I PARTE. Una relación conflictiva con la Naturaleza Eran cinco alondras / las cinco campanas/ en los
cinco nidos de la alta espadaña.
Felipe Molina Verdejo, Baladilla de
las cinco campanas. Es entonces cuando los habitantes del bosque, los que
tienen y no tienen cuernos, escapan por los frondosos bosques, rechinando
tristemente sus dientes. En el corazón de todos ellos sólo está fija esta
idea: dónde encontrarán en su búsqueda de abrigo, profundas grutas y cuevas pétreas.
Hesiodo, Trabajos y días. Agua y nieve / y vientos bravos corrutos/ !reniego de
tiempos putos!/ !Y ha dos meses que llueve!
De una composición de Juan del Encina. La gente, devorada por la peste o atormentada por sus
pústulas, que por cierto eran inaguantables,, y sin poder dominarse, en pleno
delirio y locura, volviéndose a menudo violentamente contra sí mismos se
arrojaban por las ventanas, se disparaban armas de fuego, etc.; madres que en su
frenesí asesinaban a sus propios hijos, personas que morían nada más que de
pena; otras, simplemente de terror y de espanto, sin estar infectadas en lo más
mínimo; otras que el terror arrastraba a la idiotez y al delirio insano, a la
desesperación y al frenesí, otras a una locura melancólica.
Daniel Defoe, Diario del año de la peste. Cap.
I. Tiempo y alteraciones climatológicas: sequías,
temporales y terremotos.
En las sociedades tradicionales la naturaleza presenta su aspecto más
terrible. El miedo al bosque, al lobo y a la noche tienen mucho que ver con este
hecho. Este temor tenía una dimensión en gran medida inconsciente o
irracional, cuyos orígenes estaban anclados en experiencias atávicas pero
también se explicaba por hechos muy concretos y relacionados con otro rasgo,
también de antiquísimo origen, definía al hombre como campesino.
1. 1. Las estaciones.
Las estaciones se vivían, indudablemente, con mayor intensidad que en
las sociedades modernas, de la misma manera, el contraste entre el día y la
noche eran más marcados.
La estación estaba caracterizada no sólo por unas rasgos climatológicos,
sino también por unas celebraciones y devociones, un cambio en la dieta y una
tareas agrícolas o productivas determinadas. El campo marcaba la vida, de igual
manera que hoy lo hacen la publicidad y el consumo.
Las estaciones aparecían frecuentemente en distintas manifestaciones de
la cultura popular o de la élite. La esposa de un procurador del Número, a
inicios del siglo XVIII incluía en su dote "quatro países de los quatro
tiempos del año con sus marcos, a ocho reales cada uno". [1]
También se realizaban representaciones de las cuatro estaciones en las fiestas
del Corpus, durante el reinado de Carlos II.
La primavera era época de vitalidad, de renacer de la actividad. Las
cuaresmas anunciaban el final del invierno, después de los excesos del carnaval
y tras pagar los arrendamientos de los olivares. [2]Los
cabildos municipales encargaban el abasto de bacalao, o abadejo como también se
le denominaba, considerado básico en la dieta de los pobres, y en cualquier
caso obligado en días de penitencia y mortificación. Ceniza sobre las cabezas,
sermones y cierre de corrales de comedias y mancebías, y todo ello culminaba en
las jornadas de Semana Santa. Después, como sabiamente dice el refrán,
"Por Pascua de Resurrección, tres cosas no tienen su sazón :sardias,
saladas, castañas asadas y predicación". [3]
En abril llegaba la fiesta de San Marcos, época en la que el
refranero aconseja sembrar sandías, y que anunciaba la vuelta de los pastores a
la serranía y el consiguiente abandono de los templados pastos de invierno de
Sierra Morena, para retornar a los montes de Cuenca, Guadalajara y Teruel. Ir y
venir de serranos, las majadas, navas y collados se poblaban de zagales,
rabadanes mastines zagales y ruido de esquilones.
Mayo llegaba "por esas cañadas, espigando trigos y regando cañadas"
[4]
Era este més, en palabras de Manuel Amézcua, romería interminable. Una versión
del romance de Gerineldos, recogida por este autor en Noalejo, se inicia :"Més
de mayo, mes de mayo, /desde las fuertes calores, /cuando los triguiellos
brotan, /las demás echan colores. " [5].
Tiempo de bendecir campos y de hacer enramadas. La vida era más apacible para
mendigos y vagabundos.
El verano llegaba por San Juan, entre hogueras encendidas y enramadas.
los cofrades lanzaban cohetes en el Jaén del siglo XVIII, quien sabe si
rememorando, modestamente, aquellos rituales ígnicos de los que hablara Frazer.
La noche de San Juan se cargaba de significados y atavismos mágicos,
relacionados con el amor y la muerte. Era también por san Juan cuando se
pagaban rentas procedentes de arrendamientos rústicos, alquileres y censos. En
estos días la siega, principal labor del campo giennense en el Antiguo Régimen,
se preparaban y se contrataban las cuadrillas. Por Nuestra Señora de Agosto se
repetían fiestas, ferias y pagos en muchos pueblos de Jaén, excepcionalmente
también por Santiago [6].
Los veranos secaban las fuentes y los ríos, paraban los molinos construidos en
sus riberas.
El otoño se percibía en las tormentas del final del estío. Tiempo de
uvas, granadas y membrillos. Los zumacares enrojecían, y los hortelanos se
aprestaban a recoger los últimos frutos de la estación y los primeros que
presagiaban, puntualmente, el inicio de los fríos y la cortedad de los días.
En san Miguel arrendaban pastos los ganaderos y también las viñas. Por san
Lucas iniciaban los estudiantes el curso escolar, y con este día, de evidente
tradición en Jaén, se vinculaban muchas tareas agrícolas, también San Lucas
marcaba el periodo en el que se autorizaba el vareo de bellotas y su consumo por
los ganados, como consta en las ordenanzas de Baños de la Encina, de 1791 [7].
Santa Catalina, ya a finales de noviembre, era además una referencia importante
en el año agrícola [8]. Con el descenso de las
temperaturas llegaba el momento de realizar las matanzas, como un sacrificio
festivo. Acababa el mes y "por san Andrés, la nieve en los piés " [9]
El sol era más débil y santa Lucía presagiaba el invierno y la
Navidad, época de pagos y cobranzas de rentas y de conmemorar el nacimiento de
Cristo. Los caballeros del Cabildo Municipal de Jaén entregaban aguinaldos a
sus dependientes y oficiales. De esta manera en 1689 se repartieron "por
honra del nacimiento de Nuestro Salbador" 700 reales en tales obsequios [10]
y los hielos cubrían campos y calles. Y hasta san Antón Pascuas son, momento
de bendecir animales y de hacer hogueras, quién sabe si para recordar al sol,
al igual que en la Candelaria, su obligación de recorrer su ciclo anual. Lo
cristiano y lo pagano se entremezclaban.
Esta breve relación, que no pretende ser exhaustiva, trata de atisbar la
fuerza del ciclo de las estaciones en la vida de las sociedades tradicionales, y
en nuestro caso del reino de Jaén. Santos, tareas agrícolas y fiestas marcaban
las diferencias estacionales. También, evidentemente los aspectos climatológicos,
de los que nos ocuparemos más adelante. [1] En la dote de D0 Catalina María
de Celada, esposa del procurador D. Manuel García de Ortega. (A. H. P. J.
Leg. 1859. Fol. 55. 1705. ) [2] Coronas Vida. L. J.
La economía agraria de las tierras de Jaén. (1500- 1650 ). Granada,
1993,pág. 274. |