4. Siglo XIX.

 

           Como hemos visto anteriormente, el ejército era una institución antipopular. Subyacente al mito glorioso de la patria y sus héroes existía un gran temor a esta institución por parte de los civiles -quintas, alojamientos, servicios, vejaciones,...- y también de la misma tropa. El temor a un enfrentamiento armado y a la posible pérdida de la vida envolvía de angustia al soldado. Ejemplo de ello fue el pánico del Sábado de Gloria de 1809 en La Carolina, donde estaban las tropas de Alburquerque acampadas; cuando oyeron el tiroteo que tradicionalmente se realizaba en los actos de la fiesta de Resurrección del Señor, se produjo "una fuga vergonzosa que trocó aquel cuerpo de ejército en rebaño espantado por el pánico"([1]).

            El pánico no se limitó a situaciones concretas durante la Guerra de la Independencia. Se puede hablar de una angustia latente que degenera en pánico general ante la llegada de la tropa enemiga. Así se manifestó en la primera llegada de los franceses a Jaén, en 1808. La propia Junta abandonó la ciudad, lo que arrastró mucha gente, entre ellas las personas con algún cargo público. Tras algunas escaramuzas, se entregaron "al más cruel saqueo de todas las casas, iglesias y conventos, asesinaron a muchas personas y cometieron los más horrorosos excesos". Otras referencias ofrecen un relato más dramático. Según los Conde de Toreno, los franceses "degollaron hasta niños y viejos, ejerciendo acervas crueldades contra religiosos enfermos de los Conventos de Santo Domingo y San Agustín". El miedo quizás hiciese habitual la tendencia a la exageración, pero estaba claro que aquellas escenas en Jaén eran de "las más trágicas y horrorosas" que nunca se habían visto.

            La nueva llegada del ejército francés a Jaén capital volvió a provocar el temor en la población:

 

               "El día 22 de enero de 1810... emigraron de esta ciudad la mayor parte de sus moradores, quedándose casi desierta. El horror que tenían a las tropas del tirano... hizo... abandonar sus propios hogares desamparando sus bienes y entregándose a una precipitada fuga. Era objeto de la mayor compasión ver caminar los trémulos ancianos, las débiles mugeres y tiernos infntes en la mayor intemperie, y en unos días de nieve y escarcha, como fueron aquellos... se vieron los campos y caminos llenos de familias que caminaban a pie, y sin más provisión que sus vestidos, que al tiempo de partir tenían puestos. En breve se llenaron las caserías y lugares inmediatos, con especialidad los de la Sierra, de estos tristes fugitivos... Hubo muchos que murieron durante su fuga".

 

            El miedo tenía una inequívoca manifestación en elementos claves, como la Junta Criminal Extraordinaria, que con la invasión francesa se instaló en la ciudad, y el cadalso que se levantó en la Plaza de Santa María, pues la horca era una terrorífica medida disuasoria sobre el pueblo, aunque la medida más corriente era el fusilamiento, como el del famoso guerrillero Pedro del Alcalde el 28 de junio de 1811 y el del capuchino fray José de Porcuna, el 26 de mayo del mismo año. Hubo ejecuciones en patíbulo también en otros plazas de la ciudad, como la del Mercado, donde fueron ahorcados entre el 5 y 9 de diciembre de 1811 nueve individuos([2]).

            En otras poblaciones, como La Iruela, el miedo colectivo ante la proximidad de las tropas francesas desbandaba a la población. En mayo de 1812, cundió el pánico y muchos vecinos huyeron a la sierra con sus familias, aunque las tropas no llegaron a entrar en el pueblo; algo que no es de extrañar tras la experiencia que este mismo pueblo sufrió en junio de 1810 con el incendio de la población. Así lo reflejan explícitamente el Cabildo Municipal:

 

               "... de estos infelices parroquianos y vecinos, los que no mataron y quemaron, que fueron muchos, están en la mayor miseria... unos murieron del susto, otros murieron de ambre, otros durmiendo en el suelo a la inclemencia del tiempo, otros pidiendo limosna..., otros en las montañas y, por último, todos buscando pueblos donde les admitan de vecinos y los socorran con algo..."([3]).

 

            Estas situaciones se hacían extensivas a aquellas otras épocas revolucionarias, ante cualquier noticia de la proximidad de soldados armados. Tal ocurrió en Andújar durante el mes de septiembre de 1840, en el período conflictivo que dio lugar a la expulsión de la Reina Gobernadora María Cristina. La proximidad de parte de un batallón provincial, que se suponía ser el de Sevilla o Écija, que había abandonado a sus jefes y oficiales y en desorden se dirigía a Andalucía, con objeto de desertar a sus casas, hizo que el miedo se apoderara de la localidad por su posible ocupación por una fuerza armada políticamente contraria a las autoridades municipales([4]). O bien en Jaén, durante los sucesos que llevaron a la destitución del general Espartero como regente en 1843, siendo una de las preocupaciones principales de la Junta reunir y controlar a los soldados que habían desertado de sus unidades y andaban sueltos por los alrededores de la población([5]).

            Como en otras épocas históricas, el reclutamiento hecho en períodos de paz seguía constituyendo otro motivo de angustia y miedo para la población. En el siglo XIX los soldados se reclutaban forzosamente y por sorteo para un servicio de ocho años. Los contingentes provinciales eran repartidos por las diputaciones provinciales, atribuyendo a cada pueblo el número de quintos que había de salir entre los mozos. Si había alguna injusticia que pesara tanto en la mente popular como los impuestos, era esa odiada "contribución de sangre". Librarse de ella costaba seis mil reales, suma muy por encima de una familia corriente([6]). También se admitían sustitutos, por lo que era corriente que "por el hijo del amo fuese en lugar el hijo del criado".

            Por otra parte, los soldados estaban mal equipados y era corriente que la situación del Ejército se resumiera en estas palabras: "ni paga, ni comida, ni ropa: y mientras los oficiales de alta graduación y los generales se pavonean vestidos con guerreras resplandecientes de cordones dorados y plateados, o vistiendo llamativos uniformes al margen de la ordenanza, los soldados van en harapos y descalzos"([7]).

            Todos los años la Diputación Provincial practicaba entre los pueblos de la provincia el repartimiento del cupo que le había correspondido.

            Había varias formas de librarse del servicio militar:   

‑ La más utilizada era la deserción, con lo que el quinto era declarado prófugo y consecuentemente perseguido. Como fueron los casos de Juan Manuel Yeguas Herrera (sustituto de un quinto de Jaén) que en 1882 no quiso presentarse al embarque para Cuba([8]).

‑ Mediante el pago de dinero (6.000 rs.). Siendo el sueldo de un jornalero giennense a mediados del siglo XIX de 4 reales diarios, podemos hacernos una idea.

‑ Mediante la sustitución, como anteriormente hemos referido. De hecho, la mayoría de los reos prófugos en 1847 -14 en total-, cuyos procesos radicaban en el Juzgado de 10 Instancia de Jaén, lo eran por falsificación de documentos para sustitutos de quintos, por encima de los casos de robo -13 casos-, muerte y otros([9]).

            En el caso de la sustituciones se realizaba un contrato por el que un padre se comprometía a mandar a su hijo a cambio de una remuneración, a ello no era ajena la situación de penuria de la familia del sustituto o incluso la presión del pudiente sobre el necesitado. En el caso de José Luna, quinto sustituido por José Romero, en 1841, se estableció un contrato por el que el sustituido se comprometía a pagar 2.500 reales al padre del sustituto en diversos plazos y el sustituto a realizar los seis años de servicio, que en este caso terminó en juicio por incumplimiento del pagador([10]).

            Otro tipo de sustitución en las primeras décadas de siglo era el apresamiento de un desertor y su convalidación por el quinto. Existen referencias a personas que se dedicaban a apresar desertores con este fin. Es el caso de Francisco Lario, vecino de Mengíbar, que para librar a su sobrino del servicio, aprehendió primeramente a un prófugo, no valiéndole para conmutación por falta de talla. Un segundo apresamiento, en un prófugo de Villargordo, tuvo mejor resultado, quedando libre del servicio militar su sobrino.

            Indudablemente, los prófugos eran abundantes. Ante la proximidad de la quinta, muchos de los mozos a sortear abandonaban los pueblos e iban a trabajar a distantes cortijos, no presentándose al alistamiento([11]). Otros, cuya talla rozaba el límite de extensión establecido buscaban otros medios de exención, como el emborracharse la noche anterior a la medición, porque decían que el cuerpo se encogía en estado de embriaguez.

            Ante esta temible contribución humana, también los mismos ayuntamientos intentaban exonerar a sus mozos. El caso de Carchelejo en el reemplazo de quintos de 1896 es evidente al respecto, tanto es así que tuvo que intervenir la misma Comisión Provincial de alistamiento para que se presentasen ante ella los mozos que no lo habían hecho. Sin duda, la Guerra de Cuba, iniciada en 1895, era la clave ello; pues en Carchelejo eran muy pocos los que podían librarse del servicio a cambio de las 2.000 pesetas que se exigían.

            El Ayuntamiento intentó la libranza del servicio a través del capítulo de alegaciones y, en concreto, a lo que al tallaje se refiere. El reemplazo de 1896 lo constituían los mozos nacidos en 1877, con 19 años de edad, los cuales, tras el tallaje realizado por una comisión municipal, nueve de los veinte examinados no alcanzaban la altura requerida (1,500 m.), siendo declarados como excluidos totales por parte de esta comisión municipal.

            Todos los mozos presentaron algún tipo de alegación; aparte de la talla, hacían referencia a dolencias o enfermedades, o que estaban a cargo de sus padres pobres y ancianos. Por lo que, a resultas de la medición y alegaciones, no se declaró útil en primera instancia a ninguno de los mozos, "quedando uno en depósito, cuatro pendientes de reconocimiento, cinco excluidos parciales y diez excluidos totales"([12]).       

            La impopularidad de las quintas hizo de ellas una bandera política por parte de los grupos revolucionarios que buscaban un nuevo orden social, por lo que en las revoluciones liberales del período no faltaban gritos de (abajo las quintas!; e incluso no faltaban las manifestaciones contra las quintas, como la celebrada en la capital el 20 de octubre de 1872, convocada por el Comité Republicano Federal de Jaén([13]).

            La oposición de los republicanos a las quintas venía siendo manifiesta en la provincia desde años atras. Ya en 1856, el mismo Gobierno Militar hacía expresa referencia a "los revolucionarios de oficio que continuamente tratan de trastornar el orden público", que se ocupaban también de seducir a los quintos. Los mismos ayuntamientos colaboraban en la búsqueda de los desertores, vigilando las casas de sus padres y familias y fincas rurales en donde se sospechaba pudieran ocultarse([14]).

            Otra cuestión que hacia impopular al Ejército era el servicio de alojamientos, lo que ocasionaba notables problemas a los vecinos. Los oficios del Ayuntamiento de Jaén al Gobierno Militar hacen constar que los alojamientos gravaban a los vecinos de una forma insoportable y relevaban a la Hacienda militar de la prestación del utensilio de su cuenta. Esta oposición de las autoridades municipales daba lugar polémicas en las que tenía que mediar el Gobernador Civil([15]). La falta de cuarteles suficientes en la Capital cuando el número de tropas era elevado -existía únicamente para tal fin el Cuartel del Mercado y, a veces, su utilizaba para tal fin el Pósito, pues el Cuartel de San Agustín, al no ser de propios, no podía disponer el Ayuntamiento libremente de él- ocasionaba el albergue de los soldados y caballerías en las casas de los vecinos, lo que también ocurría en las poblaciones por donde transitaban las tropas, poblaciones que además sufrían el servicio de bagajes, por el que debían prestar sus caballerías y trabajo personal al Ejército, siendo remunerados "tarde mal o nunca"([16]).



([1]) Muñoz-Cobo, León: "Pánico en La Carolina". Don Lope de Sosa, 1922. Edición Facsímil. Riquelme y Vargas. Jaén, 1982, pág. 244-245.

([2]) López Pérez, M.; y Lara Martín-Portugués, I.: Entre la guerra y la paz. Jaén (1808-1814). Universidad de Granada - Ayuntamiento de Jaén. Granada, 1993, pág. 90-92, 294 y 408-409.

([3]) Almansa Tallante, Rufino: "Cazorla y La Iruela en la Guerra de la Independencia". Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, n1 156. Diputación Provincial de Jaén. Jaén, 1995, pág. 17 y 22.

([4]) Comunicación de la Alcaldía Constitucional de Andújar al Ayuntamiento de Jaén, 9-septiembre-1840.

([5]) A.H.M.J. Cab. 3 y 15-julio-1843.

([6]) Kiernan, V.G. La revolución de 1854 en España. Madrid, 1970, pág. 29.

([7]) Marx/Engels. Escritos sobre España. Barcelona, 1978, pág. 153-155.

([8]) López Cordero, J. A.; Liétor Morales, J.; y Rojas López, J.: Pegalajar: nueva aproximación histórica. Ayuntamiento de Pegalajar. Jaén, 1994, pág. 153.

([9]) B.O.P.J. 10-enero-1848.

([10]) A.H.P.J. Leg. 4521. Demanda instruida a instancia de José Romero contra José de Luna, 1841.

([11]) A.H.P.J. Leg. 4520. Expediente de justicia sobre solicitud de sustitución de un prófugo por Francisco Lario, 1819.

([12]) Ruiz Gallardo, Manuel: "Carchelejo en 1896. Consideraciones generales y política municipal en la crisis de fin de siglo". Sumuntán, n1 7 (1996). CISMA, pág. 71-76.

([13]) A.H.M.J. Leg. 806/49. Solicitud del Comité Republicano Federal para realizar una manifestación pacífica, 19-octubre-1872.

([14]) A.H.M.J. Leg. 821/13. Documentación de quintos del Ayuntamiento de Jaén sobre desertores, 1856.

([15]) A.H.J. Cab. 12, 15 y 22 de febrero de 1855.

([16]) En abril de 1863, la Diputación Provincial intentó hacer más justo este servicio sacándolo a subasta (B.O.P.J. 24-abril-1863.

 

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