1. La única
verdad.
“Allí se te representará luego el apartamiento
de todas las cosas, el agonía de la muerte, el horror de la sepultura, la
suerte del cuerpo que vendrá a ser manjar de gusanos y mucho más la del ánima
que entonces está dentro del cuerpo, y de ay a dos horas no sabes donde estará“[1]
Esta cita de fray Luis de Granada indica muy bien la naturaleza del miedo
ante la muerte en toda época, más peculiarmente en una sociedad católica,
aunque la muerte es un hecho capital en toda manifestación humana,
indiferentemente del momento histórico en que se vive. Para Julián Marías es
el desenlace del argumento dramático de la vida.[2]
Excelente definición para la sociedad del Antiguo Régimen, de creencias
acendradas, en la que los actos y la fuerza de la imágenes aportan un sentido
dramático a la existencia.
Georges Duby comparó la muerte medieval con la vivida en nuestro tiempo.[3]
Escondida, marginada como un suceso molesto, casi vergonzoso. Nuestra época, en
una sola generación ha cambiado la manera de actuar frente a ese desenlace. De
los velatorios en la casa propia, cargados de significación social, de visitas
y palabras rituales, también de las inevitables escenas de humor negro en
algunos casos, se ha pasado al tanatorio, aséptico y de sobrecogedora frialdad,
aunque menos macabro. Cada época tiene el sentido de la muerte que le
corresponde. La buena muerte, el ars
moriendi, a las esquelas funerarias que se disimulan en los periódicos de más
tirada. Hasta llorar es de mal gusto, cosa de gente de medio pelo.
Volviendo a Julián Marías, la multiplicación de seguridades que el
hombre actual exige y recibe, el exceso de información, las formas actuales de
vivir, en resumen, hacen que “ sea improbable que el hombre de nuestro tiempo
se pregunte por su destino último” [4]
La muerte es un misterio. Y siempre es temida, antes y ahora. Sin embargo
en el pasado el miedo a la muerte, que era muy grande, y bien lo sabían los
predicadores y confesores, no tenía el componente de angustia de las sociedades
modernas, secularizadas, inevitablemente heridas por el nihilismo. Posiblemente
el miedo a la total aniquilación puede ser igual que el miedo al infierno, Sin
embargo el creyente tenía, y tiene, fe en el perdón, en la fuerza de los
sacramentos y en la misericordia de Dios. Quizá tenga razón Henry de
Montherlant al afirmar, a través de uno de sus personajes literarios, español
y anarquista, que la idea del miedo a la muerte es de origen reciente, que parte
del momento en el que se debilita la fe en Dios.[5]
A partir de estas someras reflexiones haremos una incursión en la visión
de la muerte en el pasado y en las tierras de Jaén. [1]
Granada, fray Luis de Guía de
pecadores. Madrid, 1966. Pág. 19.
Arturo y su mundo. Madrid, 1991, pág. 49. [2]
Marías, J. Tratado de lo mejor. La moral y las formas de la vida. Madrid, 1996,
pág. 170. [3]
Duby, G. Guillermo El
Mariscal. Madrid, 1987, págs.
9 y SS. [4]
Marías, J. Persona.
Madrid, 1996, págs. 50 y 51. [5]
Montherlant, H. de El caos y la noche.
Barcelona, 1974., pág. 98. |