PREGÓN DE FIESTAS EN HONOR DE NUESTRA PATRONA LA VIRGEN DE LAS NIEVES, PEGALAJAR, 4 DE AGOSTO DE 2004
Juan Antonio López Cordero (Ayuntamiento. Pegalajar, 2004)
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Queridos paisanos:
Agradezco a Mercedes, la primera alcaldesa en la Historia de Pegalajar, y a los miembros de la corporación municipal que hayan pensado en mi persona para este décimo pregón de Feria y Fiestas de Pegalajar. Si es esto un honor para cualquiera, para un pegalajeño que lleva veinte años investigando, escribiendo y difundiendo los valores histórico-culturales de su pueblo lo es aún más.
No obstante, da cierto reparo "usurpar" el puesto de pregonero a los profesionales del mismo, porque pregoneros en Pegalajar los ha habido, y muy buenos. No se trata de aquellos que año tras año desde 1995 se han encargado de pregonar las Fiestas de la Virgen de las Nieves, sino a aquellos otros que ya en la Edad Media pregonaban a altas voces por la villa y arrabal la llegada al mercadillo local de los paños, allozas y aceite del reino musulmán de Granada; o aquél que pregonó el privilegio de independencia jurídica de Pegalajar un día de junio de 1559 en esta misma plaza y en presencia de autoridades y vecinos, antes de que se formara la primera corporación municipal, el día de San Juan; y, por supuesto, me refiero también al último pregonero de Pegalajar, Zuandillo, del que recuerdo cuando chiquillo cómo hacía vibrar las calles con su potente voz y gracejo innato. Hoy la voz del pregonero ha sido sustituida por las vibraciones del monocorde y metálico equipo de sonido que potencia el pregón de unos aficionados entre el que se encuentra el que les habla.
Y es que mi dedicación de historiador me lleva con frecuencia al pasado, a las raíces del pueblo pegalajeño que se hunden en la historia, mucho más de lo que la mayoría cree. Se dice: "este pueblo lo fundaron los moros", "del tiempo de los moros es la huerta de pegalajar", "los moros nos trajeron las técnicas del regadío", etc. Pero "no es moro todo lo que reluce". En Pegalajar también tenemos huellas romanas e ibéricas, incluso de las Edad del Bronce, civilizaciones que fueron forjando un entorno especial como es éste en el que vivimos y que de una u otra forma influyeron en nuestra cultura, cuyas raíces más directas provienen de la repoblación castellana de la Baja Edad Media, una época de frontera entre los siglos XIII y XV que forjó el carácter sobrio de unos pegalajeños que eran hombres del campo y a la vez adalides, o guerrilleros de aquella época. Eran hombres libres, iguales, que recibieron repartida en suertes la tierra conquistada a cambio de repoblar un lugar por entonces de peligro.
Ese sentido de libertad, de igualdad y de supervivencia ha perdurado desde entonces en los pegalajeños. Un sentido de libertad que les llevó a conseguir su independencia de la ciudad de Jaén cuando las condiciones les fueron propicias. Un sentido de igualdad que aún perdura en la distribución de las parcelas de las antiguas tierras de cultivo que forman la Huerta de Pegalajar, y en posteriores parcelaciones y roturaciones como ocurrió con las tierras del monte de Bercho a mediados del siglo XIX. Y un sentido de supervivencia que tiene sus manifestaciones en todo un paisaje que ha sabido modelar con sabiduría, desde un urbanismo singular que ha permitido combinar el centro militar del castillo, hoy conocido como la villa, con el antiguo arrabal del barrio de la Laguna y la Plaza, y su proyección urbana, siempre respetando las parcelas de cultivo de riego, hasta un paisaje abancalado con hormas de piedra seca tanto en el monte como en la Huerta que aprovecha al máximo cada palmo de terreno y ha configurado un paraje singular.
Hoy día Pegalajar se abre al futuro con optimismo, con importantes recursos de desarrollo, como son el Parque Natural de Sierra Mágina, la calidad de su aceite de oliva virgen, el despunte del sector industrial, el secular patrimonio histórico y cultural, su proximidad a la capital y a la importante vía de comunicación que es la autovía de Granada, las condiciones geográficas idóneas para la realización de deportes como el parapente, senderismo o ciclismo de montaña,...; y, sobre todo, el principal valor: su gente, protagonista de la hospitalidad pegalajeña, ese cariño con que se acoge al forastero, al que se le abren las puertas de la casa y del corazón; hospitalidad que se incrementa en las Fiestas Patronales, cuando nadie es extraño en Pegalajar.
En estas fiestas, hoy como ayer, los chiquillos siguen corriendo delante y detrás de los cabezudos, la banda de música toca a rebato de alegría, vuelan de boca en boca los helados de almendra y mantecado, los nuevos titiriteros ya han montado sus ingenios en la Explanada, y un sin fin de casetas comparten la tradicional escena de la turronería y chocolatería con el mercadillo de diversidad étnica que marca los nuevos tiempos. Toros, flamenco, rock, verbena, teatro, veladores,... y la Charca siempre en el centro, con o sin barcas, expectante, cual piedra de la Kaaba a la que todo pegalajeño por lejos que esté ha de visitar cada año y girar a su alrededor. Y sobre todo ello, la seña de identidad, una imagen que simboliza un pueblo más allá del concepto devoto que representa: nuestra Virgen de las Nieves.
No se sabe el origen de las Fiestas de las Virgen de las Nieves de Pegalajar, que vienen celebrándose desde hace siglos como las principales del pueblo. La leyenda
atribuye su advocación como patrona
a la misma conquista de Pegalajar, pues, según Lorenzo Morillas Calatrava, se realizó el 21 de diciembre de 1243 por sorpresa, para lo cual los cristianos iban vestidos con ropas blancas, a fin de
confundirse con la nieve al pie de la muralla. Pero el hecho es que no existe ninguna referencia a la Virgen de las Nieves en Pegalajar hasta el siglo XVII, pues en 1649 es cuando por primera vez aparece el nombre de Nieves en una mujer de Pegalajar. Fue el matrimonio entre Alonso de Alarcón y María
de las Nieves, procedentes de Almodóvar del Pinar (Cuenca), donde ya en esta época existía una ermita bajo la advocación de Nuestra Señora de las Nieves, cuya leyenda atribuye su aparición en aquel lugar un día de agosto con el manto nevado. En Pegalajar surge por primera vez la cofradía de
la Virgen de las Nieves en el siglo XVII, en relación con el espíritu de la Contrarreforma que impulsa el desarrollo de las cofradías, los santuarios y las advocaciones por todo el territorio español. La primitiva imagen debió ocupar la antigua ermita de Santa María, ya citada en 1511, la cual
estuvo situada a las afueras de la población hasta que en el siglo XVI se construyó un barrio en sus alrededores (Villajo o Villajos), en torno al antiguo cementerio ubicado en la misma plaza de Santa María -hoy plaza del Pueblo-, junto a la ermita y la calle de la misma denominación.
También es una característica singular la onomástica del nombre de Nieves en la mujer pegalajeña, que ha ido creciendo en número a lo largo del tiempo. Si bien hubo una sola
Nieves casada en Pegalajar en el siglo XVII, en el siglo XVIII fueron ya 17, más de 140 en el siglo XIX y muchísimas más en el XX. Este proceso ha ido paralelo al auge de la fiesta del 5 de agosto, cuyas primeras referencias escritas datan de 1752, día en que la cofradía organizaba las fiestas,
cuyos gastos eran en parte cubiertos por la renta que daban los morales de su propiedad ubicados junto a "la Balsa", en alusión a la Charca. Aquellas primitivas fiestas alcanzan en el siglo XIX un auge mayor. Se amplían a varios días y se convierten en fiestas patronales, lo que atraía
a comerciantes y gentes de los alrededores, dándole un carácter de feria. El Ayuntamiento solía podar los árboles de los paseos de la Plaza, Calle Baja Fuente y la Alameda de la Charca; comprar cera, contratar la banda de música y la pirotecnia, elementos imprescindibles en cualquier fiesta
patronal, complemento a la festividad religiosa. Durante las fiestas, también había fuegos artificiales en la Plaza del Ayuntamiento e iluminaciones en la Plaza, Jardín y Fuente de la Reja, una noche en cada sitio. A ello se le añadía el reparto de pan a los pobres. Las atracciones, que se
colocaban en la plaza del Ayuntamiento, a medida que crecía el casco urbano se fueron desplazando algunas de ellas a la plaza del Campillejo, y las casetas de turrones y quincalla en la calle Santa María.
La segunda mitad del siglo XX cambia de lugar la localización de los festejos. Se abandonan las plazas del Generalísimo y Campillejo en beneficio de la actual localización en
la calle de la Fuente y la Explanada, junto a la Charca, lugar que desde la década de los cincuenta del siglo XX monopolizó la vida festiva pegalajeña como eje de un sector turístico dinamizador de la localidad. Para ello se buscó rentabilizar la singularidad de la Charca acondicionando su
entorno como zona de recreo. Desapareció el ejido de la Presa, y en su lugar surgió una explanada para ubicar las atracciones de feria, además de ser utilizada como campo de deportes. También se introdujeron barcas en la Charca, y se editaron unos sencillos programas de fiestas que actuaban como
reclamo turístico. Desde entonces las Fiestas han mantenido presente la ubicación, la seña de identidad y el espíritu de encuentro de los pegalajeños pese a los avatares de los últimos tiempos, que han tenido en la desecación de la Charca un caso sangrante aún pendiente de solución.
Todo se olvida en las Fiestas, la vida política local entierra el hacha de guerra, las labores del campo se paralizan, cierran las industrias del mueble y anexas, los niños
llevan en sus bolsillos más euros que en el resto del año, las mujeres están más guapas que nunca, y la noche envuelve a una caterva humana que no cabe de pies. Todo el pueblo es un ferial, en el que se dan cita mayores, jóvenes y niños de muchos lugares. Hay espectáculo para todos, en el que
cada cual tiene su cometido, como un complejo puzzle en el que todo encaja a la perfección. Son varios días intensos que se estiran cuanto se puede, buscando perpetuar ese ambiente especial que lo envuelve todo.
Sin embargo, estas fiestas no son las únicas. En España, quizás en este mismo momento alguien esté dando un pregón de Fiestas de la Virgen de las Nieves en Benacazón (Sevilla), Santa Cruz de la Palma, Lanzarote (Islas Canarias), Quero (Toledo), Guriezo (Cantabria), Chinchilla del Montearagón (Albacete), Cinco Casas (Ciudad Real), Sallent de Gállego (Huesca), La Zarza (Badajoz), Calpe (Alicante), Vitoria-Gasteiz (Álava), Almagro (Ciudad Real), Gaucín (Málaga), Valverde (La Rioja), etc.; porque fiestas patronales de la Virgen de las Nieves hay muchas, pero como las nuestras ningunas. Forman parte de nuestras raíces como pueblo, son seña de identidad de nuestra comunidad y, como tal seña, tenemos que conservarlas, protegerlas y promoverlas frente a esnobismos o creencias personales, pues en nuestras fiestas caben todos.
Finalmente y tras este protocolario discurso de apertura ferial, que llaman pregón e imponen los tiempos actuales, no perdamos más tiempo. Dad rienda suelta a la alegría, romped los formulismos cotidianos, que las Fiestas son pocos días y hay que aprovechar cada minuto.
¡Viva nuestra Virgen de las Nieves!
¡Viva Pegalajar!