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D.L. J-309-2005 ISSN 1699-6151 |
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Ordet*
Se apagan las luces de la casa del acantilado
y entre la bruma y el borbotón de agua salina,
se dibuja la estampa gótica del blanco y negro,
como si Dreyer amparara otra vez la obra inmortal
pegada a los atardeceres de las palabras muy quedas,
de los gestos famélicos y los movimientos lentos,
y alguien, desde el fondo de la mente laberíntica,
hablara también de Kiekegaard, ante un candelabro
con velas rubíes, hermanadas con la simetría universal.
Son las tres de la madrugada y el mar está en calma,
un paraselene de palidez inimaginable, raja las melancolías
y yo, adormezco mirando la casa del acantilado,
y dibujo una imagen de fe, en las luces apagadas
de unos muros que duermen acunados junto al agua
e imagino que allí también rebrota la vida acabada
y me invade una tierna morriña. Bajo mi balcón,
unos jóvenes se insultan y entre alcohol, se amenazan.
Creo que a lo lejos, en el acantilado, ha habido un milagro,
sí, un milagro, el de la quietud, el silencio y la palabra.
*Juan Carlos García-Ojeda Lombardo.
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