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Virgen cenicienta*
Niquelada
su carnación a fuego,
soplé sobre su rostro, haz de estrellas,
un estarcido de besos.
Sus labios rotos, grietas echadas
sedientas de amor, me engullían.
Rayé el cristal de sus ojos, odiosos,
tratando de alcanzar su fondo, brea,
irresistible manjar de mama.
Sus pestañas dañaban mis sentidos
como bosques carbonizados.
Ahogándome en sus ríos, rabiosos,
mis pulmones clamando socorros, sordos,
se debatían encharcados y furiosos.
Aquello era espuma venenosa
sobre virgen cenicienta.
Mi cuerpo obedecía, doblegado,
como esclavo sin alma sin espíritu,
a un desconocido recién aparecido.
Grito que grito y aquel impostor,
mofándose de mí, reía que reía.
Perdida, me decía,
perdiéndome sin remedio,
mi alma, propiedad sin dueño,
de cabeza al infierno.
Torbellino surgido de un invierno:
gélido, poseía mi alma sin dueño
con el mayor de los desprecios.
Y todo porque nada,
saliendo a nuestro encuentro,
silenciaba la raíz, y el tallo
enderezaba.
*Agustín
Espina
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