4. Los espíritus.

 

La noche era el tiempo de los espíritus. Existía un miedo a la noche, herencia de un mundo inseguro para el hombre, que queda plasmado en la identificación del mal con las tinieblas, como refleja la Biblia en numerosas citas([1]). E incluso la Luna, como elemento de la noche, causa temor y tiene conexiones con el infierno. Entre los antiguos indoeuropeos el Sol es el principio de la vida, mientras la Luna preside la noche y ampara a los muertos, y durante ella se creía que aparecían las almas de los difuntos([1]). En la comarca de Jaén se decía que la Luna encerraba a un hombre con un haz de leña a la espalda, que un día se demoró al regresar del campo, siendo tragado por ella. Esta leyenda enlaza con otras europeas, que ven también en la Luna a un hombre encerrado con un haz de zarzas a la espalda y calzado con zapatos claveteados([1]).

Los fuegos fatuos en la noche estimulaban la imaginación de las gentes, que veían en ellos las más diversas apariciones, algunas de las cuales son recogidas en documentos jienneses del siglo XVI y XVII, como las lumbres que aparecían de noche en las altas torres del Alcázar del castillo de Jaén, en las que algunos veían "algunos Santos cuerpos"([1]), o las luces, fulgores y apariciones en el Santuario o cementerio sacro del Sacromonte de Arjona([1]).

Las largas noches invernales en torno a la única luz de la hoguera y un candil eran propensas a tenebrosos relatos. Se consideraba que por la noche los espíritus malignos campeaban a sus anchas. La casa ofrecía un refugio para el hombre. En el mundo rural jiennense se cerraban puertas y ventanas para que no entrasen; incluso se colaban las tenazas de la lumbre junto a ésta en forma de cruz para que, cuando se consumiese el fuego, estos espíritus no penetrasen en el hogar por la chimenea; rito común a otros lugares, como Cazorla y su sierra, donde se consideraba que las tenazas en cruz bajo la chimenea cerraban la entrada al espectro de la muerte, que rondaba las calles en las frías y oscuras noches de invierno, sobre todo cuando ululaban los perros callejeros ante la visión de la muerte([1]).

Estas creencias, con pequeñas diferencias, estaban muy extendidas por la geografía comarcal y provincial, pues en torno a la muerte, elemento trágico y cotidiano, existía una rica cultura popular que imponía estrictas reglas de prevención. Es el caso de la posición de la cama en el dormitorio -pues el lecho recuerda la sepultura y el sueño la muerte- transversal a las vigas del techo con el fin de evitar que el alma escapase del cuerpo; y, por el contrario, se disponía la cama paralela a las vigas cuando la agonía se perpetuaba; rito también utilizado en otros lugares de Francia([1]). De hecho, el miedo a la muerte tiene una importancia primordial en la cultura popular, que continuamente está presente, e incluso llega a imponer ciertos elementos de comportamiento, como la prohibición de hacer girar las sillas sobre una pata([1]) o abrir un paraguas dentro de la casa, por ser signos que la atraían.

El demonio, como espíritu del mal, está muy presente en las creencias mágico-religiosas jiennenses, al cual haremos también referencia más adelante. Existen diferentes espíritus del mal que, según creencia general, son causantes de todo aquello que tiene un perjuicio para el hombre, desde una plaga de insectos a una enfermedad, frente a los cuales el jiennense tenía en la magia una fe ciega. Es el caso del "mal de ojo", forma de maleficio de brujas y hechiceros capaz de producir incluso la muerte. Se cree que normalmente actúa sobre animales domésticos, embarazadas y niños. Su curación solía corresponder a ensalmadores y santiguaderas([1]). Esta creencia estaba muy extendida por Europa, así como la de gentes que por sus características físicas producían el mal de forma involuntaria([1]). En la comarca jiennense, además de las santiguaderas especializadas en la cuestión, se previene del mal de ojo a los niños con una "higa", tradicionalmente objeto pequeño de hueso o plata en forma de cuerno, otras veces se busca el mismo remedio con trocitos de pan o medallas religiosas.

Una popular enfermedad a la que se atribuía como causa un espíritu maligno era la "culebrilla". Aún hoy día, como en tantos otros lugares, hay santiguaderas especializadas en su cura, que utilizan la oración y un ungüento basándose en sarmientos manteca blanca y azufre.

Este miedo en la comarca es también expresado en los fuegos de invierno, directamente relacionados en el mundo cristiano con el Día de San Antón. La relación de la enfermedad, origen de la Orden de San Antón, "fuego sacro", con los antiguos fuegos de invierno de origen pagano, conduciría a una cristianización de la fiesta y a su rápida difusión. La tradición llegaría a la provincia de Jaén con los primeros repobladores cristianos en el siglo XIII. De hecho en la antigua catedral hay noticias de que San Antón tuvo una capilla y en los estatutos dispuestos para la Catedral por el obispo don Alonso Pecha, en 1368, se determinaba la realización de su fiesta con solemnidad([1]).

Los fuegos de invierno poseen un valor purificador: "ayudan al débil sol invernal facilitando luz y calor, expulsando las tinieblas, el frío y las enfermedades, y con su función lustral ayudan a que vuelva el buen tiempo". En muchos lugares, San Antón, protector de los animales, es el titular de estas fogatas que se celebran la noche del 17 de enero. En algunas localidades, como en Mamoiada (Italia) existe una leyenda que relaciona a San Antonio con los diablos, al tener que bajar el santo al infierno para recuperar su cochinillo, que le habían robado los demonios; cochinillo que a la vuelta trajo el fuego prendido en sus vísceras, haciendo así de Prometeo. Por lo tanto, las fogatas en honor de San Antón tienen un claro valor exorcista que le confiere la asociación de protector de los animales domésticos y vencedor de las fuerzas infernales([1]).

Esta función exorcista de las fogatas es evidente en la comarca de Jaén en algunas acciones que tenían lugar alrededor de las lumbres de San Antón, como era el disparar al aire para expulsar a los espíritus del mal, que en el pasado causó alguna muerte accidental, y que viene a recordarnos otra conexión indoeuropea. Esta costumbre es semejante a otras de Europa central. Así en la víspera de Año Nuevo, que es el día de San Silvestre, los bohemios disparaban con escopetas al aire tres veces seguidas. Su objeto era disparar a las brujas y hacerlas huir despavoridas([1]), objetivo que pudo ser semejante en Jaén; pues, en el pasado, la creencia en brujas era general en la provincia. En Pegalajar se decía de las brujas: "Tres son de Andújar, dos de Escañuela y la Capitanilla de Villanueva"([1]), expresión muy parecida a otras de la comarca. Se contaba que en la noche raptaban a gente y la llevaban en vuelo, haciendo rápidos viajes entre lejanas poblaciones. Esta creencia es las brujas es propia del mundo campesino, de gentes que vivían inmersas en una civilización mágica, que no conocían muy bien el cristianismo e inconscientemente lo mezclaban con prácticas paganas procedentes de la noche de los tiempos. Creían en el poder maléfico de algunas personas con las que convivían, el que identificaron con la demonología que el clero difundió en la cultura popular.

Por otra parte, el motivo de saltar las lumbres recuerda el antiguo ritual de prevención y curación de las dolencias por el sentido purificador del fuego. Además, en muchas localidades, el hecho de dispersar los rescoldos de la lumbre de San Antón con varas y de forma violenta, a la orden de "ya está de dar", muestra también el aspecto exorcista del acto, en el sentido de espantar a los espíritus del mal de forma expeditiva, que huyen ante los rescoldos mágicos de la lumbre.

Otro día, el del Carnaval, aunque de carácter totalmente desenfadado es una fiesta "inquietante, que se vive a la sombra de la muerte", pues las máscaras en realidad son presencias demoníacas. La alegría, los cantos, la licencia general sirve en realidad para disimular la angustia y el temor, que tienen un origen mágico arcaico. Por un lado, el Carnaval es la representación de las presencias demoníacas que instauran el caos hasta el tiempo establecido; y por otra, es el cambio de las jerarquías consuetudinarias y poderes establecidos, que son reemplazados por los opuestos a éstos.

Estas manifestaciones de descompostura formal que, en realidad, formaban parte del orden establecido, trataban por el contrario de garantizarlo, y eran frecuentes en el ritualismo romano. No obstante, el Carnaval tenía un fuerte componente contestatario, pese a ser elemento de garantía del orden establecido. De ahí que en el pasado se realizaran prohibiciones, limitaciones y excepciones formales, con la intención de controlarlo.

Todo termina en el mundo cristiano con el triunfo de la Cuaresma, personaje femenino opuesto a Carnaval, masculino. Adquiere así el conflicto universal de elementos opuestos: Bien y Mal, Ángel y Demonio, Calor y Frío...([1])

En Pegalajar el Carnaval siempre se ha vivido intensamente, pese a prohibiciones que en puntuales períodos históricos se han realizado por parte de las autoridades, volviendo a resurgir con fuerza pujante, en el que las máscaras, bien individualmente o en comparsas, llenan el pueblo, donde la mofa, la crítica, la risa, la diversión y toda forma de esperpento están más presentes que nunca; incluso la fusta mujeril, o actos de incordiar al sexo femenino.

El carácter mágico venía dado por las máscaras tradicionales que diversos disfraces (abuelas jorobadas, monjas, espantapájaros,...), unidos a simbólicos gestos que suponían un encumbramiento de lo feo, una liberación de las presencias demoníacas, que tenían un tiempo limitado de existencia.

Otro día festivo, el Sábado de Gloria era un día cargado de gran simbolismo mágico, estrechamente unido a la conmemoración religiosa de la Resurrección de Jesucristo, pero que en sus ritos populares muestra el miedo colectivo al Demonio y sus posibles acciones. Ese día, coincidiendo con las campanadas que tocaban a gloria a las 10 de la mañana, los niños arrastraban latas y las mujeres salían a las puertas de las casas haciendo sonar repetidamente los llamadores para que no entrase el Demonio, haciendo el mayor estruendo posible. Mientras tocaban las campanas, las mujeres recogían del suelo de la calle todas las chinas que podían, las que consideraban con un gran poder mágico para deshacer nubes o tormentas([1]), tan perjudiciales para la agricultura. En el futuro, cuando viesen el primer rayo u oyesen el primer trueno, tirarían las chinas al aire lo más lejos posible con el fin de disipar la nube. En la Sierra de Segura el acto mágico frente a la tormenta consistía en poner unas trébedes hacia arriba, las tenazas en cruz y el hacha con el filo hacia arriba, junto con oraciones([1]), en una mezcla de magia y religión con reminiscencias moriscas, tal como manifestaba el Obispo gallego de Mondoñedo Antonio de Guevara:

 

"tomar las sartenes o las trévedes azia el cielo, teniendo por cierto que, con aquello se mitiga el trueno y el relámpago; y como esto sea superstición morisca, ordenamos que nadie... ose tal hazer sino que antes se ponga a rezar alguna devozión y encender alguna candela bendita como hacen los buenos christianos"([1]).

 

Durante este día, las mujeres iban también a la Iglesia a recoger agua bendita para asperjar todos los rincones de la casa, por si aún quedaba algún demonio([1]), lo mismo que el cura hacía en todos las capillas y rincones de la Iglesia. Vemos, pues, que esta fiesta religiosa enmascaraba un ritual exorcista a través de dos elementos que tienen una gran tradición sagrada y purificadora en el mundo mágico-religioso como son las chinas (piedra) y el agua([1]).

Otro día del calendario cuyos actos recogían aspectos del miedo escatológico en la comarca, es la Fiesta del Corpus, una fiesta religiosa en la que, como tantas otras, han convivido elementos mágicos, muy presentes en la cultura popular. Esta fiesta surgió en 1246 en la ciudad de Lieja, y el Papa Urbano IV la hizo extensiva a toda la cristiandad. En España comenzó a extenderse por el siglo XIV y, ya en el siglo XV, la Crónica del Condestable nos informa de forma detallada del Corpus en Jaén.

Desde la baja Edad Media, el elemento vegetal está muy presente en esta fiesta. Los suelos se cubren con juncias y otras hierbas, las macetas festonean el recorrido de la procesión y su vegetación adorna las puertas y balcones de las casas. Es un claro recuerdo de las antiguas fiestas de mayo extrapolado a esta fiesta religiosa. En Pegalajar, durante el recorrido de la procesión, la gente hace "porras" con la juncia que alfombra el suelo, una especie de arma con un primitivo sentido exorcista en un acto que tiene como fin ensalzar el poder divino frente a las fuerzas del mal.

En el pasado, los diablillos y sus danzas, tan típicos en las fiestas del Corpus en tantos lugares, tenían un evidente significado como fuerzas del mal vencidas por el poder de Dios. En la Edad Moderna, suelen aparecer frecuentes referencias a las danzas del día del Corpus, como en Martos([1]). En Pegalajar los danzarines del Corpus -especie de diablillos con máscara y cascabeles- eran requeridos a otras poblaciones por lo vistoso de su danza, acompañada por música de laúd y tambor([1]). Sin embargo, lo que más caracterizaba al Corpus pegalajeño eran los "mondinguillos", muñecos hechos de trapo o paja, de tamaño natural, que se colocaban en los altares del Corpus. Solían ser la imagen de dos viejos de ambos sexos que, en principio, representarían a elementos del mal, como podrían ser un hechicero y una bruja. El nombre de "mondinguillos", según Manuel Urbano Pérez Ortega, es muy probable que sea una evolución de la palabra "dominguillos". Con este nombre se designaban en el siglo XVII, durante las fiestas del Corpus de Castilla, a unos muñecos vestidos de rojo, especie de diablillos que eran corneados por los toros.

Por otro lado, una antigua tradición jiennense([1]) está relacionada con la Noche de Difuntos, el 1 y 2 de noviembre, consistía en comer gachas, tomando las sobras para tapar las cerraduras de las puertas, pues se temía el paso de la procesión de los espíritus a medianoche. El fin de tapar la cerradura con gachas era evitar que entrasen en la casa contagiando la muerte a sus moradores, que también recuerda el acto de la colocación de las tenazas en forma de cruz en la chimenea.

Las gachas, como elemento primordial en la cena ritual de la noche, actuaban al tapar la cerradura de las puertas exteriores de las viviendas con un sentido mágico protector frente a la oscuridad, imaginadamente poblada de almas de difuntos que en estantigua recorren en procesión todas las calles, siendo la casa sellada con la comida ritual el único lugar seguro.



([1]) Delumeau, Jean. El miedo en Occidente..., pág. 138-139.

([2]) En el mundo medieval, el Demonio es el señor de la noche en las aldeas y campos. Durante ella, los lugares más peligrosos, según creencia generalizada, eran las encrucijadas de caminos donde se congregaban magos y hechiceros, por un lado, y muertos con condena eterna, por otro, presididos por el Demonio (Caro Baroja, Julio: Las brujas y su mundo. Alianza Editorial. Madrid, 1982, pág. 23 y 101).

([3]) Delumeau, Jean. El miedo en Occidente..., pág. 147.

([4]) "Las señales de la peste..., pág. 302.

([5]) Sabalete Moya, Ignacio: "Los espectros de Arjona". Toro de Caña:revista de cultural tradicional de la provincia de Jaén, n1 2. Diputación Provincial. Jaén, 1997, pp. 267-280. Envía a Tamayo, Fr. Manuel: Discursos apologéticos de las reliquias de S. Bonoso y S. Maximiano y demás mártires que se hallaron en Arjona y de los milagros que Dios ha obrado por ellos antes y después de su invención. 1633. Baeza, 1635. Manuscritos de la Biblioteca Nacional, n1 4033-6184.

([6]) Almansa Tallante, Rufio: "El misterio de la muerte en Cazorla y su sierra". Demófilo. Revista de Cultura Tradicional. La cultura tradicional en Jaén. Fundación Machado-Diputación Provincial de Jaén. Sevilla, 1994, pág. 153-154 y 157.

([7])  En el Perche, se colocaba la cama del agonizante paralelamente a las vigas del techo para que no obstaculizasen la partida del alma (Delumeau, Jean: El miedo..., pág. 132.

([8]) Estas costumbres, como en la comarca de Jaén, también aparecen en Cazorla y su sierra (Almansa Tallantes, Rufino: "El misterio..., pág. 154-155).

([9]) Sánchez Lora, José Luis. "Claves Mágicas de la Religiosidad Barroca". En La Religiosidad Popular. II. Vida y Muerte: la Imaginación Religiosa. Barcelona, 1989, pág. 137.

([10]) Caro Baroja, Julio: Las brujas..., pág. 101.

([11])  López Pérez, Manuel: "Lumbre de San Antón". En Cartas a don Rafael. Ayuntamiento de Jaén. Jaén, 1991, pág. 408.

([12]) Cardini, Franco. Días Sagrados. Tradición popular en las culturas Euromediterráneas. Argos Vergara. Barcelona, 1984, pág. 193.

([13]) Frazer, J. G. La Rama Dorada. Nueva York, 1922. Fondo de Cultura Europea. Madrid, 1986, pág. 633.

([14])  En el pueblo de Bélmez de la Moraleda se dice: "Cuatro somos de Andújar, /tres de la Higuera/ y la que toca el pandero/ de Villanueva" (Amezcua Martínez, Manuel. "Noticias históricas de la brujería en Sierra Mágina". En Comunicaciones presentadas a las V Jornadas de Estudios de Sierra Mágina. Bedmar, 22-marzo-1987. XI Centenario del Castillo. Ayuntamiento de Bedmar y Garcíez. Córdoba, 1987, pág. 501).

([15]) Cardini, Franco. Días Sagrados. Tradición popular en las culturas Euromediterráneas. Argos Vergara. Barcelona, 1984, pág. 193 y 217-225.

([16]) Este acto también se realizaba en otros pueblos de la comarca. También tiene cierta semejanza con los tizones del Nochebueno (gran tronco de olivo que en algunos pueblos de Sierra Mágina era quemado en Nochebuena), que eran guardados en Cambil para en caso de tormenta arrojarlos a la calle y mediante este acto mágico deshacerla (Navidad Vidal, Nicolás: "Ritos de agua y fuego en Sierra Mágina". Demófilo. Revista de Cultura Tradicional, n1 14. La Cultura Tradicional de Jaén. Fundación Machado / Diputación Provincial de Jaén. Sevilla, 1994, pág. 169).

En Mengíbar, también el Sábado de Gloria se celebraba un rito semejante al de Pegalajar, acudían muchos fieles a la parroquia para llenar recipientes de agua recién bendecida, que era esparcida por los rincones de la casa para alejar al Diablo; las piedras que se recogían se echaban en el agua bendecida y se arrojaban a los tejados cuando llegaba una tormenta (Barahona Vallecillo, Sebastián: La Parroquia de San Pedro Apóstol de Mengíbar. Templo y Comunidad. Historia, tradición y Fe. Caja de Jaén, Diputación Provincial y Ayuntamiento de Mengíbar. Jaén, 1995, pág. 238-239).

([17]) Garrido, José Luis: "Apuntes para la etnografía de la Sierra de Segura". El Toro de Caña..., n1 2, p. 525.

([18]) Martín Rodríguez, José Luis: "Religión, popular, magia y superstición en la España cristiana medieval". Magia y Religión en la Historia: Conferencias pronunciadas en el I Curso 'Magia y Religión en la Historia'. U.N.E.D. Centro Asociado 'Andrés de Vandelvira de Jaén. Jaén, 1995, p. 57.

([19]) Acto mágico también muy corriente en los pueblos de Sierra Mágina (Navidad Vildal, Nicolás: "Ritos de agua..., pág. 169; y Ozaez Almagro, Julián: "Tres ritos de expulsión en el folklore de Cambil (Jaén)". Demófilo. Revista de Cultura Tradicional, n1 14. La Cultura Tradicional de Jaén. Fundación Machado / Diputación Provincial de Jaén. Sevilla, 1994, pág. 179).

([20]) Eliade, Mircea: Tratado..., pág. 227 y 237-238.

([21]) López Molina, Manuel. Historia de la villa de Martos en el siglo XVI. Universidad de Jaén - Caja Sur Publicaciones. Jaén, 1996, p. 416.

([22]) López Molina, Manuel: "Danzas en Pegalajar en el siglo XVII". Sumuntán, n1 4. Vol. 4 (1994). Jaén.

([23]) Una tradición de Jódar relacionada con la Noche de los Difuntos, el 1 y 2 de noviembre, consistía en comer gachas, tomando las sobras para tapar las cerraduras de las puertas, costumbre que hoy pervive, pues se teme el paso de la procesión de los espíritus a medianoche los cuales iban echando el "liotón", líquido que señalaba las casas donde fallecería alguien aquel año. El fin de tapar la cerradura con gachas era evitar que entrase dicho líquido. Y el mismo fin tenía la colocación de las tenazas en forma de cruz en la chimenea (Alcalá Moreno, Ildefonso: "La Religiosidad Popular ante la muerte: Testamentos de Jódar. Siglos XVI al XX". En Sumuntán. Anuario de Estudios de Sierra Mágina. Religiosidad Popular en Mágina, n1 2, pág. 28).

 

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