas, ovejas o cabras, como de todas las otras cosas que allí llevaren, que sean tenudos los que se lo vendieren de lo hazer saber al arrendador desta renta, estando en el dicho Castillo, o a quien él pusiere para lo recaudar, porque recaben de los moros lo sobredicho antes que de allí se vayan; e si se lo no hizieren saber, que se lo pague el vendedor que se lo assí no hiziere saber con el doblo.
[4] Otrosí, assí mismo ha de aver el dicho medio diezmo a las dichas cosas e de cada una dellas que los christianos vezinos del dicho castillo o otros qualesquier que de allí llevaren a tierra de moros, y de los que allí truxeren a vender a tierra de moros, e se lo pague el tercero día, e que lo haga saber, so pena del doblo.
[5] Otrosí, si alguno o algunos azeytes o otra mercaduría allí compraren para dar a los moros, o lo llevare el christiano que lo comprare a tierra de moros, que pague assí mismo el dicho medio diezmo, según dicho es.
[6) Otrosí, si algún vezino de allí o de Torres o de otro lugar comprare y llevare azeyte o otra mercduría diziendo que es para tierra de christianos, o lo él embiare a tierra de moros o para lo dar a los moros en el camino o en otro lugar, e le fuere probado que ello es assí, que sea tenudo de pagar al arrendador desta renta el dicho derecho del dicho medio diezmo, pues que lo compró e llevó para dar a los moros e no para tierra de christianos.
[7] Otrosí, en todo lo otro que aquí no es contenido que se use en esta renta según más cumplidamente se usó coger y llevar en los annos passados"(6).
Por el texto se deduce la existencia de un único molino de aceite, encontrándose dentro del recinto fortificado, probablemente en el arrabal, en la Plaza de La Laguna, con el fin de utilizar el agua, que ya en época medieval, llegaba por una conducción desde la Fuente de la Reja. Este molino pertenecía al concejo de la ciudad de Jaén y su administración dependía de un arrendador que cobraba una maquila sobre la aceituna que se molturaba. La renta del molino solía arrendarse también junto a la recaudación del impuesto de medio diezmo sobre todo aquello que se comerciase con los moros de Granada, lo que no debía ser poco, por ser Pegalajar lugar de frontera, privilegiado por esta época geográficamente. Vemos que el aceite es uno de los productos comercializados en la población, de los más importantes que se exportaban a tierra de moros. Lo que nos da pie a pensar que en Pegalajar existía una significativa plantación de olivos, economía que tendría sus bases en la herencia musulmana.
La desaparición del Reino de Granada en 1492 y la pérdida del medio diezmo de lo morisco, que se arrendaba juntamente con el molino de aceite, es probable que fuese la causa de la pérdida de interés del concejo jiennense en el molino, por lo que en 1502 fue puesto en "venta y almoneda", junto con las tierras del Cuchillejo, rematándose al favor del concejo de Pegalajar por un censo perpetuo conjunto de 3.500 maravedíes anuales. En este período Pegalajar no formaba concejo independiente, pues hasta 1559, año en que consigue el privilegio de villa, dependió de la ciudad de Jaén.
Posteriormente, desde 1614, el concejo de Pegalajar se negó a seguir pagando dicho censo y el de Jaén interpuso un pleito en la Real Chancillería de Granada, fallado en 1633. La negativa se basaba en que la ciudad de Jaén no tenía título de posesión sobre el molino de aceite ni las tierras del Cuchillejo, y que el concejo de Pegalajar "las avía labrado y edificado con sus propios y rentas" y que cualquier derecho que la ciudad de Jaén quisiera pretender ya había prescrito. Añadía que si "en algún tiempo oviese hecho algunas pagas a la desta ciudad avría sido por error, creyendo que se le debía alguna cosa (...). Siempre de tiempo ynmemorial avían sido y eran propios deste dicho concejo sin que el concejo de la dicha ciudad oviese tenido ni tuviese censo sobre ellos ni oviese sido suyo (...)".
Finalmente, el concejo de Pegalajar tuvo que reconocer la deuda anual de 3.500 maravedís en favor de la ciudad de Jaén, con las condiciones siguientes:
"Yten con condición queste dicho concejo tendremos y tendrán dicho molino siempre bien labrado y reparado de todas las labores y reparos necesarios... y lo mismo harán y haremos con las dichas tierras del Guchillejo (...)
"Yten con condición que si (...) dicho concejo quisiere vender el dicho molino y tierras o parte dellas (...) a de ser obligado (...) a lo notificar y hacer saber al concejo de la dicha ciudad para que si los quisieren por el tanto que otro diere que lo han de poder hacer (...)
"Yten con condición que la persona que ansi los comprare las dichas tierras y molino y en cuyo poder
sucedieren an de ser obligados a guardar y cumplirlo (...) y se obligara pagar los dicho maravedis en la forma declarada(7)...".
Un tiempo después, el primitivo molino debió venderse, pues en 1752 aparece el concejo de Pegalajar como dueño un nuevo molino aceitero que se encontraba en la calle Tercias, bastante lejos del antiguo arrabal. Constaba de "un portal, un corral, una piedra, una biga, quatro tenajones, dos tinajas, con diez baras de frente y nueve de fondo". Su renta se regulaba en 300 reales de vellón(8).
Además de este molino aceitero, propiedad del concejo, que en el tiempo en que Pegalajar fue tierra de frontera con el Reino Nazarí de Granada monopolizó por motivos fiscales la molturación de aceituna local, en la localidad surgieron otros molinos de aceite particulares, que enriquecieron este tipo de industria derivada del cultivo del olivar y que también tenían su abastecimiento de agua en el cercano manantial de la Fuente de la Reja y su estanque, influyendo en la ubicación de la mayoría de los molinos aceiteros existentes dentro del núcleo urbano. Estos molinos solían situarse en el límite Sur de la población, lindando con la Huerta, con el fin de aprovechar el agua de los caces más elevados que partían del estanque ‑La Charca‑. Ya a mediados del siglo XVIII encontramos referencias a estos molinos en número de ocho, cuyos propietarios eran El Concejo de la Villa, el Colegio de la Compañía de Jesús de Jaén, Rodrigo de Cabanillas, Juan Fernández de Aranda, Francisco de Cabanillas, Luis de Valenzuela, Blas de Contreras, Manuela de Espino y Lucas Charte, este último vecino de Jaén. Molinos de los cuales tenemos algunas descripciones, como las siguientes:
‑ El de la calle de la Tercia ‑hoy Baja Fuente a la altura de la calle Cocheras‑, "con dos portales, una piedra, una biga, veinte trojes, doze tenajas, un pozo y un corral con diez baras de frente y ocho de fondo". Su renta anual se evaluaba en 300 reales.
‑ Dos molinos en el sitio de las Albercas ‑actual calle del mismo nombre‑. Uno de ellos "con un portal, una piedra, una Biga, quatro tenajas, con veinte y dos baras de frente y nueve de fondo". El segundo constaba también de "un portal, una piedra, una biga y un corral, diez tenajas pequeñas, veinte trojes. Tiene de frente doze varas y diez y ocho de fondo". A cada uno de ellos se le valoraba su renta en 300 reales.
‑ El del Relex, con "un portal, un pozo, veinte y ocho atrojes, una piedra, una biga, nueve tenajones de cavida de zien arrobas, una bodega, de cavida de ziento y zinquenta arrobas; otra bodega sin tenajas, un pajar y un corral. Tiene veinte y siete baras de frente y nueve de fondo". También se regulaba su renta en 300 reales.
‑ El situado junto a la Balsa o embalse de la Charca, con "un portal, una piedra, con biga, con corral, diez y seis pilones y zinco tenajas, tiene veinte baras de frente y ocho de fondo". Su renta era de 300 reales(9).
Es evidente el amplio crecimiento de la industria de los molinos de aceite en Pegalajar en la Edad Moderna. Algo que no es de extrañar, puesto que coincide con la roturación de baldíos, las plantaciones de olivar y el crecimiento de la población en la localidad. Indudablemente, la desaparición del carácter de frontera de las tierras del término influyó en estas causas.
Varias décadas después, en 1808, encontramos un nuevo censo que recoge la actividad agrícola e industrial entorno a la Charca, o sea, casi toda la de Pegalajar. Se trata de un documento referente al repartimiento de gastos por la limpieza de la "Balsa de la Fuente Vieja" ‑Charca de la Fuente de la Reja‑. Su número había crecido, a la par que la población y la superficie agrícola, siendo los siguientes:
‑ Molino de aceite del Colegio de Seises de la Santa Iglesia Catedral de Jaén.
‑ Molino de aceite de don Gaspar de Valenzuela.
‑ Molino de aceite de don Fernando de Cabanillas.
‑ Molino de aceite de doña María Josefa Valenzuela, viuda de Luis de Valenzuela.
‑ Molino de Aceite de Juan de Quesada Mexía.
‑ Molino de aceite del Bahondillo, perteneciente a los Srs. de Chartes, vecinos de Jaén.
‑ Molino de aceite de la Plaza, perteneciente a Juan Pablo Casanova, vecino de Jaén.
‑ Molino de aceite de Antonio Ruiz.
‑ Molino de aceite de María de Liétor(10).
A mediados del siglo XIX, también paralelo al crecimiento de la población y de las tierras de cultivo y olivar, crece el número de molinos. En 1848 ya existían trece aceiteros(11), que continuaban teniendo una ubicación apta para la captación del agua de la Fuente, como los de la calle Tercias, el del pilar de Santa María, el del Relex y otros(12). Eran lugares próximos a la conducción de agua que desde tiempos medievales iba desde la Fuente de la Reja al barrio de la Plaza. Otros se ubicaban en el sitio de las Albercas, donde pasaba el principal caz de riego.
Estos molinos solían constar de tres partes: el molino, la prensa y los depósitos.
Rafael García Serrano nos describe claramente este tipo de molino en Jaén. La primera parte, constaba de una pileta circular de piedra, de unos 3,65 m. de diámetro y 0,65 de altura. La pileta tenía un reborde o alfarje de 0,20 m. de profundidad con relación al rulero o plataforma interior sobre la que rodaban dos rulos o nudas, también de piedra, que tenían forma cónica. Estos eran de diferente tamaño y estaban movidos por tracción animal. El rulo mayor solía tener 1,30 m. de diámetro y 1,25 m. de batalla o generatriz, mientras que en el rulo menor las medidas eran de 1,05 m. y 1 m. respectivamente.
La prensa era del tipo llamado de viga. Esta estaba formada por dos grandes vigas ensambladas, con una longitud aproximada de 12 metros y un alto de 0,85 m. en su parte más ancha, con 0,40 m. de grueso. Todas las piezas eran de madera, sólo tenía tres elementos metálicos: los tres zunchos de ensamble de las viegas, que eran de hierro, y los clavos. Uno de los extremos estaba atravesado por el husillo (tornillo sinfín), de 0,25 m. de diámetro, apoyado sobre una gran piedra levemente cónica, llamada pesilla. Mientras que el otro extremo de la viga se asentaba sobre un puente formado por dos grandes maderos verticales. Hacia la mitad de la viga había otros dos maderos empotrados en obra de mampostería, y cerca del puente estaba la plataforma circular que realizaba el prensado de los capachos, de 1,40 m. de diámetro.
La tercera parte de la almazara la formaba la bodega, destinada al almacenamiento de aceite, que se guardaba en grandes tinajas de barro, de boca ancha cerrada por una tapa circular de madera. Las tinajas estaba enterradas en el suelo(13).
En el siglo XX, las sucesivas transformaciones técnicas en los molinos de aceite fueron modificando los tipos de tradicionales. La estadística de 1930 sobre este tipo de
industria distribuye las prensas según los siguientes tipos:(14)
‑ Con motor |
8 |
‑ A mano |
2 |
‑ Con grúa |
1 |
‑ de rincón |
3 |
‑ de viga |
7 |
Hacían un total de 21 prensas, repartidas entre las diversas fábricas y molinos, cuya ubicación urbana era semejante a los siglos anteriores. Paulatinamente se pasó del antiguo sistema de viga al sistema de torrecillas o de rincón y, finalmente, al de prensa hidráulica, en un auge tal que hacia 1960 se contabilizaban 14 industrias de aceite y sus derivados en la localidad(15).
Actualmente la economía de Pegalajar sigue siendo eminentemente agrícola, entorno al olivar, por lo que la industria aceitera ‑en la actualidad representada por tres cooperativas y tres fábricas particulares‑ continúa ejerciendo una gran influencia económica y cultural en la localidad, aunque hoy día totalmente modificada debido a las actuales y necesarias modificaciones técnicas. Sería necesario un esfuerzo por recuperar algún molino aceitero, ejemplo de un tradicional medio de producción que durante siglos formó parte de la economía tradicional local y provincial.
3. Los molinos harineros.
Además de regar la tierra, abastecer la población y surtir a los molinos aceiteros, las aguas de la Fuente se utilizarían también desde época medieval como fuerza motriz de molinos harineros, aprovechando el fuerte desnivel existente a través de los caces que en algunos lugares distribuían el agua por cárcavas abiertas por el hombre en la misma roca, con lo que conseguía la suficiente presión para mover los molinos y, al mismo tiempo, sortear los altos bancales existentes en esta zona a través de hermosas cascadas situadas junto a algunos de ellos. El origen de la técnica de molienda usada en éstos, consistente en el empleo de dos piedras de forma circular y planas, la primera inferior fija y la superior giratoria, es muy antiguo, debió surgir en el II milenio dentro de las grandes civilizaciones del Mediterráneo Oriental(16), y permanecerá idéntico hasta la aparición de los rodillos cilindros, a mediados del siglo XIX ‑en Pegalajar el último molino de rodezno dejó de moler en 1988, con la desecación de la Charca‑.
En este tipo de molino, la piedra superior posee un orificio central por el que se vierte el grano, que es molido entre las dos piedras al girar la piedra superior sobre la inferior, saliendo el grano por los bordes de la piedra convertido en harina.
En las ciudades griegas, entorno a los s. VI y IV a.n.e., se llevaron a cabo modificaciones en el aumento del tamaño de las piedras. La superior adopta un rehundimiento en su base de arriba que sirve como tolva para grano, también adopta una superficie cóncava y la inferior convexa, con el fin de mejorar la molienda y facilitar la evacuación de harina. Ya en época romana, también para facilitar la molienda, se pican las superficies de trabajo de ambas piedras formando estrías y canales semicirculares o rectos, y se emplean "guardapolvos" o cajones de madera que envuelven las piedras para recoger la harina.
El tipo de energía que utilizaban los molinos solían ser de tracción animal o humana ‑"a sangre"‑. Hasta los siglos III y IV de nuestra era no empezó a utilizarse de forma generalizada la energía hidráulica. En la Península Ibérica será con los árabes cuando alcance una gran difusión.
La energía hidráulica movía el rodezno, o rueda horizontal con un eje vertical, en cuya parte inferior se colocaban varias paletas. La rueda se introducía en la corriente y por su eje se unía a la piedra superior móvil.
Otro tipo de molino era el de rueda vertical o aceña, que sustituirá en muchos casos a los pequeños molinos de rodezno, los cuales quedarían relegados a las zonas montañosas y aisladas, en los que la innovación no encontró las circunstancias físicas, demográficas y económicas favorables. Este tipo de molino utiliza juegos de engranajes en los que la piedra gira a mayor número de revoluciones que la rueda hidráulica.
A partir del siglo XIX, la fabricación de harina se convertirá en una gran industria que eliminará rápidamente la existencia de los métodos tradicionales de molienda, salvo en zonas marginadas y muy concretas, como Pegalajar, en las que frecuentemente serán los tipos de molinos más primitivos, los de rodezno, los que sobrevivirán de esta forma a otros tipos más evolucionados, como los de rueda vertical. A su pervivencia contribuyó la introducción de nuevas técnicas, que suavizaron el trabajo del molinero, como la utilización de piedras francesas, las cabrias para su desmonte, y las máquinas limpiadoras y cernidoras(17).
Tras la Guerra Civil, los molinos que carecían de licencia fueron cerrados y precintados oficialmente por decreto de 30‑junio‑1941, debido a la política de racionamiento y control a través de la Fiscalía de Tasas y del Servicio Nacional del Trigo. Por el decreto de 14‑junio‑ 1952, se levantó la clausura, aunque continuaron en vigor otras normas que impedían la realización libre de la molienda. Los molinos de rodezno, que quedaban en algunas zonas aisladas, asociado a pequeños cursos de agua, cada vez han ido viniendo a menos, muchos han desaparecido, otros están en estado de ruina, y los que aún se conservan, como los de la Sierra de Grazalema (Cádiz), que han estudiado Javier Escalera y Antonio Villegas (1983), y algunos de Pegalajar terminarán por desaparecer cuando mueran las personas mayores que aún los mantiene o cuando sufran algún desperfecto de importancia.
3.1. Descripción del mecanismo del molino de rodezno.
Los molinos de rodezno suelen ubicarse en lugares relativamente próximos a núcleos de población, donde puedan utilizar alguna corriente de agua de reducido caudal pero de gran rapidez, por lo que se hace necesario disponer de una caída de agua importante, lo que se consigue con el pozo o cubo. Los molinos suelen recibir el nombre de sus dueños o del paraje que ocupan. Los edificios donde se ubican son bastante antiguos en sus estructuras originales, normalmente cuentan con dos plantas. Las dependencias fundamentales del molino son: la sala del molino o molino, dependencia central donde se encuentran las piedras y las máquinas para la limpieza del trigo y cernido de harina; la sala de limpieza, que no suele presentar una separación clara con respecto a la anterior; la cámara, situada en el piso superior, destinada a almacén para grano, pajar, despensa u otros usos. También puede contar con dependencias anejas con el fin de guardar el grano, los instrumentos de labranza, la leña, los animales,... Son edificios que requieren un continuo trabajo de reparación y mantenimiento, que al ser abandonados adquieren rápidamente un aspecto ruinoso.
El mecanismo del molino consta de tres partes: acequia o canal, pozo o cubo y bóveda o cárcavo.
El caz, acequia o canal corre sobre un acueducto situado a nivel superior del rodezno, constituido por sillares de piedra labrada cimentados, de diversa anchura y longitud. Su función es tomar el agua del caz. También puede ser utilizado como acequia para el riego de los campos.
El cubo o pozo, situado al final de la acequia, que tiene una sección circular y caída vertical, constituido por la superposición de varios atanores, anillos tubulares labrados en piedra y de una sola pieza. Su diámetro disminuye de su parte superior a la inferior, con el fin de conseguir un aumento de la presión de agua a medida que va cayendo por el cubo. Su anchura oscila entre los 60 cm. y un metro.
En el fondo del cubo existe un orificio cuadrangular donde conecta el saetillo, conducto que forma y dirige un potente chorro de agua, el cual hace girar el rodezno. Cada molino suele poseer de uno a tres cubos, siendo lo más normal dos, con una profundidad que oscila entre cuatro o cinco metros a 11 metros, dependiendo de la cantidad de agua y de la fuerza de la corriente.
Cuando el molino está parado, la mayor parte del agua es evacuada a través de una compuerta o aliviadero.
Las bóvedas son las partes del molino donde se sitúa el rodezno, que constituye el mecanismo de impulso, formada por cucharas, cuyo tamaño varía según la piedra que ha de mover y el caudal de agua, oscilando entre 1,50 y 1,80 metros. El número de de rodeznos por molino coincide con el número de cubos.
Del rodezno sale el eje o árbol, que comunica el movimiento del giro del rodezno a la piedra superior móvil o corredera. El rodezno descansa sobre el puente, viga de madera de dos o tres metros de longitud, que encaja en un hueco rectangular excavado en el suelo de la bóveda; uno de sus extremos está sujeto a unos bornes o bisagras de metal, mientras que el otro está libre, uniéndose a él el extremo inferior de la vara de alivio, con lo que puede hacer subir y bajar todo el mecanismo de impulso o molienda. En su centro presenta un hueco cúbico en el que se encaja el dado, cubo de bronce con una aleación de plata para darle mayor resistencia al desgaste, permitiendo el giro del mismo con el mínimo rozamiento. Sobre el dado se apoya la punta, del mismo material.
El alivo es el dispositivo que permite regular la separación entre las dos piedras de la molienda. Para separar la piedra corredera de la solera, operación que se llama aliviar se aplica el tornillo al alivio. La operación contraria se llama asentar.
La llave tiene la misión de regular la apertura de la boca del saetillo. Es manejada desde el salón del molino mediante una vara o eje de hierro, lo mismo que el tornillo del alivio.
La lavija permite la comunicación del giro del rodezno a la piedra superior móvil. Es de hierro, tiene forma casi rectangular, de unos 30 o 35 cm. En el centro posee un agujero de forma rectangular o circular en el cual penetra la cresta o bellota del palahierro. En las piedras francesas la lavija está incorporada de fábrica a la muela.
La velocidad de giro de la corredera (piedra francesa) es alrededor de 120 revoluciones por minuto. Corredera y solera presentan, en la cara inferior la primera, y superior la segunda, unas estrías y surcos que constituyen la picadura; idéntica en las dos, aunque en sentido inverso, con el fin de romper y reducir a polvo el grano. Normalmente todos los molinos suelen ser levógiros.
El nombre de piedras francesas se debe a que el sílex con que estaban hechas las primeras introducidas en la Península procedían de Francia. A diferencia de las blancas, que tenían que picarse diariamente, estas tenían un menor desgaste y se componen de varias piezas o cuartos, siendo unidas con yeso o cemento especial y reforzadas con arcos metálicos. Su peso varia entre 905 kg. de una piedra de un metro de diámetro y los 1.550 de una de 1,50 metros. Antes de picarlas se procedía a entablarlas, es decir, pasarles la regla, listón de madera impregnada en almagre para teñir las zonas más elevadas de sus superficies. Se picaban con un pico de dos puntas planas, el cual se manejaba a pulso. En las francesas se utilizaba para el picado la maceta para las estrías y los picos planos y de punta par el marcado y picado de los rayones. Entre cada picadura, las piedras francesas podían moler 3.000 kg. de grano, mientras que las blancas unos 200 o 300 kg.
Otros elementos eran la paraera, que no existe en todos los molinos. Su función es detener el giro del rodezno sin necesidad de desviar el agua de la acequia. Las cabrias, introducidas a principios de siglo, grúas de un solo brazo, con unos pernos o pivotes que penetran en los agujeros practicados en los flancos de la corredera. El guardapolvo, armazón de forma circular que cubre las piedras y empuja la harina hacia la piquera. La tolva, que contiene el grano que se va a moler y le da salida hacia el ojo de las piedras de modo paulatino y regular(18).
3.2. Actividades del molinero.
Una vez llegado el grano al molino, se pesa con la romana y se echa en una troje y de ahí se saca para su limpieza. Antes de que a principios de siglo se introdujeran las máquinas limpiadoras, la limpieza se hacía a brazo. Se cernía el grano con un harnero, después se lavaba en el agua de la acequia, con el fin de eliminar las impurezas, arena, piedrecitas, paja,... Después se oreaba al Sol., tras lo cual se depositaba en otra troje, de donde se sacaba para echarlo en la tolva. El grano debía estar un poco húmedo con el fin de que no produjera una harina demasiado polvorienta, que podía quemarse o perderse en el espolvoreo, y evitar que se muelan juntas la harina y el salvado. Así la harina que sale en el harinal tiene un peso superior al trigo, debido a la humedad que se le ha dado en el lavado.
El paso siguiente era llevar la harina en espuertas a la cernidora o torno, máquina formada por un tambor circular o poligonal, hecho de mallas de distinto calibre, siendo accionado por la fuerza del rodezno, realizándose automáticamente la separación de los distintos tipos de harina y del salvado. Tradicionalmente esta operación se hacía manualmente, mediante un cedazo de malla fina y una cernidora, operación que se hacía cuando la harina estaba fría, por lo que había que esperar un tiempo.
De la cantidad de harina se deducía un porcentaje en especie, la maquila, que era lo que el molinero solía cobrar por sus servicios(19).
3.3. Evolución de los molinos harineros en Pegalajar.
Probablemente, la presencia de molinos harineros en Pegalajar tenga un origen árabe. En 1752, el Catastro del Marqués de la Ensenada nos habla de la existencia de cuatro molinos harineros en Pegalajar, dos de los cuales utilizaban las aguas del Guadalbullón, pertenecían a Fray Antonio Mesia ‑del convento de Nuestra Señora de la Merced‑, y a los Niños Expósitos, ambos de Jaén; los otros dos utilizaban las aguas de la Fuente Vieja ‑o de la Reja‑, situados en la Huerta, uno era propiedad del Convento de Religiosas de Santa Clara de Jaén y otro de Felipe Contreras, vecino de la villa(20).
Como en los molinos aceiteros, desde la segunda mitad del siglo XVIII y por las mismas causas que los anteriores, también éstos incrementan su número. Así vemos que en 1808, son ya tres los que utilizan las aguas de la Fuente Vieja como fuerza motriz. Eran los pertenecientes a los herederos de Felipe Contreras y Luis de Medina, al convento de monjas de Santa Clara de Jaén, y a Gaspar y Pedro de Valenzuela(21)..
Este tipo de industria continúa en ascenso a lo largo del siglo XIX, aumento paralelo al crecimiento de la población y de las tierras de cultivo. En 1848 ya existían cinco molinos harineros(22), que utilizaban el agua de la Fuente de la Reja. En 1863, ya eran 8 los molinos de harina, con 14 prensas. Estaban movidos por rodeznos o ruedas de eje vertical y producían dos fanegas por cada siete horas de trabajo. Funcionaban durante 273 días o más al año(23).
El siglo XX, en un primer momento, supuso una continuidad de las técnicas tradicionales de este tipo de industria, que comenzó a declinar en la localidad tras la Guerra Civil. La electricidad, empleada como fuerza motriz de los nuevos molinos, acabó con el tradicional sistema que durante siglos había utilizado el agua de la Charca a través de la red de caces y acequias de riego. El mismo trigo terminó prácticamente por dejar de sembrarse en la localidad, por lo que los molinos de harina dejaron de utilizarse. Poco a poco, muchos de ellos se han degradado. Sin embargo aún se ven en la Huerta, entre los bancales, piedras de molino desbastadas; edificios semiderruidos que un día fueron molinos, conservando muchos de sus utensilios tradicionales, con sus seculares bóvedas de piedra intactas; y secos caces que llevaban el agua hacia las viejas "rodeznas". Su histórica presencia está plasmada en la imborrable toponimia, que aún designa como molinos los parajes, e incluso al estrecho puente que recibe el nombre de "Aceña" ‑molino harinero‑.
Sería necesario la recuperación de alguno de estos molinos, así como su entorno ‑caces, cascadas, bancales,...‑ por gran importancia histórico cultural y por su especial ubicación: la Huerta de Pegalajar, lugar calificado actualmente como Paisaje Agrario Singular, estando en estudio la de Lugar de Interés Etnológico.
4. Conclusiones.
Los molinos de Pegalajar, tanto los de aceite como los de harina, tienen una tradición secular. Ya se encuentran referencias a ellos en la Baja Edad Media, una época en que Pegalajar era frontera con el Reino de Granada. Era una actividad industrial que probablemente se heredase de tiempo atrás, del Pegalajar musulmán.
De su importancia histórica dejan evidencia las diferentes citas que recoge el texto, extraídas de voluminosos expedientes de tipo estadístico, económico y jurídico. El número de molinos fue creciendo a medida que aumentó la población y la superficie agrícola. La técnica primitiva se mantuvo en los molinos de harina hasta su desuso hace unas décadas, y en los de aceite sufrió profundos cambios en este siglo. Entre estos últimos, los que no desaparecieron se transformaron en modernas fábricas de aceite que, por el eminente carácter agrícola de la economía de la población, mantienen una importancia económico‑cultural fundamental, aunque técnicamente los que están en funcionamiento están totalmente modificados.
Estos tipos de industria tienen una estrecha relación con la Fuente de la Reja y la Charca ‑su estanque‑, que configuraron la peculiar ubicación de los molinos: los de harina en la Huerta próxima, aprovechando la fuerza motriz del agua; y la mayoría de los de aceite en la zona Sur del núcleo urbano, junto a los caces superiores que salían de la Charca.
Hoy día esta actividad industrial tradicional está en desuso, y los edificios que la albergaban arruinados. Por su importancia histórico‑cultural y su singularidad local y comarcal sería necesaria la recuperación de algunos de ellos. En el caso de los molinos de harina lo sería también la recuperación del paisaje circundante, con sus antiguos caces y acequias, algunos de ellos abiertos en plena roca, bancales y pequeñas cascadas que, junto a los molinos, le dan uniformidad al lugar tan singular donde están ubicados.
NOTAS
(1) Aguirre Sádaba, F. Javier y Jiménez Mata, M. Carmen. Introducción al Jaén Islámico (Estudio geográfico‑histórico). Instituto de Estudios Jiennenses. Jaén, 1979, p. 58.
(2) Son restos de una estela con inscripciones árabes que conserva en el Departamento de Historia Medieval de la Universidad de Jaén.
(3) Emilio Serrano Díaz. Castillos de Andalucía.
(4)"Relación de los fechos del mui magnifico é mas virtuoso señor. El señor don Miguel Lucas, mui digno Condestable de Castilla". En Memorial histórico español. Colección de documentos, opúsculos y antigüedades que publica la Real Academia de la Historia. Tomo VIII. Madrid, 1855, p. 401.
(5)Ibídem, pp. 466‑467.
(6) Porras Arboledas, Pedro. Ordenanzas de la muy noble, famosa y muy leal ciudad de Jaén, guarda y defendimiento de los reinos de Castilla. Universidad de Granada ‑ Ayuntamiento de Jaén. Granada, 1993, pp. 279‑180.
(7) Archivo Municipal de Jaén. Legajo (L.) 7. Sobre un molino de aceite en Pegalajar. Pleito contra la ciudad, 1633.
(8) Archivo Histórico Provincial de Jaén (A.H.P.J.). L. 7872. Catastro del Marqués de la Ensenada, 1752.
(9) Archivo Histórico Provincial de Jaén (A.H.P.J.). L. 7872. Catastro del Marqués de la Ensenada, 1752.
(10)A.H.M.P. L. 1. Autos sobre la limpia de la Balsa de la Fuente Vieja, 1808.
(11)Madoz, Pascual. Diccionario Geográfico‑estadístico‑histórico de España y sus posesiones en ultramar. Madrid, 1847. Tomo XII, p. 753.
(12)Ibídem. L. 1. Expedientes de limpieza de la Balsa de diferentes años.
(13)García Serrano, Rafael. "Notas históricas sobre la elaboración de aceite de oliva en la provincia de Jaén". I Congreso Nacional de Artes y Costumbres Populares. Institución Fernando el Católico. Zaragoza, 1969, pp. 232‑233.
(14) A.H.M.P. L. 43. Contribución industrial, 1930.
(15) A.M.P. Plano de Pegalajar 1:1000, con especificación de la ubicación de los establecimientos industriales y comerciales de la localidad. Fecha aproximada: 1960.
(16)Shamuel Avitsur (On the History of the explotacion of waterpower in Erezt Israel) describe los molinos de Aruba, como ejemplo del más simple y primitivo molino de rodezno, en el que una rueda horizontal compuesta por cucharas es impulsada por el agua que cae a través de un pozo, en cuyo fondo existe un corto conducto que dirige un chorro a gran velocidad sobre ella.
(17)Escalera, Javier y Villegas Antonio. Molinos y panaderías tradicionales. Editora Nacional. Madrid, 1983, pp. 21‑69.
(18)Escalera, Javier y Villegas Antonio. Molinos y panaderías tradicionales. Editora Nacional. Madrid, 1983, pp. 75‑118.
(19)Escalera, Javier y Villegas Antonio. Molinos y panaderías tradicionales. Editora Nacional. Madrid, 1983, pp. 132‑135.
(20)Archivo Histórico Provincial de Jaén. L. 7872. Catastro del Marqués de la Ensenada (Pegalajar), f. 15.
Posteriormente a la impresión de este artículo, en la edición de los Anales de Jaén de Juan de Arquellada se dice que en 1465 que el Condestable Miguel Lucas de Iranzo mandaba ir a moler a los molinos de La Guardia y Pegalajar; y en 1470 que los moros entraron en el arrabal de Pegalajar "en par del molino" (Arquellada, Juan. Anales de Jaén. Estudio, edición y notas: Manuel González Jiménez. Universidad de Granada. Granada, 1996, pp. 99-100).
(21)A.H.M.P. L. 1. Autos sobre la limpia de la Balsa de la Fuente Vieja, 1808.
(22)Madoz, Pascual. Diccionario Geográfico‑estadístico‑histórico de España y sus posesiones en ultramar. Madrid, 1847. Tomo XII, p. 753.
(23)A.H.M.P. L. 44. Estadística industrial, 1862.