Claustro Poético Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 66. Otoño-2021 Asociación Cultural Claustro Poético
Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo Coordinador: Juan Antonio López Cordero |
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Cerro Villagordo*
Cuando, hoy día, el viajero pasa Despeñaperros y deja el bosque silvestre de encinas, robles y alcornoques de Sierra Morena, se adentra en la cuenca del valle del Guadalquivir, en otro bosque domado por la mano del hombre, un jardín alineado de un sin fin de árboles de un verde singular. Es el bosque de olivar.
"... ¡Olivares y olivares de loma en loma prendidos cual bordados alamares! ¡Olivares coloridos de una tarde anaranjada; olivares rebruñidos bajo la luna argentada! ¡Olivares centellados en las tardes cenicientas, bajo los cielos preñados de tormentas!... Olivares, Dios os dé los eneros de aguaceros, los agostos de agua al pie, los vientos primaverales, vuestras flores racimadas; y las lluvias otoñales vuestras olivas moradas. ..." Los olivos. Antonio Machado.
El bosque de olivar oculta ruinas milenarias, olvidadas, que el viajero no ve. Cualquier cerro puede dar una sorpresa y mostrar entre los olivos lo que el hombre dejó allí, en otro tiempo, cuando en estos lugares no había bosque y todo era tierra campa, salpicada de algunas dehesas para el ganado. Hoy, el campo de olivos encierra otras historias, que surgen cuando se buscan, porque la selva olivarera las guarda y atesora en silencio, en sus cerros, en sus colinas, en sus lomas...
"El campo de olivos se abre y se cierra como un abanico. Sobre el olivar hay un cielo hundido y una lluvia oscura de luceros fríos. Tiembla junco y penumbra a la orilla del río. Se riza el aire gris. Los olivos, están cargados de gritos. Una bandada de pájaros cautivos, que mueven sus larguísimas colas en lo sombrío." Paisaje. Federico García Lorca.
Entre Jaén y Arjona, los olivos suben y bajan por lomas y cerros, que tocan la historia a cada momento. El camino deja atrás Torre Olvidada y El Berrueco, pequeñas y pedregosas islas que el olivar no ha podido conquistar, buscando Arjona; mientras cada cerro observa el camino en silencio, vacío de viajeros. Antes de cruzar el Arroyo Salado, el amplio Cerro Villagordo, cubierto de olivar, observa el camino y Arjona. En su cumbre, kilómetros de murallas derruidas recuerdan un pasado milenario, de grandes ejércitos, de guerras sangrientas, de íberos, romanos y cartagineses.
"Mi reino vivirá mientras estén verdes mis recuerdos. Cómo se pueden venir nuestras murallas al suelo. Cómo se puede no hablar de todo aquello. El viento no escucha. No escuchan las piedras, pero hay que hablar, comunicar, con las piedras, con el viento. Hay que no sentirse solo. Compañía presta el eco. El atormentado grita su amargura en el desierto. Hay que desendemoniarse, liberarse de su peso. Quien no responde, parece que nos entiende, como las piedras o el viento. Se exprime así el alma. Así se libra de su veneno. Descansa, comunicando con las piedras, con el viento." Con las piedras, con el viento con las piedras, con el viento... José Hierro.
Restos de muralla. Cerro Villagordo.
Cayeron las piedras en el milenario silencio y los miles de hombres que le dieron forma, en el terrible olvido. El gran campamento y su derruida muralla, que altivos miraron a Arjona, guardan entre olivos la traición y la vergüenza, que el bosque oculta. Quizás mañana las piedras hablen y busquen su sitio en Ad Urbe Condita y, con aquella obra, narren su colosal historia entre Amtorgi (Arjona) e Iliturgi (Jaén) durante la Segunda Guerra Púnica.
*Juan Antonio López Cordero.
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