Los marginados en Jaén, siglos XVII y XVIII.

Juan Antonio López Cordero.

(Códice. Revista de Investigación Histórica y Archivística, núm. 23, Asociación de Amigos del Archivo Histórico Diocesano de Jaén, Diciembre 2010, p. 85-94)-

 

RESUMEN

Durante los siglos XVII y XVIII el mundo giennense de los marginados fue el heredero de un período anterior que ahonda sus raíces en época medieval, cuando diversas minorías étnicas fueron perseguidas, asimiladas forzosamente o expulsadas. Continuaron moriscos, mendigos, gitanos, vagos, esclavos, apestados... como personas desclasadas de la sociedad estamental.

0. Introducción.

La configuración del Estado Moderno, fruto de un nuevo mundo en el que las nuevas transformaciones económicas impulsan un comercio mundial, grandes movimientos de población, el crecimiento de las ciudades, transformaciones técnicas y científicas, a la vez que se dan periódicas epidemias y hambrunas, plagas y guerras casi permanentes con ejércitos profesionales. La coyuntura de la época exige un estado único que tiende hacia el absolutismo. Se busca un control social con una cultura única en la que las minorías son marginadas de esta sociedad. A ello se unen múltiples razones, propias de la coyuntura específica, como pueden el temor al pacto con el turco en el caso de los moriscos, religiosas, presiones populares, apropiación de sus bienes, etc.

            Las tradicionales minorías étnicas, herederas del mundo medieval, mudéjares y judíos, fueron las primeras víctimas de la uniformidad cultural, mientras que se presionaba al resto de minorías. Los siglos XVII y XVIII supone una continuación de un tipo de sociedad estamental que tiene en los marginados las clases más bajas, repudiados y con frecuencia perseguidos. Las más representativas fueron los moriscos, cuya expulsión a principios del siglo XVII supuso prácticamente su desaparición, los gitanos, los esclavos y aquellos grupos coyunturalmente no integrados en la sociedad por distintas razones, como eran los vagos y maleantes, y los apestados en tiempos de epidemia.

1. Los moriscos.

      Los moriscos, como minoría étnica, eran objeto de temor para la mayoría de la población. Ya fueron expulsados del reino de Jaén a raíz de su rebelión en el reino de Granada. En 1572, se tiene constancia de la existencia de normas de expulsión de los moriscos de Torres, Jimena, Jódar, Bedmar, Garcíez, Albanchez, Canena y Sabiote, así como de otros lugares del reino de Jaén, siendo distribuidos por la Península (los moriscos de Torres se deportaron a Valladolid)[1]. Muchos de ellos no fueron expulsados o bien volvieron más tarde, como prueba de ello nos encontramos que en el censo de moriscos que se hizo en 1583 en Jimena se contaban treinta y tres[2]. Incluso en los libros sacramentales los párrocos anotaban la observación de morisco, como en el matrimonio realizado en 1579 en Pegalajar entre Álvaro Fernández y Catalina Fernández.[3] La población en el Reino de Jaén antes de su expulsión era bastante significativa. En 1592, en el censo que se realizó figuraban un total de 7.268 moriscos, que en su mayoría vivían en Andújar, Baeza y Úbeda[4].

      Más adelante, el hecho de su expulsión definitiva a partir de 1610, tras la Real Disposición de 22-septiembre-1609, culminó una tendencia ya apuntada en épocas anteriores, que su posible conspiración y apoyo a una invasión turca hizo realidad. No obstante, quedaron algunos descendientes sobre los que el estigma de su origen continuó durante mucho tiempo señalándolos peyorativamente, por lo que algunas de sus actividades eran fuente de crítica al considerar que servían de excusa para otras acciones; como la recolección de caracoles, un tipo de pseudocaza que en Jaén solían realizar los "moros cortados", tanto forasteros como giennenses, que normalmente iban en cuadrilla, a los que se les acusaba en 1622 de cortar árboles y segar los sembrados con la excusa de coger caracoles y cortar hierba. Aquel año, el Concejo de Jaén decidió expulsar a los "moros cortados" y prohibir a los demás entrar en las heredades, reservando la hierba y caracoles a los cristianos viejos pobres[5].

2. Los mendigos.

      La pobreza estaba muy generalizada, coexistía con gran parte de la población, en la que la mera subsistencia era su preocupación diaria. Luis Coronas, en su estudio del siglo XVII en Jaén dice así: "Por todas partes aparecen pobres, unos de solemnidad, otros vergonzantes y otros pobres a secas. La pobreza se extiende tanto para aquel que no posee nada como a veces para el que tiene algo e incluso trabaja"[6]. Un gran número de pobres eran viudas. Éstas suponían alrededor de un 15 por ciento de población rural en el siglo XVI. En un núcleo rural, como Pegalajar en 1559; eran pobres un 17 por ciento de las viudas, y muchas de ellas vivían de la mendicidad, algunas con hijos a su cargo.[7]

      Cada vez que había crisis de subsistencias a la ciudad de Jaén acudían pobres del contorno rural, campesinos indigentes que acudían a mendigar, aumentando el número de ellos considerablemente y produciendo la lógica preocupación entre las autoridades y las clases acomodadas. Las mismas autoridades, para evitar el incremento de mendigos, llevaban a establecer clases entre ellos: los que vivían en Jaén y los forasteros. A estos últimos se les podía expulsar. Este es el caso del año 1619, cuando el Ayuntamiento, para aplicar una mayor beneficencia a los mendigos de la ciudad, realizó un control de los vecinos pobres, entregándoles a éstos unas "estampas de bronce", que debían llevar colgadas, con la imagen de la Inmaculada Concepción en el anverso y el escudo de la ciudad en el reverso[8].

      Esta situación se repitió frecuentemente en la ciudad, como en 1677, cuando el Obispo colaboró con más de 1.500 limosnas cada día, así como otros particulares acomodados. En 1681 el Ayuntamiento de Jaén hace referencia a la gran pobreza existente en la ciudad y su impotencia para alimentar a tanto pobre, pues sólo podían atender a 50 pobres cada día. También se habló de identificar a los vecinos pobres de la ciudad con una tarja de plomo o latón[9].

  El único consuelo a la mendicidad era la labor benéfica por parte de las autoridades civiles  y eclesiásticas. Algunos particulares también colaboraron en el fomento de labores asistenciales. Así, en la ciudad de Jaén, Luis de Torres y Portugal fundó el Hospital de la Madre de Dios a finales del siglo XV, que dejó de funcionar en los años veinte del siglo XVII. Alonso del Salto fundó el Hospital de San Antonio de Padua en 1528. Tomás de Vera gestionó en 1687 un hospital para mendigos y pobres. Francisco de Piédrola y Moya fundó en el siglo XVII el Hospital de Jesús, María y José para mujeres enfermas incurables. El clérigo Luis de Herrera y Velasco fundó el Hospicio-Refugio de la Inmaculada Concepción para convalecientes,...[10]

      La mayoría de los mendigos eran víctimas de la evolución económica, como jornaleros rurales y obreros urbanos impulsados al paro por las recensiones periódicas y el crecimiento demográfico. Muchos de ellos deambularon de la ciudad al campo y en sentido inverso. El hambre engendraba la mendicidad. Las instituciones de beneficencia eran insuficientes en las ciudades y faltaban en la mayoría de los pueblos, de ahí ese deambular en busca de su sustento. Eran rostros extraños e inquietantes que provocaban el miedo entre los vecinos de la ciudad. Se creaba así el caldo de cultivo de posibles motines y crecía también el temor a esos mendigos vagabundos sobre los que circulaban los peores rumores.     

3. Los Gitanos

Sin mudéjares, moriscos ni judíos, los gitanos quedaban como única etnia minoritaria en la Península. Habían llegado los últimos y pronto se sumaron a la lista de las minorías étnicas marginadas y, como los demás, sufrieron todo un proceso de persecución, consecuencia del choque cultural que para la mentalidad de la época era de difícil superación. Si los gitanos soportaron durante siglos tal presión fue quizás por su carácter nómada y capacidad de adaptación a situaciones difíciles.

  Las comunidades gitanas comenzaron a entrar en España en la primera mitad del siglo XV, aproximadamente en 1427, tras un largo desplazamiento por Europa y Norte de África desde el Noroeste de la India, desde donde partirían posiblemente durante las invasiones mongolas, siendo acogidos por reyes y nobles, siendo bien recibidos en un primer momento, probablemente por su exotismo y cualidades artísticas. En el reino de Jaén, las primeras noticias escritas sobre los gitanos datan de la segunda mitad del siglo XV. Son pequeñas tribus de gitanos que el Condestable Miguel Lucas de Iranzo acoge y protege, pues decían llevar cartas de libre circulación dadas por el Papa para los reinos cristianos. A la capital de Jaén llegaron en 1462 "dos condes de la pequeña Egipto" con sus grupos de gente; poco más tarde otro "conde" apareció por Andújar[11]. A partir de entonces, su presencia será cada vez más frecuente en la provincia.

En el momento que pasan a formar parte de la vida de la población, el choque cultural es inevitable y la monarquía se hace eco plenamente de la anormalidad de la cultura gitana, como también lo hizo de la judía y de la musulmana. No pasaron muchos años desde su llegada cuando comienza a surgir la represión oficial. En 1499 los Reyes Católicos decretan las primeras medidas persecutorias. A los gitanos también se les denominaba "bohemios" o "castellanos nuevos"[12].

Como anteriormente los judíos, a los que por un lado se les admiraba por algunas cualidades profesionales, como las de administradores, mientras que por otro lado eran perseguidos por su cultura; a los gitanos se les admiraba  por sus cualidades artísticas, como la danza y, ya en 1571, hay constancia de su contratación como danzarines en el corpus de algunos lugares, como Alcalá la Real[13]; labor ésta que desarrollaron a lo largo de la Edad Moderna, incluyéndose sus danzas dentro de las definiciones que recibían en la época: danzas de gitanos, de cascabel, carao, turcos, indios, etc.[14] Desde un primer momento se produce una diferenciación entre el gitano estante, parcialmente adaptado a la sociedad, y el gitano nómada, que en definitiva será aquél que psicológicamente dará lugar al arquetipo popular peyorativo.

En una época de intransigencia religiosa y cultural en general, abanderada por la monarquía y la iglesia, no hubo ni un sólo monarca español en la Edad Moderna que no dictara disposiciones contra los gitanos. En palabras de George Borrow: “quizás no haya un país en el que se hayan hecho más leyes con miras a suprimir y extinguir el nombre, la raza y el modo de vivir de los gitanos como en España”.

Las primeras disposiciones sobre los gitanos, dictadas por los Reyes Católicos en 1499 marcan un camino que se continuará en épocas posteriores. En 1539 y 1560, las pragmáticas Carlos I y Felipe II también ordenan prender a los gitanos vagabundos y aquellos entre 20 y 50 años de edad mandarlos a galeras durante un período de seis años[15]. Es en el siglo XVII cuando la represión comienza a manifestarse en mayor intensidad, quizás debido a la soledad en que quedaron los gitanos como raza marginada tras la expulsión de los judíos y los moriscos y, también sin duda, al incremento demográfico que habían experimentado los gitanos[16]. En las Cortes de Castilla de 1610 se dice de ellos:

     "[...] En resolución, es tan mala gente que sin comparación exceden a los moriscos, porque en no ser cristianos les imitan y en los robos les ganan"[17].

  La legislación más dura fue aprobada bajo Felipe III, quien en 1619 decretó su expulsión de Castilla. Esto era difícil de conseguir al no ser una población sedentaria. Felipe IV, en una pragmática de 1633, les prohibió vestir trajes gitanos y seguir sus costumbres. La represión continuó con Carlos II. Las medidas persecutorias continuaron en 1692 y 1695, repitiendo las prohibiciones anteriores de vestido, costumbres y lengua, ordenándoles vivir en poblaciones de más de mil habitantes y prohibiendo que se les llamara gitanos[18].

En Jaén, aunque existían familias establecidas en algunas ciudades, la mayoría de la comunidad gitana era nómada, vagaban de ciudad a ciudad y, cuando lo hacían en crecido número, provocaban el temor en sus habitantes. En 1602, el concejo de la ciudad daba cuenta del crecido número de gitanos que habían llegado a Jaén, "gente desordenada [que] causan muchos daños", por lo que el corregidor dispuso la salida de los gitanos a un mínimo de tres leguas a la redonda bajo pena de 200 azotes, orden que se repitió unos días después[19]. A los pocos años, en 1608, se cometieron en Jaén muchos robos y otros delitos, acusándose a los gitanos. De nuevo el corregidor decidió expulsarlos de la ciudad bajo la pena de 200 azotes que establecía la pragmática. Este mismo año, de acuerdo con las disposiciones de las Cortes, el cabildo de Jaén prohíbe a los gitanos el tráfico de ganados y otros oficios a los que tradicionalmente se dedicaban[20].

En 1610, volvía a tratarse en el Ayuntamiento giennense la expulsión de los gitanos que no fuesen vecinos, tema que se trató en las Cortes de 1611-1612 con el fin de impedir los hurtos y asesinatos que se le asignaban. Se les trataba de vagabundos, ladrones del ganado de los pobres; y culpables de insultos, amancebamientos y de no ser cristianos más que de nombre. Los procuradores pidieron que se avecindasen en ciudades o villas de 1.000 o más vecinos, dejando su vestimenta, lengua y oficio de tratantes de ganado, o su expulsión[21].

La opinión sobre la moral y las prácticas religiosas de los gitanos también pesaba en la población, que les atribuía delitos insólitos. Tal es el que se cuenta en una obra anónima de 1617, Relación verdadera de las crueldades y robos grandes que hazían en Sierra Morena unos Gitanos salteadores, los quales mataron un Religioso y les comieron asado, y una Gitana la cabeça cozida y de la justicia y castigos que destos se hizo...:[22]

  La Inquisición también actuó contra los gitanos como con otras minorías. El total de gitanos procesados en los diferentes tribunales de la Inquisición fue 168 (53 hombres y 115 mujeres), de los que sólo 16 correspondían al tribunal de Córdoba donde se englobaba la provincia de Jaén[23].

Otro caso tuvo lugar en la villa de La Guardia, en 1781, con gitanos no residentes en Jaén, en el que fueron procesados Juana Alonso Álvarez, también conocida como Juana Trujillo, natural de Fiñana (Obispado de Guadix) y José Lorenzo Maldonado, su compañero, herrero y esquilador, natural de Gabia la Grande (Granada). Habían llegado mendigando a La Guardia, donde fueron acusados de un delito de sacrilegio contra la Sagrado Forma. Según los testigos, Juana Trujillo recibió la Sagrada Hostia sin bendición y, recluyéndose junto al confesionario, advirtieron que se la sacó de la boca ocultándola. Fue acorralada por las "beatas", que advirtieron el hecho, por lo que tuvo que huir junto a su compañero que la aguardaba en la lonja. Conocido el hecho por el Prior, éste lo puso en conocimiento del Corregidor de La Guardia, que salió a perseguirlos y los capturó junto a una ermita. Se descubrió que no tenían cédula de desposorio y que la acusada llevaba encima "un poco de pelo negro, unos pedazos de uñas y un diente de criatura humana", entre otras cosas, lo que hacía pensar en brujerías y pactos con el Diablo. Varios años estuvieron en prisión antes de la sentencia, que al final condenó a Juana Trujillo a "abjurar de vehementi", con sanbenito de media, sacada en vergüenza por las calles públicas y destierro de determinados lugares por ocho años, dos de los cuales debía pasar en el Hospital de Úbeda o casa de reclusión; y a José Maldonado a "abjuración de vehementi", y doscientos azotes por las calles públicas, además de ejercicios espirituales[24].

En Jaén, las disposiciones contra los gitanos se suceden periódicamente. En 1623 se trata en el cabildo municipal  la amenaza grave que supone la innumerable cantidad de gitanos que habían llegado a la ciudad y con ellos habían entrado "gentes de mal vivir"[25], que causaban alborotos y pendencias; a los que se relacionó con los numerosos robos de ganado que se denunciaban en esos días. El Corregidor reaccionó decretando la pragmática en vigor que ordenaba la salida de todos aquellos gitanos que no eran vecinos.

Las sucesivas persecuciones les obligaban a incidir aun más en su vida nómada. Aquellos gitanos de vida sedentaria buscaban su tranquilidad en provisiones reales que avalaran su honradez y servicio al rey. Es el caso de una familia de gitanos de Alcalá la Real que había obtenido una Real Provisión de Felipe IV en este mismo año de 1623, justificada en el hecho de haber servido en Flandes más de veinticuatro años continuos con la pérdida de la vida de algunos de sus componentes[26].

Hubo ocasiones de persecución violenta, como la que se produjo en 1668 contra los gitanos no avencidados en Jaén, refugiándose cincuenta de éstos en las iglesias y ermitas de la ciudad en busca de la inmunidad eclesiástica, no sirviéndoles para nada, pues el corregidor ordenó la entrada violenta de los alguaciles[27].

En el resto de las poblaciones de la provincia también se perseguía a los gitanos. En Santisteban del Puerto las actas del cabildo municipal de 8 de agosto de 1641 recogen el mandato de publicación de un texto que ordena salir de la población y su término a los castellanos nuevos que habían llegado a ella bajo pena de doscientos azotes[28]. En Porcuna, según un documento de 1674, se consideraba que los gitanos no eran cristianos, que no servían al Rey, que eran delincuentes,... y se les acusaban de los tradicionales delitos. Se movían en cuadrillas que a veces llegaban a las cien personas.

A finales del siglo XVII, el número de gitanos aumentó en Jaén, quizás debido a las persecuciones que les hacían en otros reinos, como Valencia y Murcia. La nueva pragmática de junio de 1695 contra los gitanos, sirvió al corregidor de Jaén, Marqués de Palomares, para llevar a cabo "limpieza de gitanos de la ciudad y término de Jaén", acabando con robos y muertes a base de "castigos, azotes, galeras y presidio"[29].

En el siglo XVIII continuaron las medidas contra los gitanos, Felipe V en una pragmática de 1717 ordenó hacer un censo  con castigos de galeras, azotes y destierro para aquellos que no se registrasen o mintiesen, así como darle un lugar fijo de residencia en diferentes ciudades del reino, entre las que estaban Jaén, Úbeda y Alcalá la Real; y debían ejercer como oficio la labranza, prohibiéndoles expresamente el trabajo de herreros y el de tratantes de ganado, la asistencia a ferias, su vestimenta y su lengua. Fernando VI, en 1746, ordena el cumplimiento de las pragmáticas anteriores. Dos años después, en 1749, debido a "los graves motivos que han hecho muy notorios el atrevimiento de los llamados gitanos... esta multitud de gente infame y nociva", manda la aprehensión de aquellos que no observaban las reales pragmáticas. Fernando VI llegó a emitir una orden de detención a todos los gitanos (hombres, mujeres y niños) y enviarlos a galeras, cárceles, minas o casas de misericordia); pero pronto se vio obligado a cancelarla y ordenar su liberación por las dificultades de la empresa y las exposiciones de los gobernadores de las plazas de Marina y Arsenales donde estaban confinados. Nuevas pragmáticas contra los gitanos se repiten con Carlos III (1783) y Carlos IV (1795).

En referencia a la pragmática de 1783, ésta se leyó en el Cabildo de la ciudad de Jaén en enero de 1786 y, haciéndose eco de lo dispuesto en su artículo 13, se acordó la elaboración de un sello de hierro con las armas de Castilla en las que figurase el nombre de Jaén; el cual se debía tener siempre dispuesto para grabarlo en las espaldas de aquellos que contraviniesen la pragmática[30], continuando la línea de crueldad de épocas pasadas, además de seguir atribuyéndoles continuos delitos. Así vemos que, en un auto judicial de 1783, Vicente Gallardo, vecino de Jaén, hace referencia al robo de una jumenta por unos gitanos, que más tarde fue vendida en la feria de Jaén al vecino Alfonso Barragán. La jumenta fue reconocida por el albéitar como propia de Vicente Gallardo, surgiendo el pleito entre los dos vecinos por su posesión[31].

4. Los apestados.

      Durante el siglo XIV y hasta  principios del XVI, la peste aparecía todos los años en unos u otros lugares en Europa Occidental. Cada ocho, diez o quince años, en las ciudades solían producirse violentos brotes que llegaban a provocar la desaparición de un 10, 20 30 o hasta un 40 por ciento de su población. Razón suficiente para que la peste originara gran pánico colectivo en cualquier lugar donde se detectaba su presencia, y creara todo un modo de comportamiento en torno a ella durante los cuatro siglos que corren de 1348 a 1720. Sin olvidar otras enfermedades que también producían gran alarma, como eran la fiebre miliar en los siglos XV y XVI, llamada inglesa en las Islas Británicas y Alemania; el tifus en los ejércitos de la guerra de los Treinta Años; la viruela, la gripe pulmonar y la disentería, las tres todavía activas en el siglo XVIII. El cólera no apareció en esta parte del mundo hasta el 1831[32].

      Las epidemias de peste más violentas en España fueron en  1596-1602, 1648-1652 y 1677-1685, todas ellas en el siglo XVII. Después de 1721 desapareció de Occidente. Las tres grandes epidemias antes señaladas se llevaron en nuestro país 1.250.000 vidas. Barcelona perdió en 1652 unos 20.000 habitantes de sus 44.000. Sevilla, en 1649-1650 enterró 60.000 muertos de los 110.000 o 120.000 habitantes[33].

Las causas de la peste no se conocieron hasta finales del siglo XIX. Los hombres de ciencia solían atribuirla a la polución del aire, provocada por funestas conjunciones astrales o por emanaciones pútridas procedentes del suelo o subsuelo. Las inútiles prevenciones se basaban en rociar de vinagre cartas y monedas, encender fogatas en las encrucijadas de una ciudad contaminada, desinfectar individuos, casas y harapos con perfumes y azufre,...

      En la ciudad de Jaén, desde julio de 1601, se sabía ya de muertos por esta causa en Villardompardo, adoptándose medidas de vigilancia que se incrementaron en septiembre y noviembre, cuando llegó la noticia de que Córdoba sufría la terrible enfermedad. Se cerraron las puertas y se estableció un férreo control sobre personas y mercancías; llegándose en febrero de 1602 a la prohibición de entrada de telas, aunque procediesen de lugares no afectados por la peste.

      A comienzos de abril, la epidemia llegó a Jaén. Se decía que su origen fue en la calle Vera Cruz, donde habían muerto en poco tiempo 13 personas, y desde donde se extendió a los barrios de la ciudad. La ermita de San Nicasio -patrón de la peste-, situada a extramuros de la ciudad, se convirtió en hospital de infectados. Lugar de muerte a donde no querían ir los afectados, por lo que el corregidor amenazaba a los médicos que no declarasen los enfermos con graves penas. La dirección contra la epidemia estaba a cargo del famoso médico Alonso de Freylas.

      La epidemia fue en aumento, extendiéndose durante el mes de marzo por toda la ciudad. El improvisado hospital de coléricos quedó pequeño, por lo que hubo que incorporar a tal menester unas casas ubicadas cerca de la Salobreja, también extramuros de la ciudad. A mediados de abril, la enfermedad parecía controlada. Habían muerto algo más de 50 personas y aún existían enfermos, por lo que el cabildo se negó a declarar la ciudad sana pese a las presiones de algunos caballeros veinticuatro, que veían perjudicado el comercio. Mientras tanto, los últimos enfermos eran trasladados a la ermita de la Virgen de la Cabeza.

      En abril fue cerrado el hospital y declarada la ciudad libre de peste. Acuerdo precipitado, como solía ocurrir en todas las epidemias por el afán de liberar a la ciudad del aislamiento, pues dos meses después los contagios aumentaron. A fines de julio, en el Hospital de la Misericordia se contaban 114 infectados de peste, disminuyendo la enfermedad en septiembre, tras el verano[34].

      En los lugares invadidos se tomaban medidas semejantes, con la habitual incomunicación de personas y mercancías. Cuando se descubría a alguna persona, que procedente de lugares contagiados la había burlado, era puesta en cuarentena bajo vigilancia, lo que frecuentemente no conseguía el fin apetecido. Tal es el caso de Huelma, donde la peste se cebó cruelmente en la población por haber levantado el celo en el cordón sanitario, probablemente durante el desarrollo de la romería de Virgen de la Fuensanta, pues hacia mediados de mayo comienzan a detectarse casos, aunque la epidemia no es reconocida hasta finales de junio. Allí se habilitó el castillo como hospital de apestados, que pronto se quedó pequeño. Los enfermos que no iban al hospital eran incomunicados en sus casas y, en caso de muerte, el terror al contagio hacía que no hubiese quien se atreviese a sacar las ropas de estas casas "por no haber en esta villa franceses y esclavos, que son los que se suelen ocupar de estos menesteres", por lo que hubo que recurrir a Granada y traer tres individuos para realizar dicha labor[35].

5. Los esclavos.

La esclavitud era no era infrecuente en el Jaén de la Edad Moderna, aunque no significativa desde el punto de vista económico, pues la mayoría se dedicaban al servicio doméstico. En la segunda mitad del siglo XVII los esclavos representaban en 2,21 % del total de la ciudad de Jaén, donde eran frecuentes las operaciones mercantiles de compra y venta, incluidos dentro de la misma correduría de las bestias. Pertenecían a clases acomodadas, incluido al clero.[36] El mismo prior de Bailén e historiador Francisco de Rus Puerta tenía una esclava negra llamada Magdalena, la cual manumitió tras su muerte, según hizo constar en su testamento.[37]

El mayor número de esclavos eran mujeres. Solían estar marcados por hierro, como las bestias, en la frente, la barba o en la nariz. La mayoría procedían del norte de África, otros eran negros y berberiscos. En menor número los había turcos y moros.[38] Algunos de ellos buscaban la libertad en la huida, que no era fácil, aunque a veces solían encontrarla en partidas de bandidos, como la emboscó al grupo que comandaba el corregidor de Jaén Antonio de las Infantas, cuando procedente se Mancha se dirigía a Pegalajar. El corregidor fue asesinado a los pies del puerto del Caxigal y entre los culpables estaba el esclavo Francisco de Campos.[39]

 6. Los vagos y maleantes.

La miseria y la dura existencia de gran parte de la población hacía del sobrevivir una aventura. Cualquier mala cosecha podía dar lugar a una hambruna, o cualquier epidemia a una gran mortalidad. Si, por un lado, gran parte de la población intentaba encontrar en la religión la satisfacción de su ansiedad, por otro, cierta parte reaccionaba ante la vida con decepción y rebeldía, marginados por un mundo que desde su más tierna infancia se volvía cruel. Eran los que, en la denominación de la época, se conocían como vagos y gentes malentretenidas o de mala vida, que daban palizas a sus mujeres y cometían raterías; también, a veces, mujeriegos y pendencieros. Eran los hombres ideales para cubrir las plazas que exigían las levas o, en el caso de tener algún defecto de exclusión, se les enviaba a los arsenales militares. Así ocurrió con Manuel Lozano en 1769, que fue preso por "vago, mal entretenido, y mala vida y tratamiento" a su mujer, junto con algunas raterías, por lo que el corregidor lo envió a trabajar en los arsenales del Rey[40].

Estos anómalos de la vida proliferaban por pueblos y ciudades, pese a las ordenanzas militares que los persiguieron, manteniendo el pulso a una sociedad sacralizada, que veía en ellos el escándalo y el alboroto. Es el caso de Salvador del Rico, en 1769. Éste era natural de Torredelcampo, por aquel entonces población dependiente de Jaén. Salvador tenía 26 años de edad, pelo castaño oscuro, ojos azules, pecoso de viruelas, cerrado de barba, nariz pequeña y frente espaciada. El Prior de  la Iglesia Parroquial de Torredelcampo, en "cumplimiento de este cargo, ministerio y sosiego de estos fieles", puso de manifiesto al Intendente de la Provincia la presencia en el pueblo del desertor Salvador del Rico, que había sido condenado al servicio de las armas por el anterior Intendente, debido a su mala conducta. Estaba desterrado del lugar, pero había vuelto con dos exhortos del Corregidor de la ciudad de Jaén, en los que ordenaba a los alcaldes "no toquen" al citado Salvador sin orden suya. Apoyado en estos exhortos, Salvador volvía a hacer de las suyas, insolentando y escandalizando al pueblo. Vivía sólo en una casa donde entraban de día y de noche mujeres "no de la mejor vida", de la que todos salían borrachos, soliviantando a la vecindad, "hechando de ver las indecencias que conocen, cosa indecible y para no poder anotar".

Pocos días después, Salvador entró en las casas de tres doncellas pobres y una vecina casada, aprovechando que el padre de las doncellas y el marido de la casada estaban fuera del pueblo. Éstas, oyéndolo, empezaron a gritar, y fueron acudiendo los vecinos. Un primo hermano de la casada se encontró en la calle con Salvador, armado de una espada, y fue agredido por éste, recibiendo abundantes golpes. Los afectados se querellaron contra Salvador que, gracias a las influencias que tenía con el Corregidor de la ciudad de Jaén, quedó libre -según el Prior- "para maiores infamias", viviendo con la mayor libertad, acompañándose con otra gente de mala vida para borracheras y comidas, haciendo mal y "buscando desazones", cundiendo el mal ejemplo en otros vecinos, que derrochaban el dinero que le hacía falta a sus familias, bebiendo y trasnochando, por lo que el Prior pidió al Intendente pusiese remedio, expulsando a Salvador del pueblo, como desertor que era, con lo que las demás ovejas retornarían al redil, "volviendo el sosiego a las conciencias de los pobres vecinos, pues es cosa que no a tenido exemplar en este Pueblo".

El Intendente, Pedro Francisco de Pueyo, tomó nota de las noticias que, reservadamente, le habían hecho llegar sobre Salvador del Rico, referentes a su deserción del Real Servicio de las Armas y su vuelta a Torredelcampo, donde estaba cometiendo los mismos excesos que motivaron la providencia que le llevó a servir en el ejército por "vagabundo y vicioso".

El anterior Intendente, Vicente Caballero, por decreto de 7 de marzo de 1766, le había aplicado al servicio de los Arsenales por tiempo de cuatro años, por no poder destinarlo a tropa al ser inhábil para ella, remitiéndolo en el mes de mayo de aquel año a la Caja de la ciudad de Granada, a fin de que cumpliese su pena de servicio en los Arsenales. Se le dio como destino la compañía de José Pineda, una de las del Regimiento de Infantería de Córdoba. De acuerdo con ello se acreditaba la deserción de Salvador del Rico, por lo que el Intendente Francisco de Pueyo ordenó reservadamente al Alcalde Ordinario de Torredelcampo, Simón de la Chica que, por las reales ordenes existentes en la materia, procediese sin pérdida de tiempo a encarcelarlo. Lo que así hizo.

Los testigos del pueblo contribuyeron a agravar la situación del encarcelado con sus declaraciones. Así, Matías de las Parras, declaró que Salvador desertó de su regimiento para volver a Torredelcampo hacía año y medio -aunque desconocía si tenía permiso-, apareciendo públicamente, tratando y comerciando con vecinos y forasteros, excepto en algunos tiempos en que se ocultó en las casas de Juan de Rama, presbítero del lugar. Durante el año y medio que llevaba en Torredelcampo, no había tenido ocupación alguna de trabajo, dedicado sólo a visitar las "tabernas y sitios públicos de beber en juntas con otros vecinos", tanto de día como de noche, causando "escándalos y notas", dando lugar a muchas quejas y habladurías. Del mismo tenor fue la declaración de María del Moral, viuda, Antonia García y María de la Chica, etc.

Otros testigos declararon a su favor, como Alonso de Vílchez, que afirmaba se comportaba con "la mayor rectitud y cristiandad" en todas sus operaciones, además de vivir con gran virtud, recato y honestidad, sin causar en el lugar la más leve molestia ni escándalo. Opinión a la que se sumaron José Rubio, Juan Peragón y otros, probablemente su grupo de amigos.

Finalmente, ante la presentación de la licencia de Salvador, que testimoniaba las causas del retiro del servicio de la tropa y el Regimiento de Infantería de Córdoba, el Intendente decretó su puesta en libertad sin cargos. La causa residía en las influencias que tenía con el Corregidor de Jaén, que presentó contenta para poder retirarse del Real Servicio[41].

Había otros tipos de pendencieros que gozaban de mayor permisividad en sus actuaciones. A veces los casos eran tan reiterativos, que llegaban a las denuncias, como el de un sujeto en 1702, cuando el Corregidor de Jaén se vio obligado a abrir auto judicial contra Juan Sánchez, vecino de la ciudad, de profesión torcedor de seda, hombre calificado como "intrépido, cruel y mal hablado", que ocasionaba "disgustos y pendencias". Ejemplo de ello fueron los hechos que realizó una noche, cuando se dirigió a las puertas del Convento de la Virgen Coronada, gritando palabras injuriosas contra los religiosos, "alborotándolos". Más tarde pasó a la calle de los Melones, a la puerta de Damián Cobo, alborotando a la vecindad con palabras deshonestas[42].

 

7. Conclusiones.

Durante los siglos XVII y XVIII el mundo giennense de los marginados fue el heredero de un período anterior que ahonda sus raíces en época medieval. En la Baja Edad Media y comienzos de la Edad Moderna, mudéjares, judíos y conversos fueron importantes grupos de marginados perseguidos hasta tal punto que desaparecieron como tales, mediante expulsión, asimilación forzosa o presión de la Inquisición. Continuaron moriscos, mendigos, gitanos, vagos, esclavos, apestados... como personas desclasadas de la sociedad estamental.

Los marginados clásicos lo eran por etnia, por tener una cultura distinta, incluso en la lengua, de difícil integración, como eran los gitanos y moriscos. La expulsión de estos últimos a principios del siglo XVII constituyó el último gran movimiento demográfico promovido por estas causas en España, con las consiguientes secuelas económicas y sociales, que terminó con el mayor grupo de marginados de esta sociedad. Otros marginados lo eran en el aspecto económico que, con frecuencia, coincidía en el étnico, como en el caso de mendigos y esclavos. Mientras otras veces lo eran coyunturalmente, como los apestados en casos de epidemia o los leprosos, cuando el miedo al contagio les recluía en lugares apartados. Hacía los marginados dirigía con el odio el resto de la sociedad en momentos difíciles de epidemia, crisis de subsistencias o aumento de la delincuencia, y sobre ellos caían duros bandos municipales o decretos de la Corona. Con frecuencia, el recelo y el miedo establecían un vacío comunicativo con los marginados. También el siglo XIX recogerá la herencia del mundo marginal estamental, que en algunos aspectos llega hasta nuestros días.

 


[1] Arribas, Maria Soledad: "Deportación de los moriscos de Torres a la ciudad de Valladolid en 1572. Fuentes Documentales". En Sumuntán, núm. 1. Colectivo de Investigadores de Sierra Mágina. Jaén, 1992, pág. 35-46.

[2] En el censo que de moriscos que se realizó también en Jimena en 1525 el número era de sesenta y ocho. Sáez Gámez, Mariano: "Los moriscos (una aproximación a su presencia en Jimena)". En Sumuntán, núm. 1, 1991, pág. 104 y 110.

[3] Archivo Parroquial de Pegalajar. Libro núm. 1 de desposorios, fol. 17v.

[4] Cazaban Laguna, Alfredo. "La expulsión de los moriscos del Reino de Jaén. Un expediente de gran interés". En Don Lope de Sosa, 1922. Edición Facsímil. Riquelme y Vargas. Jaén, 1982, pág. 283-284.

[5] Coronas Vida, J. La economía agraria en las tierras de Jaén (1500-1650). Granada, 1993, pág. 386.

[6] Coronas Tejada, Luis. Jaén, siglo XVII. Biografía de una ciudad en la decadencia de España. Diputación Provincial de Jaén. Jaén, 1994, pág. 315.

[7] López Cordero, Juan Antonio. La venta de lugares en el término municipal de Jaén en el siglo XVI: el caso de Pegalajar. Centro Asociado de la UNED de Jaén. Jaén, 1997.

[8] Coronas Tejada, Luis: Jaén..., pág. 316. Envía a A.M.J. Cab. 23-diciembre-1619

[9] Coronas Tejada, Luis: Jaén..., pág. 317-318. Envía a A.M.J. Cab. 14-abril-1681, 27-mayo-1680.

[10] Coronas Tejada, Luis: Jaén..., pág. 320-334.

[11] Hechos del Condestable don Miguel Lucas de Iranzo. Edición de Juan de Mata Carriazo. Espasa, Madrid, 1940, pág. 97-98 y 416-417.

[12]Kamen, Henry. La España de Carlos II. Editorial Crítica. Barcelona, 1981, pág. 455; y Sánchez Ortega, María Helena. La Inquisición y los gitanos. Taurus. Madrid, 1988, pág. 13.

[13] Juan Lovera, Carmen. "Aportaciones documentales a la historia de los gitanos en Andalucía". En Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, nº 102. Jaén, 1980; y "Los gitanos y el Santo Reino". En Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, n 55. Jaén, 1968.

[14] López Molina, Manuel. "Corpus Christi y gitanos en el Jaén del siglo XVII". En diario Jaén, Dominical, 18-junio-1995, pág. 39/III.

[15] Sánchez Ortega, María Helena. Documentación selecta sobre la situación de los Gitanos Españoles en el siglo XVIII. Editorial Nacional. Madrid, 1977, pág. 28-33.

[16] Carmen Juan Lovera detecta en Alcalá la Real que el 2 % de los bautismos corresponden a gitanos (Carmen Juan Lovera. "Aportaciones..., pág. 47).

[17] Sánchez Ortega, María Helena. La Inquisición y los gitanos. Madrid, 1988, pág. 15. Envía a Actas de las Cortes de Castilla, tomo 26, pág. 163.

[18] Kamen, Henry. La España..., pág. 456.

[19] Coronas Tejada, Luis. Jaén, siglo XVII. Biografía de una ciudad en la decadencia de España. Instituto de Estudios Giennenses. Jaén, 1994, pág. 185. Envía a A.M.J. Cab. 6-mayo y 17-junio-1602.

[20] Coronas Tejada, Luis. Jaén..., pág. 185-186. Envía a A.M.J. Cab. 14-enero, 27-junio, 9-julio, 15-septiembre-1608.

[21] Coronas Tejada, Luis. Jaén..., pág. 186. Envía a A.M.J. Cab. 28-junio-1610.

[22] Sánchez Ortega, María Helena. La Inquisición y los gitanos. Madrid, 1988, pág. 21. Envía a Relación verdadera de las crueldades y robos grandes que hazían en Sierra Morena unos Gitanos salteadores, los quales mataron un Religioso y les comieron asado, y una Gitana la cabeça cozida y de la justicia y castigos que destos se hizo en la villa de Madrid, Corte de Su Magestad, a onze de Noviembre, año de 1617 (Lisboa, Biblioteca Nacional).

[23] Sánchez Ortega, María Helena. La Inquisición..., apéndice III.

[24] Díaz de la Guardia, Luis. "Un proceso inquisitorial del siglo XVIII". Códice, nº 12 (1997). Asociación de Amigos del Archivo Histórico Diocesano de Jaén. Jaén, pág. 75-82.

[25] Las pragmáticas hacen mención al problema que supone la agregación al grupo gitano de personas ajenas, como clérigos, vagabundos y otros. Así, en la pragmática de Felipe IV dada en 8 de mayo de 1633 se dice:

               "...por quanto éstos que se dicen gitanos no lo son ni por origen ni por naturaleza, sino porque han tomado esta forma de vivir para tan perjudiciales efectos como se experimentan...".

(Sánchez Ortega, María Helena. La Inquisición..., pág. 32. Envía a Novísima Recopilación de las Leyes de España mandada formar por el Señor Carlos IV, lib. XII, tít. XVI, leg. V).

[26] Juan Lovera, Carmen. "Aportaciones..., pág.  48.

[27] Coronas Tejada, Luis. Jaén..., pág. 187. Envía a A.M.J. Cab. 26-mayo-1623; y A.H.D.J. Sec. Criminal, Jaén, año 1668.

[28] Mercado Egea, Martí. La muy ilustre villa de Santisteban del Puerto. Madrid, 1973, pág. 172

[29] Coronas Tejada, Luis. Jaén..., pág. 188-189. Envía a A.M.J. Cab. 26-octubre-1695.

[30] A.M.J. Cab. 2-enero-1786.

[31] A.H.P.J. Leg. 4517. Autos judiciales. Reclamación de Vicente Gallardo, 1783.

[32] Delumeau, Jean: El miedo en Occidente. Taurus. Madrid, 1989, pág. 155-156.

[33] Domínguez Ortiz: La Sociedad española en el siglo XVII. Madrid, 1963, pág. 81.

[34] Coronas Tejada, Luis. Jaén..., pág. 99-102.

[35] Amezcua Martínez, Manuel: "La peste de 1681..., pág. 468-473.

[36] ´López Molina, Manuel. Una década de Esclavitud en Jaén: 1675-1685. Ayuntamiento. Jaén, 1995, p. 199-200.

[37] López Cordero, Juan Antonio. "El testamento de Francisco de Rus Puerta". En Crónica de la Cena Jocosa de 1998. Asociación de Amigos de San Antón. Jaén, 1999, pp. 116-120.

[38] López Molina, Manuel. Una década de Esclavitud..., p. 200-207.

[39] Libro de actas del Ayuntamiento de Jaén, 27-febrero-1663.

[40]A.H.P.J. L. 4516. Vagos y maleantes, 1769.

[41]A.H.P.J. L. 4516. Vagos y maleantes, 1769.

[42]A.H.P.J. L. 4504. Jaén. Criminal. Denuncia contra Juan Sánchez, 1702.

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