CONCLUSIÓN

 

 

 

 

 

 

 

Las utilidades del frío, que producía la nieve y que llevó a la proliferación de pozos, también creó una cultura específica en torno a éstos, que es conocida desde la antigüedad. Los pozos de nieve son el resultado del desarrollo de este tipo de cultura, común a una amplia geografía. Su tipología es muy variada, igual que su tamaño.

Las elevadas cumbres de las sierras giennenses permitieron el acopio de nieve en pozos, simas y ventisqueros y el comercio de la misma por el Alto Guadalquivir, incluida gran parte de la provincia de Córdoba. Estos pozos solían ser circulares, variables en diámetro y fondo, entre los 3 y 17 metros de diámetro y varios metros de profundidad. Los materiales son por lo general de piedra carbonatada, puesto que los pozos se distribuyen por las cordilleras subbéticas, y el tratamiento de la construcción es mampostería, en su modalidades de piedra en seco y con mortero de cal, de muros gruesos. la gran mayoría de ellos construidos a más de 1.700 metros de altura, lugares en los que también se aprovechaba para el acopio de la nieve dolinas, simas y ventisqueros.

Los pozos suelen estar ubicados en las laderas orientadas al Norte o en lugares umbríos. En su mayoría no disponían de cubierta, debido a su altitud, por lo que solían aterrarse para mejor conservar la nieve. Una minoría sí la poseían, especialmente los ubicados en las poblaciones. El único pozo cubierto que hemos localizado y que aún se mantiene en relativo buen estado es el de la Fresnedilla (Siles), de base circular que tiene bóveda de cañón y cubierta de cal y canto a cuatro aguas con anchas paredes que actuaban de regulador térmico. Otros pozos (Beas, La Pandera, Iznatoraf) también tuvieron su cubierta en el pasado.

Algunos pozos están excavados en la ladera, lo que ahorra excavación al utilizar un muro de contención en un lateral del pozo de suficiente grosor para permitir el aislamiento térmico. Aparecen así obras de terraplenes o pozos en talud con perfiles escalonados, como algunos pozos del Almadén en Torres y de Mágina en Cambil. Otros pozos están ubicados en el fondo de las grandes dolinas, menos expuestos a la luz solar, y a la vez facilitaban el llenado de los mismos, formando grandes bolas de nieve que eran deslizadas por las paredes de la dolina hasta el pozo.

Además de los pozos, la nieve se almacenaba en simas o ventisqueros, aprovechando estos lugares naturales, generalmente de mayor cabida. Como son la Sima de la Loma del Ventisquero en Mágina y la Sima de la Pandera, anteriores en su utilización como almacenamiento de nieve a los pozos que las rodean. Otra sima, la de Poyo Serrano, en Beas de Segura, fue adecuada a las necesidades de almacenamiento de nieve con obras de relleno de huecos y refuerzo de las estructura, dándole forma aproximada al cilindro, a imitación de los pozos; aún se pueden observar la obra de mampostería realizada. Esta sima-pozo fue cubierta con una construcción de cubierta de teja, hoy derrumbada sobre el interior.

El hecho de servir la cumbre de la Pandera como límite de los términos de Jaén, Valdepeñas y Los Villares propició que cada uno de ellos dispusiese de  pozos de nieve relativamente próximos unos a otros, y por ello no exentos de polémica por su posesión, especialmente la Sima de la Pandera; y que esta zona destacase en el comercio de la nieve del alto Guadalquivir, en el que se especializaron determinados individuos, sobre todo de Valdepeñas.

En Sierra Mágina se localizan las alturas mayores de la provincia, lo que unido a su proximidad al valle del Guadalquivir, hizo de su nieve producto seguro y relativamente cercano del que abastecer las ciudades de la llanura. Eran los pozos más duraderos de la provincia, al estar situados a la mayor altitud. Cuando escaseaba la nieve en otras sierras, las poblaciones más distantes solían abastecerse de la de Sierra Mágina. Comprenden dos grupos principales: los pozos del monte de Mágina y los del Almadén.

También era importante la actividad nevera de las sierras situadas al Este de la provincia. En Quesada, la nieve se acopiaba en el monte conocido como Poyo de Santo Domingo, donde se encuentra el torcal de Torcallano, una formación caliza con simas y anfractuosidades, situada a 1.700 metros de altitud, que bordea la loma del Cagasebo.

En la segunda mitad del siglo XIX, el aumento de la población, roturaciones y desarrollo de la actividad maderera en la Sierra de Segura, motivaron un importante crecimiento económico en algunas poblaciones de esta sierra, como Siles. La presencia de los ingenieros de montes y su experiencia en  otros lugares, unido al desarrollo de la vida de ocio en los cafés y casinos, planteó en la población de Siles la necesidad de abastecimiento de nieve durante toda la temporada de verano, sobre todo como elemento gastronómico. De ahí la creación en la segunda mitad del siglo XIX del pozo de la nieve de la Fresnedilla, el mejor conservado de la provincia.

Por lo general, el almacenamiento de la nieve se realizaba de forma muy semejante a las distintas regiones, como se había realizado durante siglos. En los meses de invierno, tras las nevadas, salían cuadrillas de neveros hacia los pozos. Era un trabajo arduo que duraba varios días, por lo que solía existir cerca del lugar un refugio para trabajadores y caballerías, como eran las casas de neveros de La Pandera, o las chozas de Mágina.

Cuando el pozo estaba lleno, lo cubrían con ramas de aulaga, o de bálago, que actuaban como aislantes, y se aterraba, lo que hacia de aislante frente a las lluvias de primavera y permitía que la nieve se conservara hasta el verano. Ya en la época de calor, abrían los pozos de la nieve y extraían el hielo. El transporte a las poblaciones se hacía por dificultosos senderos, de noche o madrugada para evitar el calor, con recuas de burros y mulos. La nieve iba introducida en aislantes seras, acondicionadas con tamo y paja. En ocasiones el traslado se hacía en cestos, sobre las espaldas del hombre.

Toda esta secular cultura de la nieve cambió drásticamente. No se puede fijar una fecha exacta para el fin del comercio de la nieve. Las causas del declive de este comercio están en las máquinas de refrigeración, que a medida que se fueron perfeccionando sustituyeron a la nieve natural. Ya en 1844, el americano J. Gorrie, creó una primera máquina de refrigeración basándose en compresión de aire, pero era de escaso rendimiento. En 1859, el francés F. Carré desarrolló la máquina de absorción de amoníaco y en 1880 el americano Linde la de compresión de CO2, que se comercializó. No obstante, el público era reacio a consumir el hielo artificial por creerlo nocivo para la salud.

A finales del siglo XIX ya se fabricaba hielo en muchas ciudades y los depósitos que abastecían estos núcleos comenzaron a ser abandonados. A partir de 1900, con la generalización de la electricidad y su utilización en las máquinas de hielo artificial se generalizó aún más la crisis de las neverías. En la etapa 1920-1930 se abandonó en la práctica el comercio de la nieve natural, aunque en algunos pueblos todavía se utilizaría durante el verano hasta  mediados del siglo XX. Éste es el caso de Sierra Mágina, donde familias de neveros continuaron alimentado las garrafas de helado con nieve de la sierra hasta cerca de 1960.

Unos de los últimos neveros fueron los hermanos Miguel y Manuel Martínez Castro, vecinos de Torres. Miguel nos explicó detenidamente la labor que realizó desde que era niño —en 1938 fue la primera vez que subió a la sierra por nieve—, acompañando a su padre, y éste a su vez aprendió el oficio de su abuelo. Pero entre abuelo y nieto el comercio de la nieve había cambiado mucho. Miguel comentaba el comercio tan importante que se realizaba con la nieve en tiempos de su abuelo, cuando en invierno subían cuadrillas de mucha gente para realizar labores de almacenamiento en las alturas de la sierra, el transporte que se hacía de ella en recuas y carretas durante el verano hacia las ciudades de la provincia y el uso que ellos mismos le daban para fabricar sus helados. Aquel comercio desapareció cuando las máquinas de hielo artificial llegaron a las ciudades y la nieve de Sierra Mágina quedó para los maginenses.

La labor que desarrollaron Miguel y Manuel Martínez y, probablemente también su padre, fue de autoabastecimiento, con el fin de cubrir el negocio familiar. Los pozos del Almadén y Mágina debieron abandonarse mucho tiempo atrás y, tras su abandono, serían aterrados por los pastores para evitar que los ganados cayeran en ellos. De hecho, Miguel no recuerda la existencia de pozos abiertos por el hombre en estas sierras, puesto que la nieve que necesitaba se la proporcionaban los ventisqueros, dolinas y simas naturales de la Sierra, aquellas mismas que utilizarían los maginenses antes del desarrollo espectacular que tiene el comercio de la nieve a finales del siglo XVI y que posiblemente originaron la construcción de pozos.

De abril a mediados de agosto recogían la nieve los últimos neveros de Sierra Mágina en los siguientes lugares:

Cuna del Almadén, a 1.900 metros de altura. Depresión situada cerca del pico del Almadén, en la umbría, donde se forma un ventisquero con varios metros de nieve, que duraba hasta el mes de junio. En este mismo lugar, término de Torres, se encuentran varios pozos de nieve aterrados, abandonados a principios del siglo XX.

Loma del Ventisquero. Terminada la nieve del Almadén, los últimos neveros de Torres pasaban a recoger la nieve en la Loma del Ventisquero, en Mágina, término de Albanchez, lugar situado junto a la Sima de su nombre.

Callejón de la Gitana. Ventisquero situado en la umbría de Mágina, en término de Albanchez.

La Sima de la Loma del Ventisquero. Cavidad natural situada a media falda de Mágina, encima de la fuente del Espino, utilizada durante siglos para el acopio de nieve. Cuando ésta desaparecía de los ventisqueros, los últimos neveros acudían a la Sima para abastecerse. Utilizaban una carrucha para bajar y para extraerla.

A mediados de agosto la nieve había desaparecido de Sierra Mágina al tratarse de una labor de recolección sin previa preparación de la misma, pues ya hacía tiempo que las labores de almacenamiento en pozos durante el invierno con amplias cuadrillas de hombres habían dejado de ser rentables al desaparecer el amplio comercio en torno a este artículo. No obstante, la cultura de nieve aún se mantuvo durante varias décadas a nivel local como un simple recolección del artículo para la elaboración de helados, labor que ya no salía a arrendamiento, ni sobre la que se cobraba impuesto alguno[1].

 



[1]En 1879 se declaró la nieve exenta de impuestos (IDÁÑEZ DE AGUILAR, Alejandro Faustino.“Aprovechamientos naturales..., p. 13).