2.1. Caballeros, labradores y vecinos.

La gravedad de tal amenaza implicaba una rápida reacción destinada a poner remedios adecuados para combatirlas. Antes de describir la organización de los vecinos para los trabajos de extinción de la langosta, debemos tener en cuenta la existencia de unos fuertes vínculos vecinales y del carácter dirigente del Concejo y del Cabildo Eclesiástico.

El Concejo era gobernado por un cabildo y regimiento municipal, presidido por el corregidor que representaba al Rey. No todas las ciudades y villas del Reino de Jaén contaban con este magistrado, sólo algunas de las más importantes como Úbeda, Baeza, Alcalá la Real y Andújar. Los gobiernos municipales más importantes eran controlados por las oligarquías locales, de origen habitualmente nobiliario, que monopolizaban mediante herencia, renuncia y compra los principales oficios públicos: veinticuatrías, alferezazgos y alguacilazgos mayores, juradurías y escribanías mayores entre otros.

Los cabildos municipales tenían una amplia serie de funciones: judiciales, militares, sanitarias, educativas y económicas, sector en el que ejercían cierto intervencionismo, hecho que explica la importante función de los gobiernos municipales en los trabajos para exterminar la plaga, como tendremos ocasión de ver. El Cabildo Municipal de Jaén cumplirá siempre su misión en este sentido.

La dirección de dichas labores recaía en caballeros veinticuatro y jurados. Éstos representaban una elite dirigente en una sociedad jerarquizada. Muchos eran además medianos y grandes terratenientes, personas familiarizadas con el campo y directamente interesadas en la rápida desaparición de la langosta.

La Iglesia también colaboraba a través del Cabildo catedralicio. Sus tareas asistenciales se unían a su carácter de gran propietaria de tierras. Su participación en la lucha contra la plaga se realizaba a través de la oración, los conjuros y las aportaciones pecuniarias.([1]) Así el Cabildo Eclesiástico entregó diferentes cantidades de dinero: en 1671, Cabra de Santo Cristo y Jódar.([1]) En 1708 a Villargordo, Fuerte del Rey, Campillo de Arenas, Torredelcampo y Carchelejo y Cambil. ([1])En 1709 se aportaron ayudas a Jimena([1]).

Pero indudablemente el mayor peso de las tareas de extinción correspondía al pueblo llano, que era movilizado, con bandos y redoble de tambor en el siglo XVIII, o a toque de somatén y generala en el XIX.([1])

Para conocer los efectivos humanos disponibles se realizaban padrones en las distintas colaciones, de todos los vecinos mayores de siete años, edad a partir de la cual se debía participar en los trabajos. Se prohibía en los días de trabajo la contratación de jornaleros y albañiles, para no sustraer fuerzas a las tan urgentes tareas. Los reacios a cumplir los mandamientos del Concejo, en este sentido, serían castigados con multas y pequeñas penas de privación de libertad.([1]) Tales sanciones demuestran que si bien el sentido del deber cívico debía de ser muy notable, no faltaban personas que aceptaban de mala gana estas cargas, e incluso que se negaban a tales obligaciones. Así en 1757 se pensó que el mejor momento para acabar con la langosta sería a las primeras horas del día, al amanecer, criterio que fue contestado por el alcalde de un pago que consideró difícil tal medida pues

 

“sería muy difícil porque los trabajadores lo llevarían mui mal por privarse de la comodidad de sus casas”. ([1])

 

A pesar de todo la conciencia de pertenecer a un cuerpo social e institucional como era la ciudad, la villa o el lugar, incluso la misma colación en la que se estaba arraigado y se residía, incidiría en la existencia de cierto deber cívico destinado a cumplir con las obligaciones de extinción que a todos beneficiaban.    



[1] Las aportaciones monetarias: Ibíd, pág. 109 y ss.

[2] A.M.J. Act. 1671. Cab. 3 y 17-4.

[3] A.H.D.J. Act. 1708. Cab. 4-5, 11-5 y 5-6.

[4] A.H.D.J. Act. 1709. Cab. 22-5.

[5] Ibíd. págs. 110 y 147.

[6] Ibíd., pág. 91

[7] Ibidem, pág. 95.

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