1.2. Campanas, relojes y calendarios.
El tiempo transcurría de una manera distinta. La concepción cíclica
del tiempo tenía todavía una gran presencia en la existencia diaria. Todo era
sin duda más lento, y los horarios necesariamente menos estrictos. Los toques
de las campanas marcaban el transcurrir de la vida. No sólo de las horas sino
de los principales ritos de paso. El peligro, la muerte, el fuego, los júbilos
comunitarios, todo era anunciado por el voltear o el más modesto repicar de
campanas y esquilones[1].
Había viejas campanas en el Reino de Jaén. Quesada Consuegra cita una
de 1474, perteneciente al concejo de Alcaudete y donada por su señor, que
contaba con una inscripción que decía
“Maestro Francisco me hizo J.H.S., en el nombre de Dios esta campana
madola (sic) el virtuoso Señor Martín Alonso de Montemayor, señor de la villa
de Alcaudete la cual se hizo para servicio de Dios e para bien de la República.
Año de mil e cuatrocientos setenta y cuatro”.[2]
Otra campana famosa fue la existente en la Torre del Reloj de Úbeda,
fundida en 1540, de unos 1.500 kg y que tocaba las horas de ánimas o nona y
anunciaba del cierre y la apertura de las puertas de la ciudad; la del Salvador
era de 1560, y fue refundida en 1926 ante el deterioro ocasionado por el paso
del tiempo.[3]
Muchas campanas fueron absurdamente destruidas en Úbeda con motivo de las
medidas desamortizadoras en la primera mitad del siglo XIX.[4]
Una campana más, de raigambre en Jaén, debía de ser la existente en el
castillo.En 1596 el Concejo mandó poner una “en las velas del castillo”,
que costó 41 ducados, que se pagaron al maestro de hacer campanas, Pedro de la
Malla.[5]
En 1618 el Cabildo Municipal decidió fundir una nueva a costa de las rentas de
las fortalezas de Jaén; se llegaron a enviar cartas al Consejo de Guerra
“Suplicando le mande reponer la campana de la bela del castillo por
estar quebrada y conbenir al serbicio de S. M. Que toque como se acostumbra”.[6]
Otra campana que se quebró fue la del convento de los carmelitas
descalzos de Úbeda, y en 1644 el Concejo de dicha ciudad contribuyó a su
sustitución por otra.[7]
Las viejas campanas de la Catedral fueron destruidas durante la Guerra
Civil, con excepción de la “Enrejá”; sus nombres eran
San Pedro, Asunción, Fernanda, Santa eufrasia, Santa Luisa, Santa María
de la Cabeza, Corpus, Virgen de la Capilla y Santa Bárbara.[8]
Actualmente las más viejas campanas de Jaén se encuentran en la espadaña
de la iglesia de San Andrés, son del siglo XVIII y tienen los nombres de
Cristo del Remedio (1735), Juana
Josefa (1798), María Concebida
(1854) y, ésta más moderna,San Eufrasio y
María de la Asunción (1953),además de un esquiloncillo.[9]
Las de la Merced fueron realizadas por un fundidor instalado en Jaén, en 1877.[10]
La frecuente quiebra de las campanas dio tarea durante siglos a los maestros de
fundir campanas, como Juan Bautista de Mier, Javier Hermoso, Francisco Morote y
Fernando Benero en el siglo XVIII, y como Tomás Ximénez, Matías Berenguel,
Vicente Ases y Vicente Rosas en el siglo XIX.[11]
Era también de utilidad comprobada la campana de la iglesia de Santiago,
a cargo del sacristán Miguel de Cuéllar en 1643, al que el Concejo le entregó
20 ducados, de la gratificación de dos años “por tocar la queda todas las
noches”,[12] de nueve a diez en invierno y de diez a once de la
noche en verano.[13]
Las iglesias de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena recibieron
campanas procedentes de otros templos, muchas de ellas procedentes de la
entonces recién extinguida Compañía de Jesús, como fue el caso de
Carboneros, Venta de Linares, Carboneros, Montizón, Aldeaquemada, Arquillos,
Guarromán y Santa Elena.[14]
Lo decíamos líneas atrás, las campanas servían para anunciar no sólo
el paso del tiempo, sino también los sucesos más importantes de la comunidad:
ataques, incendios y motivos de júbilo general a través, en este último caso,
de repiques generales, como los que se realizaron en diversos momentos de la
historia de Jaén.[15]
También se utilizaban para conjurar los vientos y tormentas. Había, en España,
campanas que, tañidas por los vecinos, obligaban a las tormentas a descargar su
energía sobre pueblos vecinos, dejando libres de daño al propio.
El uso indebido de las campanas llegó a preocupar a los ilustrados,
bienintencionados pero a veces impertinentes. Así Campomanes llegó a realizar
un reglamento al respecto, en el que se indicaba el número de campanas, así
como el modo y el momento de tocarlas en todas las iglesias del Reino, todo ello
para evitar que las campanas fuesen “juguetes de los niños y de los
ociosos”.[16]
El lenguaje de campanas y esquilones no ha estado limitado a los usos
estrictamente clericales, de manera que las campanas servían para convocar
concejos y cabildos de diversa naturaleza. Antonio Martínez Lombardo ha sido
testigo, y las ha descrito con indudable fortuna, de las funciones que hacía,
no hace demasiado tiempo, una pequeña campana existente en el antiguo hospital
de San Juan de Dios.[17]
Las campanas podían caerse de las torres, con la lógica alarma y
alboroto que originaban estos sucesos, en la paz de la villa o aldea y entre los
vecinos, así entre las cuentas de la parroquia de Vilches en 1704, se cita una
partida de 37,5 reales para pagar “el travaxo de poner la campana que se cayó
de la torre”.[18]
También su volteo podía provocar accidentes,como el recogido por Manuel
Amezcua,y que se reproduce en una lápida, en la torre de la iglesia de
Villacarrillo, donde se cuenta como el monaguillo de once años, Luis Ramírez
Martínez “fue despedido por una campana de esta torre, salvándose
milagrosamente”, y resultando sólo herido con la fractura de una pierna. Se
atribuyó el milagro a la imagen de Santa Barbara que el niño llevaba consigo
en el momento de su caída.[19]
La campana de la Santa Capilla de San Andrés María Asunción, llevaba en su interior una cruz en recuerdo de la
caída de un niño, producida el 24 de diciembre de 1847, que salvó la vida al
caer sobre ramas y hojas secas. [20]
Y es los campanarios siempre han resultado muy atractivos para las aventuras
infantiles, lo que motivó que la Santa Capilla se viese obligada a crear el
puesto de celador - campanero e 1789, cuya ineficacia llevó a ssu supresión en
1792.[21]
Las divisiones cronológicas más pequeñas se expresaban en términos de
aves marías y padrenuestros. [22]. En el siglo XVII todavía
se mantenía la división de la jornada en horas canónicas: maitines y laudes
(aurora), prima (siete), tercia (nueve), sexta (mediodía), nona (tres), vísperas
(seis) y completas (anochecer). [23]
Es evidente que en una sociedad campesina y preindustrial la regulación
del tiempo dependía en gran medida de la luz solar; a medida que se aleja la
vida del campo, en los espacios más urbanos, se depende más del reloj. [24]
En palabras de S. Gilman
"los campesinos sabían por intuición que los habitantes de la
ciudad, a un nivel más hondo que la rapacidad financiera o la falta de fe, tenían
un sentido inauténtico del tiempo. Al mirar los calendarios o al escuchar como
daban daban las horas. "[25]
En cierto modo, la práctica de los romanos, consistente en medir el
tiempo diario a partir de la sombra producida por edificios de importancia, no
debía de ser ajena a los giennenses de siglos pasados.[26]
Según Jacob Burckhardt,las necesidades derivadas de la medición del
tiempo dio lugar a una relativa difusión de la astronomía en los ambientes
populares de la Italia renancentista, que fue anulada por la generalización de
calendarios y relojes.[27]
Para Lewis Munford el orden medieval es herido de muerte cuando las
campanas dejan de sonar para las oraciones y comienzan simplemente a dar las
horas, así
"En toda Europa, desde el comienzo del siglo XII, los ciudadanos
erigieron campanarios y torres para marcar el paso del tiempo. Inmerso en el
comercio o en la artesanía, orgulloso de su ciudad o de su gremio el ciudadano
comenzó al olvidar su terrible destino eterno; observaba la sucesión de los
minutos y trataba de hacer de ellos lo que podía. "[28]
Los relojes eran raros, piezas de artificio de complicada composición[29].
Hacia 1550 los que contaban con regulación precisa del tiempo eran una novedad[30].
Al principio, el reloj mecánico tiene un uso fundamentalmente religioso. Debe
determinar el orden de la oración, como indica la palabra francesa `horloge`,
compuesta por " hora" y "lego". [31]
En los siglos modernos, el proceso de secularización del tiempo y su
valoración de lo que en el sentido más amplio se denominaba ingeniería
cambió, de manera paulatina, esta situación y el reloj se convirtió en un
objeto familiar y cotidiano. [32]
Dos relojes del otoño medieval giennense los encontramos en
Martos; uno en la iglesia de Santa María, en cuyos inventarios de 1495 y
1499 se cita “un relox de diez campanillas”[33]
Otro, más antiguo, pues fue construido en 1462, estaba en la torre de Santa
Marta.[34]
En las murallas de Arjona había una torre, llamada del Reloj, que sufrió
las consecuencias de las prácticas desamortizadoras del siglo XIX.[35]
Posiblemente el reloj más importante de Jaén se encontraba en la
iglesia de San Juan [36].
Era propiedad del Concejo y éste cuidaba de su mantenimiento, designando
persona con salario anual para tal fin, además los caballeros veinticuatro
nombraban, de entre ellos, un comisario encargado para todos los aspectos
concernientes al buen funcionamiento del reloj. Se consideraba de gran utilidad
para marcar los distintos turnos de riego, a los que estaban adscritos los
hortelanos de las vegas cercanas. A finales del siglo XVII y en las primeras décadas
del siglo XVIII estaba a cargo de Ginés Serrano [37]
, cuya habilidad era puesta en alguna ocasión en entredicho, pero al que había
que recurrir ante la inexistencia en Jaén de personas con mayor pericia en el
campo de la relojería, así el veinticuatro D. Diego Cobo de la Cueva dijo ante
el Cabildo Municipal en 1700, que
"la persona que rixe y gobierna el relox de la torre de Sr. San Juan
se a esperimentado no tiene la yntelijencia que se requiere para el buen réjimen
de dicho relox por cuia razón le parecía preciso se buscase otro que fuere a
propósito para ello"[38]
En 1730, en cambio, se designó para tales funciones a un maestro
relojero llamado D. Alfonso de Luque y Castañeda. [39]
En el reinado de Fernando VII, el reloj de San Juan se encontraba en muy mal
estado, lo que ocasionaba las protestas de los vecinos de los barrios cercanos
por los problemas que le ocasionaba dicho deterioro.[40]
El relojero debía de tener un evidente prestigio, heredero de la antigua
actitud sentida hacia los herreros, de quienes derivan un conjunto de oficios
como los orfebres, caldereros y latoneros. También los cerrajeros compartían
ciertos conocimientos con los relojeros. [41]. Así en 1730 un
cerrajero realizó, para el reloj de San Juan, unas reparaciónes "en la
rueda de mortajas y el gato del disparo", por la que recibió 18, 5 reales.
[42]
El ya mencionado talante misterioso de los relojeros, como artesanos
familiarizados con artificios tan enigmáticos, debió de ser notorio cuando
estos artífices eran de lejanos países, como ocurrió en la villa de
Pozoblanco, en la Sierra Morena de Córdoba, donde en 1620 un flamenco llamado
Albertos Dublión cobró 240 reales del Concejo por “adereçar el relox”;
arreglo que no fue eficaz pues en 1621 otro relojero, éste francés, cobró de
dicha villa 269 reales “por adereçar el relox desta villa, por hierros, acero
y demás materiales”.[43]
Otro reloj que marcó las horas de los giennenses de antaño era el de la
Catedral. En 1620 Luis Amador, solicitó al Cabildo eclesiástico que se le
admitiese como relojero para cuidar del existente en la Catedral,y ante el mal
estado de su maquinaria, se comprometió a hacer los reparos necesarios y “a
poner encima del mostrador donde está el reloj, una creciente y un menguante de
lunas”, lo que motivó la rápida aceptación del Cabildo.[44]
Hubo después otro, donado por el canónigo Francisco Civera Pérez, en
el siglo pasado [45]
En 1956 dicho reloj se reparará por el relojero Ángel Pozo Valenzuela.[46]
Aportaremos más datos sobre relojes de la provincia de Jaén, así
sabemos que en la segunda mitad del siglo XVI, el cantero Benito del Castillo
construyó una torre para el reloj, en la villa de Porcuna.[47]
Un reloj de gran belleza es el del Ayuntamiento de Alcalá la Real, de
cinco registros y acabado en 1803, construído por Fernando de Tapia y Castilla,
relojero y regidor perpetuo de su Concejo.[48]
Este reloj sustituyó a otro anterior,cuyo mal estado impedía su reparación.
De la calidad del fabricado por Tapia y Castilla, hizo mención especial la
autorizada voz de José María Corana,profesor de la facultad de Relojería y
artífice fundidor de campanas del arzobispado de Granada y Obispado de Almería,
coetáneo del relojero alcalaíno, que calificó el reloj como “digno del
mayor aprecio por su solidez, particular composición y esmero de perfección”.[49].
Asimismo las cuentas presentadas por Fernando de Tapia al Cabildo Municipal de
Alcalá mos muestran la dificultad en el proceso de fabricación de un artificio
de tales características, que costó además varias decenas de miles de reales.[50]
Otro relojes existentes al menos desde el siglo XVIII eran los de la
parroquia de San Pedro Apóstol de Mengíbar, que contaba a mediados de dicho
siglo con encargado al que se le pagaban 30 reales al año [51], y los de los concejos de
Bedmar y Huelma.[52]
También el que se instaló en La Peñuela, hacia 1770, procedente de la Casa
Profesa de la Compañía de Jesús de Sevilla.[53]
Había relojes de sol, como el de la catedral de Jaén, con una sentencia
sobre el paso fugaz de la vida y la incierta hora de la muerte, así éste
contaba con una inscripción conocida para los amigos del Jaén tradicional que,
con gravedad, decía
"Atiende, a ti te digo mi carrera,
en breve tiempo pasaré ligero,
Más puede ser tu muerte más ligera"
y recordaba a los viandantes la gran verdad de la hora final e les
instaba a prepararse para bien morir, siempre teniendo en cuenta que en
cualquier momento la muerte, como en un romance viejo, podía considerar que la
hora era cumplida. Otros relojes de sol se conserva en la ermita de la Virgen
del Castillo en Vilches.
Tampoco debían de faltar los relojes de arena. Frecuentemente aparecen
vinculados a la idea de la muerte, y portados por esqueletos, como aparecen en
el retablo de las Ánimas, existente en la iglesia de San Ildefonso, del siglo
XVIII.
No aparecen con facilidad los relojes en los inventarios particulares,
casi todos de gentes del campo o de artesanos. Con el siglo XVII su uso tiende a
generalizarse [54]
con el siglo XVIII su difusión fue mayor. Así en 1783 el abogado D.
Manuel del Rincón declaraba, en su testamento, tener "un reloj de
bolsillo". [55]
En un documento notarial de 1807 el vecino de Baños de la Encina, D. Antonio
Ignacio Herreros contaba entre sus bienes "un relox de repetición"
valorado en 300 reales. [56]
Es evidente, sin embargo, que la dependencia del tiempo marcado por los
relojes mecánicos se hizo más notoria. También la posesión de relojes, que
dejarían de estar limitados en su uso a ambientes clericales o administrativos,
para entrar en los ámbitos domésticos. La profesión de relojero debió de ser
más habitual. Así en 1793 encontramos a Juan de Torres, relojero en la calle
Maestra Baja, que contaba con un hijo aprendiz es su oficio y otro que era
oficial platero. [57]
Otra prueba de la creciente dependencia del reloj es el hecho de que el
Ayuntamiento de Alcalá la Real, ante el mal estado del viejo reloj del
Ayuntamiento, considerase conveniente su sustitución por otro, por ser preciso
un reloj para la ciudad.[58]
Esta mayor presencia del reloj se refleja en las reglamentaciones
realizadas por los gobiernos locales, en los que se dan horas concretas para la
realización de ciertas actividades. Los cambios de los horarios estaban además
relacionados con los ciclos estacionales. En 1623 el alcalde mayor de Jaén
dispuso que, siguiendo la costumbre, entre primeros de abril y finales de
septiembre los cabildos se iniciasen a las ocho de la mañana, y en el resto del
año a las nueve [59].
El Cabildo Municipal de Baños de la Encina, según sus ordenanzas del siglo
XVIII, estaba obligado a hacer sus reuniones los lunes a las nueve de la mañana,
desde san Miguel hasta finales de abril. Y desde primeros de mayo a san Miguel
la hora de reunión se adelantaba a las ocho de la mañana. [60]
En 1730 el horario de los oficiales de las carnicerías de Jaén era de 4 a 11
de la mañana y de una a seis de la tarde [61]
El santoral era, como hemos podido apuntar antes, el medio de referencia
fundamental a lo largo del año. Existían también almanaques y calendarios,
que señalaban con precisión las principales fiestas del año. El uso de los
calendarios se popularizó y se hizo habitual para marcar las fiestas y los
meses. En 1724 el convento de los Ángeles arrendaba un horno para pan,
"que llaman del caño", en la colación de San Miguel. El arrendatario
se obligaba a abastecer al convento con ocho libras diarias todos los días,
excepto los domingos, y días de fiesta "que traen cruz en el
almanaque". Se señalaban además como fiestas importantes, en las que no
habría pago alguno, el día de san Antón, lunes de Carnestolendas, Jueves
Santo y santa Lucía [62].
Asimismo los días de fiesta venían marcados en rojo, como ocurre con los
calendarios actuales [63]
A ésta información se unían los pronósticos, con planteamientos que
no diferían demasiado de la astrología, muy censurada por la Iglesia.
Debemos, además, añadir, que a inicios de octubre de 1582 se adoptó en
España el calendario gregoriano, una decisión que provocó las lógicas
confusiones. [64]
La percepción individual del paso del tiempo está unida a la
vida, a la propia edad. Es frecuente encontrar en declaraciones y otros
documentos la imprecisión en el conocimiento que de ésta demuestran tener los
firmantes. Casi siempre añaden, tras citarla, un prudente "más o
menos" o preceden su afirmación con un "menos de". Este hecho,
justificable en personas de avanzada edad, también se producía en relación
con los niños. En los contratos de aprendizaje del XVII giennense es frecuente
que los padres al firmar el documento, refieran sólo de manera aproximada, la
edad de su hijo.
Para Raymond Marcus estas actitudes parecen indicar
"la imprecisión en la precisión, que los hombres de aquella época
no conocían exactamente el año de su nacimiento, y que tal ignorancia no era
para ellos motivo de preocupación"
Se trata, según el citado autor, una vivencia del tiempo distinta a la
actual y corriente en la Europa del siglo XVI [65]
. Hay aquí una visión de la dimensión temporal diferente, en el que el
aniversario tiene menos importancia que la onomástica. Es posible que como
reflejo de la existencia de un débil individualismo en una sociedad en la que
el linaje, el estamento, la cofradía y los lazos vecinales tienen todavía una
enorme fuerza.
A pesar de todo, el recuerdo del pasado era muy poderoso y había
ancianos que mantenían, en gran medida la memoria colectiva y que alegando
testimonios orales podían aportar datos que de sucesos acaecidos generaciones
atrás, así en pesquisas e informaciones referidas a la hidalguías de las
familias, había en Jaén personas de avanzada edad que a inicios del siglo
XVII, referían noticias fechadas en la segunda mitad del siglo XV y decían
haberlo oido de padres y abuelos, que a su vez habían recibido esa información
de sus mayores. De manera oral, y basadas en la memoria se obtenían datos de más
de siglo y medio de antigüedad. Una prueba más de ello está en la importancia
de los testimonios orales de los viejos, en las pesquisas o informaciones para
demostrar la hidalguía o la limpieza de sangre de un aspirante a cargos u
honores.
[1]
Vázquez de Parga, L. Lacarra, J. M. y Uría Ríu J. Las peregrinaciones a Santiago de Compostela. Pamplona, 1992. T.
II., pág. 404.
[2]Quesada
Consuegra, R.”Principio y misión de las campanas”, en Senda de los Huertos. Revista Cultural de la Provincia de Jaén, núm.
13, págs.33-36. Ver Oya Rodríguez, V.”Las campanas de Jaén”, en Crónica
de la Cena Jocosa de 1984.
[9]López
Pérez, M. Cartas a Don Rafael, Jaén
1991, pág. 362. Y AEl campanario de la Santa Capilla de San Andrés”, en Boletín
del Instituto de Estudios Giennenses, núm. 162, pág. 1.574. Sobre las
campanas de San Andrés ver López Molina, M. ANuevas campanas para San Andrés
en 1.638", en Diario Jaén, 21
- 3- 1638, citado por López Pérez. [13]Jaén,
P. De “Papeles Viejos”, en Senda
de los Huertos, nú. 39-40, pág. 145.
[14]Palacios
Alcalde, María. AMobiliario litúrgico distribuido a las iglesias a las
Nuevas Poblaciones de Sierra Morena”, en Carlos
III y las Nuevas Poblaciones, III, Córdoba, 1988, pág. 189-213.
[15]Lara Martín - Portugués, I.Jaén
(1820-1823) La lucha por la libertad durante el Trienio Liberal, Torredonjimeno
1996, pág. 79. [16]Castro , C.de Campomanes.
Estado y reformismo ilustrado. Madrid, 1996, pág. 386. El reglamento sólo
se acabó por aplicar en Madrid. [20]López Pérez, “El
campanario de la Santa Capilla...”, pág. 1.574, cita dicho autor el
cuento de Ortega y Sagrista “El monaguillo volador”, en la segunda parte
de “Escenas y costumbres de Jaén”,
de 1988. [23] Bouza Álvarez, F. J.
"Como pasan las horas, los días y los años. La cultura del reloj
" en La vida cotidiana en la España
de Velázquez. Madrid, 1994, pág. 22
[29]
Sobre la invención del reloj mecánico: Gimpel. J. La revolución industrial en la Edad Media. Madrid, 1982, págs.
117-132.
[32]
Sobre la difusión del reloj y sus efectos en la Europa de inicios de la
Edad Moderna: Hale, J. R. La Europa
del Renacimiento. 1480-1520. Madrid, 1976, págs. 5 y ss. [33]Ruiz Funez, F.L. “Bienes y
ornamentos de la iglesia de Santa María de la villa de Martos
(1495-1499)” en Actas de la III
Asamblea de Estudios Marianos,Córdoba, 1987, págs.161-163.
[34]López,
R. “El reloj de la torre de Santa Marta cuenta con una réplica en
miniatura”, en Diario Jaén,
9-9-1998. [35]Fuentes Moreno, A., Navas Ureña,
J., Sabalete Moya, José I. Guía Histórico-
Artística de Arjona, Jaén, 1991, pág.54.
[36]
Referencias a este reloj en: Oya Rodríguez, V. "Los relojes
ciudadanos" en Crónica de la <<Cena Jocosa>> de 1996. Jaén,
1997, pág. 75. [43]Aponte Marín, A.
“Pozoblanco en la primera mitad del siglo XVII: un estudio social y económico”,
en Premios literarios y de investigación
1993, Pozoblanco, 1994 (sic), pág. 11. [46]Morales Gómez Caminero, P.
ALos años 50" en Diario Jaén, número extraordinario 50 aniversario,
pág. 98. [47]Perales Solís, M. AEl puente
de Marmolejo sobre el río Guadalquivir”, en Diario Jaén, 22-11-1998.
[48]Vivió
Fernando de Tapia y Castilla entre 1750 y 1835, ejerció su profesión al
servicio de Carlos III, Carlos IV y Fernando VII, ver A la Patrona de Alcalá la Real, 1993.
[49]Toro
Ceballos, F. ANuevos datos sobre el reloj del Ayuntamiento. El plano y las
cuentas de Fernando de Tapia”, en A
la Patrona de Alcalá la Real, 1992. [50]En 1791 el Concejo había
concedido para su fabricación la nada desdeñable cantidad de 58.760
reales. Ver Toro Ceballos. Op. Cit.
[51]Barahona
Vallecillo, S. La parroquia de San
Pedro Apostol de Mengíbar, Marmolejo, 1995, pág. 157. |