1.1. Causas y remedios ante la peste.

 

            Las causas de la peste no se conocieron hasta finales del siglo XIX. Los hombres de ciencia solían atribuirla a la polución del aire, provocada por funestas conjunciones astrales o por emanaciones pútridas procedentes del suelo o subsuelo. Las inútiles prevenciones se basaban en rociar de vinagre cartas y monedas, encender fogatas en las encrucijadas de una ciudad contaminada, desinfectar individuos, casas y harapos con perfumes y azufre,...

            La medida más corriente de purificación ambiental era quemar membrillos, romero, laurel, sándalo, resina de pino, ámbar, áloe,...([1]). Así, en 1523, la ciudad de Jaén y otros pueblos de la provincia sufrieron una epidemia de peste de funestas consecuencias. La primera noticia sobre la pestilencia en la ciudad es del 19 de enero. Para enfrentarse a la epidemia, el regimiento de la ciudad ordenó que se trajesen diariamente cuatro cargas de romero para quemarlas  en las plazas de Santa María, San Juan, La Magdalena y San Ildefonso, por considerar que era bueno para la salud del vecindario. Dos días más tarde se duplicó el número de cargas, quemándose la mitad por la mañana y la otra mitad por la noche, de tal forma que para el 16 de enero ya se habían incinerado sesenta cargas([2]). A la supuesta purificación del aire, las lumbres en las plazas públicas recogen una tradición pagana de purificación del mal, muy presente en el hombre giennense a través de los fuegos de invierno (Noche de San Antón).

            Por otra parte, fue ignorado el papel de la pulga. Todas las relaciones describen el peligro del contagio interhumano y apenas hacen mención a la gran mortandad de ratas. Pero en numerosas epidemias de peste bubónica parece ser que la mortandad no venía implicada necesariamente por la presencia de la rata, sino de un individuo a otro. "De ahí los estragos en los barrios populares donde el parasitismo era más denso".

            La mejor solución era huir o, en su defecto, el aislamiento. El sentido popular, pues, tenía más fundamento frente al de los "sabios" que negaban el contagio.

            Un médico de Marsella, en 1720, describe así los síntomas de la epidemia:

 

                        "[La] enfermedad comenzaba por dolores de cabeza y vómitos y luego venía una fiebre muy alta... Los síntomas eran, por lo general, estremecimientos regulares, pulso débil, blando, lento, frecuente, desigual, concentrado, una pesadez de cabeza tan considerable que al enfermo le costaba mucho trabajo sostenerla, con signos de hallarse dominado por un aturdimiento y una turbación semejante a la de una persona borracha, con la vista fija, que daba a entender el espanto y la desesperación".

 

            La peste atacaba sobre todo en verano, aunque no siempre. La pulga se infecta en una temperatura de 15-20 grados en una atmósfera que contiene de un 90 a 95 por ciento de humedad. Atacaba especialmente a los pobres, a las mujeres y a los niños; especialmente en las poblaciones que habían sido víctimas de carestías([3]).

            Un médico, en la descripción de la peste de Málaga, hace la observación de que muchos morían de pronto, otros en unas pocas horas, y los no infectados se veían atacados cuando menos lo pensaban([4]). La peste bubónica clásica se manifiesta con una fiebre de 39-40 grados, con pulso rápido, conjuntivas dilatadas, mirada brillante, vómitos, boca seca. Los bubones aparecen al cabo de 48 horas. Pero pueden no aparecer, tratándose entonces de peste septicémica.

            La peste afectaba sobre todo a los pobres. Así en la epidemia de 1599 del norte de España, en un comentario referente a Sepúlveda, el 26 de abril, se dice: "Todas las personas que han muerto en esta villa y en su tierra son muy pobres y no tenían... con qué sustentarse"([5]).

            El miedo a la palabra "peste" hacía que los médicos del Renacimiento recurrieran a subterfugios léxicos para denominarla, como son "mal contagioso", "el mal que corre" o "la enfermedad de secas y carbuncos".

            Lacónicamente el médico Luis Mercado dice que la peste solo tiene tres remedios imprescindibles para que la medicina pueda tener efecto: "oro, fuego y castigo. Oro para no reparar en cosa ninguna que se ofrezca. Fuego, para quemar, ropa y casas, que ningún rastro quede. Castigo público y grande, para quien quebrare las leyes y orden que se les diere en la defensa y cura de estas enfermedades"([6]).

            La solución razonable consistía en huir. Los ricos eran los primeros en marcharse, seguidos por el resto de la población, dando lugar a un enloquecimiento colectivo, de gentes que llenaban las calles con sus pertenencias saliendo de la ciudad. Sin embargo, para algunos médicos del Renacimiento, como Sánchez de Oropesa, que pagó con su vida su teoría, el terror era en gran parte culpable de la peligrosidad de la peste:

 

               "... la raíz está en el miedo que todos tienen, de que no se les pegue, començando esto del Médico; porque el recato, con que lo veen estar en la visita, vienen a recatarse los enfermeros, i a desamparar el marido a su muger, y la muger al marido, i no acudir los hijos a sus padres, i lo que más es, huir los padres de los hijos..."([7]).

 

            Los habitantes que quedaban en la ciudad se apartaban unos de otros, evitando contaminarse mutuamente. Se evitaba salir a la calle, incluso abrir las ventanas. Las actividades familiares se detenían, el silencio de la ciudad, la abolición de los ritos colectivos de alegría y de tristeza,... dando lugar a una ruptura drástica de las costumbres cotidianas. A partir de entonces la iniciativa pertenecía completamente a la peste.

            Había tres explicaciones sobre el origen de la peste: la de los doctos, la popular y la de la Iglesia. La primera atribuía la epidemia a una corrupción del aire, provocada por fenómenos celestes (cometas, conjunción de planetas,...), por diferentes emanaciones pútridas, o bien por estas dos cosas juntas. La explicación popular atribuía la enfermedad a sembradores del contagio, que había que buscar y castigar. La Iglesia, por su parte, la atribuía a los pecados de los hombres que provocan la cólera de Dios. Son tres versiones que se interfieren([8]).

            Entre los potenciales culpables estaban los extranjeros, los viajeros, los marginales y todos aquellos que no estaban perfectamente integrados en la comunidad, como es el caso de los judíos o los leprosos. Así, en la epidemia de 1596-1599, los españoles del norte de la Península estaban convencidos que tenía un origen flamenco, traída por navíos procedentes de los Países Bajos([9]).

            La aflicción que las epidemias de peste producía en la población tenía una clara expresión en el estado de ánimo general. La melancolía invadía las poblaciones creando un sentimiento colectivo de angustia, una "enfermedad psíquica" que algunos médicos de la época también se esforzaron en curar, ya que para algunos de ellos una enfermedad potenciaba a otra. Así lo expresa el médico giennense Alonso de Freylas, en su libro Conocimiento y preservación de la peste, editado en 1606, frente a lo cual aconsejaba un tratamiento basado en la música y ciertas medicinas:

 

               "... Por ser curiosidad, desseo saber cómo la música pueda hacer este efecto naturalmente. Si sea el ayre herido, movido y alterado y con la concordancia del sonido mejorado o si la haga recreando el ánimo y por esta causa hecho más fuerte para resistir el veneno. O se aya de atribuir a la fuerza que la música tiene, para divertir la imaginación, que tan grandes efectos suele causar. O porque la música con recreación mueve el alma, sangre y espíritu vital, que tan juntos están en ella por que con la yra yerve, con el miedo se yela, con la alegría se esparce y sale afuera y con la esperanza se aviva y calienta. Y ansí con el miedo de la enfermedad y de la muerte, la sangre retirada adentro, quieta y no ventilada está más dispuesta a podrecerse y recebir el contagio; la qual la música con la alegría la calienta y esparce; y la haze salir afuera: y fortalece los espíritus  para que juntos con la sangre tengan más fuerza a resistir la causa de la enfermedad...".

 

            En cuanto al tratamiento físico preventivo, Alonso de Freylas aconsejaba:

 

                        "... a los (sujetos) fríos y secos se le puede dar... Dos partes de Triaca magna de Toledo, una de Triana de esmeraldas,... flor de borraja con polvo de letuario, de Gemis o de Leticia, con xarabe de camuesas... para mayor penetración un trago de buen vino...

                        A los calientes y secos... les está bien desayunarse con una onza de conserva violada, o de lengua de buey, o flor de borrajas con algunos polvos de piedra de bézar"([10]).

 

            La presencia de la peste traía consigo todo un corolario mágico de imágenes de pesadilla, señales, visiones y toda una serie de suposiciones que le daban un cariz realmente espeluznante, de la veracidad de algunas y la falsedad de otras se hacía eco el mismo Alonso de Freylas:

 

               "De esta general Pestilencia hay siempre prodigiosas señales... Las unas se toman del cielo y su movimiento. Otras del aire y sus mudanzas, otras muestran las aves que vuelan dejando sus propios nidos y albergues..., presintiendo el grave daño que el aire tiene y muchos dél ofendidos se ven caer muertos en los campos y muchas aves por las calles y plazas.

               Estas señales esperaban algunos de la facultad, y al caerse muertos, por lo menos cien hombres cada día, y otras de menos consideración que fueron muy notorias, las cuales creía y seguía el vulgo rudo teniéndolas por ciertas que habían de preceder primero a la Peste. Pero pronto salió de este engaño y convirtió su falsa alegría en funesto y triste llanto... causándose por esto muchas muertes por haberse levantado el Hospital sin tiempo...

               Suelen ser también señales de Peste los Cielos y sus aspectos; permixtión de Planetas; eclipses de Sol; grandes y desiguales mudanzas en el tiempo,... estío llovioso, frío y húmedo, y como ha sido este mes de Junio deste año.

               Los vientos tienen gran fuerza en señalar la Peste, cuando inclusos en las cavernas de la tierra son causa de grandes terremotos..., ó cuando aparecen fuegos encendidos en medio de la región, como son Cometas,...

               Estos tales Cometas,... por la mayor parte denotan mucho mal y daño; porque las exalaciones de que se engendran siendo malas entendidas por el aire, lo inficcionan y corrompen;... se hacen causa eficadísima de enfermedades pestilentes, conforme el Planeta que le causare y el signo en que apareciere"([11]).

 

            En la ciudad de Jaén se veían temerosas señales de pestilencia que impresionaban a la población, tanto al común como a los magistrados. Eran unas lumbres que aparecían de noche en las más altas torres del Alcázar, vistas por los soldados y el Alcaide de la fortaleza. Se le atribuían un origen milagroso e incluso decían ver "algunos Santos cuerpos" en las torres, tal como aconteció en Granada, cuando dichos fuegos fueron identificados como señales de peste. El médico Alonso de Freylas les daba un origen natural y consideraba estas visiones "como señal cierta de Peste que ha padecido y hoy padece".

            Otras señales no menos eficaces para los médicos de la época eran:

 

               "las enfermedades vulgares de Viruelas, Sarampión, Carbuncos, Manchas rojas por todo el cuerpo, tabardillos, muertes repentinas, abortar las preñadas, y morir las paridas, perderse los frutos de la tierra, y podrecerse con facilidad muchedumbres de animalejos engendrados por podrecimiento de la tierra y otras muchas señales que refieren los autores generales y particulares"([12]).



([1]) Carreras Pachón, Antonio: La Peste y los médicos del Renacimiento. Universidad de Salamanca. Salamanca, 1976, pág. 95.

([2]) Porras Arboledas, Pedro A. "La peste de Jaén de 1523. Una cuestión de política sanitaria". En Senda de los Huertos, n1 19 (1990), p 93-94.

([3]) Delumeau, Jean: El miedo..., pág. 161-162.

([4]) Delumeau, Jean: El miedo..., pág. 167. Envía a M. Deveze: L'Espagne de Philippe IV, 1621-1665, II. París, 1971, pág. 318.

([5]) Delumeau, Jean: El miedo..., pág. 169. Envía a Benassar, B. Recherches sur les grandes épidemies dans le nord de l'Espagne à la fin du XVI siècle. París, 1969, pág. 214-223.

([6]) Carreras Pachón, Antonio: La Peste y los médicos del Renacimiento. Universidad de Salamanca. Salamanca, 1976, pág. 62 y 94. Envía a Mercado, Luis: Libro en que se trata con claridad la naturaleza, causas, providencia, y verdadera orden y modo de curar la enfermedad vulgar, y peste que en estos años ha divulgado por toda España... traduzido del mismo que antes avía hecho en lengua latina, cosas de grande importancia añadidas, y un quinto Tratado en esta segunda impressión... Año MDXCIX.

([7]) Carreras Pachón, Antonio: La Peste..., pág. 132-133. Envía a Sánchez de Oropesa, Francisco: Tres proposiciones del Doctor... en que se ponen algunas advertencias para la preservación y cura del mal, que anda en la ciudad. La tercer añadida de nuevo, i las dos primeras acrecentadas por el mismo. Sevilla, 1599.

([8]) Delumeau, Jean. El miedo..., pág. 179-203.

([9]) Delumeau, Jean. El miedo..., pág. 206-208. En vía a Bennassar, B. Recherches...., pág. 49.

([10]) "De los antiguos médicos. Preservación de la peste a los melancólicos por medio de la música y cierts medicinas". En Don Lope de Sosa, 1917. Edición Facsímil. Riquelme y Vargas. Jaén, 1982, pág. 112. Envía a Freylas, Alonso de: Conocimiento y preservación de la peste....Jaén, 1606.

([11]) "Las señales de la peste y las lumbres maravillosas sobre las torres del castillo de Jaén". En Don Lope de Sosa, 1917. Edición Facsímil. Riquelme y Vargas. Jaén, 1982, pág. 301-302.

([12]) "Las señales de la peste..., pág. 302.

 

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