1.2. El papel de los santos ante la peste. Para la mayoría de la población giennense, eminentemente rural, que vivía cercada por un entorno hostil en el que en
todo momento apuntaba la amenaza de los maleficios, la peste era obra del diablo, frente al cual la intercesión divina era fundamental. Se sentía la necesidad de imploraciones colectivas y de penitencias públicas con el fin de impresionar a Dios y eliminar así el sentimiento de culpabilidad de
la población. El carácter penitente, claramente afirmado en las procesiones, no oculta el aspecto exorcista; pues al pasar la procesión por los distintos lugares de la ciudad, entre ellos los infectados, trata de beneficiarlos con los efluvios protectores de las imágenes, de expulsar el mal de
la totalidad del lugar habitado. Los santos antipeste más invocados eran San Sebastián, San Roque y San Nicasio. Las fuentes biográficas cuentan que San
Roque (muerto en 1327?), nacido en Montpellier, fue alcanzado por la peste en Italia y expulsado de Pasencia (Piasenza), se refugió en una cabaña en los alrededores de la ciudad. El perro del señor de la vecindad robaba comida que entregaba a San Roque, siendo este hecho entendido como un mensaje
por el dueño, Gothard, que alimentó a San Roque, convenciéndole éste de que se hiciese eremita. Cuando volvió a Montpelier fue encerrado en prisión, donde murió. Cuenta la leyenda que entonces el calabozo se iluminó y el carcelero descubrió cerca de su cuerpo una inscripción hecha por un
ángel "eris in pestis patronus". Sus reliquias fueron transportadas a Venecia, donde su fama creció rápidamente hasta superar a la de San Sebastián([1]). Había muchas oraciones a San Roque impresas, que tenían al santo como elemento central y que eran recitadas con gran
fervor por la población angustiada. A través de ellas se trasluce esa ansiedad que invadía a la población, como bien las expresan las siguientes estrofas: "Contra el mundo, con espanto Tan temprana guerra empiezas, Que entre ayunos y asperezas, Eras niño y eras Santo: (Oh que felice destino Enseñaste á los mortales! Líbranos de peste y males Roque, Santo peregrino. ... Pídele á Dios, ya loores, Ser en la peste abogado, Y si Dios te lo ha otorgado, Y herido de peste mueres: Oh Roque, patrón divino De pueblos universales: Líbranos de peste y males, Roque, Santo peregrino([2]). San Nicasio también gozaba de gran devoción como abogado de la peste en numerosos pueblos de la provincia ya desde la
Baja Edad Media. P. Alonso de Torres, en su "Crónica de la provincia franciscana de Granada", relata que una epidemia de peste diezmó la población de Úbeda, lo que motivó la organización de rogativas y procesiones de penitencia, que eran imitadas por los niños en las afueras de la ciudad, junto a las eras, y en las que
cantaban "San Nicasio, ora por nobis". Viéndolos, un anciano al que se le atribuía don de profecía predijo la ubicación de allí de un futuro santuario dedicado a San Nicasio; predicción que al cundirse por la ciudad llevó a los vecinos a
levantarlo, junto al cual surgió el convento de monjas llamado de San Nicasio([3]). En la ciudad de Jaén, también en un ejido como
en Úbeda, se encontraba la ermita de San Nicasio, que daba nombre al ejido([4]). A mediados del siglo XVII, en la diócesis de Jaén existían numerosas ermitas que tenían por advocación a algunos de
los tres patrones intercesores de la peste de mayor advocación en el mundo cristiano. La mayoría de los pueblos contaban con alguna de ellas, y las ciudades importantes con las tres, como podemos observar en la siguiente relación([5]).
La advocación a San Sebastián estaba extendida por toda la diócesis. San Roque tenía su culto al Sur de ella,
principalmente en las tierras de la Orden de Calatrava y la comarca de Jaén, lo mismo que San Nicasio. Solían hacerse rogativas anuales en las ermitas de estos santos, como en la villa de Jimena, a cuya ermita de San Sebastián, cuentan las relaciones topográficas de Felipe II, que se iba "en proçesyón por la pestilencia"([6]). También en Alcalá la eal, al que en 1588 se cosideraba "patrono e defensor de cloración de los aires e pestilencia e reparador de las ruynas, que para estas causas se siguen"; y circulaba la leyenda de que, en tiempos pasados "fue visto caballero en un caballo blanco, vestido de verde con un manojo de saetas en la mano en el memorable fecho de la Boca de Charilla"([7]).
([1]) Delumeau, Jean.: El miedo..., pág. 216-220. Y Novena al glorioso San Roque, abogado contra las enfermedades epidémicas, precedida de un resumen de la vida del Santo, y al
fin sus Gozos y unas fervorosas oraciones para implorar, por medio de la Santa Cruz, el auxilio divino contra las calamidades de la peste. Madrid, 1848, pág. 1-6. ([2]) Novena al glorioso San Roque, abogado contra las enfermedades epidémicas, precedida de un resumen de la vida del Santo, y al fin sus Gozos y unas fervorosas oraciones para implorar, por medio de la Santa Cruz, el auxilio divino contra las calamidades de la peste. Madrid, 1848, pág. 7-26. ([3]) Almansa Tallante, Rufino: "Los monasterios de Santa Clara en la provincia de Jaén (IV)". En Senda de los Huertos, n1 37 (1995), pág. 46-47.
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