La nieve: sangre y poesía.
Juan Antonio López Cordero
En la cultura mediterránea la nieve, como meteoro, era considerada un bien del cielo, y en parte tenía una visión mágica y poética. Ya la Biblia recoge este concepto en sus páginas:
“Mi palabra es como la lluvia y la nieve (Isaías 55,10-11).
“Y prodiga [Yavé] la nieve como la lana,
esparce la escarcha cual ceniza” (Salmos, 147,16).
“Sí, nos manifesta Dios sus maravillas, cosas grandiosas que no comprendemos.
Cuando dice a la nieve: Cae sobre la tierra, y a las lluvias: Caed en torrentes” (Job 37, 5-6).
“¿Has llegado hasta los depósitos de la nieve? ¿Has visitado las reservas de granizo? (Job 38, 22).
Esta visión que se tiene sobre la nieve en el mundo tradicional contribuye a reforzar mentalmente sus propiedades físicas, por lo que la nieve en el pasado era considerada un producto de primera necesidad, no tanto por su utilización como conservante de alimentos —carne y pescado— y gastronómica, como por sus funciones medicinales: dermatológicas, antipiréticas, antinflamatorias, antiálgicas y antihemorrágicas.
Es la poesía el genero literario que mejor se hace eco de un producto de la nieve de verano, como era el sorbete, bebida que constituía un raro placer para el individuo. A modo de ejemplo recogemos varias estrofas de diferentes autores:
“Como al que dan un vaso de sorbete,
y no ha visto sorbetes en su vida,
que el bárbaro al principio se promete
engullirse a bocados la bebida;
pero apenas resuelto se entromete
el frígido tarugo, amortecida
se le queda la boca medio abierta,
tiesos los dientes, y la lengua yerta”
(ARRIAZA, Juan Bautista (1790-1837). Poesías líricas (La guerra galana). Tomo I. Imprenta Real. Madrid, 1829).
“¡Oh cómo en la pura fuente
Bulliciosa y transparente
Entre las menudas guijas,
Sin auxilio de botijas,
Brinda el agua... -Sí, señor;
Pero un sorbete es mejor.”
(BRETÓN DE LOS HERREROS, Manuel (1796-1873). “Odas”. Obras de Don Manuel Bretón de los Herreros, Imprenta de Miguel Ginesta. Madrid,
1883, t. V, pp. 7-16.)
“Y respondió la madre ¡que respetes
tanto la frialdad! ¡Vaya un respeto!
Para que se resfríen mis mofletes
necesito que el cuerpo esté repleto
de un diluvio de horchata y de sorbetes,
y dijo Ortega para su coleto:
¿De horchata y de sorbetes un diluvio?
Vaya que esta mujer es un Vesubio.
Que aguadores la suben, no rebajo,
y carboneros ocho o diez pearas,
veinte estereros entran con trabajo
un rollo cada cual de ochenta varas.
Diez mozos de café cuelan por bajo
té, dulces y sorbete en alquitaras.
Y para conseguir hueco más ancho
van diciendo al trepar «fuera que mancho».
(MARTÍNEZ VILLERGAS, Juan (1817-1894).
Poesías jocosas y satíricas.
Imprenta Plazuela de San Miguel. Madrid, 1842.)
Pero tras el placer de la nieve se encuentra la amargura de los neveros. Así se llamaban aquellos hombres que en los meses fríos del año subían a las altas sierras a acopiar la nieve en pozos y simas para su conservación, y poder utilizarla durante los meses cálidos. Era un trabajo arduo y peligroso por las bajas de temperaturas en que se realizaba. El
primitivo oficio de nevero desapareció ya hace años. Hoy es una figura olvidada, que sólo ha quedado en la toponimia de las sierras, en esos “caminos de neveros” semiborrados, por los que ya nadie transita. Mas la poesía sigue viva recordando ese mundo duro y mágico, prendido en sus estrofas:
Mira cómo se quema el Guadarrama
En sus torres azules. Esa loma
Tiene un poco de nieve, una paloma
Que ha librado sus alas de la llama.
....
Bajo un ave de nieve estoy vencido
Y están sus alas frías coronando
Una sierra de sangre por mi pecho.
(José García Nieto)
¿Qué guerra hemos perdido los que estamos
pidiendo un armisticio cada día,
qué dolor cultivamos, qué amargura
fundía en soledades los neveros?
(Vicente Martín Martín)
Y, entre el dolor, surge la poesía del cancionero popular, que hace baile de las lágrimas e irreverencia del respeto. Es la liberación de la crudeza de la vida, tan necesaria para seguir sobreviviendo:
“El que quiera coger nieve
del cerro de La Pandera
que vaya por Angelita
y le sirva de escalera”.
(Fuente: Manuel Urbano Pérez Ortega, que la anotó de la entrevista que hizo a Carmen Santamaría Lucarelli, de 96 años de edad, nacida en Jaén en 1908).