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El techo hipetro*
Los
griegos, descubrieron en las olas del mar,
las ondas que llamadas griegas, decorarían sus templos
sin techos en las naos: hipetro.
He surcado el techo hipetro sostenido por el folio
blanco del papel.
Mis muñecas atadas, se retorcían como los tentáculos de las hidras.
Fina y grácil arboladura de ondeantes velámenes al viento reinante;
unas sencillas o festoneadas, las ligadas floroneadas se desdoblaban.
Igual que mis dedos cuando aman tu piel,
los laureles los laúdes y sus perfumes
eran sanguinas de rojo pastel, coloreadas;
festival ardiente de música pastoral.
Recorría su cuerpo de dobles sarmientos,
lapidario repleto de un tesoro de piedras preciosas
cubierto de senos tostados y siena esponjosa.
Las desligadas se ligaban si las ibas doblando.
Soltaban aromas de dulces pistachos,
saltando a la comba encorvaban sus ondas
jugando como niños que descubren sus vidas.
Eses tendidas que ornamentaban las orlas.
La aurora en sus ojos era la rosa en tu pecho
que se torna crisálida para alcanzar la mariposa,
arabescos que dibujaban infinitos destellos.
Las ondas imitaban las olas del mar.
El dolor se rompía contra el perfil de la costa
salpicando mi vida con espuma de sueños ,
decorando mi rostro de frágiles rosetones.
Floreados capullos de un jardín de primavera.
Recurrentes recuerdos que recorrían mi rostro,
las durezas durmientes de mi duro esqueleto
se disolvían como prosa en lírica poesía.
Realismo mágico extendiendo sus reliquias.
Sintiendo silenciosos y silbantes sifones,
simétricas siluetas de sílfides sardónicas,
de súbito, el sumo en un sinfín se fundía.
Escondí las reliquias en un cofre de oro.
El pétreo mundo ante mí se desplomaba,
mis manos emancipadas, abrazaban su alborada.
Las velas de mi balcón, se descolgaban desde la ventana.
Mi techo sería: un deslumbrante amanecer cuan madrugada…
*Agustín
Espina
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