A MODO DE CONCLUSIÓN.

 

Toda investigación histórica posee un carácter fragmentario, y, como afirmaba Emilio García Gómez, la erudición se hace entre todos. Este hecho, sin embargo, no debe impedir que la lectura de las anteriores páginas nos pueda acercar a la realidad del mundo vivido por las generaciones pasadas, en la descripción de sus problemas cotidianos, sus miedos y sus esperanzas.

El panorama descrito es indudablemente desolador: inviernos gélidos, sequías que anunciaban hambres y mortandades, devastadoras plagas de langosta, reclutamientos forzosos para guerras lejanas, lobos y bandoleros en los caminos y la permanente presencia del castigo y la expiación. La hostilidad del medio natural queda demostrada. La armonía con la naturaleza parece estar al margen de la vida de nuestros antepasados, ya que ésta era una dramática y agónica competición con un medio adverso. Hoy las tornas han cambiado y, salvo en espacios geográficos cada vez más contados, es la acción del hombre la que pone en jaque a la naturaleza, con las terribles, y probablemente irreversibles, consecuencias que este hecho implica.

Ante esta relación de desastres, riesgos y situaciones adversas cabe admirar la importante capacidad de adaptación y superación de las gentes del pasado. Es claro, y así nos parece haberlo demostrado con numerosas referencias, que las creencias religiosas, sólidamente arraigadas, contribuyeron a dar un sentido a la vida, por dura que fuese, y una prudente resignación frente a las penalidades e imprevistos. También a acrecentar la cohesión comunitaria, que en sí misma, a través de los lazos de parentesco y vecindad, contribuía a atenuar las difíciles circunstancias en las que se desarrollaba la vida de cada día.

Así nuestro recorrido por estos aspectos del pasado giennense no tiene siempre una lectura negativa. En los hechos y vivencias narrados hay también una evidente capacidad de superación y de conquista del porvenir, no sólo enraizadas en las esperanzas ultraterrenas sino también en la persistencia de la acción humana, en la técnica y la experiencia, que inmunizaban a la sociedad descrita de una aceptación inactiva, de una pasividad que habría sido fatal y suicida. Hay toda una lección de energía vital en este tenebroso recorrido.

Al final de todo una certeza y una evidencia: nuestro mundo no está a salvo del miedo, ya que cada época, también la nuestra, tiene sus terrores y sus zozobras. La posibilidad de un futuro cargado de parabienes sólo depende de la capacidad de las sociedades modernas para reconocer y conjurar los problemas inherentes al reto irrenunciable que nos viene dado, que es la vida, y de ser conscientes de la inseguridad que implica sin caer en la angustia.

Queda la obra abierta, ya que este libro es sólo una aportación y a los ejemplos citados se pueden sumar muchos más. Hemos pretendido sólo abrir un claro en el bosque, denso y cargado de incógnitas, también de hadas y hombres del saco, de nuestro pasado. Atrás quedan muchas sequías, muchas levas, muchas mortandades y miserias.

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