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2. Violencia contra las mujeres. Un importante número de casos de violencia tienen como víctimas o
participantes, aunque en un grado muy inferior, en este último caso, a
mujeres. La sociedad giennense de siglos pasados se circunscribe en un universo
en el que prevalece una determinada escala de valores, aceptada por el
conjunto del cuerpo social, aunque con matices diferentes, y supeditados a las
diferencias de estamento, clase, lugar y época. El honor y la reputación ante la colectividad, aspecto éste último
que podríamos incluir en el concepto de honra, representan vigencias de vital
importancia en la visión de la vida y en las relaciones individuales y
colectivas. La honra, o el honor, fuente en tantas ocasiones de actos violentos, se
centraba en gran medida en la honestidad femenina, determinada por el recato,
la sumisión, una limitada vida social, salvo en las clases populares, la
virginidad antes del matrimonio y la fidelidad dentro de éste[1]. Al atacar la reputación de la mujer no sólo se produce un ataque
hacia ésta de manera individual, sino que se actúa contra toda la familia en
su sentido más amplio, pues se pone en juego la respetabilidad de linajes y
casas. La sociedad del Antiguo Régimen, así como la de generaciones
posteriores que conservan ciertas pervivencias en cuanto a criterios morales y
valores, posee una marcada sensibilidad hacia lo público, hacia la opinión
ajena. La vida privada es todavía muy limitada, el relativismo moral mínimo
y gran parte del tiempo, sobre todo en el caso de los varones, transcurre en
la calle, la plaza o el trabajo, donde se habla y se juzgan comportamientos
ajenos al tiempo que se consolidan o se pulverizan reputaciones. Las mujeres, sobre todo las de los niveles medios de la sociedad, tenían
una vida marcada por grandes limitaciones y difíciles preceptos: no podían
salir solas a la calle, estaba mal visto asomarse a los balcones, no era de
buen tono salir demasiado ni siquiera en carruaje, considerado por los
moralistas como un verdadero instrumento del demonio para la perdición del
alma de sus usuarias... Un cúmulo tal de prohibiciones implicaba a su vez una
enormes posibilidades de incumplirlas, también de censuras, malentendidos y
escrúpulos de mujeres y hombres. [2] Otro factor de vital importancia para comprender el problema descrito
se deriva, según Tomás y Valiente, de la crisis existente en el siglo XVII,
que dificultaba el acceso al matrimonio. Ringrose ha demostrado como en Madrid
un importante número de varones son criados o jornaleros que no pueden
contraer matrimonio por falta de medios para mantener una potencial
descendencia. Asimismo, muchas mujeres no puden casarse al no tener dote. En
no pocos casos este problema era soslayado con unm matrimonio desigual, pero
en otros este hecho era inaceptable y se prefería la soltería. En las
familias de hidalgos arruinados la presencia de hijas doncellas, cada vez más
avejentadas, no debía de ser infrecuente. Todos estos hechos originaban la existencia de relaciones sexuales
fuera de los cauces establecidos a través del matrimonio. Y por tanto la
existencia de conflictos en un medio muy poco tolerante al respecto. Veamos algunos ejemplos: en 1615, en Bailén, una joven "güerfana,
doncella, honesta y recogida", es decir de buena vida y reputación no
una perdida, que vivía además en la casa de su tío el licenciado Alonso de
Arnedo "en mucha guardia y custodia", fue cortejada por un tal Docio,
rechazado en distintas ocasiones. Éste ofendido "aguardó tienpo y ocasión,
no pudiendo cumplir su boluntad y el domingo pasado, último deste año, no
estando en esta villa el dicho licenciado... entró en las dichas casas queriéndome
forzar y por sólo que no quise lo que me pedía, me dijo que era una puta
probada y otras palabras que no caben en mi onestidad y calidad, y no contento
con esto trajo un palo de su casa y con el me dio muchos palos y me desgarró
el rostro y hizo otros malos tratamientos" [3]. La brutalidad de los hechos referidos es evidente. Debemos comentar
algunos aspectos de esta noticia, así en el citado caso se hace especial
hincapié en la calidad de doncella " honesta y recogida", que se
relaciona con los consejos que los moralistas daban a padres y tutores al
respecto [4]
Otro hecho destacable es la herida en el rostro, que constituye un estigma y
originaba una mayor humillación a la mujer agredida. Un caso similar, éste
de 1602, tuvo como víctima a una portuguesa, Isabel Fernández, a la que
Diego de La Guardia y su criado maltrataron de obra y palabra y la hirieron en
la cara, todo ello en su propia casa [5].
La inmoralidad que en ocasiones se daba en el clero también ocasionaba
hechos violentos, normalmente entre clérigos y mancebas, así en 1627 un
hombre de Iglesia de Marmolejo, el maestro Diego Ruiz Boquizo fue acusado de
dar "bofetadas, palos y que le hizo otros malos tratamientos"a
Marina López[6]. Ni las religiosas estaban a salvo de algún tipo de violencia, así en
1629 un vecino de Villacarrillo estaba detenido "sobre dezir tubo ciertas palabras descompuestas con unas monjas
del conbento de dicha villa" [7]. Otro caso en el que la negativa a una proposición deriva en
agresiones. Las mozas de tabernas y mesones estaban muy expuestas a
situaciones de esta naturaleza. La Constituciones Sinodales del Obispo Moscoso
y Sandoval prohibían que en tales establecimientos los dueños las
expusiensen "para ofender a Dios", castigando con 6. 000 maravedíes
a los que no cumpliesen la norma. [8]
Así ocurre con María de Santiago, que en 1650 dio cuenta al
corregidor de como el tabernero Bartolomé Sánchez de Torres "biolentamente
quiso tener su amistad carnal y que por no aber condecendido con la boluntad
del susodicho la abia maltratado" [9],
y con el mesonero de Bailén, encarcelado en 1646 por "las demasías e
malos tratamientos que hiço en el mesón grande desta villa a una mujer que
sirve en él"[10]. Es evidente que taberneras y mesoneras estaban menos protegidas por el
entorno familiar que las doncellas, esposas y viudas. Aparece indudablemente el peso de la honra, de la propia reputación
siempre frágil y en peligro en los pequeños medios rurales. D. Alonso Martínez
Donaire y Lorenzo Bautista de Mora, estaban encarcelados en Villacarrillo, y
afirmaba ante escribano el primero "ynputándome a mi... haber ablado
palabras de jactancia desonrrando a la dicha María de la Fuente... y a mi el
dicho Lorenzo Bautista aber dado de palos al dicho Miguel Ruiz". Todo se
produjo cuando ante la inminente boda de María de la Fuente"deramó
boces de que la había gozado y escribió dos cartas infamatorias para
desbanecer dicho casamiento y demás de lo referido aberse alabado dello en
distintas ocasiones y aconsejado a dicho Lorenzo Bautistya a que el otorgante
(ya marido de María de la Fuente) le diese de palos. "[11] En el siglo XVIII tales hechos se repiten de igual manera, sin que se
note un cambio en las costumbres. En 1769 Juan de Pancorbo "con poco
temor de Dios y desatendiendo sus obligaciones " agredió a doña
Nicolasa de Morales y a dos hijas "ultrajándolas de palabra y obra e
hiriéndolas con un palo"[12]. La situación de indefensión en la que muchas mujeres se encontraban
se refleja con precisión en un caso de 1777. Juana Josefa de Espejo, narraba
ante escribano, como poco después de haber contraído matrimonio con su
marido, ante los malos tratos sufridos, tuvo que separarse de éste, y volver
a casa de sus padres. El marido, Juan Pérez, estanquero de Torredelcampo había
intentado incluso asesinarla. La amistad de éste con el escribano José
Fausto de Olivares, resentido por antiguas razones con la huida, fue utilizada
para buscar el medio de obligar, a la esposa fugada, a volver con su esposo.
Previamente el párroco de Villargordo le aconsejó buscar refugio en otra
casa, de manera que fue depositada en el domicilio de un militar como criada,
de donde la sacaron el estanquero y el escribano, tras fracasar en dos
tentativas. La obligaron a volver a su casa, amenazándola con que pasaría
seis años o más en el hospicio si no aceptaba tal imposición, de manera que
al final "bendría a morirse" en tal clausura. Cuenta la víctima
que le parecía mejor "un encierro temporal que exponerse a morir a las
manos de su marido" y se dispuso a "mas bien a morir que a vivir con
honra". Con todo volvió al domicilio conyugal y continuó su calvario
donde vivió "con tanta opresión y miedo que no a sido dueña de tratar
con persona alguna ni lo pudiera hacer en aquel lugar por ser los alcaldes
pedaneos y todos sujetos a la justicia desta ciudad y themen al dicho
escribano por los daños que lesd causa u les pudiera originar". En la
ausencia de su marido, Juana Josefa de Espejo consiguió escapar y presentar
el testimonio descrito ante escribano. [13]
Es evidente que si algún galán cometía algún desafuero con alguna
doncella más o menos incauta, había formas expeditivas de lavar la ofensa.
Éste debió de ser el caso de un vecino de Jaén de 15 años que en 1605
afirmó, ante el correspondiente escribano que "por engaños y persuasión
" de una joven "le entró en su casa y tiniéndole dentro un hermano
suyo le quiso matar y le tiró muchas estocadas amenaçándole que le avía de
matar si no se casava con la susodicha" el pobre mozo estuvo secuestrado
varios días y bajo amenazas de muerte dio su palabra de casamiento, momento
en el que fue llevado escoltado por cuatro hombres a casa de un procurador,
para ser rescatado por orden del corregidor en el mencionado trayecto. [14] Asimismo el ejemplo expuesto nos obliga a mencionar las frecuentes
agresiones sufridas por las mujeres en el siglo estudiado. Los moralistas
condenaban estos hechos con cierta reiteración, aunque como indica Mariló
Vigil, algunos de ellos sin mucha convicción. [15] Mujeres que no siempre padecían en silencio este tipo de abusos y
brutalidades, sino que en ocasiones-probablemente las menos-las ponían en
conocimiento de la Justicia, que las sancionaba con cierta severidad. Un
ejemplo: en 1623 Juana de Contreras, mujer de Bartolomé de Ayllón, y vecina
de Jaén, exponía ante escribano que su marido "me a hecho y haze
intanzia para que me oblige con él a favor de algunas personas con cantidades
de mercaderías y otras cosas respeto de que pretende hazerme fuerza y
violencia, y es hombre terrible, de mala condizión que pone en execución sus
amenazas... lo que si me escusse de otorgar qualquier escriptura pondría en
mi las manos y me haría malos tratamientos de obras y de palabras", y
dejaba constancia mediante acta de que cualquier escritura que firmase, lo sería
bajo amenazas y coacciones, y por tanto se considerase sin validez legal. [16] En 1623, se acusaba al veinticuatro D. Alonso de Moya de la muerte de
D0 Petronila de Moya. [17].
En 1651 el veinticuatro de Jaén D. Juan de San Martín Delgado, era procesado
ante la Real Chancillería de Granada por amancebamiento "y aber hecho
malos tratamientos " a su esposa. [18] Hay algún ejemplo de violencia femenina sobre varones, y sobre todo
muchas peleas entre mujeres, normalmente de extracción popular. En 1609 había
tres mujeres encarceladas en Jaén acusadas de las heridas dadas a Pedro de
Leiva. Fueron condenadas a un destierro de Jaén y su término durante cuatro
años. [19] El adulterio, por parte de la mujer, que obsesionó a los moralistas y
al conjunto de la sociedad española del Antiguo Régimen no debía de ser muy
raro, y muestra que determinadas mujeres no eran ni tan sumisas, ni tan fáciles
de manejar como a veces se pensaba, además de ser transgresoras de los
patrones de valores vigentes [20],
y aunque la ley permitía al marido engañado matar a la adúltera para
limpiar su honor, esta práctica, cada vez más condenada por los moralistas,
dejaba paso al perdón, con determinadas condiciones; citaremos un ejemplo, de
1641, en el que fueron acusados de adulterio Juan Pérez y Francisca de
Torres. El marido la perdonó a condición de que fuese desterrada a seis
leguas de Jaén, y en caso de no cumplir esta condición quedaría sin efecto
el perdón y sería recluida a perpetuidad, en el Emparedamiento de Baeza y
recibiría doscientos azotes [21].
En 1668 un maestro fontanero declaró como había pedido al corregidor de Jaén,
que encarcelase a su mujer, para enviarla después a la casa de recogidas de
la Veracruz de Jaén, donde el esposo "se obligaría a alimentarla todo
el tiempo que estuviese en el dicho recogimiento", y como después fue
sacada de éste por su amante y "se la llebó y tubo consigo como lo avía
hecho otras muchas veces", para ser capturados más tarde por orden de la
Justicia y encarcelados para su castigo. El marido engañado era hombre de
poco pundonor, ya que si bien otorgó poder a procuradores para que se
procediese contra ellos pues "con poco temor de Dios le an hecho
adulterio" al final los perdonó. Todo esto en una época en la que la
Justicia no actuaba contra aquellos maridos engañados que tomaban la justicia
por su mano y acababan con la vida de sus infieles conyuges. [22] Recogimientos y hospicios podían ser los destinos de las mujeres
infieles y díscolas, como hemos visto en dos casos. Las Constituciones
Sinodales del Obispo Moscoso y Sandoval, de 1624, establecían que las mujeres
amancebadas públicamente serían recluidas en una casa de recogimiento,
siempre que no fueran de baja condición social [23].
El emparedamiento de Baeza tenía además fama de lóbrego a mediados del
siglo XVII, como hace constar Jerónimo de Barrionuevo en sus Avisos. La figura del marido celoso es sin embargo constante. En 1777 Josefa
Delgado se encontraba refugiada en la iglesia de La Magdalena, y alegaba ante
notario que la causa de esta conducta "no es otra que el miedo"
hacia la Justicia que la buscaba y hacia su marido que le profesaba verdadero
"encono", pues siempre vivía "con sospechas y desconfiando de
la otorgante". [24] Un caso muy interesante, desarrollado en un entorno social netamente
burgués y que muestra probablemente el cambio de mentalidad existente, o
perceptible ya en el siglo XVIII, es el protagonizado por D. Juan Alonso de la
Peña, de Jaén, que ante escribano afirmaba haber "tratado, servido y
obsequiado con el amor y cariño" debido a su esposa D0 Ana Pérez Antolínez,
que respondía a la buena disposición de su marido con "desazones domésticas"
ante las que éste "callava y se retirava". Asimismo el citado
dejaba a su conyuge decidir y disponer en lo referido a "los efectos de
la casa y labor, como en los tráficos y comercios, despedir a los mozos y
sirvientes y acer y desacer en todo", al tiempo que él sólo se dedicaba
a atender "el aumento de sus caudales y educación de sus hijos, y a el
mejor ornato y decencia de la dicha". Sin embargo D0 María no cesaba de
zaherirle con "un desagrado notorio, un odio formal, un encono conocido y
un continuo mal tratamiento, apellidándole con sobrenombres ympropios a la
qualidad de hombre de vien". Tan insostenible situación llevó al
sufrido esposo, en el transcurso de una de estas trifulcas "a tomar un
cuchillo de cocina que sobre una mesa avía y decirle:muer toma este cuchillo
y mas quiero que me mates que no el que me digas semejantes palabras". Días
después D0 Ana Pérez Antolínez se fugó de su casa. Todo un drama.[25]
Son abundantes los casos de violencia entre mujeres en los estratos
populares, derivados de problemas de convivencia. En 1664 Catalina Gómez,
viuda, se querelló de Ana de Ortega pues ésta fue a su casa "sin causa ni ocasión alguna que para ello se diere, embistió
con la otorgante y le dio muchas bofetadas en la cara y muchos golpes en su
cabeça y cuerpo de que le desconcertó un braço y le arrancó mucha parte de
sus cavellos que se llevó en las manos y le dijo malas palabras y la amenazó
de muerte" [26] Es interesante el caso de envenenamientos atribuidos a mujeres. El veneno producía un auténtico pánico en la Europa del de los siglos XVI y XVII. Se hablaba de sustancias capaces de provocar epidemias de peste, como los polvos de Milán, de los que llegaron noticias a Jaén. En 1640 estaba en prisión, en Jaén, Leonor González, acusada de "la muerte de doña Francisca de Mondragón precedida de un bebediço" [27] Y en 1652 se encontraban en la Real de Jaén, desde hacía más de seis meses, dos mujeres, acusadas de "aber hecho y echado unos polbos" en la casa de la denunciante, doña Águeda María de la Torre[28]. En 1696, en Huelma, hubo un intento de envenenamiento mediante el aderezo de una ensalada con solimán[29]. [1] Vigil, M. La vida de las mujeres en los siglos XVI y XVII Madrid, 1986, pág.
145. [2] Vigil La vida de las mujeres.... pág.
31. [3]
Ibid. Leg. 5932. Fol.
638. 1615, [4] Ver al respecto la obra
de Vigil, pág. 18 y ss. [5] A. H. P. J. Minguijosa.
1602. Fol. 385. (v). [6] Aponte Marín, A.
"Reforma de costumbres, violencia y pecados públicos en Jaén en la época
de Olivares" en Códice. Núm. 10, págs. 41 - 45. [7]
Ibíd. [8] Fernández García, J. Anomalías
en la vida de los giennenses en la primera mitad del siglo XVII. Granada,
1991, pág. 174. [9] A. H. P. J. Leg. 1414,
Fol. 197. [10]
A. H. P. J. Leg. 5956. Fol. 177. 1646. [11]
A. H. P. J. Leg. 14. 077. Fol. 32 y 41. 1691. [12] A. H. P. J. Leg. 1246. Fol.
127. 1768. [13]
A. H. P. J. LEg. 2161. Fol. 49 y 76. 1777. [14] Ibid. Leg. 1031. Fol.
76. 1605. [15] Vigil. Op. Cit., pág.
102. [16]
A. H. P. J. Leg. 1257. Fol. 985 (v). 1623. [17]
A. H. P. J. Leg. 1257. Fol. 971. 1623. [18]
A. H. P. J. leg. 1523. Fol. 1553. 1651. [19]
Ibidem. Leg. 1112. Fol. 414. 1609. [20] Vigil. Op. Cit., pág.
139 y SS. [21]
A. H. P. J. Leg. 1514. Fol. 272 (V. ) [22]
A. H. P. J. Leg. 1707. Fol. 147. 1668. [23] Fernandez García, Op. Cit.,
pág. 174. [24]
A. H. P. J. Leg. 2. 145. Fol. 797. 1777. [25]
A. H. P. J. Leg. 2159. Fol. 9. 1772. [26]
A. H. P. J. Leg. 1685. Fol. 130. 1664. [27]
Ibid. LEG. 1408. fOL. 249 (V). 1640. [28]
Ibid. Leg. 1524. Fol. 23. 1652. [29]
A. H. P. J. Leg. 6. 755. FOl. 377. 1696. |