(A Felipe Molina, Javier
Cano y Miguel Maestre)
La voz solemne de las
gargantas idílicas
reflejaba un eco distante
y misterioso
en las cenizas de papel
que hablaban de la vida,
y un canto de lirismo
dulcíneo
aquietaba
el alma en los pozos de las mentes fatigadas.
El indómito viaje de
extraño decurso
acantonaba el sentido
natural de las cosas
y las musas se refugiaban
en el limbo
de un poema declamado sin
rimas ni ritmo.
El candil que iluminaba
el sinuoso sendero
pareció traer un hálito
de esperanza
en el corazón lírico de
antaño,
y la semilla germinaba a
cada dulce amanecer
a cada golpe de voz del
poemario.
Sonaban versos en los
rincones y esquinas
y el trino armonioso del
jilguero juanramoniano
expandió sus poesías
por las tierras del olivar,
cantar
expedido desde un viejo roble de un Claustro Claretiano
El atrio, preñado de
piedras lunares
fue impregnándose de la
sabiduría del verso
y en el entorno sonaba la
música de una paz ascética.
Una voz dijo: "esto
es el mundo,
porque el amor circunda
los bellos sentimientos".
Después, en los momentos
de espiritual silencio
la piedra reverberaba
cada poema, cada declamación
y el claustro acariciaba
el numen poético
archivando en sus muros
todas las bellezas
de un legado de lirismo
que se ofreció
generoso para toda esta generación.
Juan
Carlos García-Ojeda Lombardo
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