CAPÍTULO IX. HETERODOXIAS

 

1. La Inquisición.

 

La Inquisición tuvo en la Edad Moderna un papel decisivo frente a este tipo de miedos, y a la vez que fomentó la creencia en supersticiones y herejías fue causa de miedo colectivo por el fanatismo por el que se distinguió, los medios de tortura que empleaba y el carácter inapelable de sus sentencias. Esta institución comienza a actuar en Sevilla en 1480 y alcaza su rostro más patético con el dominico fray Tomás de Torquemada, que creó la doctrina del tribunal del Santo Oficio, especialmente dirigida contra judíos y conversos, ampliándose posteriormente a los más diversos casos. La Tribunal de la Inquisición en Jaén no duró muchos años, pues pronto se trasladó a Córdoba, donde adquirió triste fama el inquisidor Diego Rodríguez Lucero.

La Inquisición también actuaba contra la hechicería. El Obispo Alonso Suárez de la Fuente del Sauce, en las Constituciones Sinodales de 1511 dedicó un capítulo a los "sortilegios, maleficios y adeuinos, encantadores y fechiceros i ligadores o dadores de querencias". La mujer, en especial, era más propensa a ser identificada en relaciones con el Diablo, así serán acusadas por el por hechicería con invocación de demonios ensalmadoras, adivinas, curanderas, alcahuetas, visionarias, etc.([1])

En el tribunal de la Inquisición de Córdoba se vieron los casos de los jiennenses con las más diversas acusaciones, como en 1745, año en que se vio el caso por hechicería sobre María Sánchez, de setenta años, viuda, natural de Navas de Tolosa, que fue acusada de "llevar a personas de un lugar a otro... y que se hacía impalpable, atravesando ventanas, puertas y muros"; fue castigada con doscientos azotes, destierro, confiscación de bienes y salir con "coroza, soga al cuello y vela amarilla". Otro caso fue el incoado contra Manuel de Cunha, portugués avencidado en Jaén, y su mujer, María García, acusados de judaizantes, que salieron con "sanbenito, soga al cuello y vela amarilla, la confiscación de sus bienes, doscientos azotes y prisión perpetua. Otros casos eran por sacrilegio, como el del gitano Diego Moreno, natural de Baeza, que por blasfemo, junto a las tradicionales condenas de humillación fue condenado a cinco años de presidio y destierro([1]).

El miedo a la Inquisición aún perdura en la tradición oral de algunas zonas rurales de Jaén. Así, en las casas tradicionales del mundo rural jiennese, que suelen poseer una cocina-estar en alto, sobre la bodega, con una ventana a la calle, se dice que ello es así por temor a la Inquisición, para evitar que alguien pudiera escuchar tras la ventana y denunciarles al Santo Oficio.



([1]) Amezcua Martínez, Manuel: Crónicas de Cordel..., pp. 30-32.

([2]) "Reos jaeneses en un auto de fe. Hechiceros, judaizantes y sacrílegos". En Don lope de Sosa (1924). Riquelme y Vargas. Jaén, 1982, pág. 349.

 

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