A Francisca Muñoz, mi madre.
Con la complicidad de la noche de luna llena,
del lucero brillante y de la cruz refulgente,
desde las flores de azahar del patio,
a la sombra de tu delicado pelo,
me adentro en los mares secretos,
paraísos perdidos, pantanos profundos
de la memoria acumulada y del olvido
infinito en la eterna vida de un cielo inmenso.
Este tarde la primavera vi llegar
y allí estabas tú con esa manera tuya de mirar,
como flecha clavada con brisa y pasión.
Mi locura eres sólo tú, mis ansias de vivir, tú,
mi pensamiento, tú. Siempre muy cerca de ti,
pesando en tu alegría.
Nervioso, golpes de escalofríos,
el tiempo que pasé buscándote.
Cuando vienes tú, mi vida se ilumina.
Tú me inundas cada día,
y me lleno con las cosas más sencillas.
Sobres nubes de algodón viajaremos tú y yo,
y seremos aves errantes, caricia y flor,
aunque me mate tu amor,
llegaremos cerca de Dios.
Miguel Maestre Muñoz, cmf.
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