10. El miedo al hambre. Motines por crisis de subsistencias.

El espectro del miedo es amplio en las sociedades preindustriales. El hambre es una amenaza palpable, olvidada en la sociedad satisfecha de hoy.

El pobre aparece como una figura familiar y cotidiana. Un motivo para la caridad en la mentalidad tradicional, ocasión para velar por el negocio de la salvación. Un inadaptado, susceptible de ser reformado o castigado, en la mentalidad ilustrada y burguesa, de los siglos XVIII y XIX. El pobre, si al tiempo es un desarraigado y rompe los límites conocidos de la vecindad, si es un vagabundo, es temido, expulsado y a veces golpeado por alguaciles y ministros de la Justicia.

Pero el pobre es sólo una consecuencia de una sociedad que no tiene siempre asegurada su manutención material. El hambre no es sólo privativa de los más pobres, sino que es una amenaza potencial para gran parte de esta sociedad. De aquí la ansiedad ante las sequías, los temporales y las anomalías de distinta naturaleza. Es indudable que el miedo se arraigaba entonces a poblaciones enteras. Las crisis de subsistencias, muy graves en el siglo XVII, acompañaron a lo largo de los siglos a los hombres del Antiguo Régimen.

Domínguez Ortiz cita la existencia de inquietudes por la falta de pan y la alteración de la moneda, en el Reino de Jaén, a mediados del siglo XVII[1]


En 1730, año en el que se produjeron subidas notables en el precio del trigo [2], el lugar de Torredelcampo hizo un memorial en el que expresó

 

"las miserias y nezesidades que an experimentado los vezinos de dicho lugar en los años antezedentes por la común falta de cosechas y mortandad de ganados, se perdieron y atenuaron las lavores y caudales de dicho lugar"[3].

 

 Es evidente que este estado de opinión propiciaba el estallido de brotes de violencia, motines ante la subida de los precios y ante la especulación interesada del grano. Estas alteraciones eran ruidosas, muchas veces con muertos y heridos, en otras ocasiones sin consecuencias cruentas.

A finales del siglo XVIII las sequías provocaron una crisis de subsistencias que se prolongó hasta inicios del siglo siguiente. [4]

En abril de 1779 se habla de la amenaza de una "conmoción popular por falta de abasto"[5]. En abril de 1780 el Cabildo Municipal de Jaén declaró que por

 

"la injuria de los tiempos y carestía de granos que se halla este pueblo en el más infeliz y miserable estado prinzipalmente los pobres jornaleros, que por averles faltado el travajo dos años ace, ecepción de alguna corta temporada ellos y sus familias perecen de ambre y cada día experimentan mayor necesidad, por que haviendo la misma jeneralmente en todos los pueblos, se han venido a esta capital muchas familias forasteras buscando el alivio que en modo algun o pueden encontrar, antes bien con su venida han causado mucho perjuicio a sus vezinos, no pudiendo esta ciudad mirar con indiferencia los travajos y grave necesidadque padece el pueblo. " [6]

 

Y proponía el Ayuntamiento impulsar obras públicas "de beneficio común como son composición de caminos y otras" para que los pobres no permaneciesen ociosos, y de esa manera evitar tumultos.

En mayo de 1780 se habla de la existencia de "un gran clamor" ante los 93 reales a que había ascendido la fanega de trigo y la falta de pan, y de "la muerte y ruina que amenaza a todo el vecindario"[7].

El miedo a los conflictos y a la violencia callejera obligaba a asegurar a cualquier precio el abasto, mediante la práctica de los registros domiciliarios de los acaparadores

y a la entrega de recompensas para los denunciantes. En 1652 se buscaba el trigo casa por casa y en los cortijos, con el fin evitar "un anbre general y muerte de muchos pobres"[8] En 1708, año en el que hubo un duro invierno, se decidió entregar una gratificación de 4 reales por cada fanega de trigo ocultado que se descubriese. [9]. Asimismo en 1780 ante "la desolación del vecindario" y para evitar las sacas que se solían hacer de noche, se ordenaron registros. [10]

La experiencia del motín era siempre traumática para los gobiernos locales. El recuerdo de alteraciones ocurridas años atrás en la ciudad o en otros lugares era determniante para la toma de decisiones, por parte de los gobiernos locales. Las concentraciones de gente hambrienta y ociosa provocaba una indudable inquietud. Las decisiones, crueles y movidas por el miedo, de expulsar con draconiananas medidas a los pobres forasteros y vagabundos, no parten necesariamente de una negativa a dar socorro a las personas que estaban al margen de la solidaridad vecinal, hecho que es constatable en otras ocasiones, sino del temor a que una masa de personas desconocidas e incontroladas pudiese optar por la violencia y el motin. Entre los muchos casos posibles citaremos la decisión del Concejo, en 1602, que ordenaba la expulsión de gitanos y "gente desordenada" bajo pena de pérdida de bienes y 200 azotes. [11] Todo ello en vísperas de unos años en los que la subidad el trigo fue muy importante. [12]

Había asimismo una valoración moral de lo que suponían las revueltas. La opinión recogida por Mousnier en la Francia del XVII que consideraba : "la causa profunda de las sediciones es el pecado original y la negativa a obedecer a los mandamientos de Dios", puede ser aplicable a los criterios de los giennenses de gran parte del Régimen. [13]



[1] Domínguez Ortiz, A. Alteraciones andaluzas. Madrid, 1973, pág. 119.

[2] Ante las subidas del grano el Concejo ordenó en Jaén, que diez panaderos "de blanco" vendiesen el pan a cuatro cuartos, y a tres el bazo. Se situarían en la plaza de San Francisco y en el "Barrio  Alto". (A. M. J. Act. 1730. Cab. 2-3. )

[3] A. M. J. Act. 1730. cab. 27-1.

[4] Para aspectos climatológicos ver el capítulo 1.

[5] A. M. J. Act. 1779. Cab. 29-4.

[6] A. M. J. Act. 1780. Cab. 26-4.

[7] A. M. J. Act. 1780. Cab. 22-5.

[8] Cronas Tejada. Jaén.... pág. 69.

[9] A. M. J. Act. 1708. Cab. 23-11.

[10] A. M. J. Act. 1780. Cab. 22-5. Se haría por colaciones y ante escribanos del Número, asistidos por su gobernador.

[11] A. M. J. Act. 1602. Cab. 6-5.

[12] Coronas Tejada. Jaén.... pág. 68.

[13] Mousnier. R. Furores campesinos. Madrid, 1989, pág. 268.

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