11. Reacciones ante la presión fiscal.
Desde el siglo XVI la presión fiscal aumentó progresivamente debido a
las necesidades de un estado moderno en formación y de la política exterior
de la Corona. La obligación de pagar impuestos a la Real Hacienda se basaba
en la desigualdad contributiva, propia del Antiguo Régimen. Los hidalgos y
los clérigos no pagaban impuestos directos, como los servicios ordinario y
extraordinario, aunque no estaban exentos de los indirectos como los millones o los que gravaban las transacciones como la alcabala. Era
indudable que si bien las diferentes cargas fiscales recaían más pesadamente
en las capas populares, el aumento de la presión fiscal, sobre todo en el
XVII, produjo una reacción de enojo y rechazo en el conjunto de la sociedad
española, particularmente en la Corona de Castilla. Hay muchos ejemplos en los que se demuestra que las oligarquías
locales manifiestan su oposición al aumento de los impuestos [1]
Había un evidente sentido político, también la certeza de que el aumento de
la carga contributiva podía estragar los sufridos patrimonios de los vecinos,
muchos de ellos arrendatarios de las propiedades inmuebles de los caballeros
veinticuatro y regidores que controlaban los gobiernos municipales. Es cierto
que estas oligarquías adoptan después medidas contradictorias, y en muchos
casos impopulares, pero no se les puede negar cierta percepción de los
problemas económicos. Como indica con claridad Roland Mousnier, debido a la
"omnipotencia de la costumbre" [2]
La oposición a la creciente presión fiscal vendrá dada no sólo por el
aumento cuantitativo de los impuestos a pagar, sino sobre todo por el rechazo
a nuevos tributos, a nuevas imposiciones, por lo que suponía este hecho de
ruptura con la costumbre, con lo que en muchas ocasiones se consideraba
pactado desde tiempo inmemorial. El hombre del Antiguo Régimen, y en general
el perteneciente a sociedades de corte tradicional, es marcadamente
conservador, valora la costumbre y el pasado muchas veces imaginado y teme las
novedades. Y esta actitud es común en un amplio espectro social, en el caso
de Jaén desde los hidalgos a los campesinos. Hay, por tanto, una idealización
de las buenas leyes antiguas, hecho que se une a una permanente antipatía
hacia las innovaciones. [3] Son interesantes las reacciones del Cabildo Municipal de Jaén frente a
las prórrogas y ampliaciones de los servicios de Millones a lo largo del
XVII, o la actitud ante el impuesto sobre la sal, en 1631, que provocó
airadas protestas entre algunos veinticuatro. [4] También, en este contexto, habría que mencionar el interés de los
veinticuatro de Jaén, ciudad con voto en Cortes, de no dar poderes decisivos
a sus procuradores en la asamblea del Reino, con el fin de que no autorizasen
otros servicios fiscales, salvo los acostumbrados, el Servicio Ordinario y el
Extraordinario. [5] Una actitud similar, de rechazo a lo nuevo, a la ruptura de la
costumbre, la encontramos en la actitud tomada ante la acuñación de moneda
de vellón. El secreto con el que se llevan a cabo los debates en el Cabildo,
ante las consultas de la Corona en 1628 es un claro indicio del temor a las
reacciones populares. En ese año, en Pozoblanco, la noticia de la bajada del
vellón provocó actitudes, casi de pánico, económico. Hasta el punto de que
los viajeros y trajinantes no podían comprar artículo alguno en la villa,
debido a que los vecinos se negaban a aceptar moneda de vellón, la habitual
en el tráfico comercial, a cambio de las mercancías o artículos. Al margen del enojo que provocaba la ruptura de lo establecido, del
acuerdo y la costumbre los sectores populares reaccionan, a veces con ira,
ante la progresiva disminución de su capacidad económica y la posible cercanía
del hambre. Así el encarecimiento de los productos de primera necesidad era
un motivo muy poderoso para manifestar, de distintas formas el descontento.
Anteriormente hemos visto el miedo provocado por las carestías en el abasto
de trigo y de pan. También producirán oleadas de indignación e incluso de
violencia, el gravamen que suponían los impuestos indirectos sobre
determinados géneros considerados imprescindibles. Un ejemplo lo tenemos en el impuesto de Millones, creado en 1590 que encarecía las llamadas cuatro
especies, después aumentadas en número :carne, vino, vinagre y aceite,
recaudado a través de sisas y arbitrios, y que perjudicaba a las capas mas
humildes ya que los hidalgos, frecuentemente se autoabastecían de productos
agrícolas, y los clérigos conseguían, a través de ciertos acuerdos entre
Roma y la Corona, la exención. Los poderosos de las villas y lugares, nobles
o pecheros, conseguían frecuentemente burlar a recaudadores y repartimientos.
Los Millones fueron muy impopulares. Más adelante, en el siglo XIX, serán "los consumos", un
impuesto especialmente odiado por los sectores populares, que consistía en
una tasa o canon que se debía abonar por la introducción de los productos de
"boca y mesa" que entraban en los núcleos urbanos [6]
Estas contribuciones eran arrendadas por el Ayuntamiento a particulares y para
facilitar su cobro se encontraban en las puertas de las ciudades los fielatos,
situados en el Jaén de 1886 en la puertas Barrera, Aceituno, Alcantarilla y
Aceituno, por donde obligatoriamente debían introducirse las mercancías,
estando vedadas para tal fin los restantes portillos de la ciudad aunque con
el tiempo se instalaron aduanas en todas las entradas y salidas de Jaén [7]
En agosto 1890 se produjo un motín contra la odiada exacción fiscal
coincidiendo con la llegada a Jaén de Isaac Peral, al grito de "!Viva la
República!, !Abajo los consumos! !Viva Peral!". Hubo tiros, heridos,
descargas de la Guardia Civil y de los soldados del cuartel de Caballería, se
apedrearon los faroles y destruteron las casetas de los Consumos y se intentó
incendiar el edificio de La Fundición.[8]
Otro motín muy similar al de Jaén se produjo en Linares en 1892. [9]
Estos hechos presentaban las características de las revueltas propias de las
sociedades preindustriales: ausencia de víctimas mortales, desperfectos sobre
bienes y edificios, personajes e instituciones consideradas enemigas de la
multitud sublevada, sobre la que recaerán las iras populares, elementos que
se encuentran en los sucesos de 1890. [10]
En Úbeda hubo motines contra dichas cargas en 1885 y 1887.[11] También creó la Corona determinados estancos, que monopolizaban el
comercio de algunos productos de uso común:el tabaco, el aguardiente, la
pimienta o los naipes. La reacción frente a las imposiciones consideradas excesivas podía
consistir en la revuelta, el motin o la protesta individual y circunstancial.
También en el fraude, pequeño u ocasional o como modo de vida. En éste último
caso nos encontraríamos con el contrabando, un hecho muy popular y extendido
a amplias capas sociales, además de ser inspirador de famosos romances de
ciego, estudiados por Julio Caro Baroja, en los que se narraban las hazañas
de arrojados personajes relacionados con esta práctica, en los siglos XVII,
XVIII y XIX. [12] Los móviles de los contrabandistas eran diversos. Uno de ellos era la
posiblidad de escapar a una situación de creciente empobrecimiento; otro,
redondear ocasionalmente unos ingresos obtenidos de alguna práctica lícita,
como el comercio o la arriería. El contrabando era prácticado por hidalgos y
plebeyos, como tendremos ocasión de ver. Uno de los artículos más frecuentes en este mundo de los
contrabandistas es el tabaco, de uso general en la España del Antiguo Régimen.
La comercialización del tabaco era controlada por la Corona, de donde obtenían
importantes rentas a partir del sistema de estancos. Se podía obtener tabaco
más barato, pero de procedencia ilícita, hecho que estimulaba la expansión
del tráfico ilegal de tal producto, de amplia aceptación entre un mercado
cada vez más adicto, y sobre todo desde finales del XVII. Veamos algunos
ejemplos: En 1659 fue apresado Francisco García de Acosta, vecino de Jaén
"Por aberle aprehendido cierta cantidad de tabaco de hoxa de mala
entrada". [13] En ese mismo año se acusaba a D. Manuel de Herrera y Arce, de poseer
31 libras de tabaco de procedencia ilegal. [14]
En 1662 Francisco de Moya era procesado "Por decir traya una
partida de ocho arrobas de tabaco de hoxa de la ciudad de Málaga... " [15]
En 1687 un vecino de Bailén estaba encarcelado el hijo de un sastre,
al ser acusado por el estanquero de la villa de venderlo al margen de la ley. [16].
En 1690 D. Diego de Bago y Lotario era objeto de un proceso "sobre
aber eprehendido en un molino suyo de moler aceituna, una partida de tabaco y
otros peltrechos" [17]
En 1694, el veinticuatro de Jaén D. Francisco Ponce y Murillo estaba
encarcelado por orden del corregidor "en raçón de una carga de tabaco
aprehendida en una herededad del dicho..."[18]
Otro caso, de 1704, es el de D. Fernando Alférez, vecino de Arjona,
detenido por un "fraude de tabaco". [19] En 1721, D. Francisco Vicaría Talero, vecino de Arjona, estaba preso
en la Cárcel real de Jaén, junto a su hermano y otros de la dicha villa
"sobre decirse culpados en la yntroducción de una carga de tavaco"
aprehendida en la casa de unas vecinas de Jaén. [20]
En 1722 estaba encausado por igual delito el notario apostólico de de
Martos, D. Francisco de Córdoba Ramos. [21]
En ese año se detuvo a un carbonero en el término de Valdepeñas de Jaén
con "una bejiga con tabaco de polvo". [22] Los delitos de contrabando eran cometidos, a veces, por aquellas
personas que poseían estancos o
tenían responsabilidades en la admnistración de las rentas reales. En 1721
el superintendente general de la Renta del tabaco, en una visita realizada en
Jaén, procedió contra el escribano mayor del Cabildo D. José Gabriel Ponce
de la Cruz, que había sido en 1719 y 1720 administrador de los Reales
Estancos de Tabacos de Jaén y su Reino y otros dependientes "sobre suponerles aver cometido fraude... y aver bendido
diferentes porziones de tabacos de los de su obligacioón a menos precio que
el que antes tenía en dicha su administración a los vezinos desta ziudad y
reino como a los forasteros. " [23]
En ese mismo año se apresó a D. Alonso Laguna Santana, vecino de Córdoba,
responsable de los estancos de tabaco de Baeza por "veneficios
hechos" a costa de las Rentas Reales.[24] Esta práctica continuó en la segunda mitad del siglo XVIII y en el
siglo XIX. Los ejemplos pueden ser numerosos. Citaremos uno de 1765, año en
el que se abrió un proceso "por
la yntroduzión fraudulenta de quinze libras de tabaco del Brasil en el término
de la villa de Villargordo, por dos hombres que hicieron fuga y no pudieron
ser aprehendidos." [25]
En 1768 D. José Bellido, vecino de las Navas de Tolosa afirmó que
"por unos contravandistas se le introdujo... compulso y apremiado en el
estanco de dicha villa que tenía a su cargo cierta porción de tabaco." [26] En 1819 eran acusados de contrabando dos soldados del regimiento de
Milicias de Jaén. [27] Al margen del contrabando de tabaco existía también tráfico ilícito
de pimienta y de naipes. [28]
Y el comercio fraudulento de vino, [29]
así como la comercialización no declarada de productos, con el fin de no pagar
sisas, arbitrios y consumos, según la época. Los permanentes alteraciones del valor de la moneda, llevadas a cabo
por la Corona a lo largo del XVII, provocaban verdaderas oleadas no sólo de
indignación, de lo que se hacen eco autores como Mariana o Saavedra Fajardo,
sino también de miedo ante la incertidumbre por parte de poseedores de censos,
juristas y pequeños comerciantes, como apuntábamos lineas atrás. También
ofrecía una ocasión para hacer ciertas operaciones ilícitas, como eran la
falsificación y el resello de moneda, todo ello afrontando las durísimas penas
con que la Corona castigaba este delito considerado de lesa majestad. Un caso
destacable fue el ocurrido en el convento de Nuestra Señora de Oviedo en
Cambil, en 1652[30].
[1] Ver Aponte Marín. A.
Reforma, decadencia y absolutismo. Jaén a inicios del reinado de Felipe IV,
Jaén, 1998. [2]
Mousnier. Op. Cit.. pág. 300. [3] Lorenzo Cadarso. Op. Cit.,
págs. 95 y 98. [4] Ibid. [5] Ibid. [6] López Pérez, M. Cartas
a Don Rafael. Jaén 1992, págs. 299-300. [7] Ibíd., pág. 300. [8] Ibídem, págs. 301-
302, [9] Ibídem, pág. 304. [10] Un análisis de los
disturbios en la Europa preindustrial en: Rudé, G.
La multitud en la historia. Madrid, 1989. Para nuestro ejemplo
serviría lo descrito en : Págs. 249 y 263. [11]Torres Navarrete, Op. Cit.,
VI, pág. 223 [12]Caro Baroja, J.
Ensayo sobre la literatura de cordel Barcelona, 1988, págs. 124, ss. [13]
A. H. P. J. Leg. 1685. Fol. 105. 1659. [14]
Ibid. Leg. 1684. f. 97. 1659. [15]
Ibid. Leg. 1706. F. 74. 1662. [16]
Ibid. Leg. 5988, F. S. N. 1677. [17]
Ibid. Leg. 1786, F. 84. 1690. [18]
Ibid. Leg. 1789. F. 47. 1694. [19]
Ibid. Leg. 1858. F. 271. 1704. [20]
Ibid. Leg, 1900. F. 803. 1721. [21]
Ibid. Leg. 1901. F. 46. 1722. [22]
Ibid. Leg. 1901. F. 46. 1722. [23]
Ibid. Leg. 1900. F. 760. 1721. [24]
Ibid. Leg. 1900. F. 778. 1721. [25]
Ibid. Leg. 1949. F. 38. 1765. [26]
Ibid. Leg. 1949. F. 139. 1768. [27]
A. M. J. Leg. 47. [28]
Ibid. Leg. 1684. F. 111. 1659. y Leg. 6759. F. 79.
1693. [29] Un ejemplo de 1695 en la
denuncia realizada por el alguacil mayor de Jaén, contra el arriero Mateo
Jurado, al que se le intervinieron tres arrobas de vino en "dos çaques
en un mulo". (A.
M. J. Leg. 565. ). [30] Galiano Puy, R.
"Falsificación de moneda en el Convento de Nuestra Señora de Oviedo.
Año 1652". En 550 Aniversario de
la toma de Huelma 1438- 1988. Vi Jornadas de Estudios de Sierra Mágina. 1990.
págs. 133- 140. |