5. Miedo a la Serpiente y otros animales.

Aunque no tanto como plaga, diversos animales forman también parte del miedo colectivo de la población. Tal es el caso de la serpiente, que desde los más remotos tiempos y en diferentes pueblos ha ejercido un papel fundamental en la cultura popular.

Ya Pausanias, en su Descripción de Grecia, creía que la fuerza letal de las serpientes estaba relacionada con la naturaleza de los pastos de su medio ecológico y, a veces, su mortífero poder lo ejercía a distancia, como manifiesta en la cita de un hombre que al huir de una víbora se subió a un árbol sobre el que mordió la serpiente, lo cual bastó para matar al hombre[1].

En el Cristianismo, la identificación de la serpiente con el Mal ha contribuido a incrementar este miedo colectivo. Así, dice el Génesis: "La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que hiciera Yavé Dios"([1]). De ahí que Eva cayera en la tentación y comiera junto con Adán del Árbol prohibido:

 

"Entonces Yavé Dios dijo a la serpiente:

Por haber hecho esto maldita seas entre todas las bestias del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre y coméras del polvo de la tierra todos los días de tu vida. Yo pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te aplastará la cabeza mientras tú te abalances a su calcañal"([1]).

 

Otras citas bíblicas muestran la relación entre la serpiente y el miedo:

 

"Pues aunque nada espantable hubiese que los atemorizase, / sobresaltados por el paso de los animales / y el silbido de las serpientes, se morían temblando de miedo, / no osando ni mirar al aire, / al que de ningún modo es posible evitar"([1]).

 

El Cristianismo, sin duda, contribuyó a extender el miedo a la serpiente en la cultura popular. La tradición oral de muchos pueblos de la provincia nos ha legado diversas referencias a ese temor larvado al ofidio, principalmente a la culebra, en directa relación con la tradición bíblica. Así lo hace constar Francisco Rodríguez Marín en sus Mil trescientas comparaciones populares andaluzas, al explicar el dicho popular "arrastrando como las culebras":

 

"Créese que en el principio del mundo la serpiente andaba en pie y que perdió ese privilegio á causa de la maldición que le fulminara Dios por haber engañado a Eva... -Según una leyenda popular, la culebra anduvo en pie hasta que, habiendo asustado á la mulita en que la Virgen, el Niño y San José huían á Egipto, ésta la condenó á andar arrastrando"([1]).

 

La culebra es generalmente identificada con la astucia del Mal: "Sabe más que las culebras". Una comparación que ya recogió Quevedo en uno de sus romances:

 

"Las culebras mucho saben;

Mas una suegra infernal

Sabe más que las culebras:

Así lo dice el refrán".

 

Otra comparación sobre este ofidio, "Bebe más leche que una culebra", es un nuevo ejemplo de su astucia maligna, en relación con la leyenda que le atribuye la acción de mamar del pecho de la mujer lactante adormilada mientras introduce su cola en la boca del niño para que calle, robándole así la leche, lo cual se descubre por un cerco oscuro en la boca del niño.

A otras serpientes, como las víboras, se les ponderan sus sentidos: "Oye más que una víbora", en alusión al acto previo a la mordedura de un animal o persona.

El temor llevaba a la persecución. A inicios de siglo, en algunos lugares, como el camino de la Lagartera, carteles clavados en postes ofrecían recompensas a los que matasen una serpiente macho. Se mataban a palos o a pedradas “cortándoles con una faca la cabeza que traen colgada de un palo, y también con serpientes madres y padres”([6]). Junto a estas actitudes convivían otras formas de protección más pacíficas, como en Andújar, donde se aconsejaba plantar un enebro ante la puerta de una casa con el fin de evitar su entrada.

Además de las serpientes, algunos otros animales suelen ser fuente de miedo para la población, bien justificado -caso de las plagas de langosta que se estudian en otro capítulo- o injustificado. El caso de las arañas es uno de los más generalizados, y tiene en la picadura de la tarántula y en sus síntomas un hecho significativo en cuanto es recogido por la bibliografía en el pasado y por las comparaciones populares "Baila más que si le hubiera picado la tarántula"([1]). Incluso son utilizados como sinónimos de fantasmas en algunos pueblos de la provincia, como Pegalajar con la Cancana en los lugares lúgubres y desvanes de las casas.

Los perros, tradicionales portadores de rabia, en determinados momentos son también causa del miedo colectivo que tiene en Santa Quiteria su abogada. E incluso este temor se extiende a supuestos animales imaginarios como el Basilisco -"Mata con la vista, como el basilisco"-, uno de los cuatro animales fabulosos, de los que se mofa Quevedo en El Parnaso Español, y estudia Alejandro Guichot y Serra en El mito del basilisco (Tomo III de la Biblioteca de tradiciones españolas. Madrid, 1884)([1]).

Otros animales mitológicos forman parte de leyendas en la provincia en identificación con el miedo a determinado lugar. Así, una cuento popular sobre el Castillejo de Cárchel, que tiene como protagonista a un sastre, ubica en él a una "Yueca" devoradora de los hombres que atravesaban aquel sitio durante la noche.

La fiera o animal, los espíritus del Mal o el Diablo, la Noche, los lugares solitarios,... aparecen con frecuencia en las leyendas populares -muchas veces relacionados- como fuentes de un miedo que es parte integrante de la sociedad tradicional desde los más remotos tiempos.



[1] Pausanias. Descripción de Grecia. Traducción de Antonio Tovar. Barcelona, 1986, pág. 631.

([2]) La Santa Biblia. Génesis, 3, 1.

([3]) Génesis, 3, 15.

([4]) Sabiduría, 17, 9.

([5]) Rodríguez Marín, Francisco. Mil trescientas comparaciones populares andaluzas recogidas de la tradición oral, concordadas con las de algunos países románicos y anotadas por___. Imp. de Francisco de P. Díaz. Sevilla, 1899, p. 3.

[6] Gutiérrez Solana, J. La España Negra. Ed. A. Trapiello. Granada, 1998, pág. 181.

([7]) Rodríguez Marín, Francisco. Mil trescientas..., pp. 3-4 y 89-98.

([8]) Rodríguez Marín, Francisco. Mil trescientas..., pp. 89-90.

 

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