4. El diablo y en infierno.

            La visión católica del mundo admite la existencia del Bien y del Mal. La presencia del Mal, del Diablo es permanente en la Historia, aunque su derrota será inexorable al final de los tiempos.[1] El Diablo tiene un medio para arrebatar almas a la salvación final: el pecado. La Iglesia tiene también poderosos medios para impedir la acción del Mal: los sacramentos, el arrepentimiento, la oración y las buenas obras. En la sociedad tradicional este hecho no es una mera cuestión teológica, sino que es una realidad palpable y cotidiana.

            La imagen del diablo más frecuente en los siglos medievales y modernos corresponde a un personaje con cuernos, barbado, a veces con patas de cabra y rabo.[2]Para Claude Kappler hay que buscar en el siglo XIII la difusión en Europa de la imagen más conocida del diablo, que la considera de origen oriental.[3]

            Así aparece en el retablo de Duque Cornejo, que representa la vida de san Benito, en la Catedral de Jaén, fechado en el siglo XVIII.

            También en el ya mencionado retablo de las Ánimas de San Ildefonso, donde se reproducen unas terribles criaturas infernales que devoran a los condenados. La presencia de monstruos, serpientes y dragones es muy frecuente para representar al demonio.

             A veces los demonios apenas aparecen como criaturas distintas, los cuernos sólo se esbozan pero su expresión es terrorífica, como ocurre con los vencidos por el san Miguel, tal y como se reproducen en la fachada principal de la catedral de Jaén, también del siglo XVIII.

            La representación del demonio en forma de serpiente o dragón es igualmente frecuente en la iconografía barroca. A veces artistas modestos y más bienintencionados que hábiles cometían algún exceso. Ese parece ser el caso del demonio que aparece en el cuadro de san Miguel, de la parroquia del mismo nombre, en Vilches. En 1673 en la relación de una visita pastoral realizada en Vilches en 1674 por D. Alejandro de Dávalos y Benavides, prior de San Miguel de Baeza, se indicaba:

 

            “Su merced a reparado en la fealdad e improporción que tiene el dragón que tiene a sus pies el glorioso archangel San Miguel que está encima del tabernáculo del altar mayor...mandó se le ponga una cabeça y cola o que se pinte en el pedaço de madera que a quedado a los pies”. [4]

 

            Los procesos por brujería o hechicería muestran asimismo una determinada imagen del demonio, como lo muestran las obras de Caro Baroja o Sánchez Ortega.

            La estampa del diablo maltrecho y burlado no está ausente en la España de la época. Denota este hecho, quizás, el optimismo final de la concepción católica del mundo, a través de fiestas y rituales jocosos que podrían tener sus orígenes en épocas muy remotas. Con todo los demonios medievales y barrocos, por muchas parodias burlescas que se hiciesen a su costa en determinadas festividades, tenían poco de ese carácter irónico, o ese otro marcadamente intelectual y también perverso, descrito por algunos autores como Roth y Bulgakov, eran sencillamente cotidianos y terribles en sus aspectos y su carácteres. Nada de elaboraciones intelectuales o literarias, sino sencillamente el Mal.

            Es evidente que todos creían en el demonio, y que se le temía, y se le asociaba con las calamidades más diversas. En aquel tiempo estaba lejos de haber conseguido, lo que según algunos, es uno de sus más inquietantes aciertos: el que se crea en su inexistencia. Las acciones del Demonio formaban parte de la vida cotidiana de la época. La vida de Santa Teresa de Jesús lo demuestra. También la de san Juan de la Cruz, que expulsó a los que atormentaban a un poseso, así en una carta de santa Teresa se dice

           

            “Ahí les envío al santo fray Juan de la Cruz, que ha hecho Dios merced de darle gracia para echar demonios de las personas que lo tienen. Ahora acaba de sacar aquí en Ávila, de una persona, tres legiones de demonios, y a cada uno mandó en virtud de Dios le dijeren su nombre, y al punto obedecieron.” [5]

           

             Los libros de conjuros y exorcismos eran necesarios para combatir además los temporales y las plagas, [6] ya se ha comentado como en 1626 se conjuraron los vientos desde la Giralda de Sevilla., pero también la oración y la protección de Dios, la Virgen y los santos tutelares. Un temporal acaecido en el Santuario de San Benito de Porcuna, y atribuido al Demonio, dio lugar a un cuadro votivo en el que un caballero aparece espada en mano y aferrado al manto de la Virgen. La imagen no puede ser más expresiva. [7]

            La literatura religiosa y la oratoria de los predicadores contribuían a fijar una imagen terrible del infierno. Escribía fray Luis de Granada:

            “Allí, pues, los ojos deshonestos y carnales serán atormentados con la visión horrible de los demonios; los oídos con la confusión de las voces y gemidos que allí sonarán; las narices con el hedor intolerable de aquel sucio lugar ; el gusto con la rabiosísima hambre y sed ; el tacto y todos los miembros del cuerpo con frío y fuego incomportable ; la imaginación padescerá con la aprehensión de los dolores presentes, la memoria con la recordación de los placeres pasados, el entendimiento con la consideración de los bienes perdidos y los males advenideros.“ [8]

           

            San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, incluye una “meditación del infierno”. El fiel que iba a realizar tales ejercicios debía “ver con la vista de la imaginación la longura, anchura y profundidad del infierno”, ”los grandes fuegos y las ánimas como en cuerpos ígneos”

 

            “ así como los “llantos,, alaridos, voces, blasfemias”, oler “humo, piedra azufre, sentina y cosas pútridas”, entre otros espantos del infierno.[9]

           

            Sor Mariana Francisca de los Ángeles, una carmelita descalza de la segunda mitad del siglo XVII, descendió al infierno en visión y una vez allí, según su biografía escrita en los años treinta del siglo XVIII, le metieron la cabeza en un bonete de fuego, por las narices humos de azufre, en la boca una gran piedra, que sacaban luego los demonios con gran furia y

           

            “había (en el infierno) un alboroto horrendo. Tocaban unos tambores y chirimías tan roncas y destempladas que no hay palabras que lo puedan explicar. Hacíanse hogueras y luminarias con piedra azufre, que daban una lumbre muy oscura y un humo hediondísimo “.[10]

           

            Los predicadores mostraban a los fieles, en determinado momento de su discurso, la pintura de un alma condenada, rodeada de llamas, serpientes y demonios, hecho que aterrorizaba al auditorio.[11]

            Estas manifestaciones tienen su equivalente en los ejemplos artísticos antes referidos y veremos que la imagen del infierno que de ellos se desprende no es muy diferente a la de fray Luis de Granada o san Ignacio de Loyola. Además se demuestra la persistencia de una visión del infierno que pervive, sin diferencias notables a finales del siglo XVIII, como se puede constatar en el ya citado retablo de Francisco Calvo.



[1] La caída de Lucifer en la tradición judía en: Graves, R. y Pathai, R. Los mitos hebreos. Madrid, 1986., págs. 51 ss.

[2] Sobre la imagen del demonio y los demonios. Caro Baroja, J. Las formas complejas de la vida religiosa (siglos XVI y XVII). Madrid, 1985. Págs. 76 a 80. Y Flores Arroyuelo, F. El diablo en España. Madrid, 1985., págs. 34 a 57.

[3]Kappler, C. Monstruos, demonios y maravillas a fines de la Edad Media, Madrid 1986, pág. 274.

[4] A.P.V. Libro de Fábrica. 1662-1674.

[5] Muñoz Hidalgo, M.  Memoria de vuelo alto. Juan de la Cruz ( 1591-1991) Madrid, 1992. Pág. 98.

[6]  Ver capítulos dedicados a ambos aspectos.

[7] Molina, E. “Tradiciones de Porcuna, el santuario de San Benito, el padre Galera y el cuadro de la tormenta” en Don Lope de Sosa. 1922. Pág. 175.

[8] León, fray Luis. Guía... Pág. 49. Añade además que habrá “espíritus criados para venganza, y serpientes, y gusanos, y escorpiones, y martillos, y ascensios, y agua de hiel, y espíritu de tempestad”

[9] Loyola, Y. de Exercicios spirituales. Madrid, 1990., págs. 50 y SS.

[10] Caro Baroja, Las formas complejas... pág. 79.

[11] Domínguez Ortiz, A. Las clases privilegiadas en el Antiguo Régimen. Madrid, 1979., pág. 391.

volver