Claustro Poético Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 11. Invierno-2008 Asociación Cultural Claustro Poético
Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero |
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Romance de Guzmán el Bueno* Al morir Alfonso X el Sabio ciñó la corona de Castilla su hijo Sancho IV el Bravo, contra el cual se rebelaron su hermano el infante don Juan y don Lope de Haro, señor de Vizcaya, que antes había gozado de la privanza del rey. Éste, fingiendo deseos de reconciliación, le llamó a las Cortes que se celebraban en Alfaro, y dirigiéndose contra el señor de Vizcaya, de un mazazo lo dejó muerto a sus pies. El infante don Juan, protegido por la reina doña María de Molina, que se interpuso, halló su salvación en la fuga, pasándose al servicio de los infieles en Marruecos. Don Sancho continuó entonces la guerra contra los moros, apoderándose de Tarifa, plaza más fronteriza de África, y que dominaba mejor el estrecho. Dejó en ella una guarnición, encomendando su gobierno a don Rodrigo Pérez Ponce, maestre de Calatrava, a quien se obligó a pagar para los gastos del sostenimiento dos millones de maravedís por año. Dicho maestre de Calatrava sólo tuvo el gobierno de Tarifa hasta la primavera del año siguiente, que un caballero cristiano ofreció al rey defenderla por la suma anual de seiscientos mil maravedís; ofrecimiento que fue aceptado por el rey, siendo reemplazado el maestre de Calatrava por el referido caballero castellano, de nombre don Alfonso Pérez de Guzmán, señor de Niebla y de Lebrija, que habiendo estado antes al servicio del rey de Marruecos, había adquirido en África una inmensa fortuna, con la cual había comprado en Andalucía grandes territorios, y unido esto al señorío de Sanlúcar de Barrameda, heredado de sus padres, le hacía uno de los más opulentos y poderosos señores de la tierra. Una vez en África y a salvo, el infante don Juan ofreció al rey Yussuf de Marruecos que si ponía a su disposición algunas tropas, recobraría para él Tarifa, arrancándola del poder de su hermano. Aceptado el ofrecimiento, puso cerco a la plaza con un ejército de cinco mil zenetes de caballería. Defendía la fortaleza con valor y denuedo Alfonso Pérez de Guzmán. “Apurado el príncipe Juan –dice el historiador arábigo-, por no poder cumplir la palabra que había dado al rey, acordó de probar por otra vía lo que por fuerza no era posible.” El recurso a que apeló don Juan había de dejar memoria perpetua en los siglos por el rasgo de grandeza y de patriotismo a que dio ocasión. Tenía el infante en su poder un hijo de don Alfonso de Guzmán, al cual colocó frente a la muralla de Tarifa, y envió a decir a Guzmán que si no le entregaba la plaza podría ver desde el muro el sacrificio que estaba resuelto a hacer de su hijo. A sus intimaciones respondió el gobernador de Tarifa arrojando desde el adarve al campo su propia daga, diciendo al cobarde don Juan: “Si en el campo no hay acero, ahí va el mío; que antes os diera cinco hijos, si los tuviera, que una villa que tengo por el rey.” El infante don Juan degolló al joven hijo de Alfonso de Guzmán con la daga de su mismo padre, y llevando más allá su ruda barbarie, hizo arrojar al cabeza a la plaza con una catapulta, para que su padre la viese. Barbarie inútil que, lejos de consternar a Alfonso la vista de la sangrienta prenda, le infundió ánimos para defender con más bravura la plaza, tanto que al fin el príncipe cristiano, cuyo crimen le ha traído eterna maldición de la Historia, tuvo que a abandonar el cerco y retirarse vergonzosamente a Algeciras. Este rasgo de inaudita y ruda heroicidad, que valió al defensor de Tarifa el renombre con que le conoce la posteridad de Guzmán el Bueno, lo ha recogido la musa popular en el celebrado romance que a continuación reproducimos:
De los muros de Tarifa vi a don Alfonso asomado, que miraba en las barreras a don Pedro Alfonso atado como lo tienen los moros para luego degollarlo. Alzara la voz diciendo con semblante castellano: No porque matéis mi hijo me tendré por deshonrado, antes con mayor esfuerzo la defenderé doblado; que el buen alcaide no suele la villa que el rey le ha dado entregársela a los moros, sin quedar despedazado. Si queréis joyas de oro, yo os las daré de buen grado, y si hay algún caballero que salga conmigo al campo, uno a uno, dos a dos, tres a tres o cuatro a cuatro. Entráredes en Tarifa cuando me la hayas ganado; y si le queréis matar,. veis ahí el puñal dorado. Y diciendo estas razones, de los muros se ha quitado, y después de poco tiempo grandes voces están dando: pensó que entraban los moros, que era caso desastrado. Mirando por las troneras vio a su hijo degollado, que estaba ya casi muerto entre su sangre temblando; dícele desde la cerca, con semblante no alterado: Envidia te tengo, hijo, en ver cuán pronto has llegado a merecer tanta honra como hoy has alcanzado, por tu patria y por tu rey, dejándome tan honrado. Todos te alaben, mi hijo, que no debes ser llorado, sino envidiada tu muerte, pues vas a eterno descanso. Y diciendo estas razones, de los muros se ha quitado: los moros que aquesto vieron su reales luego han alzado. (Códice de la Biblioteca de Salazar, genealogía de la casa de Guzmán.) *Miguel Moreno Jara
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