2.2. La lucha contra la naturaleza: los trabajos.         

Las tareas de extinción se realizaban por cuadrillas de un número variable de vecinos, dirigidas por caballeros del Ayuntamiento o por los alcaldes de los distintos pagos. En 1757 los grupos de trabajadores oscilaban entre los 102 que hacían sus tareas en Puerto Alto y los 10 destinados a las tierras de Platero.([1])

En 1670 el veinticuatro D. Pedro de San Martín acudió al pago de la Torre del Álamo, encabezando a cien hombres del gremio de hortelanos, para el fin citado. ([1])

En el siglo XIX se llegaron a emplear contingentes militares para su extinción, como ocurrió en 1838 en el término de Jaén, cuando el general Narváez autorizó al Ayuntamiento de Jaen, para que tomase a su servicio dos sargentos, cuatro cabos y 200 soldados, colaboración que fue real en dichos trabajos.([1])

Como decía Ortega “toda vida se encuentra con más o menos técnica o dominio sobre el contorno material”.([1]) Las posibilidades existentes en este sentido, y en los siglos no sólo en Jaén, sino en toda la Europa preindustrial, eran notoriamente bajas con la consecuencia de que los medios para acabar con la langosta eran rudimentarios e ineficaces, propios de su circunstancia histórica.

 Podemos enumerar cuatro obstáculos insalvables: La dependencia absoluta del trabajo manual y animal, de rendimientos limitados y mano de obra no siempre disponible, la ausencia de luz artificial capaz de prolongar las tareas de extinción tras la puesta de sol o antes del amanecer, la lógica ausencia de medios químicos para acabar con los insectos, remedio no aplicado en Jaén hasta principios de nuestro siglo, y por último, la incapacidad de interrumpir o alterar el propio ciclo biológico de la langosta, y no poder evitar su reproducción. Unas plagas sucedían a otras, como ocurrió entre 1670 y 1672.

Haremos un breve repaso de las técnicas de extinción. Un sistema utilizado era el de cavar o arar la tierra con azadas para evitar la reproducción del insecto mediante el canutillo.

Otra labor consistía en llevar ganados a los campos invadidos por la plaga. Ovejas y cerdos fundamentalmente, a éstos, según testimonio de algún hidalgo, les agradaba especialmente la langosta, así en 1620 se decía en el Ayuntamiento de Jaén que

 

“los quales ozando y rebolviendo la tierra se comen el canuto, por ser aficionados a él, y les engorda mucho, por lo jugoso y mantecoso que es”.([1])

 

Las ovejas no la consumían pero se encargarían de pisarla. También se aplastaban los insectos con zurriagos de pleita, manoplas de esparto, mazas y pisones de madera. ([1])

 En 1758 se llevaron ganados de diferentes hacendados y labradores a la Dehesa de Cuevas, Tomillares, Almenara, Pozoancho, Torrebuena, Junquillo, Berrueco, La Olvidada, Dehesa Vieja, Garcíez, Zijueña, Brujuelo y el Ruedo de la ciudad. Se daba el caso de que los labradores podían temer más a estos ganados que a la plaga, así los de Almenara y Garcíez declararon no necesitar tales reses

 

“porque no hay tal necesidad porque no hay langosta y el ganado se comerá la hierba”([1])          

 

La captura de langostas se intentaba con buitrones de lienzo. A inicios del siglo XVIII medían pocas varas cada uno, por lo que serían poco prácticos.

Hubo intentos de acabar con la plaga mediante el encendido de grandes hogueras en la noche. Se pensaba que el resplandor o el calor del fuego acabaría con los insectos pues “acudían a la claridad del fuego y se quemaban muchas” ([1])Uno de los problemas inherentes a este remedio consistía en la falta de gente dispuesta a pasar la noche al raso, lo que motivó que en 1757 se subiese el jornal diario de 1,5, a 2 reales diarios.([1]) Con todo, se ordenó apagar dichas hogueras, encendidas en Puerto Alto, La Aldigüela y la Vega del Infante “por no haber surtido efecto alguno”([1]).

La langosta capturada y el canutillo se enterraban en agujeros profundos, y sobre ésta se esparcía cal, pues se temía la posibilidad de que se produjesen infecciones como consecuencia de su corrupción.([1]) Un pozo para tal fin se realizó en 1707 en la calle de Jesús, “que está en un corral cerrado con su llave”([1]) En agosto de 1756 se urgía a enterrar el canutillo ya que por

 

“los exzesivos calores pordrá corromperse en perjuicio de la salud pública”. ([1])

 

Para obtener una idea general de los trabajos y técnicas de extinción reproducimos una relación de gastos de 1757. ([1])

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Motivos y materiales

Cifras

4 tambores para publicar los bandos

22 reales, 24 mrs.

12 espuertas y un redondal para canutillo

9 reales

Manoplas de esparto

120 reales

80 manoplas de pleita

57 reales

Zurriagos

320 reales, 6 mrs.

26 mazas de majar yeso

50 reales

Pisones

15 reales

Despachos de vereda

102 reales

Reconocimiento dehesas

100 reales

Gastos de administración

1.206 reales

70 cántaros para cuadrilleros

70 reales

 

 

 

 

La lectura de los testimonios que nos hablan y describen la lucha contra la langosta nos hacen ver un hecho claro: la imposibilidad de atajar no ya los daños de la plaga, sino la propia reproducción de ésta. Uno de los asuntos que más preocupaciones originaba era la destrucción del canutillo, “que suele encerrar treinta, quarenta, o cinquenta huevecillos.” ([1])

Las impresiones que se extraen de los documentos de la época nos muestran cierta impotencia para combatir la langosta. No es difícil pensar en la existencia de auténticas persecuciones a campo traviesa en pos de las nubes de insectos, en 1707 se menciona que “con fazilidad se muda de un pueblo a otro “.([1])

Para tratar de prever, aunque con modestos resultados, los movimientos de la plaga era fundamental que los pueblos limítrofes controlasen sus desplazamientos e informasen con diligencia a los concejos vecinos. Este hecho no se realizó debidamente por parte de Mengíbar, si creemos las quejas que Villargordo presentó ante Jaén, en abril de 1708.([1])

 En 1757 se informó al Cabildo Municipal de Jaén de la inutilidad de las tareas emprendidas

 

“y que no alcanzando las fuerzas umanas a su esterminio era yndispensable apelar a las dibinas”.([1])

 

En ese mismo año, después de dos años de trabajos, se afirmaba que la plaga “havía revivido en muchos sitios y parajes deste thérmino y se decía empezaba a dañar los sembrados”([1]). En 1758 se describía la plaga como “mui superior a todas las humanas fuerzas”([1]).

En 1847 el prior de Quesada D. Cesáreo Aguilera señalaba la urgencia de tomar medidas contra la plaga procedente de Cazorla

ya que marchaba

“En barras inmensas y no hay poder que la detenga, lo que antes pudo hacerse con diez hoy no se puede hacer con millones”.([1])

En referencia a la falta de mano de obra, citaremos una noticia de 1757, cuando

 

“algunos de los hombres del campo que asistían se hallan en la caba de las viñas y otros que son milizianos en la asamblea y revista general, lo que se haze preciso valerse de los ofiziales que tengan los maestros en todos los oficios menestrales de esta ciudad”([1]).

 

Los trabajadores recibían un jornal diario. En 1757 ascendía a un real y medio, que se aumentó en dos por

 

“no poderse mantener con el real y medio que les está señalado y con espezialidad los que se hallan con muxer y hixos y demás dan mal el travaxo por la misma razón...”([1])



[1] A.M.J. Leg. 302.

[2] López Cordero, Aponte Marín. pág. 90.

[3] Ibidem, pág. 143.

[4] Ortega y Gasset, J. En torno a Galileo. Madrid, 1996, pág. 67.

[5] López Cordero, Aponte Marín, pág. 94.

[6] Ibidem, pág. 97 y Apéndices 2, 3 y 6.

[7] A.M.J. Leg. 152.

[8] Ibidem, pág. 95. El testimonio es de 1757.

[9] A.M.J. Leg. 152.

[10] A.M.J. Leg. 152.

[11] Ibidem., pág. 94..

[12] A.M.J. Act. 1707. Cab.7-11.

[13] A.M.J. Act. 1756. cab. 12-8.

[14] A.M.J. Leg. 302.

[15] López Cordero, Aponte Marín, pág. 93.

[16] A.M.J. Act. 1707. Cab. 11-7.

[17] A.M.J. Act. 1708. Cab. 2-4.

[18] López Cordero, Aponte Marín, pág. 92.

[19] Ibidem, pág. 92.

[20] Ibidem. pág. 93.

([21]) Torres Navarrete, Op. Cit., VI, pág. 232-233.

[22] A.M.J. Leg. 152.

[23] A.M.J. Leg. 152.

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