CAPÍTULO III

 LOS POZOS DE NIEVE: EVOLUCIÓN HISTÓRICA, TIPOLOGÍA Y TÉCNICA DE ALMACENAMIENTO

 

 

 

“y yo a acabar un pozo de nieve

 que en buen sitio traigo en buen estado”

 (Carta a Sancho de Sandoval, 1635.

Epistolario completo de D. Francisco de Quevedo. Madrid, 1946).

 

 

 

 

 

 

Las utilidades del frío, que producía la nieve y que llevó a la proliferación de pozos, también creó una cultura específica en torno a éstos. Sin embargo, nos consta que no siempre se utilizaba la nieve para la acción de enfriar. Existían una serie de procedimientos de frío natural, como era el agua fría de los manantiales, temperaturas de cuevas y bodegas, líquidos que permanecen por debajo de la temperatura ambiente, como el mercurio, etc. Otros procedimientos de enfriamiento artificial se basaban en métodos químicos, como la disolución de sal en agua, del alcanfor, del nitro potásico, nitrato amónico, etc.; métodos que consumen calor, pero que no están libres de riesgos. Los métodos físicos utilizados estaban basados en la energía que necesitaba la evaporación de un líquido; así la evaporación a través de materiales porosos, como la arcilla, produce un enfriamiento del líquido, tal es el caso del botijo; o bien posteriormente la aplicación industrial moderna con la expansión rápida de un gas comprimido o su evaporación, base de los modernos frigoríficos.[1]

Algunos de estos métodos fueron complementarios al enfriamiento con nieve, básico en el clima mediterráneo, que sólo permitía la presencia natural de la nieve en contados emplazamientos. Se hacía así necesaria la construcción de pozos y el uso de simas para conservar las precipitaciones nivales invernales hasta la temporada de verano, de mayor consumo. De ahí las depuradas técnicas de conservación de nieve y transporte en el pasado.

La localización de los pozos de nieve está condicionada por la geografía. Su construcción dependía principalmente de la orografía (altitud, orientación, relieve,...) y de la proximidad a los centros consumidores y rutas de distribución. De ahí que en la provincia de Jaén los pozos proliferen en Sierra Mágina y Sierra Sur, más cercanos a los principales núcleos urbanos; mientras que en la Sierra de Segura sean menos y estén enfocados a un consumo meramente local o comarcal salvo excepciones puntuales.

 

 

1. Evolución histórica de los pozos de nieve.

 

La cultura de la nieve en el mundo mediterráneo y oriental es conocida desde la antigüedad. Las tablillas de escritura cuneiforme de hace 2000 años a.n.e. indican que ya existían los pozos de nieve en la región del Eufrates. El rey Zimri-Lim d=Assvrie (-1775-1760) habría sido el constructor de las neveras construidas en Terqua; y en las ciudades de Ur y Mari existían "casas de frío" o "casas de nieve", para almacenar la nieve procedente de los montes Zagros, Taurus o montañas de Anatolia. Los textos mencionan la existencia de neveras en la vieja capital de los Hititas, Huttasas. También en Oriente, existen noticias del primitivo almacenamiento de la nieve. Alrededor  del 1000 a.n.e., el chino Shi Ching recoge la existencia de unos depósitos subterráneos de hielo, que era distribuido únicamente a las personas acomodadas. Griegos y romanos son herederos de esta cultura milenaria, que a través de los árabes fue recuperada por el mundo Occidental.

Las primeras neveras fueron simples anfractuosidades naturales, donde se introducía la nieve compactada o el hielo y se recubrían de ramaje. El hielo se conservaba mal. Las construcciones mejor elaboradas aparecieron hacia el siglo XV a.n.e, sobre todo en Irán. Son fosas artificiales revestidas de ladrillos y con una cobertura cónica en arcilla. En su inicio no estaban equipadas de drenaje para evacuar el hielo fundido y la conservación del mismo era mediocre[2].

Los pozos de nieve son el resultado del desarrollo de este tipo de cultura, común a una amplia geografía. Su tipología es muy variada, igual que su tamaño. En Italia, los pozos de nieve se incluyen en los itinerarios turísticos medioambientales. Es el caso del Itinerario Monte Flavio - Monte Pellecchia. Cerca de la cumbre de este último, de una altura de 1368 metros, se encuentra el "pozzi di neve", un gran pozo excavado antiguamente para permitir la conservación y comercialización de la nieve; en Catania, donde se comercializaba la nieve del Etna; y en Rocca Priora, a 32 km. de Roma se encuentra el santuario de la "Madonna della Neve", patrona de la nieve desde el siglo XVI; además de otros muchos lugares.

En Portugal, también estos pozos son incluidos en los itinerarios turísticos, como el de Santo António da Neve, por el que se llega a los "poços de neve". También existen pozos en las proximidades del Pico de Areeiro en la Serra de San Roque y en la Serra da Lousãl; en esta última los "poços de neve" datan del siglo XVIII y están declarados inmuebles de interés público e incluidos dentro de la clasificación del patrimonio técnico-industrial de Portugal. En Francia, los "puits à neige" están ampliamente extendidos y reciben también el nombre de "glacières", tales son los "glacières de Sainte Baume", del siglo XVII, que abastecían la región de Marsella y Toulon.

En América el comercio de la nieve estaba generalizado. En el siglo XIX llegaba hasta la isla de Cuba. El americano F. Tudor, en 1805 envió 240 toneladas de hielo del río Hudson a La Habana.

Dentro de la geografía española, existen estudios sobre los pozos de nieve en casi todas las regiones: Andalucía, Extremadura[3], Levante, La Rioja, Mallorca, Cataluña, Aragón, Murcia, Salamanca, etc. En Mallorca existían las "cases de neu", donde se almacenaba la nieve procedente de los pozos de las montañas y puede que incluso de los Pirineos[4]. En el País Vasco los pozos reciben el nombre de "elurzulos" y, por lo general, la tipología es muy semejante en todos ellos. Alcanzan un desarrollo notable en su arquitectura en Levante, donde se hallan pozos de importantes dimensiones y cobertura de piedra. En Alhama de Murcia, los pozos de nieve o neveros están incluidos dentro de las rutas del Parque Natural de la Sierra de Espuña, Parque Natural declarado de Interés Nacional.

En Las Islas Canarias comerciaban la nieve ya desde el siglo XVII los vecinos del Valle de La Orotava, desde donde se dirigían los arrieros a la Cueva del Hielo, en las laderas del Teide, a 3.400 metros de altitud. La nieve era bajada en "barcas", a lomo de bestias, para comerciarla en las distintas poblaciones de la Isla[5].

En Andalucía existían pozos de nieve por gran parte de su geografía, unos de acopio y otros de distribución, en la Sierra de las Nieves, situados en los términos municipales de Yunquera y Tolox (Málaga), a unos 1.600 metros de altitud; y en Constantina (Sevilla) existe un edificio del siglo XVIII, con unos pozos donde se conservaba la nieve. En Córdoba, el pozo de Trassierra, situado en el término municipal de la capital y a unos 400 metros de altura sobre el nivel del mar, se conserva con cubierta; sería un pozo donde se almacenaría la nieve procedente de Jaén para su posterior distribución.

 

2. Tipología constructiva.

 

El Diccionario de Autoridades de 1737 define el pozo de nieve como “Cierta especie de pozo seco, mui ancho y capaz, donde se guarda y conserva la nieve para el Verano. Está vestido de piedra ó ladrillo, y tiene sus desaguaderos en la parte inferior, para que por estos salga el agua que destila”[6]. La misma definición realizan los sucesivos diccionarios de la Real Academia Española. Sin embargo, la tipología constructiva es muy variada para ser descrita en unos pocos renglones. La variedad depende en gran medida de las coordenadas geográfico-históricas, que asimismo forma parte de la amplia cultura mediterránea.

En Francia, las neveras más antiguas a menudo se encuentran destruidas. Datan del siglo XII, y su uso era esencialmente médico. En el siglo XVII, algunas de ellas eran de domino real: en Saint-Germain-en-Lave y sobre todo en Versailles. La mayor parte de las neveras bien conservadas datan de los siglos XVIII y XIX. Las neveras están constituidas por una cuba, más o menos enterrada, construida la mayoría de las veces de forma circular, cilíndrica o troncocónica, rematada por una cúpula, donde se encuentran uno o varios orificios de acceso lateral provistos de puertas. Los materiales utilizados son la piedra del país o el ladrillo, a veces los dos simultáneamente. La puerta exterior de carga está orientada al Norte para evitar los rayos del Sol[7]. Los pozos solían ser circulares, variables en diámetro y fondo, entre los 6 y 14 metros de diámetro y varios metros de profundidad. En algunas ocasiones, para darle más cabida, a veces se levantaba un muro alrededor del perímetro del pozo; en otros lugares, el pozo se cubría con una bóveda semiesférica, abierta en su parte superior[8].

En Suecia, Harleman describe que el pozo de nieve debe ser redondo, seco y construido con piedras y tener la forma de un cono cortado. En el fondo, a 0,30 metros debe haber una rejilla de madera para el hielo o nieve, y el material del fondo debe ser arena, o bien tener un conducto de desagüe del agua derretida. Se debe cubrir con palos  y sobre éstos paja o ramas de abeto[9].

En la provincia de Jaén el diámetro de los pozos oscila entre los tres y los diecisiete metros. Los materiales son por lo general de piedra caliza, puesto que los pozos se distribuyen por las cordilleras subbéticas, y el tratamiento de la construcción es mampostería, en sus modalidades de piedra en seco y con mortero de cal, de muros gruesos.

Fuera de la provincia, existen pozos, como el de Consuegra (Toledo) de 12 metros de diámetro y 18 de profundidad, construido en piedra tosca. En la Sierra de Guadarrama también son muy abundantes, pues desde allí abastecían la Corte; donde a comienzos del siglo XVII aumentaron los pozos de almacenamiento y distribución, tanto en Madrid, como en El Escorial, Real Casa de Campo y Aranjuez. En otros lugares, como el Serrablo, comarca del Pirineo de Huesca, los pozos son más parecidos a los de la provincia de Jaén, con dimensiones aproximadas de 6 metros de diámetro y cuatro de profundidad[10]. En Alhama de Murcia los pozos circulares, construidos entre los siglos XVI y XVII, tienen  unos 12 metros de profundidad y ocho de anchura. Los de la Sierra de las Nieves  también son circulares y de unos 8-10 metros de diámetro.

Éstos, como los de Jaén, son semejantes a los "elurzulos" de Guipúzcoa, que se distribuyen por las montañas de Andia, Aralar, Aitzgorri, Entzia, Urbasa, Gorbea,... Todos ellos construidos a más de 1.000 metros de altura, lugares en los que también se aprovechan para el acopio de la nieve dolinas, simas y ventisqueros. Los pozos son circulares con paredes de mampostería, con un suelo permeable o inclinado para permitir el drenaje del agua del deshielo. Tienen entre tres y diez metros de diámetro y su profundidad entre los tres y doce metros. Suelen estar ubicados en las laderas orientadas al Norte o en lugares umbríos.

Los pozos de distribución en los núcleos poblaciones, hoy desaparecidos casi todos, poseían una cubierta hecha con materiales de madera para las vigas, ladrillo, sillares, adoquines y tejas[11]. Los de acopio de nieve de la provincia de Jaén en su mayoría no disponían de cubierta, debido a su altitud, por lo que solían aterrarse para mejor conservar el hielo. Una minoría sí la poseían, especialmente los ubicados en las poblaciones, como el de Iznatoraf, o algunos de la Sierra de Segura. El único cubierto que hemos localizado y que aún se mantiene en relativo buen estado es el de la Fresnedilla (Siles), de base circular, que tiene bóveda de cañón y cubierta de cal y canto a cuatro aguas con anchas paredes que actuan de regulador térmico. Otros (Beas, La Pandera, Iznatoraf) también tuvieron su cubierta en el pasado.

Algunos pozos están excavados en la ladera, lo que ahorra excavación al utilizar un muro de contención en un lateral del mismo de suficiente grosor para permitir el aislamiento térmico. Aparecen así obras de terraplenes o en talud con perfiles escalonados, como acontece en algunos del Almadén Torres y de Mágina en Cambil. Otros pozos están ubicados en el fondo de las grandes dolinas, menos expuestos a la luz solar, y a la vez facilitaban el llenado de los mismos, formando grandes bolas de nieve que se deslizaban por las paredes de la dolina hasta el fondo.

Además de en éstos, la nieve se almacenaba en simas o ventisqueros, aprovechando estos lugares naturales, generalmente de mayor cabida. Como son las torcas de Quesada o las simas de la Loma del Ventisquero en Mágina y La Pandera, anteriores en su utilización como almacenamiento de nieve a los pozos que las rodean. Otra sima, la de Poyo Serrano, en Beas de Segura, fue adecuada a las necesidades de almacenamiento de nieve con obras de relleno de huecos y refuerzo de la estructura, dándole forma aproximada al cilindro, a imitación de los pozos; aún se pueden observar la obra de mampostería realizada. Esta sima-pozo fue protegida con una obra también de mampostería y cubierta de teja, hoy derrumbada sobre el interior.

 

 

3.Técnica de almacenamiento.

 

La conservación es mejor cuando la masa del hielo es importante y homogénea. Las pérdidas térmicas se producen por el contacto entre el hielo y el aire o entre el hielo y el agua. Así, se debe minimizar la relación de la superficie del hielo sobre su volumen. Ahora bien, en el caso de una forma esférica -por ejemplo- la superficie es proporcional al cuadrado del radio, mientras que el volumen es proporcional al cubo del radio. Se minimizan las pérdidas aumentando el radio. Volúmenes inferiores a 50 metros cúbicos, cerca del 90 % del hielo suele fundirse en menos de seis meses. Al contrario,  volúmenes superiores a 50 metros cúbicos y para neveras bien realizadas, se puede conservar el 80 % del hielo durante seis  meses. En grandes volúmenes, el hielo puede conservarse hasta dos y tres años.

En algunas poblaciones europeas y de la España continental, en las que las precipitaciones de nieve eran escasas, la producción se realizaba utilizando balsas de agua de poca profundidad, que se helaban en las noches de invierno. El hielo se partía en bloques y era llevado a la nevera, donde se almacenaba.

Las condiciones de trabajo de los neveros eran muy duras, tanto por la duración de la jornada laboral de la época como por las difíciles circunstancias que rodeaban dicho trabajo: el largo viaje a las cumbres de la montañas, las bajas temperaturas, el trabajo físico, el deficiente albergue,..., que apenas era compensado por el plus salarial que recibían.


Línea de aterramiento de los pozos de nieve en la actualidad

 

Corte vertical. Profundidad variable

 

Planta circular de 4 a 17

metros de diámetro

 

 

POZOS DE NIEVE DE LAS SIERRAS DE JAÉN

 
 



ALZADO Y PLANTA DEL POZO DE LA FRESNEDILLA. SILES

 

 

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Por lo general, el almacenamiento de la nieve se realizaba de forma muy semejante a las distintas regiones[12], como se había realizado durante siglos.  Exigía una especialización, que estaba socialmente reconocida tanto por la técnica como por la dureza física del trabajo. Hay documentos históricos en los que se hace alusión a la profesión de nevero, como en los protocolos notariales.

En los meses de invierno, tras las nevadas, salían cuadrillas de neveros hacia los pozos, situados cerca de las cumbres de las  sierras, normalmente en las zonas de umbría. Con sus caballerías seguían un camino abierto entre lo abrupto de la sierra hasta los mismos pozos, el mismo por el que luego habrían de bajar  la nieve en los meses de calor. Por regla general, era conocido como “Camino de los Neveros”,[13] denominación que encontramos en numerosas referencias literarias. El granadino Ángel Ganivet, en su obra Los trabajos del infatigable creador Pío Cid, nos relata:

 

“- A la Sierra vamos -contestó Pío Cid-. Se me ha puesto la idea de que no he de volver vivo por estos parajes, y quiero por última vez subir a estas montañas. ¿Cree usted que se podrá cruzar al otro lado y volver a Granada por el camino de los neveros?

- Hombre, como poer, too se pue en el mundo -contestó el tío Rentero-. Trempanillo es pa subir; yo he subío siempre pa Santiago. Bien es verdá que este año ya se han bajao cuasi toas las nieves... Vamos a tener un verano seco.”[14]

 

Referente también a Granada, Eduardo Soler describe la ascensión a través de uno de estos caminos de neveros:

 

“La ascensión al Picacho desde el Corral, ya descrito, es posible. Se ha hecho muchas veces, tomando la senda, tan difícil como empinada, cerca de la laguna próxima al mencionado Corral, para subir, con algún peligro, á otro punto más alto del anfiteatro (3.200 m. altitud), desde el que otra vereda en años de nieve, cubierta de ésta, conduce al Peñón de San Francisco; pero antes de llegar á éste, se encuentra el llamado camino de los neveros, que á lo largo del Corral llega á la cima. Así se salvan con menor peligro, si las nieves no hubiesen cubierto estas veredas, los 700 ú 800 m. de desnivel, calculados desde el Corral al Picacho, costeando, si vale la expresión, el grande y empinado ventisquero que une aquellos dos parajes.”[15]

 

La labor del nevero era ardua, duraba varios días, por lo que solía existir cerca del lugar un refugio para trabajadores y caballerías. En la Pandera,  el Ayuntamiento de Jaén disponía de un albergue conocido como "Casa de los Neveros" que, por su altitud, sufría grandemente las inclemencias del tiempo y periódicamente necesitaba reparaciones[16]. En otros lugares, como Sierra Mágina, los neveros además se resguardaban en chozos de piedra que construían en las cercanías de los pozos[17].

Llegados los neveros al lugar y tras establecerse en el refugio se dirigían a los pozos, primero limpiaban su fondo y acondicionaban el suelo con la vegetación rastrera del entorno, a fin de servirle de aislante, la que también recubría las paredes a medida que iban llenándose. En el mismo se introducía la nieve de las proximidades con palas y espuertas, labor que se veía facilitada por la pendiente y la cantidad de nieve depositada junto a ellos. No nos consta en la provincia de Jaén el uso de animales de carga en estas labores de acopio, aunque posiblemente los utilizasen para la nieve más alejada; lo mismo que el uso de "bolos de nieve" para introducirla en el pozo o transportarla desde las umbrías y ventisqueros, tal como se hacía en la Sierra de Béjar, hincar un palo en cada bolo y dejarlo al aire libre durante la noche para que se endureciese con el frío; o también el uso de parihuelas para transportarla hasta los pozos y simas. La zona de recogida de nieve estaba libre de vegetación arbórea y matorral para facilitar la tarea de recolección.

Las herramientas utilizadas eran palas y azadones con las que llenaban grandes espuertas o seras. Una vez en el pozo, la nieve se apisonaba a pie y con pisones hechos de madera hasta que alcanzaba la consistencia del hielo.  Esta labor debía hacerse con un tipo de calzado impermeable como eran las abarcas, definidas en el diccionario de Sebastián de Covarrubias (1611) como:

 

“...género de calçado rústico de que usan los que viven en sierras y lugares ásperos. Son de dos maneras, unas de palo, que por tener forma de varcas se dixeron avarcas, y otras de cueros de vaca crudos, que con unos cordeles se los atan a los pies sobre unos trapos, (peales) con que huellan sin peligro la nieve. La tal avarca es como un zurrón en que se mete el pie, como el borceguí.

     El rey D. Sancho de Navarra tuvo este apellido de Avarca, o por haberse criado cuando niño en ábito de serrano por estar mas disimulado, o porque aviendo de passar los Pirineos para ir a socorrer a Pamplona, que la tenían cercada los moros, y estando cargados de nieve dio orden como los pasasen con estas avarcas.”

 

La labor de pisado de la nieve era peligrosa por la baja temperatura existente dentro del pozo y el contacto continuo con el hielo, por lo que el operario no podía pasar un tiempo prolongado dentro del mismo. Aproximadamente, cada medio metro de altura se extendía sobre la nieve una capa de paja trillada. Meses más tarde se extraía en bloques de hielo y se seccionaba para el transporte con azadones, picos de hierro y cuñas de madera, normalmente en bloques de unos cincuenta kilos de peso, que eran elevados a la boca del pozo con "carrucha" y "maroma", como así consta en algunos expedientes sobre la nieve del Archivo Municipal de Jaén.

Cuando el pozo estaba lleno, lo cubrían con ramas de aulaga, o de bálago, que actuaban como aislantes, y se aterraba con el fin de protegerlo frente a las lluvias de primavera y permitía que la nieve se conservara hasta el verano. A veces las intensas lluvias perforaban la capa de tierra aislante de los pozos y la nieve se perdía en gran parte, como ocurrió en 1701 en los pozos de Valdepeñas. Éstos quedaron anegados y de la nieve que tenían comprometida con la ciudad de Córdoba sólo pudieron aprovechar  alguna con gran trabajo[18].

 

Ruinas de la casa de neveros de la Pandera (Jaén)

 

Ruinas de la casa de neveros de la Pandera (Valdepeñas de Jaén)

 

 

 

Ruinas de la casa de neveros de la Loma del Ventisquero (Sierra Mágina)

 

Ya en la época de calor, abrían los pozos de nieve y extraían el hielo, para lo que utilizaban pico, palanca, polea, escalera, cuerda, etc. Era cortado mediante la piocha, herramienta con boca cortante, como la piedra en las canteras. La parte de hielo que quedaba desmenuzada era de nuevo compactada en moldes, gracias al fenómeno denominado regelación, o el proceso mediante el cual los fragmentos de hielo se sueldan juntos moldeándose en la forma que se desee mediante una presión más o menos fuerte.

El transporte a las poblaciones se hacía por dificultosos senderos, de noche  o  madrugada para evitar el calor, con recuas de burros y mulos. La nieve iba introducida en aislantes seras, acondicionadas con tamo y paja. A los mulos se les cargaba en dos seras que, según su resistencia, pesaban de 10 a 17 arrobas. Si el viaje se hacía a puntos más lejanos y la vía de comunicación lo permitía, la nieve que habían bajado las caballerías desde la sierra era introducida en carros entamados.

Cuando la nieve se extraía de las profundas simas o de ventisqueros, donde no había tenido una previa preparación, se acondicionaba en la superficie una vez extraída con espuertas. Las seras se introducían en el suelo y se reforzaban los laterales con piedras. En ellas era introducida la nieve y se pisaba, prensándola en dos o tres capas hasta que alcanzaba suficiente dureza, en palabras de Manuel Martínez, último nevero de Sierra Mágina: "cuando la uña no podías hincarla en el hielo". Cada una podía pesar entre 5 ó 6 arrobas (57 y 69 kg.).[19] Durante el transporte las seras se tapaban con sacos y utilizaban mantas para cubrir las caballerías, a fin de evitar la acción del viento, especialmente el de Levante, seco y cálido, que derretía la nieve. Otras veces eran las tormentas las que interrumpían el viaje y derretían las cargas.

Aunque el traslado de la nieve en caballerías era lo más habitual, hubo ocasiones en que se hacía en cestos, sobre las espaldas del hombre. Así lo recoge A. F. Idáñez en su Vocabulario del Nordeste Andaluz. Referencias a este tipo de traslado existen en los pueblos de Siles, Tasca y Benatae. Sobre él dice el autor:

 

“Según noticias adquiridas, la nieve procedente de los pozos o depósitos de Siles era servida a través de neveros o individuos que transportaban el hielo en cestos sobre sus espaldas hasta la población, donde era demandado su uso para aplicaciones terapéuticas y usos medicinales”[20].

 

La abundancia de nevadas en las altas cumbres de la Sierra de Segura aseguraba el producto durante todo el año. De ahí que en determinadas épocas el concejo de Murcia hubiera de acudir a la nieve de Santiago de la Espada, pese a la gran distancia, para atender las necesidades de sus vecinos.[21]

 

 

Restos de un chozo de piedra junto a los pozos de nieve en la Cañada de las Chozas (Loma del Ventisquero. Sierra Mágina)

 



[1]CRUZ OROZCO, Jorge y SEGURA MARTÍ, J. Mª. El comercio de la nieve: la red de pozos de nieve en las tierras valencianas. Dirección General de Patrimonio Artístico. Valencia, 1996, pp. 20-21.

[2]MARTIN, Jean. Les glacières françaises. Histoire de la glace naturelle, éditions Errances, 1997.

[3]El pozo de nieve de Salvatierra, construido en el siglo XVII, es los más representativos de Extremadura.

[4]Según un artículo publicado en 1959 por Barceló Pons (CAPEL SÁEZ, Horacio. “El comercio de la nieve y del hielo”. Biblio 3W. Revista de Geografía y Ciencias sociales, núm. 16. Universidad de Barcelona, 24-abril-1997).

[5] Sobre este tema existe una tesis doctoral del profesor y economista Salvador Miranda con el título La explotación de la nieve en Canarias, defendida en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC).

[6] Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua [...]. Compuesto por la Real Academia Española. Tomo quinto. Madrid . 1737.

 

[7]MARTIN, Jean. Les glacières françaises. Histoire de la glace naturelle, éditions Errances, 1997.

[8]LÓPEZ PÉREZ, Manuel. Las cartas a don Rafael. Ayuntamiento de Jaén. Jaén, 1992, p. 167-171.

 

[9] LINDROTH, Lena. “La conservación del frío en Suecia – las construcciones y el uso tradicional del hielo natural”. II Congrés Internacional al voltant de la utilització tradicional del gel i de la neu nturals. El comerç del fred. Museu de Prehistoria i de les Cultures. Valencia, noviembre de 2001.

 

[10]NAVARRO LÓPEZ, José Miguel. “Pozos neveros en Serrablo”. Serrablo. Amigos de Serrablo. Junio 1998.

[11]CALVO BARCO, Ángel. “Los neveros, una actividad desaparecida en nuestras montañas”. Zainak, Cuaderno de Antropología y etnografía, 14, Eusko Ikaskuntza, pp. 203-213.

[12]CRUZ OROZCO, Jorge. El comercio de la nieve: la red de pozos de nieve en las tierras valencianas. Dirección General de Patrimonio Artístico. Valencia, 1996, pp. 52-54; y MAJADA NEILA, José Luis. Historia de la Nieve de Béjar (El Texto y el Contexto). Centro de Estudios Salmantinos. Salamanca, 1981, p. 34-35.

[13] El topónimo “camino de los neveros” está generalizado en montes abastecedores de nieve, pues estos caminos que llevaban a las cumbres sólo eran en la práctica utilizados por los neveros. Así en Sierra Nevada también existía un camino que llevaba ese nombre (IDÁÑEZ DE AGUILAR, A. Fustino. “Aprovechamientos naturales del medio físico en Jaén (Acercamiento al derecho consuetudinario e histórico)”. Jaén, Boletín de la Cámara de Comercio e Industria de la provincia, núm 127. Jaén, octubre 1996, p. 10).

 

[14] Ganivet, Ángel. Los trabajos del infatigable creador Pío Cid. 1898. Cátedra. Madrid, 1983, p. 321.

[15] Soler y Pérez, Eduardo. Sierra Nevada y las Alpujarras Imprenta del Cuerpo de Artillería. Madrid, 1903, pp. 27-28.

 

[16]A.M.J. L. 260. Francisco Molina, solicita al Ayuntamiento el pago de la obra de la casa de los neveros, 17-agosto-1846.

[17]Informante Miguel Martínez Castro, de 75 años, vecino de Torres, nevero. En referencia a tiempos de su padre y abuelo.

[18]ARANDA DONCEL, J. “El abastecimiento..., pp. 176-177.

[19] Manuel Martínez relata que se cargaban en los burros, cogidas de las asas, una a cada lado. Partían de Torres a las 12 de la noche y, tras un viaje de cuatro o cinco horas, cargaban la nieve, estando de vuelta a las 13 o 14 horas en Torres.

 

[20] IDÁÑEZ DE AGUILAR, Alejandro Faustino. Vocabulario del Nordeste Andaluz. El habla de las Sierras de Segura y de Cazorla. Diputación Provincial. Jaén, 2001, p.423.

 

[21]IDÁÑEZ DE AGUILAR, Alejandro Faustino.“Aprovechamientos naturales..., p. 16.