INTRODUCCIÓN

   

            En el mundo tradicional, el miedo estaba en todas partes. Bien camuflado o manifiesto, formaba parte propia de un pueblo aún inmerso en un entorno amenazador. Este trabajo no trata de reconstruir la historia de Jaén a través del sentimiento del miedo, sino en valorarlo en su debida importancia, pues el miedo ha sido generalmente postergado en los libros de Historia, que enfatizan las actitudes heroicas que esconde en lo más profundo del individuo ese miedo avergonzante. Por ello, en la sociedad tradicional, se le atribuía el miedo a los hombres bajos y serviles, mientras el valor era propio de los nobles.

            El hombre giennense formaba parte de un universo rural. Las poblaciones eran pequeños islotes cercados por inmensos campos, que conformaban un entorno hostil en el que en todo momento apuntaba una amenaza. Pero no sólo el individuo, sino también la colectividad, está sumida en un diálogo permanente con el miedo. En este mundo donde casi todo es inseguro, el miedo es continuo, llegando a convertirse en elemento de orden (caso de la Inquisición).

            Hay que diferenciar entre miedo y cobardía. El miedo es un componente humano, que posee todo hombre. Por lo tanto, la necesidad de seguridad es fundamental. Es una garantía frente los peligros, un reflejo que permite al organismo escapar de la muerte, sin el cual nuestra especie nunca hubiese sobrevivido. Sin embargo, cuando supera cierta dosis, se vuelve patológico y crea bloqueos[1].

            El miedo, si es colectivo, puede llevar a comportamientos aberrantes y suicidas, como se demuestra más adelante en los casos de huidas masivas ante epidemias o en las desbandadas de cuerpos enteros de ejército en la batalla. En estos casos es la suma de todas las reacciones individuales, donde entran en juego factores de agravamiento, siendo fundamental la función de los guías. La multitud se deja influenciar, contagiándose rápidamente y perdiéndose el sentido de la responsabilidad personal, adoptándose juicios absolutos.

            Pero su manifestación también es evidente en la vida cotidiana del hombre tradicional, conviviendo en las manifestaciones humanas. Es el caso de las máscaras que se usaban en las fiestas, reflejo del miedo a lo desconocido y, a la vez, defensa contra él y medio de difusión. Sin embargo, en estos casos, cuando se habla del miedo cotidiano: a los aparecidos, bandidos, lobos,..., no se refiere a comportamientos de multitud, ni a reacciones psicosomáticas; toma entonces un sentido menos riguroso y más amplio que en las experiencias individuales. Se convierte en un hábito que tiene un grupo humano frente a una amenaza, abarcando una serie de emociones que van desde el temor y la aprensión a los terrores más vivos.

            Conviene en estos casos hacer una distinción entre miedo y angustia. El temor, el espanto, el terror pertenecen más bien al miedo; la inquietud, la ansiedad, la melancolía, más bien a la angustia. El miedo tiene una causa determinada a la que se puede combatir. La angustia no la tiene, es una espera ante un peligro indeterminado y un sentimiento global de inseguridad. Ambos, miedo y angustia, tienen sus vínculos en los comportamientos humanos, pues el hombre raramente experimenta miedos que no tengan cierto grado de angustia.

            En el pasado, los miedos eran muy diversos. Había miedos espontáneos en muchas capas de la población; y miedos reflejos, derivados de los dirigentes de la colectividad. Los miedos espontáneos se dividían en dos grupos, unos permanentes (miedos a la Luna, los aparecidos, los lobos,...) y otros cíclicos (pestes, carestías, guerras,...).

            El miedo y la angustia en general era difícil de soportar por la sociedad. Por ello, el papel de la religión era combatir el desaliento en las cercanías de la muerte, prueba de la desesperación e impotencia ante el mal (el Diablo) que existió en gran escala, con el que identificaron  a toda una serie de adversarios como turcos, judíos, herejes, brujas,... (también plagas, lobos, epidemias,...). Se produjo así una introducción masiva de la teología en la vida cotidiana de la población, y el miedo teológico sustituirá al espontáneo, aportando una salida al hombre.

 



     [1]En sentido literal el miedo es una emoción-choque, normalmente precedida de sorpresa, que ha sido causada por la toma de conciencia de un peligro presente que amenaza al individuo que lo padece. Sin embargo, cuando se está en estado de alerta, el hipotálamo reacciona con una movilización global del organismo, dando lugar a diversos tipos de comportamientos somáticos con modificaciones endocrinas, como pueden ser taquicardias o bradicardias, vasoconstricción o vasodilatación, comportamientos violentos o de inmovilización,... Se libera, pues, una energía inhabitual, que no es más que una reacción utilitaria de defensa que el individuo no siempre emplea en el momento oportuno.

 

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