Claustro Poético Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 3. Invierno-2005 Asociación Cultural Claustro Poético
Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero |
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La senda de Atarriate* Hay
libros cargados de poesía, escritos por hombres y mujeres que hacen surgir de su
pluma a la misma Naturaleza. Uno de ellos es el Libro de Una
de estas antiguas sendas surcaba el Puerto de Es
aquella estrecha y larga senda plagada de gentes que, de niño, veía desde la
altura del Puerto, cuando yo mismo formaba parte de ella. Aún perdura en mi
retina aquella larga fila de aceituneros subir el estrecho y serpenteante
sendero, día tras día, en las frías mañanas de invierno. Una muchedumbre
armada de largas varas, como un ejército en marcha camino del combate. La senda
en movimiento, que parecía no tener fin, lentamente se introducía en las alturas
del monte, donde la espesa niebla bajaba desde las cumbres, cubiertas de
encinas, y parecía tragarse a los hombres a medida que ascendían. Atrás
quedaba el pueblo, con calles desiertas y casas cerradas. La senda emitía un
extraño ruido, que ya no he vuelto a escuchar desde entonces, formado por la
mescolanza de voces y gritos de hombres, mujeres y niños, los cascos de las bestias
de carga, el ladrido de los perros y el trotar de alguna que otra cabra que acompañaba
a las cuadrillas hacia el olivar. “El
campo de olivos se
abre y se cierra como
un abanico. Sobre
el olivar hay
un cielo hundido y
una llama obscura de
luceros fríos”
Federico García Lorca
El
Vareo, Antonio Solórzano Colgadas
de la sierra aún duermen las olivas. Cada una tenía una cara y cada cual conocía
las suyas individualmente. Había un diálogo tácito entre oliva y aceitunero.
Era el pequeño olivar de montaña, la tierra de los hombres libres, sin amo,
donde el calendario laboral lo imponía “ San
José va a varear, el
Niño va a los graneos y
la borrica a acarrear". Villancicio Popular Los niños eran
protagonistas en la campaña de la aceituna. Subían el sendero cubierto de estiércol
y rocío con gorros y guantes de lana, a lomos de burros y mulos o cogidos de
sus colas. Seguían el cortejo con ojos abiertos e inquietas miradas. No
importaba la edad, incluso iba algún que otro recién nacido que, una vez en el
tajo, desde los brazos de la madre pasaba a una espuerta colgada de una rama de
oliva, junto al hato, al que acercaba sus pechos la madre aceitunera. Toda la
cuadrilla lo cuidaba con mimo. Quien junto a él pasaba le daba un empujoncito
en la espuerta para mecerlo. Esas manos que mecían al niño eran las manos que
empuñaban las varas, tan tiernas para el amor, tan fuertes para el trabajo.
Aceituneras,
Miguel Viribay El atardecer traía una
senda distinta, gentes bajando la cuesta, en busca del hogar, de la chimenea,
del calor de la leña de oliva en la larga noche invernal. Entonces parecía un
ejército vencido. “Cuando
la noche llega invadiendo
el olivar, ¿dónde
se va con su frío y cansancio y
su lento caminar?” Coplas aceituneras, Manuel U. Pérez Ortega Tras
el duro trabajo bajaban andando las curvas del Puerto, mientras los capachos de
aceituna rendían los lomos de las bestias cansadas. De cuando en cuando, el
arriero paraba para equilibrar la carga, mientras el Sol palidecía en el
horizonte. El frío calaba la piel, los hombres volvían a vestir la pelliza, las
mujeres sus toquillas y los niños sus saquitos de lana. La
niebla bajaba de la montaña siguiendo los pasos de esas gentes
de tez pálida y manos negras, manos de azabache, de zumo de vida y de
esperanza, que se sumergían en la noche, oscuridad rota por la luz de las llamas
del hogar, cansancio que trae el sueño temprano junto al calor de la lumbre.
Entonces se hablaba, se contaban historias y leyendas, unas felices y otras
tenebrosas, en un mundo mágico, jocoso, trágico o cruel, pero siempre misterioso,
como misteriosa era su noche, que no acababa con las luces del alba. De nuevo,
por la mañana, acompañaba a los aceituneros camino de la estrecha senda y... del
olvido.
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