2. El miedo escatológico.

 

El miedo escatológico es un tipo de miedo muy presente en el individuo histórico y muy difícil de documentar. Forma parte de tradiciones enraizadas en lo más profundo de los tiempos, a las que se han ido acumulando otras aportaciones culturales, dándoles un carácter singular en lugares determinados, y como en el resto de los miedos colectivos, el aspecto mágico juega un papel principal.

Por razones religiosas, las profundas creencias de origen no cristiano fueron prohibidas o bien transformadas. En el mundo rural, por su aislamiento, estas creencias han mantenido una mayor impronta. De ahí que para nuestro estudio en Jaén nos basemos principalmente en las localidades rurales.

En el pasado la superstición ha jugado un papel fundamental en el hombre. Las largas noches invernales, la impotencia ante las enfermedades y epidemias, el temor frente a una mala cosecha que traía la hambruna consiguiente, la nula formación cultural y, en general, la debilidad ante la naturaleza vista con un halo mágico, contribuían a que en el mundo rural jiennense estuviesen muy  arraigadas las más diversas creencias, muchas de ellas de antiquísimo origen, que en gran parte enlazan con las tierras del Centro y Norte de España, de donde procedieron los repobladores del reino de Jaén en la Baja Edad Media y, por extensión, con la cultura indoeuropea.

El miedo a los espíritus es en sí el miedo a un mundo en gran medida hostil, forma parte de la vida cotidiana del hombre histórico y está continuamente presente en los más diversos actos de su vida. En el pasado era muy generalizada la creencia en los espíritus, de muy diferente tipo, que utilizaban la oscuridad para intervenir en la vida cotidiana periódicamente. Es el caso de las apariciones de difuntos, en busca de una promesa incumplida, de un amor frustrado, o en un acto de amedrentamiento([1]).

El miedo al difunto llevaba a los familiares más íntimos, que presenciaban la agonía del moribundo, a evitar ubicarse a sus pies, pues temían verse arrastrados por la muerte. Una vez muerto, se colaban en el vientre del cadáver unas tijeras abiertas, en forma de cruz, o bien un limón partido con varias especies de clavos pinchadas al mismo; simbologías que intentaban evitar su descomposición([1]).

Estas creencias eran propias de una mentalidad colectiva en la que la vida y la muerte no aparecían separadas nítidamente, pues se consideraba que el difunto no estaba verdaderamente muerto, y en cualquier momento podía mostrarse. A veces, esto estaba provocado por un miedo mágico al difunto e incluso al moribundo([1]).



([1]) López Fernández, Manuel: "El Guadalquivir: un río de leyendas". El Toro de Caña..., n1 2, pp. 527-558.

([2]) Alcalá Moreno, Ildefonso: "La Religiosidad popular ante la muerte: testamentos de Jódar. Siglos XVI al XIX". Sumuntán, n1 2 (1992). CISMA, pág. 24-29.

([3]) Delumeau, Jean. El miedo en Occidente (siglos XIV-XVIII). Taurus. Madrid, 1989, pág. 119 y 130-131.

 

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