3. Siglo XIX.
Pegalajar, que en un principio se extendió al Oeste del castillo desbordando el primitivo arrabal, a finales del siglo XVI y debido al importante crecimiento demográfico pasó la frontera natural que representaba el barranco Villajos e inició el crecimiento hacia el Este, que se aceleró en la segunda mitad del siglo XVIII y aun hoy perdura -en 1792 eran 2.024 habitantes; en 1850, 3.007; y en 1900, 4.440-. Consecuencia de este crecimiento fue la desaparición del primitivo cementerio, el cual perdura en el recuerdo por el nombre popular que recibe la actual plaza del Pueblo. De ahí que en 1821, una de las principales preocupaciones del Ayuntamiento fuera buscar emplazamiento para uno nuevo. El nuevo cementerio debía ser construido a la espalda de la Parroquia, que por “su extensión, altura y ventilación, ofrecen las mayores ventajas aun el poco costo que deberá tener por hallarse en parte amurallado” (10). Antes de este cementerio era también utilizado como tal el panteón de la Iglesia Parroquial, situado dentro de ésta, donde eran enterrados en capillas familiares los individuos de las clases altas de la población. Estas capillas tenían la peculiaridad de que los cadáveres se conservaban por largo tiempo incorruptos, “debido a la mucha frescura y ninguna humedad (11).
En cuanto a las calles existentes, la primera relación completa que hemos encontrado en el siglo XIX data de 1838. En este año existían las siguientes: Alta, Alta Fuente, Arco de la villa, Bahondillo, Baja Fuente, Callejuela, Carnicería, Carril, Cruz (La), Campillejo, Horno, Laguna, Llana, Nogueras, Parras, Plaza, Pozos, Poca Sangre, Real, Relex, romeral Alto, Romeral Bajo, Santa Lucía, Santa María, Tosquilla, Trascastillo y Zumbajarros. . Además de los edificios distribuidos en calles, existían 85 cuevas habitadas y 33 casas de campo (12). Las más importantes por el número de vecinos eran las Alta, Alta Fuente y Pozos.
El Nomenclator de 1860 es más detallado en el número de viviendas, su distribución y características. En la villa sitúa 716, d elas que 116 corresponden a cuevas o chozas. Existían también dispersos por el campo 149 edificios y 69 cuevas o chozas (13).
A mediados del siglo XIX, el estado de las calles del pueblo era deplorable, “con muchas concavidades y lo gastadas que están las pocas piedras que hay, siendo peligroso para personas y ganados”, acordándose el empedramiento de algunas de ellas (14), lo que supuso un gran esfuerzo para las mermadas arcas municipales.
Por otra parte, el continuo crecimiento de la población dio lugar a que en 1854 el Gobernador Civil concediera autorización para construir un nuevo cementerio, pues el anterior, situado junto a la Iglesia, se había vuelto pequeño (15). Este es el utilizado en la actualidad. Mientras tanto, el pueblo continuaba extendiéndose hacia el Este, como lo atestiguan la adquisición de solares para construir casas en la calle Baja Fuente (16). Por esta época la población se divide administrativamente en dos distritos; el primero, desde la calle de las Parras hasta el final de la calle Carnicería; y el segundo, desde el Arco de la Villa hasta la conclusión de ella, incluidas las caserías (17).
El surgimiento del nuevas calles, como la continuación de la Baja Fuente y Tercias, son producto de ese crecimiento urbano que busca la fuente de la Reja (18), en aras de esa gran ventaja que es tener elagua cercana, el cual se acelera en la segunda mitad del siglo XIX. En el censo de edificaciones del término municipal de Pegalajar en 1860 aparecen los siguientes edificios:
Edificios habitados 752
Edificios habitados temporalmente 107
Edificios deshabitados 19
Edificios de un piso 83
Edificios de dos pisos 260
Edificios de tres pisos 386
Barracas, cuevas y chozas 185 (19)
De estos edificios, eran 600 los existentes dentro del casco urbano, mientras en 1826 sólo eran 452 (20).
A mediados del siglo XIX, el recinto interior del castillo todavía no albergaba casas, existía en estado ruinoso (21) y su propietario era un particular, Pedro del Prado. Siempre ha ocurrido que los castillos en ruinas han estimulado la imaginación de la gente. Así ocurrió entonces, cuando dos individuos obtuvieron licencia del propietario para el descubrimiento de “ciertos intereses”. Cuando quisieron continuar los trabajos cerca del Arco de la Villa, el Ayuntamiento, “en consideración a que el expresado lugar es un monumento histórico que debe conservarse para perpetua memoria y que las creencias de los peticionarios sólo se fundan en vulgaridades que no pueden tomarse en consideración”, denegó el permiso (22).
Más adelante, el castillo debió pasar a propiedad municipal, pues las concesiones de terrenos en la villa para edificaciones por parte del Ayuntamiento se hicieron corrientes (23), con lo que las murallas fueron desapareciendo entre las casas construidas.
En cuanto a los pilares existentes en la población, desde un principio se buscó una ubicación funcional, buscando un fácil abrevadero para el ganado y un cercano surtido para la población. A mediados del siglo XIX, existían dos. Uno situado en la plaza de Santa María -hoy del Pueblo- (24) y otro en la Laguna, ambos se abastecían por una conducción que venía de la fuente de la Reja (25).
El abrevadero de piedra que recoge el agua de este último pilar, fue instalado entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, por el traslado que se hizo de él desde la Plaza de la Constitución (26). Esta cañería, que partía de la fuente de la Reja para abastecer los pilares públicos, también lo hacía con algunas casas particulares, varios molinos y el lavadero público situado en las Albercas (27).
La Alameda de la fuente de la Reja, que circundaba la Presa, también tenía gran importancia urbanística a mediados del siglo XIX, ya que era considerada como zona de paseo situada a las afueras de la población, por lo que el Ayuntamiento se preocupaba por proteger sus árboles y replantarlos cuando era necesario (28). Hacía 1870, el pueblo en su extensión ya había llegado allí y, a finales de siglo, la sobrepasa (29). Las construcciones nuevas abarcan parte del ejido de la Presa, por un lado, y el cerrillo de la fuente por otro, e incluso en la zona contigua a la era de San Gregorio (30).
Por otra parte, a finales de siglo, el estado de las calles continúa igual de deplorable; sólo algunas calles están empedradas, como las Trascastillo, Pozos, Plaza, Horno, Laguna y Bahondillo, y los temporales suelen dejarlas siempre en mal estado, debido al arrastre de derrubios procedentes de la Serrezuela, en esta época ausente de arbolado, lo que producía incluso obstrucciones de calles (31).
Fue muy rápido el crecimiento del pueblo durante la segunda mitad del siglo XIX. Al finalizar éste, Pegalajar se encuentra dividido administrativamente en cuatro secciones que comprenden las siguientes calles:
1ª. Ayuntamiento.- Relex, Parras, San Antonio, Plaza de la Constitución, Santa Lucía, Horno, Laguna, Romeral Bajo, Cuevas y Pozos.
2ª. Bahondillo, Real, Carnicería, Zumbajarros, Peñuelas, Arco de la Villa, Trascastillo, Romeral Alto, Tosquilla, Chorreadero y Cuevas del Romeral Alto.
3º. Ermita.- Cruz, Santa Ana, Pocasangre, Carril, Nogueras, Cochera, Campillejo, Santa María, Llana, Villajos, Callejuela, Maestra y Cuevas del Chorreadero.
4ª. Fuente.- Alta Fuente, Tercias, Cerón, Baja Fuente, Agramaderos, Calvario, Nueva, Eras, Bañuelo, Alta y Patines (32).
Las plazas más importantes eran las de la Constitución, donde estaban situadas las Casas Consistoriales y era también lugar de paseo; la de Santa María -hoy del Pueblo-, también muy concurrida y donde existían poyos para sentarse (33); y la de La Laguna.
En esta época son continuas las denuncias por la "infinidad de ocupaciones arbitrarias en terrenos sobrantes de la vía pública, que muchos vecinos han hecho para construir casas y corrales en las inmediaciones de la Presa" (34).
Otro aspecto importante dentro del urbanismo de una población lo constituye el alumbrado público. Fue en 1861 cuando se acordó establecer el alumbrado en las calles de Pegalajar, junto con los serenos (35). Este era un alumbrado de aceite, que también gravaba de forma importante el siempre exhausto presupuesto municipal; por lo que algunos años, por falta de presupuesto, el alumbrado era suprimido durante los meses de verano. Estaba constituido por dos faroles de serenos, veinte y seis pequeños y seis reverberos (36), distribuidos por las calles del pueblo. Los reverberos estaban colocados uno en el Trascastillo, dos en la Plaza, uno en el Campillejo, uno en la calle Baja Fuente y otro en la calle la Cruz (37). A veces, cuando el presupuesto municipal no cuadraba, para reducir los gastos se suprimía el alumbrado en su totalidad; como en 1868, cuando se recogieron los faroles que el municipio tenía instalados en las calles de la población, los cuales fueron depositados en el Pósito (38).
Además de la transformación que supuso la instalación del alumbrado en la segunda mitad del siglo XIX, en esta época de crecimiento urbano se adquirió un reloj público, instalado en 1858 en la torre de la Parroquia, nombrándose un individuo con sueldo municipal para su mantenimiento (39). También se compraron árboles para plantar en la calle de la Fuente, la plaza del Ayuntamiento y la alameda de la Presa (40), con el fin de embellecer una red urbana en rápido crecimiento.