Claustro Poético Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 35. Invierno-2014 Asociación Cultural Claustro Poético
Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero |
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El otero*
En las tierras del viejo condado de Castilla los caminos aún mantienen la imagen prístina de campos salpicados de oteros, que en la lejanía marcan cual hitos las etapas del camino que el joven Cid recorrió con sus mesnadas. Este paisaje penetra en el reino de Navarra y sus oteros se repliegan a las sierras y vigilan el camino de Santiago.
“Los oteros, como lagartos verdes, se asoman a los valles que se hunden entre nieblas en la infancia del mundo. Y sestean, abiertos, los rebaños, mientras la luz palpita, siempre recién creada, mientras se comba el tiempo, rubio mastín que duerme a las puertas de Dios.” La injusticia. Dámaso Alonso.
Para el peregrino no hay frontera, sólo polvo y barro del sendero, y en la lejanía los oteros de las sierras en el paisaje, tantas veces transitado por fieles ultramontanos en su incesante caminar de ida y vuelta. En el silencio de las noches, bajo la vía láctea, golpean las promesas en sus mentes, engarzadas en una fe que da sentido a sus sufridas vidas.
"Andando van peregrinos por los campos de Navarra con sus palos, sus sombreros y mochilas a la espalda. … Nos dicen que golondrinas a las orillas del Arga en sus trinos dedicaban amor a su tierra amada. Y repetían diciendo en los trinos que cantaban: Navarra, hermosa, valiente, hospitalaria, cristiana". Por los campos de Navarra. Germán Herranz Rillo.
Desde la lejanía, un monte emerge en el paisaje, entre las pequeñas villas de Sorlada y Mués, de las montañas que unen Monjardín con la sierra de Codés y separa la Berrueza de las tierras que descienden hacia el Ebro. Desde allí, el monte vigila el pequeño desfiladero del río Odrón (el Congosto) que comunica el valle de la Berrueza con las tierras llanas de la Ribera. Sierra salpicada de santuarios, mística y mítica, en la que destaca una colosal obra barroca en la cumbre del monte, donde antes hubo un castillo. Es la basílica de San Gregorio, cual punto telúrico apuntando al cielo. Levantada por su cofradía, es la obra del labrador, del hombre de la tierra, que vio en San Gregorio el talismán frente a las plagas que azotaban sus campos, el salvador de sus cultivos, el remedio de sus hambres. . “No te sobrevendrá mal, Ni plaga tocará tu morada. Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, Que te guarden en todos tus caminos. En las manos te llevarán, Porque tu pie no tropiece en piedra”. Salmos 91:10-12 (La Biblia).
Basílica de San Gregorio. Sorlada (Navarra)
La piedra guarda en su solidez un poder misterioso, o al menos así lo cree el hombre, que a la piedra ha dedicado cultos y con ella ha construido templos. La basílica otea el horizonte, queriendo proteger al agricultor y al peregrino, y también a la cultura secular que se pierde en la noche de los tiempos; pues este mismo lugar, donde hoy brilla la estereotomía basilical y la cultura del barroco, albergó antiguos cultos ancestrales con similares devociones e idénticas rogativas frente a plagas y sequías.
“Dime, sequía, piedra pulida por el tiempo sin dientes, por el hambre sin dientes, Polvo molido por dientes que son siglos, por siglos que son hambres, Dime, cántaro roto caído en el polvo, dime, ¿La luz nace frotando hueso contra hueso, hombre contra hombre, hambre contra hambre, Hasta que surja al fin la chispa, el grito, la palabra, Hasta que brote al fin el agua y crezca el árbol de anchas hojas de turquesa?” El cántaro roto. Octavio Paz.
El agua, elemento purificador, asperjada por los campos purificaba la tierra, protegía al hombre y su cosecha frente al poder de las tinieblas que, en forma de plaga, sequía o tormenta, liberaba al jinete del hambre, al que acompañaban con frecuencia sus temibles compañeros: la peste, la guerra y la muerte. A la basílica acudían los labradores en busca del agua pasada por sus reliquias, por la cabeza de San Gregorio, con la que asperjar sus campos infectados de langosta, hasta que los insecticidas acabaron con las plagas y con el prestigio del Santo. Hoy día nadie acude a recoger el agua milagrosa, y los pueblecitos de Sorlada y Mués apenas reciben visitantes, pero la basílica permanece con su antigua grandeza, como protegiendo los campos, manteniendo la cultura milenaria de un pueblo; y nos recuerda el esfuerzo, la dura existencia de nuestros ancestros, a los que la vida no les regaló nada.
“Uno por uno veo mil rostros ancestrales en mis sueños. Andan un sendero largo entre empinadas colinas.
Cada uno me mira con ojos cansados, tristes, que lloran. Rostros, sin color, ausentes, tatuados en la llanura árida”. Ancestros. Mitzi
Quizás buscándoles a ellos, hasta este otero desvié mi camino cuando pasé el Pirineo navarro de retorno al Sur. Encontré la basílica cerrada, el monte solitario, un número de teléfono en una ventana y… un silencio inmenso a mi alrededor. No pude tocar el agua milagrosa, como lo hicieron los que antaño desde lejanos lugares venían con sus bestias de carga por tan valiosa mercancía. Tampoco me importó demasiado, pues la visión desde este otero, su paisaje, su silencio… contestó todas mis preguntas. *Juan Antonio López Cordero.
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