CAPÍTULO V.

EL MIEDO A LA SUBVERSIÓN

            Por regla general, los motines fracasaban y las revueltas acababan en derrota, entonces llegaba el miedo para los derrotados, miedo a la represión que solía manifestarse de forma terrible. Para los acomodados quedaba la obsesión de esa multitud anónima incontrolable y el temor a la inversión de las jerarquías. Ejemplo de ello fue la revuelta de la ciudad de Úbeda en 1331, dirigida por Núñez Arquero, un hombre del Común de vecinos que fue erigido en caudillo y expulsó a todos los caballeros, escuderos y gente noble de la ciudad, apoderándose de ella. Sin duda un mal ejemplo de alteración del orden social reinante, que el mismo rey Alfonso atajó citando al caudillo de la rebelión a Mayorga, donde estaba, y ordenó posteriormente ahorcarle([1]).

            Estas rebeliones, que solían terminar en fracaso, provocaban fuerte angustia entre las clases acomodadas, la cual se reproducía cuando sus causas (muy evidentes para la población, como eran las crisis de subsistencias) comenzaban a gestarse. Frente a esto, las medidas siempre fueron muy similares. Así, en el siglo XIX, ante la crisis de subsistencias, las autoridades adoptaban medidas sociales que mitigasen cualquier rebelión, como el reparto de trigo de los pósitos, los donativos, la concesión de trabajo con el arreglo de calles y caminos, la subvención a los acaparadores de granos para que lo pusiesen en el mercado,...([2]), lo que a veces no se conseguía, dando lugar a acciones contra la propiedad privada, sobre todo con robos de frutos del campo y el enfrentamiento violento con los guardas y los caseros de fincas; afectando principalmente a los olivares y montes, caso de Mata Begid, finca municipal de propios de Jaén situada en el término de Cambil, en la que:

               "se presentaban diariamente cuadrillas de hombres vecinos de Huelma a hacer leña sin poderles contener debido al gran número de detentadores dispuestos a arrostrar todo compromiso hasta llegar a insultos e improperios"([3]).

            En puntuales ocasiones el malestar manifestado en acciones aisladas se transformaba en revuelta. Es el caso de la subida del precio del pan en 1847, que provocó una asonada en Úbeda, siendo perseguidos posteriormente varios individuos envueltos en ella([4]).

            El temor al pueblo anónimo se concretaba en las clases más bajas de la población, en particular a los mendigos y bohemios (gitanos), como seres marginales por costumbres y hábitos. Hasta su expulsión, también los moriscos fueron incluidos dentro de este grupo.



([1]) Argote de Molina, Gonzalo: Nobleza de Andalucía. Sevilla, 1588. Jaén, 1991, pág. 399.

([2]) A.M.J. Cab. 30-enero, 9-julio-1856, 6, 8 y 15-noviembre-1857...

([3]) A.M.J. Cab. 24-febrero y 7-mayo-1855.

([4]) B.O.P.J. 18-junio-1847.

 

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