6. La difusión de armas. La inseguridad
era muy grande. Especialmente en los caminos, los montes y al llegar la noche
a las ciudades. Cuando la luz disminuía la gente, sencillamente, se encerraba
en su casa. No había una fuerza policial organizada. Cada cual se defendía a
sí mismo, de una manera individual o apoyado en una vasta red de parientes,
clientes y vecinos. Las armas eran por lo tanto fundamentales. Las espadas estaban muy
difundidas, y se podían obtener por unos pocos reales. Otra cosa es que
fueran fiables para un momento de
apuro. También había abundantes dagas y
cuchillos de monte. Las escopetas, carabinas y arcabuces estaban también
muy generalizadas. La posesión de armas era común a todas las clases sociales. Incluso
los clérigos iban armados, con gran disgusto de En 1640 el Obispo de Jaén publicó un edicto en el que se prohibía, a
los miembros del estado eclesiástico, poseer armas. [2]
Tales disposiciones eran incumplidas, así el prior de Baños de la Encina, el
Dr. D. Melchor Blanca de la Cueva poseía en, 1658, un pequeño arsenal
compuesto de: "una pistola de
cuatro cuartas de largo el cañón, con sus volsos para la munición y una
taleguilla para la pólvora... para postas", un pistolete pequeño, un
cuchillo de monte grande y otro pequeño "ambos en la misma vaina" y
"la espada de mis abuelos que es de estima por ser de Vilbau, de las
viejas y de marca, ésta ba de mayor a mayor"[3] Las armas tenían una función simbólica. Los aprendices, una vez
convertidos en oficiales, recibían a veces una espada y una daga de sus
maestros, como parte de una especie de rito de paso. Tenían cierta significación
aristocratizante muy del gusto del pueblo español. No ya los graves caballeros
veinticuatro de Jaén, sino los regidores y alcaldes de villas y lugares más
modestos las lucían en las solemnidades, aunque se produjesen altercados con
los clérigos locales. Así en Huelma en 1687 el Concejo y Regimiento de la
Villa, otorgó un poder ante escribano alegando que era costumbre por en ciertas
solemnidades que los miembros del Cabildo Municipal fuesen con sus varas y
espadas a la iglesia, a recibir del cura, velas o palmas benditas, éstas últimas
el Domingo de Ramos. En la candelaria de 1687, estaba todo el gobierno de la
villa para entrar en la iglesia, se le enbió recado por el doctor don Lorenzo
de Molina, prior de la iglesia mayor desta billa, haziéndola saber que si abían
de tomar las belas abía de ser sin lass baras de la justicia y quitarles las
espadas y, no yendo de esta forma, no se darían como en efecto no se
dieron". Es de imaginar lo corrida y descolocada que quedaría la elite de
Huelma ante un clérigo tan decidido.
[4] Ya hemos dicho que espadas y dagas eran las armas más frecuentes, y
este hecho es confirmado a través de los inventarios, escrituras de capital y
otros documentos. Las lesiones producidas con tales armas se localizaban
frecuentemente en la cabeza, las manos y el pecho. Las de fuego están ya muy
extendidas en los siglos XVII y XVIII. En los documentos notariales aparecen
escopetas y arcabuces fundamentalmente. El arcabuzazo o el carabinazo se
convierte en la causa de muchas muertes violentas y agresiones de menor
importancia. La agresión, como hecho cotidiano, se producía a veces con armas
improvisadas: azadas, piedras, palos, bolas -procedentes del juego de las
argollas- y sustancias tóxicas, entre los casos que conocemos. [1] Fernández García. Op.
Cit.,pags. 170 y 170. [2] Herrera Puga, P.
Sociedad y delincuencia en el siglo de Oro. Madrid, 1974, págs.
313 y 314. [3] Aponte Marín, A.
"Algunas notas alrededor de un caso de bandolerismo en Baños de la
Encina" en Boletín del Instituto de Estudios Giennenses". Núm.
154, págs. 139 a 147. [4]
Aponte Marín A., "Violencia, conflictividad social e
instituciones en Huelma (1680-1700" en Sumuntán. Núm 1. 1991, pág.
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